Soja transgénica y crisis del modelo agroalimentario argentino

[b]Realidad Económica 196[/b] [b]Miguel Teubal *[/b] No cabe duda de que el sector agropecuario argentino ha tenido importantes transformaciones en las últimas décadas, y que la producción de granos, en particular de oleaginosas ha ido en aumento. Los datos censales apuntan a señalar estas tendencias: la soja se ha difundido en forma impresionante, la transgénica, en particular, a partir de mediados de la década de los noventa. Se trata del mismo período en el que aumenta significativamente el hambre y la pobreza en nuestro país. ¿Existe una relación causal entre ambas tendencias? Los defensores de la soja transgénica, la siembra directa y la utilización del glifosfato, se esfuerzan por negar dicha relación causal. En este trabajo planteamos otro enfoque y otra perspectiva. Focalizamos el análisis sobre las transformaciones operadas en nuestro sistema agroalimentario en los últimos tiempos, y algunas de las consecuencias que tuvo la difusión masiva de la soja transgénica como parte de la implantación de un nuevo modelo agroalimentario.

El hambre, la pobreza y el empobrecimiento generalizado que embarga a millones de personas constituyen algunas de las manifestaciones más agudas de la crisis argentina actual. Que más de la mitad de la población -20 millones de personas según cifras oficiales- se hallen por debajo de la línea de pobreza, y un cuarto sea indigente, es decir que no percibe ingresos suficientes como para cubrir sus necesidades alimenticias básicas, constituye una situación inédita en la historia social y económica de nuestro país. Tal cuadro, por cierto contundente, se complementa con informes periodísticos presentados en los medios que muestran niños muriendose de hambre, no pudiendo ser atendidos por sus padres, o bien, no recibiendo la asistencia adecuada por parte de organismos oficiales.
Esta situación se torna escandalosa cuando consideramos que en el país existe un enorme potencial productivo en materia alimentaria, capaz de producir alimentos en cantidad y calidad suficiente como para alimentar varias veces la población nacional. Y que a lo largo de la década de los años 1990 la producción agropecuaria -cerealera y oleaginosa fundamentalmente- siguió aumentando vertiginosamente. Se estima -veremos más adelante que las cifras deben ser matizadas- que en el país se producen 70 millones de toneladas de cereales y oleaginosas por año, casi dos millones de toneladas per cápita, y 90 millones de toneladas de productos agropecuarios de todo tipo. Sin embargo, casi la mitad de esta producción en volúmenes es soja, en su casi totalidad transgénica y de exportación.
Históricamente considerada uno de los "graneros del mundo" la Argentina se encontraba entre los pocos países del tercer mundo que, en nivel nacional, no tenía déficits alimentarios externos y que además era un importante exportador neto de cereales y otros productos básicos a la economía mundial. ¿Cómo se explica entonces que cundan el hambre y la miseria, en un país como la Argentina? ¿Cómo se explica también, que habiendo aumentado en la década de los años 1990 tanto la producción agropecuaria como la oferta de alimentos en nivel global, simultánea y en forma significativa aumentaran el hambre y la pobreza? ¿Cómo se explica, planteado este problema en términos más dramáticos, que mueran de hambre 100 chicos por día en el "granero del mundo"?
Una de las explicaciones más inmediatas que surge y que aparece como plausible apunta a la situación de crisis aguda en la que estamos inmersos. En efecto, desde 1998 a esta parte, el PIB global del país fue cayendo sostenidamente. Esta caída fue potenciada por los ajustes infinitos que fueron aplicados por sucesiveos gobiernos siguiendo los lineamientos de organismos financieros internacionales y locales, ajustes que configuraron en su esencia procesos "procíclicos", ya que tendían a profundizar la recesión que se venía manifestando contribuyendo a la caída libre de la economía y a la debacle que vivimos en particular en estos últimos dos años. Esta crisis se manifestó, entre otros factores, en la regresividad creciente en la distribución del ingreso, el cierre de fábricas y negocios, el aumento descomunal de la desocupación en todas sus manifestaciones, tendencias que ya se venían manifestando a lo largo de los años noventa pero que fueron potenciados estrepitosamente durante la crisis actual. Llegamos como consecuencia, y tras los acontecimientos de diciembre de 2001, a la caída profunda de la economía en 2002, año en el que la situación de pobreza e inanición se agudizó como nunca. En este contexto el hambre sería una consecuencia del derrumbe de la economía, y con ello de la incapacidad de gran parte de la población de acceder a una alimentación digna, sea porque cayeron sus salarios e ingresos, porque aumentó estrepitosamente la desocupación y/o porque los precios de los alimentos se incrementó en forma desmesurada.
En otros términos podría decirse que a causa de la crisis se derrumbó la seguridad alimentaria en el país en su conjunto, entendiendo por seguridad alimentaria la capacidad de un país de proveer de alimentos de buena calidad a toda su población. Sin embargo, en nuestro país este derrumbe de la seguridad alimentaria, aparentemente no se debió necesariamente a que faltaran alimentos, a que no hubiera suficientes disponibilidades alimenticias básicas para atender a la población necesitada. Todo lo contrario. Cundió lo que Sen plantea como un derrumbe de las relaciones de entitlements en el país, o sea, un derrumbe de la capacidad de acceder a una alimentación digna por parte de vastos sectores sociales debido fundamentalmente a la caída de los salarios e ingresos reales de los sectores más necesitados de la sociedad.
El "caso argentino" puede ser estudiado como una situación clave de hambre con gran disponibilidad de recursos alimenticios. A diferencia de lo ocurrido en otras partes del mundo tal derrumbe de su seguridad alimentaria, se produjo sin que estallaran hambrunas al estilo de las de Bangladesh o Etiopía en los años 19701.
No cabe duda de que la crisis económica incidió sobre la caída de los ingresos y salarios reales, en gran medida a causa de la desocupación e incidió sobre la capacidad de la población para cubrir sus necesidades básicas, y, en vastos sectores sociales, de acceder a una alimentación digna2.
Sin embargo, la crisis actual es también una consecuencia de otros factores. Constituye una suerte de emergente de factores más profundos. Por una parte, puede ser considerada una crisis del modelo neoliberal aplicado en nuestro país, con incluso mucho mayor severidad que en otras partes del mundo. Por otra, forma parte de una crisis de lo que nosotros denominamos el modelo agroalimentario o agroindustrial implantado al amparo de los procesos de globalización y que, como tal, forma parte del modelo neoliberal en su conjunto. Se trata de un modelo impulsado y dominado por grandes empresas transnacionales y las tecnologías controladas por ellas: los supermercados en la distribución final de alimentos, la gran industria alimentaria, la industria semillera y de agroquímicos, y el capital financiero concentrado. Nos proponemos aquí considerar este aspecto colateral de la crisis del modelo neoliberal -la crisis del modelo agroalimentario, aplicado a rajatabla en décadas recientes- que no siempre es considerado en los análisis que se hacen sobre la materia. Un aspecto sobresaliente de este modelo agroalimentario, al cual nos referiremos específicamente en este trabajo, es la difusión masiva que tuvo la soja transgénica en nuestro país.

¿De "granero del mundo" a "republiqueta sojera"?
Históricamente la Argentina en el siglo XX junto a países como Australia, Canadá e, incluso, Estados Unidos, fue un proveedor importantes de carnes y cereales a la economía mundial. Asimismo, esas exportaciones -carne vacuna, trigo, maíz, girasol, etc.- también eran alimentos básicos de consumo popular masivo en el orden económico interno. Se trataba de una producción fundamentalmente pampeana, mientras que en las regiones extrapampeanas se producían azúcar, algodón, yerba mate, los denominados cultivos industriales orientados fundamentalmente hacia el mercado interno, o bien frutales y vino que además comenzaban a exportarse. En este sentido, en la Argentina se obtenía la casi totalidad de los alimentos que consumía su población, salvo algunos productos tropicales, por ejemplo, café, palmitos, bananas, etc. Ese potencial para producir alimentos que en gran medida se orientaban a satisfacer las necesidades alimenticias básicas internas, lo realizaban fundamentalmente productores medianos y pequeños, que constituían -en términos comparativos con otros países latinoamericanos- una parte importante del conjunto de los productores agropecuarios3.
Hacia los años ´70 se introdujeron nuevas variedades de cereales y oleaginosas en el campo pampeano, y los cultivos "de segunda" en combinación con el trigo. Comienza el auge fenomenal de la producción sojera que, conjuntamente con la introducción del "germoplasma mexicano" en el trigo, permitre el desarrollo del doble cultivo trigo-soja. Según Obschatko y Piñeiro "rápidamente el doble cultivo trigo-soja se difunde en la región pampeana, muy especialmente en la región maicera 'típica', provocando una parcial sustitución del maíz y del sorgo, así como de actividades ganaderas, que participan con estos cultivos en sistemas de explotación mixta" (de Obschatko y Piñeiro: 1986: 11).
Tal es la base de sustentación de la nueva agriculturización del campo argentino basada profusamente sobre la soja y el paquete tecnológico que habría de acompañarla4.
Se trataba de la aplicación tardía en nuestro país de algunos rasgos de la "revolución verde". A partir de entonces la Argentina emerge, en los téminos acuñados por Harriet Friedmann (1993: 45) como un "nuevo país agropecuario"5 en una analogía con los denominados "nuevos países industrializados" del sudeste asiático (los NIC para usar sus siglas en inglés). Desde entonces la producción sojera no deja de aumentar año tras año.
Hacia mediados de la década de los años `90, se da un nuevo salto tecnológico en el agro argentino. En 1996 comienza la implantación de la semilla transgénica de la soja RR que se combina con la denominada "siembra directa" y la utilización del glifosfato, el agroquímico exclusivo aplicable a aquella implantación y que es utilizado en cantidades cada vez mayores. La combinación trigo-soja y el maíz, para cuya producción también se introducen transgénicos, se tranforman en algunos de los ítems más dinámicos del agro argentino.
También en esa década aumentó la producción de otros cultivos: el arroz, (orientado en gran medida para exportación al Brasil), aves, papa, entre otros. En algunos casos ese aumento de la producción agrícola se debió a aumentos de productividad (maíz, papa); en el caso de la soja, se debió fundamentalmente a la incoporación de nuevas superficies6.
Los cereales y las oleaginosas fueron ítems destacados de los aumentos de la producción agropecuaria señalados. Entre los cereales los que tuvieron auges importantes fueron el trigo y el maíz; entre las oleaginosas, la soja y el girasol, que además se transformaron en los complejos exportadores por excelencia.
La producción sojera se ha expandido a lo largo y a lo ancho del país a costa de tradicionales producciones agrícolo-ganaderas. Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires ocupan los primeros lugares en el nuevo mapa de la soja. Pero otras zonas, como Bandera en Santiago del Estero, con una superficie agrícola de 200.000 hectáreas, lograron posicionarse en el mapa nacional y hoy Santiago del Estero es la cuarta provincia productora de soja (su superficie cultivada con oleaginosas en 1995/6 -antes de la adopción de la soja RR- alcanzaba 94.500 hectáreas. El nuevo censo nacional agropecuario (CNA) registra una implantación con oleaginosas, soja principalmente, de 315.000 hectáreas en aquella provincia). En la provincia de Catamarca se están produciendo dos cosechas de soja por año. Se estima que esta modalidad podría extenderse a toda la región del Noroeste bajo riego (Blackwell y Stefanoni, 2003).
De modo que este proceso no se limita a la región pampeana ya que se expande a todas las regiones agrícolas del país. Según Walter Pengue, experto en Mejoramiento Genético Vegetal de la UBA: "se están reemplazando otros cultivos y sistemas productivos, y si esto se pudiera cambiar al año siguiente no sería un problema, pero lo que está sucediendo es que se están levantando montes enteros, frutales, tambos, para la siembra de soja y se está eliminando la diversidad productiva" (citado por Backwell y Stefanoni, op. cit.). Los nuevos datos censales registran estas tendencias. En el período intercensal 2002/1988 la superficie destinada a las oleaginosas aumentó 60,4% en la región pampeana, 86,5% en el Noreste Argentino, NEA y 138,5% en el Noroeste Argentino, NOA. En estas últimas dos regiones, tal aumento de la superficie oleaginosa fue a costa de la superficie destinada a cultivos industriales, ya que ésta se redujo en el mismo período intercensal en 30 y 17% en el NEA y NOA, respectivamente.
El último censo también registra una reducción de 3,4% en la superficie total incorporada a las explotaciones agropecuarias en el período 1998/2002. No es de extrañar entonces que la expansión de la soja se haya realizado en detrimento de otras actividades agropecuarias: la batata y la caña en Tucumán, los tambos en Santa Fe y Córdoba, el algodón en Chaco, y frutales en la región pampeana. Cabe destacar, que también en nivel nacional descendió el hato ganadero, tanto de vacunos, como de ovinos y porcinos.
Según Pengue "productos básicos de la dieta argentina, como arvejas, lentejas, porotos (frijoles) o maíz amarillo empiezan a ser escasos, porque estamos entrando en un planteo de ser monoproductores y se está uniformando todo con la soja."(Backwell y Stefanoni, op. cit). Tales tendencias que afectan a la leche y a los frutales se refuerzan debido a la desaparición de muchos tambos y productores de frutas, por ejemplo, en el valle del Río Negro.
Cabría preguntarse quiénes fueron los beneficiarios de los procesos recientes dentro mismo del sector agropecuario. Las nuevas tecnologías introducidas en el sector, relaciones costo-precio desfavorables, la crisis de endeudamiento que afectó a la gran mayoría de los productores y, fundamentalmente, la expulsión del sector de miles de productores y trabajadores rurales fueron todos elementos de una crisis profunda por la que atraviesa el campo, en particular, hacia fines de la década7.
El problema se ve claro en relación con quiénes son los beneficiarios y quienes fueron los que se perjudicaron a lo largo de estos años. La gran mayoría de los agentes que participan en el sector, o sea, más del 90% (pero no los que poseen la mayor parte de la tierra) son productores medianos y pequeños, campesinos, y trabajadores rurales. Un reflejo de la crisis por la que pasó el sector tuvo que ver con la desaparición de gran parte de estas explotaciones agropecuarias, la quiebra y desaparición de numerosos cooperativas, comercios e industrias vinculados con el sector, el deterioro de las condiciones de vida de la familia rural y el deterioro de las condiciones ambientales producidas en el marco del nuevo modelo. Tales deterioros se manifestaron muy especialmente en las economías regionales.
Algunos comentaristas mencionaron en términos periodísticos la "paradoja" del sector referido fundamentalmente a la zona pampeana: "cómo entender...que en la última década...(el sector) casi duplica su cosecha y exportación de granos con inversiones e incorporación de tecnología pero al mismo tiempo empobreció a pequeños y medianos productores con expulsión y concentración" (Seifert, 2000).
Evidentemente, sobre el sector agropecuario incidió el ajuste estructural aplicado a la economía en su conjunto8 y las transformaciones operadas en el ámbito extraagropecuario perteneciente al sistema agroalimentario -en la industria alimentaria, en la distribución final de alimentos, en torno a la provisión de insumos al sector, etc.-. Las privatizaciones, desregulaciones y la apertura casi indiscriminada al exterior en aras de lograr "una mayor integración a la economía mundial" influyeron significativamente sobre las tendencias, la variabilidad de la actividad agropecuaria, los precios de su producción y de sus insumos, el acceso al crédito, la rentabilidad general de la actividad y las condiciones de vida de los grupos mayoritarios que integran el sector.
Estos ajustes también afectaron las transformaciones extraagropecuarias con incidencia sobre el sector: los procesos de concentración y centralización de capital influyeron sobre la agroindustria propiamente dicha, procesos equivalentes incidieron sobre la distribución final de los alimentos (el denominado supermercadismo), y un conjunto muy limitado de empresas fue adjudicándose la exclusividad de la provisión de semillas a los productores agropecuarios. Tales tendencias se produjeron juntamente con un fuerte proceso de extranjerización que se dio en estos sectores particularmente hacia fines de la década de los noventa. Junto con los consiguientes procesos de integración vertical que fueron intensificándose se modificaron significativamente las articulaciones en el interior de los complejos que integran el sistema agroalimentario en su conjunto9. Con la mayor integración vertical, creció la agricultura de contrato y otras formas de articulación "agroindustrial" adquiriendo mayor poder las grandes empresas extraagrarias en relación con los medianos y pequeños productores agropecuarios que tendieron a perder significativamente su autonomía de decisión (Teubal y Rodríguez, 2002).
Esta pérdida de autonomía incluye una creciente dependencia por parte del productor de la provisión de insumos y semillas, y cada vez más, de la semilla transgénica que, como señalamos más arriba, a partir de 1996 fue difundida masivamente en nivel de la producción sojera. Asimismo, las pocas grandes empresas semilleras transnacionales no sólo proveen la semilla sino también el paquete tecnológico y los insumos que lo acompaña, los cuales el productor se ve obligado a comprar indefectiblemente. De tal modo se produjo la creciente dependencia del productor agropecuario, no sólo respecto de la agroindustria y la provisión de insumos agroquímicos, sino también -y mucho más que antes- de las empresas proveedoras de semilla. Se trata posiblemente de un punto de inflexión en el desarrollo agropecuario de nuestro país y del mundo en general. Desde que se inventó la agricultura hace 10.000 años el productor agropecuario se proveía a si mismo de la semilla que requería para el año siguiente, esencial para garantizar la reproducción de su finca agraria y su identidad como productor. Ahora, en la medida en que depende de unas pocas grandes empresas gigantes para la provisión de la semilla y del paquete tecnológico que la acompaña, va perdiendo esa capacidad y autonomía. El proceso comenzó con las semillas híbridas y continúa en la actualidad con los transgénicos. Es el caso de la soja RR que el chacarero pampeano adoptó masivamente en las últimas años debido a que estuvo asociado íntimamente a la siembra directa y la reducción de costos que ésta trajo aparejada10.
Tal es el panorama en el que se debate el sector agropecuario, en particular los medianos y pequeños productores del sector sujetos más que en cualquier período anterior a los vaivenes de los precios de los mercados mundiales, con poca capacidad para acceder al crédito y con una serie de condicionamientos en su contra. Una de las manifestaciones de la crisis lo constituyó la expulsión masiva de productores agropecuarios del sector, tanto es así que el sector fue caracterizado recientemente como una "agricultura sin agricultores". El otro aspecto, tiene que ver con la creciente "especialización" de la producción agropecuaria, orientada cada vez más hacia la soja y el maíz transgénicos de exportación en detrimento de otros cultivos y producción ganadera de consumo popular. Existe el peligro, entonces, de que nos estemos transformando en una típica economía agrexportadora especializada en un solo cultivo, en detrimento de la producción de alimentos básicos de consumo popular masivo. ¿No será de que nos estamos transformando en una republiqueta sojera?

La reducción de la cantidad de productores agropecuarios y otras manifestaciones de la crisis agraria
El último Censo Nacional Agropecuario (CNA) de 2002 registra 318 mil explotaciones agropecuarias en el país que ocupan una superficie de 171 millones de hectáreas. En comparación con los valores del censo anterior muestra una disminución de 24,5% en el número de explotaciones (en 1988 eran 378 mil las explotaciones agropecuarias registradas) y una disminución de 3,4% en la superficie incorporada a las explotaciones agropecuarias (en 1988 éstas ocupaban 177 millones de hectáreas). Aunque todavía no tenemos disponibles los resultados completos del Censo, en un primer comunicado de prensa del INDEC se señala que conjuntamente con la reducción de las explotaciones a que aludimos el tamaño promedio de las explotaciones agropecuarias aumentó 28% para alcanzar 538 hectáreas, lo cual refleja la desaparición fundamentalmente de las más pequeñas explotaciones. Cabe destacar que el tamaño promedio de las explotaciones agropecuarias en la Argentina es mucho mayor que el que se registra en EUA, Europa u otras partes del mundo11.
Antes de que se efectuara el censo actual, existían diversas encuestas y estudios parciales que coincidían en señalar una reducción significativa de la cantidad de explotaciones agropecuarios en el país y fundamentalmente la desaparición de medianos y pequeños productores, tanto en la región pampeana como de las economías regionales, pese a los aumentos de producción y productividad habidos a lo largo de la década de los ´90.
Una encuesta privada realizada en casi toda la región pampeana registró la reducción de la cantidad de explotaciones en 31% en el período 1992-199712. Según Giberti, "tan acelerado ritmo no se observa ni remotamente, por ejemplo, en Estados Unidos o Europa" (Giberti, 2001: 128), reflejando el sesgo netamente antimediana y pequeña explotación agropecuara de las políticas gubernamentales13.
El Censo Experimental de Pergamino, realizado por el INDEC en 1999, mostró que en esa región las explotaciones agropecuarias se redujeron 24,2% en el período 1988-1999. Esta reducción, por otra parte, es mayor si se consideran las explotaciones de hasta 5 ha, donde la reducción fue de 38%, o de las explotaciones de entre 5,1 y 10 ha, cuya reducción en ese partido fue de 44,1%. Debemos señalar, asimismo, que en el mismo proceso de reducción en la cantidad de explotaciones agropecuarias pequeñas, se produce un incremento de las grandes explotaciones que el Censo experimental muestra para aquellas de entre 500 y 1000 hectáreas las que se incrementaron en 18,3%, o las de entre 1000 y 2500 hectáreas que se incrementaron 38,7%.
Tendencias semejantes, se manifiestaron en una serie de sectores específicos. En Córdoba la cantidad de tambos pasó de 10.102 en 1988 a 7.926 en 1993, o sea una reducción del 21,5% que significa la desaparición de alrededor de 435 tambos por año. En la provincia de Santa Fe entre 1975 y 1992 también se redujeron la cantidad de tambos de 15.262 a 5.664. (Secretaría de Santa Fe 1998 y Blousson 1997, respectivamente.) Esta tendencia, que registra la eliminación de tambos ya en los primeros años de la década del 1990, se siguió manteniendo incluso hacia el final de la misma, donde por ejemplo, se registra que entre 1999 y 2000 el número de tambos activos se redujo 9% (Schaller, 2000)14.
Un estudio sobre el sector cañero, permitió determinar la reducción en la cantidad de productores cañeros en la década de los ´90. Referido a la provincia de Tucumán, el estudio señala que entre 1988 y 1996, la cantidad de cañeros se redujo 25%, significando aproximadamente el retiro de 2.500 productores. (Giarracca et al, 1997 ).
En el Alto Valle de Río Negro el último censo agropecuario de 1988 registraba la presencia de 8000 productores. Un trabajo privado registró 6000 en 1993, mientras que un reciente trabajo del Consejo Federal de Inversiones contó 3629 productores (Scaletta, 2001)
Los cambios profundos que se han dado en cada complejo agroindustrial, a partir de los procesos de desregulación de la última década, han cercenado la capacidad de decisión del productor agropecuario sobre su producción, los insumos utilizados e incluso las técnicas productivas desarrolladas. A ello se le suma una merma del poder de negociación del precio de venta que tiene frente a la industria o al acopiador, y en el caso de los transgénicos, frente a su proveedor de semilla. Todos estos factores se suman a la imprevisión que genera la gran variabilidad de los precios internacionales agrícolas, que afectan directamente al productor agropecuario a partir de la desregulación y apertura externa.
El aumento en la concentración del capital en cada complejo, junto con la eliminación de toda reglamentación que establezca un precio mínimo o sostén, a partir del decreto de Desregulación de 1991, permitió al polo integrador de cada complejo agroindustrial incrementar su rentabilidad logrando reducir los precios agropecuarios, imponer condiciones de calidad, presentación, y de traslado del producto e incluso la variedad del cultivo que usa el productor, los insumos, y demás (véase Teubal y Rodríguez, 2002: caps. 6 y 7).
Como contrapartida a la reducción de las pequeñas y medianas explotaciones agropecuarias, se consolidaron las grandes, tal como vimos en el caso de Pergamino. Este fenómeno de persistencia de la gran propiedad agraria en años recientes distingue a la Argentina de la mayoría de los países de la OCDE. Comparado con Europa, con países como Estados Unidos, Australia o Canadá y, por ejemplo, con el sur del Brasil (con condiciones geográficas y climáticas semejantes), en la pampa argentina las explotaciones agropecuarias tienen un tamaño promedio muy superior
Vinculada con la expansión de estas grandes explotaciones, aparece y se difunde en la región pampeana una nueva forma de organización de la producción: el contratismo y los "pool" de siembra. Existen diversos indicadores de la prevalencia de las sociedades anónimas en detrimento de las explotaciones físicas, y del deterioro de la situación de la empresa familiar, tanto en la región pampeana como en el interior del país. También hubo un auge de las grandes explotaciones no propietarias de tierra, bajo la forma de fondos de inversión o grupos de siembra. (Los primeros constituyen una figura jurídica específica y alcanzan gran envergadura; los segundos, son agrupaciones más circunstanciales, regidos por convenios privados.) Son empresas que manejan grandes volúmenes de producción, avalados por contratos eventuales. Según Giberti en 1997 existían 79 empresas pampeanas de este tipo operando con 600.000 hectáreas de las cuales 200.000 correspondían a fondos de inversión. Son explotaciones que buscan una alta rentabilidad en el corto plazo, debido al aumento de la presión impositiva sobre la tierra que hizo que la mera tenencia de ésta dejara de constituir una forma de conservar riqueza a salvo de la inflación. (Giberti, 2001).
También se acentuó la presencia de los "megaproductores" (Soros o Benetton). Otra característica de la década fue la expansión de emprendimientos formados por grupos de inversores, operados por técnicos agrarios y administrados por consultoras privadas, que toman tierras de terceros en gran escala de producción (fondos de inversión o pool de siembra).
En las economías regionales los primeros años después de 1991 fueron también muy duros para los chacareros y campesinos quienes se vieron seriamente afectadas por las nuevas condiciones. A los problemas estructurales de bajos precios y escasez de recursos, se sumaron la desaparición de todas las medidas regulatorias que ponían un marco normativo a la negociación con los grandes procesadores o acopiadores. En algunos casos, los productores intentaron la "salida hacia adelante" tomando créditos con la esperanza de poder adaptarse a las nuevas situaciones, en otros financiaron el negocio agrario con actividades paralelas (pluriactividad). Los pequeños chacareros pampeanos y los campesinos del norte salieron a buscar otras ocupaciones en un país donde la desocupación aumentaba día a día (sobre todo en el interior, por el impacto de la reconversión y privatización de grandes empresas ligadas con el petróleo o la elaboración de acero). Muchos campesinos se orientaron a "multiocuparse" como una de las varias estrategias familiares para conseguir ingresos o buscaron integrarse a los programas de ayuda del gobierno. No obstante, los conflictos en esas regiones comenzaron casi inmediatamente pero sin estar articulados a demandas en el nivel nacional. Recordemos que, en 1993, la mayoría de los que ocuparon la Plaza de Mayo en la protesta agraria de ese año provenían de esas regiones (Giarracca, Aparicio, Gras, 2001).
Simultáneamente subieron los costos de los servicios a causa de los procesos de privatización y el costo del capital aumentó a pesar de la convertibilidad y la consecuente estabilidad. Las condiciones de permanencia y reproducción de la pequeña y mediana explotación se fueron complicando paulatinamente.
Los chacareros (pequeños y medianos agricultores) de la región pampeana fueron los que más se endeudaron: como eran dueños de la tierra, podían ofrecer garantías hipotecarias y como contaban con escaso capital operativo recurrían al crédito bancario para financiar una supuesta reconversión productiva (incorporar tecnologías o tierras para aumentar la escala de producción). Mientras los precios cerealeros internacionales fueron favorables y hasta 1995 muchos creyeron que podían lograr el "modelo de agricultura profesional" que los discursos oficiales y periodísticos proponían para la agricultura argentina15. Las disminuciones de los precios internacionales, los intereses de las deudas que las llevaron a convertirse en "impagables", y el deterioro de la economía nacional, coadyuvaron para que estos sectores abandonaran la esperanza de las estrategias sociales o salidas "hacia delante" y comenzaran a accionar en el nivel de la protesta social (véase Teubal y Rodríguez, 2001).

Elementos del modelo agroalimentario
El modelo agroindustrial o agroalimentario implantado en el país en décadas recientes tuvo sus raíces en el modelo norteamericano de desarrollo agrario y agroindustrial, y fue potenciado en escala mundial durante la denominada "revolución verde" en la última mitad del siglo XX. Se trata de un modelo basado sobre el control de grandes empresas agroindustriales transnacionales sobre sectores clave del sistema agroalimentario o sea, sobre aspectos clave de la producción agropecuaria, el procesamiento industrial y la distribución final de productos de origen agropecuario. En la actualidad está asociado con la revolución biotecnológica y la ingeniería genética relacionado con la difusión masiva de las semillas transgénicas. Se trata de un modelo fuertemente resistido en nivel planetario debido a los estragos que estaría causando en nivel ambiental, social, económico e incluso de la salud humana. Cabe destacar su impacto sobre la autonomía de los productores agropecuarios y la tendencia creciente de su desaparición como tales. Que las grandes empresas propagandicen que la difusión de la semilla transgénica sería una solución al problema del hambre en el mundo, es tan ilusorio como lo fue en su momento semejantes afirmaciones en torno de la revolución verde.
No es de extrañar entonces de que la crítica a este modelo y a las prácticas y políticas de las grandes empresas agroalimentarias transnacionales constituya uno de los ejes centrales del movimiento antiglobalizador mundial.
Quizá por la relativa abundancia de recursos existentes en nuestro país y la aceptación acrítica de las pautas de la modernización en nuestro medio científico, y también porque pudo asociarse a prácticas que reducían sustancialmente los costos de producción (la siembra directa) siendo impulsadas acríticamente por las organizaciones corporativas del sector, entre ellas la Federación Agraria Argentina, nuestros productores agropecuarios se pusieron a la vanguardia de los procesos de modernización enmarcados en este modelo. En efecto, nuestro país es uno de los principales productores y exportadores mundiales de soja transgénica. También es uno de los países en los que creció con más rapidez el supermercadismo y la concentración en nivel de la industria agroalimentaria, desplazando a infinidad de medianos y pequeños productores urbanos y rurales, y haciendo desaparecer innumerables puestos de trabajo.
No es de extrañar entonces de que se trate de un modelo incapaz de responder con efectividad a las necesidades alimenticias básicas de la población lo cual estaría reflejando la crisis esencial del modelo. Asimismo, en momentos en que crece mundialmente la oposición a las semillas y alimentos con componentes transgénicos, que coarta la capacidad de exportación de nuestro país, por ejemplo a la Unión Europea, sería ilusorio insistir con impulsar una ampliación de políticas en pro de la semilla transgénica y no visualizar como opciones mucho más viables y apropiadas a un modelo de país más racional, la producción orgánica, o la producción de tipo artesanal que podrían impulsar medianos y pequeños productores agropecuarios y campesinos.
El problema del hambre se ha tornado fundamental, paradójicamente en uno de los "graneros del mundo". La convulsión social ha llevado a la elaboración de nuevas formas de organización social para la producción y la distribución de alimentos. Las huertas populares y compras comunitarias apuntan en esa dirección. Que algunas organizaciones sociales populares tengan sus propias panaderías entre otros proyectos productivos, también. Asimismo, cunde el interés por organizar no sólo la provisión de alimentos a las escuelas y a los más necesitados, sino también la integración de la provisión de alimentos a los sectores populares con la producción de pequeños productores agropecuarios. Lo que hace falta es precisamente una reestructuración del sistema agroalimentario en su globalidad, una reorganización del agro, de la agroindustria y la distribución de alimentos, orientándolos hacia las necesidades de los sectores populares, de los más necesitados de la comunidad. Esa reorganización profunda requeriría el debate sobre una serie de ejes que por ahora aparecen adormecidos: a) el problema de la tierra, del acceso a la tierra de los más necesitados, de medianos y pequeños productores, de campesinos, pero también de desocupados urbanos; b) la búsqueda de nuevas formas de producción agropecuaria, industrial y de distribución de alimentos; c) el problema tecnológico: frente a la denominada "tecnología Monsanto", corresponde impulsar otras tecnologías orientadas a las necesidades populares, en el marco de otros organismos de generación de tecnologías: universidades, etc.
En el transfondo de todo esto está la idea de que la soberanía alimentaria debería ser la vía para erradicar el hambre y la malnutrición y garantizar una seguridad alimentaria duradera y sustentable para nuestro país. Por soberanía alimentaria se entiende "el derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación para toda la población, con base sobre la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, de comercialización y de gestión de los espacios rurales, en los cuales la mujer desempeña un papel fundamental".
Asimismo, la soberanía alimentaria involucra entre otros factores:
"Reconocer y revalorar la necesidad de una agricultura impulsada por campesinos, indígenas y comunidades pesqueras, vinculada con el territorio; prioritariamente orientada a la satisfacción de las necesidades de los mercados locales y nacionales; una agricultura que tome como preocupación central al ser humano; que preserve, valore y fomente la multifuncionalidad de los modos campesinos e indígenas de producción y gestión del territorio rural".
"Que los recursos genéticos son el resultado de milenios de evolución y pertenecen a toda la humanidad. Por lo tanto, debe ser prohibida la biopiratería, las patentes sobre seres vivos, incluyendo el desarrollo de variedades estériles mediante procesos de ingeniería genética. Las semillas son patrimonio de la humanidad. La monopolización por unas cuantas empresas transnacionales de las tecnologías para creación de organismos genéticamente modificados (OGMs) representa una grave amenaza a la soberanía alimentaria de los pueblos. Al mismo tiempo, en virtud de que se desconocen los efectos de los OGMs sobre la salud y el medio ambiente se demanda la prohibición de la experimentación a cielo abierto, producción y comercialización hasta que se pueda conocer con seguridad su naturaleza e impactos, aplicando estrictamente el principio de precaución".
"La soberanía alimentaria implica la puesta en marcha de procesos radicales de reforma agraria integral adaptadas a las condiciones de cada país y región, que permitan a los campesinos e indígenas - considerando a las mujeres en igual de oportunidades - un acceso equitativo a los recursos productivos, principalmente tierra, agua, bosques. Así como a los medios de producción, financiamiento, capacitación y fortalecimiento de sus capacidades de gestión e interlocución"
(CMA:cad).

Reflexiones finales
Uno de los argumentos esgrimidos para impulsar el cultivo de la soja y de otros cultivos transgénicos en nuestro país, es que constituye presumiblemente un medio importante para paliar el hambre. Se trata del mismo argumento utilizado en el debate sobre los organismos genéticamente modificados en general. Los que se oponen a este tipo de argumento señalan las posibles consecuencias que tiene la utilización de OGM sobre la biodiversidad, el medio ambiente, la salud y la alimentación. Pero también está la pléyade de argumentos socioeconómicos que giran en torno de esta problemática, algunas de las cuales presentamos en este trabajo.
La pregunta entonces que surge en nuestro medio podría formularse del siguiente modo: ¿en qué medida el hambre y la pobreza que se manifiesta en el país tiene que ver con la difusión masiva que ha tenido la soja transgénica y con el modelo agroalimentario del cual forma parte?
No cabe duda de que el sector agropecuario argentino ha tenido importantes transformaciones en las últimas décadas, y que la producción de granos, en particular de oleaginosas ha ido en aumento. Los datos censales apuntan a señalar estas tendencias: la soja se ha difundido en forma impresionante, la transgénica, en particular, a partir de mediados de la década de los noventa. Se trata del mismo período en el que aumenta significativamente el hambre y la pobreza en nuestro país. ¿Existe una relación causal entre ambas tendencias? Los defensores de la soja transgénica, la siembra directa y la utilización del glifosfato, se esfuerzan por negar dicha relación causal. Por ejemplo, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa, AAPRESID se esforzó por criticar un documento presentado por Greenpeace Argentina a la Cumbre Mundial sobre la Alimentación que se realizó en la sede de FAO en Roma en el 2002 y que fue titulado: Cosecha record, hambre récord. AAPRESID en un documento niega toda relación causal entre ambos factores. "La crisis argentina no necesita demasiadas explicaciones, es resultado del desacierto político en la conducción del estado en los últimos años lo que ha llevado al país a una desocupación récord y pérdida fenomenal del poder adquisitivo de los salarios que han caído el 30%. En este contexto una población mayoritariamente urbana, sin poder adquisitivo, sin empleo, ha visto deteriorado su capacidad para adquirir alimentos, lo que como lógica consecuencia se acompaña de hambre y desnutrición. Esto ocurre a pesar del aumento de la productividad agropecuaria, y no como consecuencia de ello. Es más, mayor producción significa más alimentos, más exportaciones, más divisas para el país e impuestos via retenciones, que teóricamente van dirigidos a la ayuda social (énfasis nuestro).
Por cierto, según esta perspectiva las razones de la existencia del hambre quedan en gran medida en la nebulosa ("desacierto político en la conducción del estado").
En este trabajo planteamos otro enfoque y otra perspectiva. Focalizamos el análisis sobre las transformaciones operadas en nuestro sistema agroalimentario en los últimos tiempos, y algunas de las consecuencias que tuvo la difusión masiva de la soja transgénica como parte de la implantación de un nuevo modelo agroalimentario.
Los datos censales recientemente dados a conocer -todavía muy parciales- destacan varias tendencias importantes que sí tienen que ver con el debate en cuestión y que nos concierne: a) la expansión fenomenal que ha tenido la soja en nuestro país, y desde 1996 la transgénica; b) la desaparición de una multiplicidad de explotaciones agropecuarias en todo el país y particularmente en la región pampeana, aunque también en provincias como Tucumán, Mendoza y Neuquén; y c) la sustitución de la soja por otros cultivos, los cultivos industriales en el interior, y otras producciones agrícola-ganaderas a lo largo y ancho del país.
Estas tres tendencias están relacionadas entre sí. La reducción sustancial de las explotaciones agropecuarias - concentrada mayoritariamente entre medianos y pequeños productores, ya que el tamaño promedio de la explotación agropecuaria aumenta un 28%- se relaciona, en particular, en la región pampeana, con la expansión fenomenal de la soja transgénica. Asimismo, los productores "sobrevivientes", en particular los medianos y pequeños, se enfrentan con una serie de factores que inciden sobre la pérdida de su autonomía: la necesidad de comprar año tras año la semilla transgénica, así como también los agroquímicos correspondientes que la acompañan a las mismas empresas trasnacionales. La pérdida de la posibilidad de desarrollar opciones posibles, por falta de rentabilidad u otros factores -por ejemplo, la falta de semilla de soja que no sea la transgénica- aparece como otra de las consecuencias más importantes a considerar. El deterioro del suelo al tener que utilizar un agrotóxico de amplio espectro tal como el glifosfato y a la falta de producción de los rastrojos correspondientes es un elemento ambiental adicional a tener en consideración16.
La otra tendencia que nos muestra el censo y que corrobora una serie de estudios parciales anteriores, lo denota la reducción de la producción de los tradicionales alimentos básicos de consumo popular en nuestro medio. La especialización de la soja crece y con ella la pérdida de la diversidad alimentaria, tan importante para proveer una adecuada alimentación variada y nutritiva a la población en su conjunto.
La desaparición de una multiplicidad de explotaciones agropecuarias incide sobre el aumento de la desocupación. Se complementa con la desocupación estructural generada por la concentración y reestructuración en la industria alimentaria, y en la distribución final de alimentos (supermercadismo). Todos estos factores inciden sobre la desocupación, sobre los salarios reales y, por ende, sobre el acceso a una alimentación digna.
Pero también la evolución del modelo agroalimentario incidió sobre los precios y la calidad de los alimentos de consumo popular masivo. A lo largo de la década de los noventa aumentaron los precios de los alimentos más que el nivel general de precios. Esto se vió también en el último año de crisis cuando el precio de la leche y otros alimentos básicos aumentaron más del doble del nivel general de precios. No puede negarse de que sea éste un factor que incide sobre la capacidad de la población de acceder a una alimentación digna. Algunos alimentos básicos, tales como la leche, escasean. En efecto, los procesos de concentración, y la orientación exportadora de muchos de estos productos, inciden significativamente sobre sus precios internos (véase Teubal y Rodríguez, 2002).
¿Puede la soja suplir esa falta de alimentos básicos que en forma creciente se va manifestando en el país? Creemos que no. Porque no tiene las cualidades nutricionales necesarias como para ejercer esa función. La "leche" de soja, no es leche, ni la soja es un producto que puede proveer de una nutrición adecuada a la población. Por más que se haya difundido un nuevo programa denominado de la "soja solidaria", por más que se impulse su consumo entre la población y ahora aparezca como un paliativo para el hambre, por su propia naturaleza no puede resolver el problema del hambre, ni en nuestro país ni en el mundo17.
Según un documento del Foro de la Tierra y la Alimentación que cita expresiones del Foro de Nutricionistas (Foro para un Plan de Alimentación y Nutrición, con el auspicio de UNICEF) presentadas en julio de 2002: "En cuanto al uso de la soja, se recomienda puntualizar cuál es su valor nutricional, su uso adecuado como complementación en el marco de la alimentación variada y completa, y la recomendación de no denominar a la bebida obtenida de la soja (jugo) como "leche" (leche de soja), pues no la sustituye de ninguna manera... es deficitaria en muchos nutrientes, y por su alto contenido de fitatos interfiere en la absorción del hierro y del zinc; tampoco es una buena fuente de calcio... La utilización de soja debe contemplar el impacto ambiental y social, los requerimientos de capacitación para su adecuada utilización y la dificultad para su incorporación en el contexto de la cultura alimentaria (así como también)... las consideraciones nutricionales que desaconsejan el uso en niños menores de 5 años y especialmente en menores de 2 años". Frente a las propuestas "solidarias" de llevar el monocultivo de la producción al "monoconsumo" en la alimentación existen opciones que hacen hincapié en la diversidad nutricional y cultural que ha caracterizado tradicionalmente a la Argentina." (Foro de la Tierra y la Alimentación, 2003)18
Como conclusión, las tendencias que planteamos aquí seguramente incidan sobre los precios de los alimentos básicos y, por ende, sobre los ingresos y salarios reales de la población. Conjuntamente con la desocupación poseen una incidencia significativa sobre el acceso a la alimentación, el hambre y la pobreza. En definitiva el modelo agroalimentario implantado en el país pudo haber contribuído significativamente al hambre y la miseria que se manifiesta en nuestro medio
Señalamos en este trabajo que nuestro país históricamente producía una diversidad de productos y era considerado uno de los graneros del mundo. Ahora, tras las transformaciones de estas décadas, y en particular, con la aparición de la soja transgénica, aparentemente nos estamos transformando rápidamente en una republiqueta sojera, con todas las connotaciones que tal denominación pudiera significar.

Bibliografía
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Notas
* Investigador del CONICET en el Centro de Estudios Avanzados de la UBA. MIembro del Foro de la Tierra y la Alimentación.
1 Para un análisis de las hambrunas en general, y de las de Bangladesh y Etiopía en particular, véase Sen, 1981.
2 En términos de Sen, se derrumbó el acceso a los entitlements alimentarios de la población (Sen 1981 ), entendiendo por éstas las habilitaciones que les permiten a las personas acceder a determinados bienes, en este caso específico, a los alimentos necesarios para cubrir sus necesidades alimenticias básicas. Sen critica el enfoque que plantean la FAO y otros organismos internacionales, que se esfuerza casi exclusivamente por aumentar la producción agropecuaria. Según Sen no existe necesariamente hambre porque faltan alimentos - se trata de una situación palpable en nuestro país- sino porque vastos sectores sociales no pueden acceder a ellos. "Una hambruna es una situación en la que muchas personas no tienen alimentos para comer. Esto es diferente que decir de que no existen disponibilidades alimenticias suficientes en la comunidad". Sin embargo, como veremos más adelante, la disponibilidad de alimentos básicos puede incidir sobre el acceso a la alimentación en particular a través de sus precios.
3 Si bien en 1960 en la Argentina las "propiedades rurales multifamiliares medianas y grandes" (en lo esencial, el latifundio) controlaban más de la mitad de la superficie y produción agropecuaria (en Brasil, Chile, Ecuador y Guatemala controlaban una proporción aún mayor) las "propiedades rurales familiares" ocupaban 45% de la superficie y producían 47% de la producción total, proporciones mayores a la que ocupaban y producían este estrato de explotaciones en otros países de América latina. Asimismo el minifundio ocupaba sólo el 3% de la tierra frente al 17% que ocupaba en Ecuador, y el 14% en Guatemala [Feder 1975 (1971): cuadro 18, pág. 102]. Todo ello indica la importancia relativa que tuvieron en la Argentina los productores de tipo "farmer" y la poca importancia relativa del campesinado tradicional, salvo en regiones extrapampeanas como Tucumán, Misiones, el Chaco, etcétera.
4 Como los hemos destacado agriculturización en el campo argentino no implica necesariamente farmerización (Teubal y Rodríguez: 2002: 126).
5 Friedmann se refiere básicamente al Brasil, pero creemos que su percepción en esta materia es también aplicable a la Argentina. Ambos paises en conjunto se transforman en importantes exportadores de soja a la economía mundial.
6 La superficie destinada a la soja aumentó 81% en el período 1990-1999 mientras que su productividad por ha se mantuvo constante (véase Teubal y Rodríguez, 2002: cuadro 1, pag. 101 sobre la base de datos oficiales). Cabe destacar que a partir del año 1997 aumenta sustancialmente la proporción de soja transgénica en la producción de este rubro, alcanzando en la actualidad casi el 100% de la producción sojera total.
7 Datos parciales del nuevo censo agropecuario dados a conocer a fines de marzo registran una disminución del total de las explotaciones agropecuarias en el país del 24,5% mientras que el tamaño promedio aumentó 28% lo cual refleja la desaparición, fundamentalmente, de las medianas y pequeñas explotaciones.
8 Un elemento esencial que influyó significativamente sobre el sector fue el decreto de Desregulación de 1991, que eliminó de cuajo la serie de organismos que desde los años ´30 regulaban la actividad agropecuaria. De golpe, el sector agropecuario argentino se transformó en uno de los sectores más desregulados del mundo sujetos como ningún otro a los vaivenes de la economía mundial. (Para un análisis de la evolución reciente del sector véase Teubal y Rodríguez, 2002, cap. 7).
9 El sistema agroalimentario argentino se remite a la serie de actividades que involucran la producción, el procesamiento industrial y la comercialización y distribución final de alimentos, orientados tanto al mercado interno como a las exportaciones: incluye el sector agropecuario, las industrias que le proveen insumos, y el procesamiento industrial y la distribución final de alimentos. Este espacio también abarca a los sistema de soporte -los sistemas educativos y científico técnico (incluyendo a la Universidad), los financiamientos, y mecanismos de control de los procesos de comercialización-. El concepto de complejo agroindustrial comprende este ciclo de etapas y características, pero referidos a un producto o conjunto de productos determinados. El complejo configura el subsistema de un sistema más ampio. Por consiguiente, el conjunto de los complejos agroalimentarios conforma la totalidad del sistema agroalimentario (véase Teubal, 1999, 1995; Teubal y Rodríguez, 2002).
10 "En el plano exclusivamente científico existen numerosas incertidumbres respecto de la seguridad de los transgénicos para la salud y el medio ambiente; entre otras, la utilización de genes de resistencia a antibióticos, posibles alergias alimentarias debidas a genes introducidos, la generación de sustancias tóxicas no previstas en las plantas transgénicas, la contaminación por polinización cruzada, el efecto nocivo de los cultivos Bt sobre el resto de los insectos, sobre la materia viva del suelo y la cadena trófica de los ecosistemas, entre otros" (Grupo de Reflexion Rural, 2001: 45-46). Existe también cuestionamientos respecto de los efectos nutricionales de la soja transgénica. Sobre la pérdida de la biodiversidad en el medio rural véase Chauvet y Massieu, 2001; y para el caso argentino, Pengue,2000).
11 En efecto, en la Argentina el promedio de la explotación agropecuaria alcanzaba 470 ha en 1990, mientras que en el mismo año, en EUA., era de 182 ha y en Europa, de sólo 16,5 ha (Basualdo y Teubal, 1998).
12 Encuesta de Mora y Araujo 1997.
13 A comienzos de los noventa durante la presidencia de Menem un alto funcionario de la Secretaría de Agricultura y Ganadería había manifestado que debían desaparecer 200.000 pequeños y medianos productores, que por naturaleza eran "ineficientes".
14 Ya en 2003 comienza a manifestarse la necesidad de importar leche.
15 Existía un acervo lingüístico generado por técnicos, políticos, periodistas y algunos académicos que anunciaba por aquel entonces una verdadera revolución tecnológica que llevaría al país a la producción intensiva, pero que necesitaba de una escala de extensión que dejaba afuera a la mitad de las unidades de explotación. Los supuestos beneficios de ese modelo residía en el aumento de las exportaciones y en la disminución del precio de los alimentos. No obstante, en las ramas de productos alimentarios más concentradas, mientras los precios agropecuarios se mantuvieron o bajaron, los precios de los alimentos subieron en términos relativos, o no bajaron en la medida de lo esperado, al aumentarse los márgenes entre precios mayoristas y minoristas (véase Teubal, 1998). Estas tendencias que afectan a todos los consumidores de alimentos por igual, también alcanzaron como consumidores a los productores agropecuarios y trabajadores rurales.
16 Datos referidos a la provincia de Córdoba (Área de Economia, INTA, Marcos Juárez entre otros) señalan que: "de las seis millones de hectáreas actuales destinadas a la agricultura, en los últimos 30 años se han ocupado más de tres millones y medio de hectáreas que años atrás estaban dedicadas a la producción de carne y leche...No sería tan preocupante este incremento, si la nueva superficie hubiese sido trabajada adecuadamente, con rotación de cultivos, manejados con siembra directa, aportando los nutrientes necesarios mediante la incorporación de fertilizantes según la extracción, y realizando un adecuado manejo de plagas, malezas y enfermedades. Pero esta expansión de la agricultura se dio mayormente, con la realización de monocultivo de soja, con un muy bajo aporte de fertilizantes, que condujo a la degradación física-química de los suelos...El monocultivo de cualquier grano, es perjudicial para la sostenibilidad de un sistema productivo...En el caso particular de la soja, se agrava más aún debido al escaso aporte de rastrojos, que favorece a los procesos erosivos"(Ings. Agrs. Salinas, Martellotto, Giubergia, Salas y Geólogo Lavera, Ambito Financiero, 19 de marzo, 2003)
17 Como la soja argentina se exporta casi en su totalidad, frente a los reparos que tienen muchos países en permitir el ingreso de los OGMs, diversas organizaciones locales se están empeñando en "incorporar la soja como un nuevo hábito en el consumo de alimentos para la población". De allí la campaña de la "soja solidaria" que "busca legitimarse ante la sociedad como ´socialmente responable´ al donarse el 1 por mil de su producción para esta finalidad."
18 Esta declaración no toma en cuenta los posibles efectos colaterales que puede tener el consumo de la soja "transgénica".

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