Sector agropecuario - Oscuro panorama ¿y el futuro?

Realidad Económica 177 [b]Horacio Giberti* [/b] [i]La Argentina se caracteriza por acentuadas diferencias ecológicas entre la región pampeana y el resto del país, cuyo resultado es la gran ventaja competitiva natural de la primera. En este artículo se reseña un conjunto de índices económicos que muestran la paradoja de fuerte aumento en la producción acompañado por merma y mala distribución regional y social del ingreso. La conclusión es que como consecuencia de una política que subordina lo social a lo económico, una minoría está en condiciones de seguir produciendo, pero una gran mayoría empeora paulatinamente. El futuro dependerá de que no se lo considere inexorablemente limitado por las circunstancias actuales, sino que se encare con un activo criterio transformador, regido por principios básicos de verdadera libertad económica y equilibrada distribución del ingreso.[/i]

Criterios de análisis

Pese a su generalizado uso como medidor de la economía, el producto bruto a precios constantes de un determinado año no refleja adecuadamente la situación. Al mantener constantes los precios, más que cuantificar por su verdadero monto monetario la riqueza generada, mide en realidad su volumen físico. Una expresión mucho mejor de esa riqueza la proporciona el producto bruto a precios corrientes, deflacionado si fuere necesario.

Unas pocas cifras así lo demuestran. Entre 1998 y 1999 el producto bruto agropecuario a precios constantes de 1993 se mantuvo prácticamente igual (14.632 millones de pesos y 14.636, respectivamente), lo cual pintaría una situación sectorial estable; pero a precios corrientes (los de la economía real) cayó nada menos que 24 % (de 15.275 millones a 11.650), indicando una muy crítica situación. Lo señalado constituye una verdad de perogrullo, pero muchos de los análisis económicos la pasan por alto y utilizan la poco representativa expresión del PIB a precios constantes.

Quedan otras reflexiones por hacer. El producto bruto expresa la riqueza generada, pero no su distribución; para representar el bienestar general, no basta un indicador tan global. Entre 1991 y 1999 el producto bruto argentino a precios corrientes creció 26 % , pero se verifica una desocupación sin precedentes y un fuerte crecimiento de la pobreza, que muestran la inequitativa distribución del ingreso. En otras palabras, la riqueza no se distribuyó adecuadamente entre los factores de la producción: el capital absorbió una parte excesiva, en detrimento del trabajo. No se trata de consecuencias imprevistas y no deseadas de un modelo, sino de consecuencias lógicas pues constituyen parte esencial de tal modelo.

Nuestro criterio rector de análisis parte de considerar al hombre como autor de sus propios destinos, y a la sociedad como un conjunto humano solidario que debe apuntar a un bienestar colectivo sostenible. Mediante el esfuerzo individual, encauzado por los lineamientos generales que establezca la sociedad a través del estado, los hombres buscan lograr sus objetivos.

La producción agropecuaria resulta de acciones humanas realizadas sobre determinados ambientes naturales: diversas estructuras agrarias conformadas sobre ciertos ámbitos ecológicos. La analizaremos aplicando el marco conceptual antedicho.

Bases ecológicas

Por lo menos por ahora, la porción antártica del territorio argentino carece de aptitud agropecuaria. En la porción continental americana, a muy grandes rasgos se destaca notoriamente la región pampeana: casi 60 millones de hectáreas contenidas aproximadamente en un territorio delimitado por un radio de 550-600 kilómetros con centro en la Capital Federal. Sus limitantes naturales son, hacia el norte, temperaturas demasiado altas para vegetación y ganados de clima templado y hacia el oeste, humedad insuficiente para que esas plantas y animales prosperen sin riego. Hacia los restantes rumbos los límites quedan marcados por la frontera nacional.

Dicha región constituye un hecho singular en el mundo. No existe otra de magnitud similar con tales aptitudes predominantes: suelos loésicos fértiles con muy poca pendiente, lluvias adecuadas en cantidad, sin estación seca marcada, estaciones térmicas bien diferenciadas pero no en modo excesivo. Por tanto, las lluvias no lavan los suelos, no hay mucho peligro de erosión hídrica, la vegetación no interrumpe su crecimiento en ninguna estación, es factible mantener todo el año el ganado a campo, y resultan posibles tanto cultivos de invierno como de verano. Tan excepcionales condiciones ecológicas se dan en tierras de muy bajo valor relativo: una hectárea pampeana con aptitud agrícola cuesta cuanto mucho 3.000 dólares, contra 4.700 en Australia, 7.000 en Estados Unidos y 280.000 en Japón1.

En resumen, las producciones agropecuarias pampeanas gozan de una gran ventaja competitiva natural respecto a sus similares del resto del mundo. Sin perjuicio de que factores empresariales la aumenten, se parte de un "piso natural" altamente favorable. Si bien notables adelantos técnicos tienden a aminorar esas grandes ventajas naturales, todavía falta bastante para neutralizarlas. En cambio, de "tranquera afuera" no ocurre lo mismo: la diferencia de precio en origen y precio en puerto no favorecen a la Argentina, por deficiencias de infraestructura.

No corresponde hablar de ventajas agropecuarias "argentinas"; tal concepto debe circunscribirse a la región pampeana, nada despreciable visto sus casi 60 millones de hectáreas, pero apenas una quinta parte de la porción americana del territorio argentino. En el 80 % restante pueden distinguirse por lo menos cuatro grandes regiones. El noreste, con temperaturas más altas que la región pampeana y altas precipitaciones al este, que merman hacia el oeste, siempre con marcada estacionalidad. El noroeste participa de las altas temperaturas, agravadas por la paulatina disminución de precipitaciones hacia el poniente, que tornan obligatorio el riego para las actividades agrícolas. Cuyo se caracteriza también por bajas precipitaciones, con temperaturas no tan altas como las del norte, pero superiores a las pampeanas. Por último la Patagonia -salvo una franja cordillerana- acumula escasas lluvias, bajas temperaturas y fuertes vientos. En todo el oeste árido, la falta de humedad provoca gran amplitud térmica entre verano e invierno, entre día y noche, lo cual a veces constituye un factor adverso, pero en ocasiones permite ciertos cultivos estivales de ciclo corto.

Estas áreas extrapampeanas tienen poca o ninguna aptitud agropecuaria para producciones de clima templado, pero permiten otras, claro que sin la superioridad mundial que caracteriza a la región pampeana. Más que sobre factores naturales, su competitividad se apoya especialmente sobre los empresariales y estatales.

Consecuencias económicas de las diferencias ecológicas

Entre otras consecuencias económicas de los factores naturales reseñados, surge con claridad la injusticia de un tipo único de cambio. El suficiente para permitir las exportaciones pampeanas resultará insuficiente para las extrapampeanas; a su vez, el adecuado para éstas significará un premio excesivo para las pampeanas, pagado por toda la población ya que la mayoría de los productos exportables constituyen bienes salario. Como se verá más adelante, a las diferencias naturales extrapampeanas se suman deficiencias estructurales que tornan más imperiosa aún la necesidad de tipos de cambio diferenciales, incluidos en programas integrales, para procurar un desarrollo nacional armónico.

También las diferencias ecológicas explican buena parte de nuestra historia económica. Desde los tiempos coloniales la región pampeana se constituyó en abastecedora a bajos precios de una creciente demanda europea, insatisfecha por sus propias producciones de alimentos y de materias primas exigidas por la expansión industrial. Primero fueron cueros, luego lanas, posteriormente granos y carnes.

Tales demandas fomentaban las producciones pampeanas, cuyas ventajas naturales, a más de favorecer la producción propiamente dicha, facilitaba su transporte, por la predominante horizontalidad de sus tierras carentes de accidentes geográficos de envergadura, que permitieron un fácil tendido de vías férreas; todo complementado por la adyacencia de esa región a los puertos de exportación. El resto del país quedó marginado; aun zonas como Tucumán, cuyo valor de producción agropecuaria en 1874 duplicaba al de Buenos Aires2, pasó a un muy segundo plano pese al desarrollo azucarero.

Se configuró así el conocido modelo agroexportador, con su obligada contraparte de importaciones de productos industriales, combustibles y hasta productos agropecuarios ajenos a granos y carnes. Poco cambió con el tiempo: hoy la región pampeana genera casi el 80 % del producto bruto interno, el 75 % de las exportaciones de origen agropecuario (primarias más manufacturadas), y una muy poco menor proporción del total exportado
Nuestra demografía muestra las huellas del proceso. Las provincias que hoy contienen la región pampeana albergaban hacia 1810 el 33 % de la población del actual territorio argentino, en 1869 representaban el 54 % y en 1914 ya exhibían en plenitud la pauta que continuaría después: absorbía el 74 %, con fuerte concentración urbana (especialmente Capital Federal y alrededores) y baja densidad en el medio rural pampeano, debido al predominio de actividades agropecuarias extensivas y mecanizadas.

Desarmonías regionales

Ecológica y económicamente, cabe, entonces hablar de dos Argentinas agropecuarias. Con máxima simplificación, nuestra unidad política nacional encierra por lo menos dos ámbitos muy distintos: uno de excepcional aptitud para producciones de clima templado, y otra sin mayores ventajas internacionales. La misma eficiencia empresaria lograría muy distintos resultados en una u otra de esas dos Argentinas, políticamente imaginarias, pero económicamente reales debido al modelo de desarrollo histórico.

El cuadro Nº 1 destaca en primer término la enorme y creciente concentración del crédito -vale decir de la economía- en la región pampeana, tanto para el agro como para los demás sectores. En cuanto a la cartera denominada anormal (no incluye el rubro "en mora y con arreglos", en rigor no normal), dentro de un preocupante panorama general se advierten profundas diferencias sectoriales y regionales. El sector agropecuario muestra mucho peor situación que los otros sectores, y tal aspecto se agrava para las áreas no pampeana. El año 2000 comenzó con una cartera agraria pampeana con 22% de morosidad, pero las extrapampeanas acusaban 39 %. Los índices resultan muy preocupantes, tanto para los deudores como para la banca acreedora; como término de comparación basta recordar que históricamente la morosidad agropecuaria apenas llegaba al 4 % ó 5% y era algo menor que la correspondiente al conjunto de los demás sectores.

Cuadro nº 1. Saldos de préstamos de bancos y cajas de ahorro, a fin de año (en %)

Año y región Total sectores y país Sector agropecuario (1) Restantes sectores
% del total % cartera % del total % cartera % del total % cartera
préstamos anormal (2)) préstamos anormal (2)) préstamos anormal (2))
1990.Total país 100 16 100 23 100 16
Reg. pampeana (3) 78 13 70 13 79 19
Resto del país 22 27 30 47 21 25
1992.Total país 100 16 100 20 100 15
Reg. pampeana (3) 73 14 73 14 78 19
Resto del país 27 22 27 36 22 Ojo
1996.Total país 100 17 100 26 100 16
Reg. pampeana (3) 87 15 81 25 88 14
Resto del país 13 28 19 35 12 27
1997.Total país 100 14 100 23 100 13
Reg. pampeana (3) 88 13 81 21 88 12
Resto del país 12 23 19 33 12 21
1998.Total país 100 12 100 19 100 12
Reg. pampeana (2) 90 11 82 16 90 10
Resto del país 10 24 18 29 10 23
1999.Total país 100 15 100 25 100 12
Reg. pampeana (3) 89 12 83 22 89 11
Resto del país 11 25 17 39 11 23

(1) En algunos períodos incluye caza, pero la cantidad es muy poco significativa
(2) Incluye "En mora y con arreglos"
(3) Por razones estadísticas no se refiere estrictamente a la región, sino a las jurisdicciones políticas que la albergan: Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa y Santa Fe.
Fuente: elaboraciones propias de cifras del Boletín Estadístico del Banco Central de la República Argentina y del Informe Económico del Ministerio de Economía.

No está de más agregar que cifras del Banco Central -no incluidas en el cuadro- muestran además el fuerte predominio de la banca oficial en el crédito agrario (oscila alrededor del 60 %). A tal importancia debe agregarse, que dichos bancos se caracterizan por ofrecer mejores condiciones de pago y por contemplar incumplimiento en esos pagos. Ello desaconseja cualquier intento privatizador, que agravaría los problemas agropecuarios y despojaría al estado de un valiosísimo instrumento para fomentar producciones y atender situaciones críticas.

La misma fuente permite verificar la muy distinta dirección del crédito. Al comparar 1999 con el promedio del trienio 1992-1994, surge que el sector agropecuario recibió 34 % más de financiamiento, con altibajos a través de los años, mientras para los restantes sectores el incremento llegó al 69 % y siempre estuvo en ascenso.
Existen desarmonías aún mayores. Las explotaciones con límites indeterminados (expresión de tenencia precaria, incapaz de originar verdaderas unidades económicas) sirven como indicadores de freno para el desarrollo. Su concentración en ciertas áreas no pampeanas (cuadro Nº 2) identifica bolsones de pobreza rural que configuran nuestro "tercer mundo" agrario, inserto en el panorama general del relegamiento extrapampeano. Así lo indican los muy superiores promedios pampeanos de superficies implantadas y de tamaño de los rodeos vacunos; y lo confirman la supremacía extrapampeana en caprinos, el "ganado de los pobres". Cabe agregar que el 69 % del ganado caprino se encuentra en explotaciones con límites indefinidos.

Cuadro Nº 2. Las tres Argentinas agropecuarias (datos de 1988)

Concepto Provincias pampeanas Provincias no pampeanas
Menos atrasadas Más atrasadas (zonas por grado de atraso)
Explotaciones con límites deterrminados 188.190 190.167 41.762
Explotaciones con límites indeterminados* 1.102 - 41.762
Hectáreas implantadas por explotación 130 23 1,3
Vacunos por explotación 194 50 22
Ovinos por explotación 32 78 37
Caprinos por explotación 1,3 5,5 57
Ocupados permanentes (familiares y no fam.) 456.372 483.450 90.189

* Concentradas especialmente en: campos comunales de Catamarca y La Rioja, tierras fiscales de Jujuy, Río Negro y Neuquén, y tierras privadas de Salta y Misiones.
Fuente: Censo Nacional Agropecuario de 1988 (con elaboraciones propias).

El peso social del subdesarrollo queda dramáticamente expuesto por la cantidad de personas ocupadas, cuya mayor parte trabaja en las zonas extrapampeanas; como esa mayoría genera apenas una cuarta parte de la producción agropecuaria, puede colegirse fácilmente su mucho menor ingreso medio, con correlativo bajo nivel de vida.

Cabe señalar que la discriminacuión de producciones por áreas da idea de la distribución territorial de tales producciones, pero no refleja la verdadera distribución regional del ingreso. Éste resulta muy inferior al aporte a la producción, pues no son pocas las grandes empresas agropecuarias con sede en Buenos Aires, donde se reciben las ganancias, se adquiere buena parte de los insumos y reside su plana mayor.

El censo agropecuario que debería haberse realizado en 1998, hubiera permitido cuantificar la actual estructura agropecuaria y verificar el progreso o retroceso habido. Por ahora, las antedichas estadísticas sobre créditos inducirían a prever una evolución poco feliz .

Transformaciones estructurales

Comentario muy especial merece lo referente a la cantidad de explotaciones agropecuarias, que viene disminuyendo ininterrumpidamente desde 1960 para la región pampeana, pero no en el resto del país, con paralela merma de población rural. Como punto básico debe señalarse que cuando la tierra apta está totalmente ocupada -caso pampeano- una disminución resulta lógica y conveniente, pues refleja el aumento en la superficie posible de trabajar por el productor para los mismos rubros producidos, en virtud de cambios técnicos, generalmente ahorradoras de mano de obra. Si en cambio predominara un pase a formas más intensivas de explotación, podría llegarse hasta mantener el nivel de población económicamente activa, nunca a absorber su natural crecimiento, con el consiguiente éxodo rural. De ahí la imperiosa necesidad de complementar el desarrollo agropecuario con el de otros sectores económicos, so pena de provocar desocupación o excesivo éxodo.

El quid de la cuestión radica en determinar si dichos procesos se mantienen dentro de límites razonables o si los exceden. Las pocas cifras disponibles indican que ocurre lo último, debido a problemas estructurales que traban el pase hacia formas más intensivas de producción, o por adopción indiscriminada de tecnologías inadecuadas, cuyo objetivo fundamental no apunta a incrementar ingresos sino a disminuir demandas de trabajo. Además, la irrestricta y abrupta apertura económica condujo a desindustrializaciones locales, que agravan el desempleo y el éxodo.

La disminución de explotaciones pampeanas excede lo razonable y adquiere características patológicas. La falta de cifras oficiales obliga a recurrir a fuentes privadas. Una investigación realizada por Mora y Araujo y Asociados3 en casi toda la región pampeana concluye que en apenas 5 años (1992-1997) la cantidad de explotaciones se redujo en 31 %. Tan acelerado ritmo no se observa ni remotamente, por ejemplo, en Estados Unidos o Europa.

Las áreas no pampeanas, cuya tierra no está plenamente ocupada, requerirían mayor análisis. Su menor movilidad productiva podría indicar tanto insatisfactoria falta de innovación, como reemplazo de formas muy extensivas de explotación, o puesta en producción con rubros tradicionales de tierras antes no explotadas, o casi inexplotadas. El primer proceso -posiblemente predominante- es negativo; los otros resultarían positivos, aunque mejor sería incorporar nuevos rubros que diversificaran la producción.

No se trata sólo de cantidad de explotaciones, sino también de su tendencia evolutiva. Las explotaciones minifundistas pampeanas representaban el 36 % del total en el censo de 1969, pero bajaron a 29 % en el de 1988; en cambio las extrapampeanas pasaron de 53 % a 61 %4. La estructura mejoró en un caso pero empeoró en el otro, llegando a niveles que imposibilitan el acceso a una sana economía.

En todo el país existían en 1988 casi 195.000 explotaciones minifundistas, que motivaron hace algunos años una lapidaria sentencia de un alto funcionario de Agricultura y Ganadería: debían desaparecer 200.000 minifundistas, es decir, redondeando cifras, la totalidad del sector. Tan paradigmática expresión de capitalismo salvaje, que determina metas ignorando gente, pareció orientar la política oficial de "estado ausente", hasta que ciertos altos estamentos extranjeros sostenedores de tal política, emitieron contraórdenes, alarmados por las consecuencias sociales del modelo. Nacieron así organismos oficiales específicos, para aliviar los problemas del minifundio y procurar su transformación en unidades de escala mayor o de producción más intensiva, plausible pero modesta intención, ya que los entes oficiales asisten a poco más de 56.000 productores, que junto con los apoyados por los no gubernamentales no alcanzan a sumar 62.4005. Además, el presupuesto para 2001 prevé disminución en las partidas correspondientes a tales entes gubernamentales.

A más de concentración de las explotaciones existe una fuerte concentración de la propiedad, no tan fácilmente identificable. Los censos agropecuarios registran explotaciones, no propiedades; los catastros sí las registran, pero van perdiendo transparencia por el constante incremento de las personas jurídicas, especialmente sociedades anónimas, en detrimento de las personas físicas Así la tierra puede cambiar de dueño real sin cambios catastrales; por simple venta del paquete accionario habrá cambio real de dueños, pero catastralmente la propiedad continuará a nombre de la mismas sociedad anónima. En igual forma no visible puede concentrarse la propiedad, creando sociedades anónimas que manejan el paquete accionario de otras varias sociedades anónimas poseedoras de tierra. También se puede subdividir artificialmente la tierra, distribuyéndola entre varias sociedades anónimas dependientes de otra central.

Mediante sociedades anónimas también se disminuye apreciablemente la presión impositiva inmobiliaria, eludiendo la progresividad de las tasas. Basualdo y Khavisse6 han documentado ampliamente los efectos para la provincia de Buenos Aires, Martínez y Pucciarelli7, lo precisaron para un ámbito más reducido de dicha provincia, el partido de Pergamino.
El proceso se cumple especialmente en la región pampeana. El censo nacional agropecuario de 1937 registraba allí 97 % de explotaciones manejadas por personas física y menos de 2 % conducidas por sociedades8; las respectivas cifras censales de 1988 eran 69 % y 30 %; pero si en lugar de explotaciones consideramos su extensión, las sociedades manejan más del 58 % de la tierra (aproximadamente 22 % las formales y 27 % las de hecho). Con posterioridad debe haberse incrementado la concentración.

Como agravante, existe un serio proceso de desnacionalización de la tierra: entre esas sociedades anónimas se destacan grandes inversores extranjeros. El caso más notorio es el del magnate George Soros quien por vía de Cresud S.A. centraliza el manejo de 21 campos con 404.790 hectáreas, y promete continuar su expansión; por su parte el australiano John Kahlbetzer, vía Liag S.A. adquirió 110.000 hectáreas. Roberto Navarro9 resume que cuatro propietarios, extranjeros o con fuertes vínculos foráneos, poseen dos millones de hectáreas, superficie similar a la de Bélgica.

También se han desarrollado grandes explotaciones no propietarias de tierra, bajo la forma de fondos de inversión o de grupos de siembra. Los primeros constituyen una figura jurídica especifíca y alcanzan gran envergadura; los segundos, de menor magnitud pero no modestos, son agrupaciones más circunstanciales, regidas por convenios privados. Ambos se basan sobre economía de escala, buen asesoramiento técnico y orientación especulativa. Por eso esencialmente cultivan granos (de ciclo anual) en tierra arrendada por una sola cosecha, en grandes lotes repartidos por distintas zonas (para compensar riesgos climáticos) y mediante contratistas de maquinaria. Dado su carácter especulativo, buscan liquidez y por eso carecen virtualmente de capital agrario fijo.

Actúan orientados por profesionales especializados y con tecnología superior al promedio, pero trabajar tierra ajena mediante contratos breves, arroja dudas sobre su interés por la conservación de los recursos. Sin despreciar su manejo tecnológico, posiblemente buena parte de su rentabilidad dependa de operar con grandes volúmenes de producciones y de insumos, que posibilitan imponer condiciones y lograr mejores precios.

Su crecimiento ha sido explosivo: se estimó que hacia fines de 1997 existían 79 empresas pampeanas de ese tipo, con 600.000 hectáreas, de las cuales 200.000 correspondían a fondos de inversión. Pero cuando ya se las proclamaba como paradigmas de un casi infalible nuevo sistema productivo, la fuerte caída de precios del ciclo 1997/98 y ciertas adversidades meteorológicas quebraron su tendencia ascendente y abrieron dudas acerca de esa pretendida infalibilidad.

De cualquier manera, debe estudiarse seriamente en qué medida su lucro empresarial armoniza con los intereses permanentes de la sociedad. Aparte de su posible desinterés por la conservación de los recursos, su carácter puramente especulativo no asegura permanencia en la actividad ni en la zona; una variación desfavorable en los precios relativos los orientará de inmediato hacia cualquier otra actividad y abandonarán la zona o la producción. En resumen, no aportan estabilidad a las economías locales, sino que aceleran y acentúan los ciclos y fluctuaciones económicas. Tampoco provocan mayor expansión, como se verá más adelante.

Existen profundas diferencias entre los grandes propietarios de antaño y hogaño. El clásico terrateniente pampeano era rentista (daba su tierra en arrendamiento o aparcería a chacareros) o se dedicaba por su cuenta a la ganadería, no siempre con adecuada eficiencia (por ejemplo, insuficiente uso de pasturas implantadas) y frecuentemente tomando tierra de aptitud agrícola, o sea subutilizándola, en desmedro de la economía nacional
Los nuevos grandes propietarios, como las antevistas nuevas formas de gran explotación especulativa, buscan alta rentabilidad de sus capitales mediante elevadas productividades. En buena medida el cambio se debe a un fuerte incremento de la presión impositiva sobre la tierra, que torna oneroso subutilizarla. En la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, la imposición por hectárea (medida en pesos de valor constante) se multiplicó por más de siete en sólo 11 años (1973-1984). La mera tenencia de tierra dejó así de constituir una buena forma pasiva de conservar riqueza a salvo de la inflación. Además, una mucho mayor integración y movilidad de los factores económicos creó más opciones reales a las inversiones (incluso reducirlas a dólares), lo que estimuló la búsqueda de mayor rentabilidad comparativa.

Las diferencias de las actuales grandes empresas con sus antecesoras, no bastan para considerarlas muy convenientes desde un punto de vista nacional. Por un lado, las grandes adquisiciones de tierra por extranjeros no dejan de afectar el poder nacional de decisión; por otro, desequilibran la estructura social agraria. porque provocan su polarización al desplazar al estrato de productores medianos y pequeños, base de la clase media rural. y principal diferencia de nuestro campo con casi todo el resto de América latina.

Una vez más los censos agropecuarios muestran los efectos del cambio, expresados por una fuerte salarización: en 1937 la región pampeana contaba con 22 asalariados permanentes por cada 100 colegas familiares, pero en 1988 la relación había trepado nada menos que a 204 asalariados sobre 100 familiares. La menor incidencia de la gran empresa en las regiones extrapampeana se tradujo en que las respectivas relaciones pasaron de 29 a 74. Por eso resulta grato oir al secretario de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación Dr. Berhongaray llamando a "comprender la importancia de la familia rural"10, aunque el ya comentado recorte presupuestario a los planes sociales no parece indicar comprensión por parte del propio gobierno.

Conviene señalar que en nuestro ámbito rural, a diferencia del urbano, la casi única actividad económica es la agropecuaria, por lo cual las estructura social agraria es absolutamente predominante. Si unas pocas grandes empresas agropecuarias sustituyen a muchos medianos y pequeños productores, podrá en el mejor de los casos hablarse de mayor rentabilidad empresaria, pero lograda a costa de menor demanda de trabajo y de nociva polarización en la estructura social, con fuertes repercusiones en la forma de vida y en el desarrollo urbano de la propia área. Tampoco las grandes empresas agropecuarias aportan mucho al sector urbano de las zonas donde se hallan, porque generalmente operan mediante una central en Buenos Aires o alguna otra gran ciudad. Hacia allí van los beneficios y de allí provienen sus compras más significativas. En definitiva, muy poco del valor agregado queda en las zonas donde se radican grandes explotaciones. La gran empresa urbana no provoca el mismo efecto social, o éste queda muy amortiguado por el mayor abanico de posibilidades empresariales y laborales, que abren campos nuevos a las empresas desplazadas.

La comercialización de productos agropecuarios no permaneció ajena al proceso general de concentración y los productores consideran que exportadores e industriales van a quedarse con la mayoría de las plantas de acopio. La tendencia se ve favorecida por el retroceso del movimiento cooperativo poco favorecido por el modelo económico imperante. Aun en los renglones como el almacenamiento de granos, en los cuales el cooperativismo alcanzó quizá su mayor peso, éste no iguala al logrado en otros países: nuestros productores y sus cooperativas controlan 44 % de la capacidad de almacenamiento, contra 68 % a 74 % registrado en Canadá, Estados Unidos o Francia.

Como resultado final de la reseñada polarización, grandes explotaciones con costos relativamente bajos aportan hoy una parte muy importante de la producción agropecuaria, mientras la mayoría de los productores pasa por estrecheces económicas y financieras, que terminan por quebrarlos. Ello explicaría la fuerte desarmonía entre los precios de los granos y de la tierra; por ejemplo, entre 1996 y 1999 la soja disminuyó 44 % su precio, pero según Malabia Negocios Rurales11, la tierra sojera cuadruplicó el suyo.

Efecto de los cambios estructurales

Corresponde señalar el importante papel que jugó el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), fundado en 1956, que unos años después, ya estructurada y materializada su red de servicios y su plantel de técnicos bien remunerados y con dedicación exclusiva, comenzó a recuperar la perdida posición agropecuaria argentina. Su actividad integral abarcaba investigación, experimentación, extensión y apoyo a la formación de jóvenes y amas de casa. Fue ofreciendo al agro en general su aporte de nuevas y probadas técnicas, y constituyó la puerta de acceso a la innovación tecnológica para pequeños y medianos productores.

El campo se encontró así bien ubicado para encarar la modificación que comenzó en la década de los setenta. La adopción de nuevas técnicas se aceleró y desembocó en un gran cambio tecnológico, posiblemente por influencia de la soja, -cultivo nuevo necesitado de buen y nuevo manejo-, de la posibilidad de cultivarla sobre rastrojo de trigo en el mismo año agrícola, y del imperioso uso de semilla híbrida o muy mejorada y agroquímicos
Pese a la caída del año último, durante la década pasada las ventas de fitosanitarios se triplicaron y las de fertilizantes casi se cuadruplicaron, impulsadas por la agricultura pampeana, provocando profundo cambio en la estructura regional de la demanda, que otrora provenía fundamentalmente de los cultivos intensivos extrapampeanos, pero ahora surge abrumadoramente de los granos pampeanos.

El productor enfrentó un cúmulo de cambiantes y sucesivas novedades que debían ser transferidas por técnicos especializados; la experiencia vivida contaba cada vez menos. Lamentablemente el INTA, desatendido presupuestariamente e influido por la política económica dominante, no pudo mantener su papel protagónico, en desmedro de la orientación nacional de la tecnología y de la capacitación de medianos y pequeños productores. Así pueden difundirse técnicas que no corresponden adecuadamente a las necesidades nacionales y son de más difícil adopción por los pequeños y medianos productores.

Tan profundos cambios tecnológicos aumentaron fuertemente la productividad y provocaron menores costos por unidad producida, pero mucho más altos costos por unidad de superficie utilizada. Ello aparejó la consiguiente exigencia financiera y una mayor vulnerabilidad ante circunstancias adversas. Antaño un chacarero que perdía una cosecha podía subsistir hasta la siguiente afrontando poco más que sus gastos de subsistencia; hoy igual adversidad o una merma sensible de producción provocan falta de fondos para afrontar la compra de insumos indispensables para la siguiente campaña, y dificultades financieras debidas a las compras a crédito. Adquiere entonces mayor importancia la asistencia crediticia y se ahonda la diferencia entre grandes y pequeños productores respecto del riesgo financiero.

Los indicadores globales de productividad marcan gran progreso de los granos pampeanos: en 15 años su producción media por hectárea aumentó 50 %12, con acentuado impulso en el último quinquenio, que registró una mejora del 29 %. A ello se debe el fuerte incremento del producto bruto proveniente de la agricultura, señalado al principio. Distinta situación ofrece la ganadería; se carece de buenos indicadores de la productividad pecuaria, pero los sustitutos disponibles acusan fuerte estancamiento. La carga ganadera (unidades ganaderas por hectárea de pasturas utilizadas) permaneció casi invariable desde el censo de 1937 hasta el de 1988: alrededor de una unidad ganadera por hectárea para la región pampeana y de 0,2 para el resto del país; la relación producción de carne-existencias ganaderas tampoco mejoró sus promedios durante dicho período.
Pero los indicadores globales de tecnificación enmascaran el comportamiento diferenciado de los distintos actores sociales. El censo de 1988 incluye interesantes cuadros que muestran el grado de utilización de diversas técnicas según tamaño de las explotaciones. En todos los casos resulta claro el mayor uso de mejores técnicas en las explotaciones de más tamaño; la causa habrá de buscarse en la diferente posibilidad de capacitación, en problemas financieros y en la escasa o nula atención que prestan los vendedores de insumos a los productores pequeños. Las áreas con mayor predominio de minifundistas y pequeños productores, como las extrapampeanas, fueron quedando cada vez más relegadas.

El mercado de tractores continúa animado fundamentalmente por las actividades extensivas pampeanas, pero muy modificado por la concentración de las explotaciones. Se redujeron mucho las ventas totales, afectadas por la situación de los pequeños y medianos productores, pero se robusteció la demanda por unidades de gran potencia. Tres décadas atrás la potencia media de los tractores vendidos rondaba los 50 CV; hoy se sitúa en 120 CV13 y va creciendo la importancia de los "doble tracción", que duplican esa potencia; lógicamente la oferta de implementos se adecua también a la potencia de los tractores. Como resultado final, los productores medianos y pequeños encuentran crecientes dificultades para renovar adecuadamente su equipamiento y mantener su eficiencia empresaria.

Hubo, en definitiva, fuertes cambios estructurales en la región pampeana, que se reflejan en la estructura de los costos; su adecuada valoración ayuda a comprender los problemas del sector. La acelerada tecnificación provocó fuerte aumento en los costos por hectárea -casi todos costos fijos-, antes poco significativos. Como ello derivó en fuerte aumento de la producción por unidad de superficie, hubo en cambio apreciable disminución en los costos por unidad producida. En consecuencia, aumentaron las ganancias, pero debió disponerse de mucho más capital -tanto fijo como circulante-. Cobra así mucho más importancia el crédito y aumenta el riesgo de exposición a factores que disminuyan la producción.

Ahora, a diferencia de antes, una mala cosecha provoca serios problemas financieros, pues quedan sin cubrir altos costos por hectárea, antaño muy inferiores. Por carencia de adecuada cobertura de seguros, el productor mediano y pequeño, con menor capacidad financiera, afronta más dificultades que los grandes productores, que poseen mayores recursos financieros y gozan de fácil acceso al crédito. No en vano se advierte ahora fuerte interés por un seguro agrícola integral, hasta hace poco ignorado en los reclamos del sector.

Ante los procesos comentados, las corporaciones agropecuarias reaccionan en forma generalmente diferenciada, que traslucen sus distintas composiciones sociales. La Sociedad Rural Argentina, expresión tradicional de los más grandes productores y terratenientes apoyó decididamente la política económica del gobierno menemista, festejó el desmantelamiento de los organismos oficiales regulatorios y destacó los aumentos de producción, pero parece ignorar la crecientemente inequitativa distribución del ingreso y del empleo. En cambio la Federación Agraria Argentina, clásica representante de pequeños y medianos productores, hizo hincapié en el creciente relegamiento de esos estratos, con sus consecuencias sociales, y protestó por el "estado ausente". Confederaciones Rurales Argentinas, representante de medianos a grandes productores, con vacilaciones y ambigüedades se alía a una u otra de las antedichas, mientras la Confederación Intercooperativa Agropecuaria (CONINAGRO), también con vacilaciones y ambigüedades, prefiere alinearse con la Federación Agraria Argentina. La característica común a todas consiste en insistentes reclamos por medidas de efecto inmediato (precios, impuestos, créditos) sin ubicarlas en un adecuado contexto de mediano y largo plazos.

La anteriormente señalada polarización sectorial explica bastante tal disparidad de conductas. Una mayoría de productores están cada vez más insatisfechos, mientras una minoría de grandes no sufre mayores problemas, pero fuertemente presionados por los otros y como, en definitiva, las medidas coyunturales que reclaman los pequeños también favorecen a los grandes, éstos terminan por apoyar las protestas, aunque generalmente con menor contundencia, y olvidando que protestan por lo mismo que ayer alabaron.

Hacia un futuro propio

Las perspectivas -visión probable del futuro- pueden elaborarse según criterios pasivos o activos. Los primeros suponen aceptar como poco modificables los factores estructurales y coyunturales exógenos y endógenos imperantes; los segundos implican actuar sobre ellos para modificarlos en determinado sentido. Dichas modificaciones, deben provenir de la voluntad expresa de la sociedad (planeamiento democrático), para no quedar libradas a "la mano invisible" del mercado (en realidad decisiones de los agentes sociales con mayor poder económico).

Los problemas no se resuelven con voluntarismo, sí con voluntad y capacidad; el progreso nunca se alcanzó aceptando todos los condicionamientos imperantes; las realidades de hoy son en buena parte utopías del ayer. Desarrollo implica materializar la voluntad social mayoritaria, no imposiciones de ocasionales caudillos o de iluminados grupos minoritarios. Los proyectos serán tanto más realistas cuanto más información y conciencia posean los actores y ejecutores del cambio.

El poco satisfactorio cuadro actual no puede ser modificado por acciones individuales o grupales exclusivamente referidas a lo agropecuario, carentes de claros objetivos de corto y largo plazos, y ubicadas en un contexto nacional. Como su modificación dependerá del tipo de sociedad deseada, se requieren acciones estatales mayoritariamente reclamadas, socialmente justas y económicamente racionales, que apunten a un país integrado, cuyas diferencias regionales podrían reflejarse en diversidades productivas, culturales y hasta sociales, pero no con tan fuertes desequilibrios como los actuales. Cambios y modificaciones no constituyen valores absolutos; su calificación, adopción o rechazo depende de las pautas éticas que deben enmarcar a objetivos y procederes.

En consecuencia, antes de proponer medidas concretas para reforzar las tendencias favorables y revertir o atenuar las desfavorables, consideramos indispensable que toda la ciudadanía -no sólo el sector agropecuario- defina las pautas éticas esenciales, los grandes criterios orientadores y los principales objetivos. Sin ese gran paso previo, consideramos imposible lograr cambios sustanciales y perdurables, mejoradores de nuestras deficiencias estructurales.

No corresponde esperar utópicas unanimidades; los gobiernos deben poner especial empeño en atender las ideas auténticamente mayoritarias; privilegiar las plataformas políticas sustentadas sobre el voto mayoritario antes que supuestos consensos surgidos de mesas de debate, respetables pero nunca superiores al resultado electoral. Desde luego que todo eso implica una activa y conciente acción ciudadana, con partidos políticos y corporaciones que elaboren plataformas bien estudiadas, estén verdaderamente comprometidos con ellas, y acepten la voluntad mayoritaria. Los técnicos deben auxiliar en el análisis de las perspectivas y elaborar líneas de acción pasivas o activas; pero sólo corresponde a la sociedad decidir si las adoptan o no.

La economía debe estar al servicio de la sociedad, la sociedad debe elaborar democráticamente su destino, y las propuestas que se efectúen deben enmarcarse en un criterio activo, con planeamiento democrático, en pos de un desarrollo sustentable (capaz de satisfacer las necesidades de la presente generación, sin comprometer la capacidad de las futuras para satisfacer las suyas), en el que la distribución del ingreso interese tanto como su cuantía. Tal camino implica enfrentar muy poderosos intereses creados; por ende, requiere fuerte y muy conciente apoyo mayoritario; de no existir éste, cualquier propuesta carecerá de posibilidades de materialización y permanencia.

Diciembre 2000

Notas
* Ingeniero Agrónomo. Profesor Honorario de la Universidad de Buenos Aires.
1 En: La Nación 9/11/97 sección 2 p. 5.
2 León, Carlos (1997). El desarrollo agrario de Tucumán en el período de transición de la agricultura diversificada al monocultivo cañero. Tesis de doctorado. Fac. de Filosofía y Letras, UBA. Bs. As. setiembre, p. 48.
3 En Síntesis Agroeconómica, Nº 57, nov. 1998-enero 1999, p. 42.
4 Caracciolo de Basco, Mercedes (1993) Hacia una estrategia de desarrollo rural para la Argentina. IICA. Oficina en la Argentina, abril, p.22. (Los totales extrapampeanos no figuran en el trabajo; son elaboraciones propias basadas sobre datos de esa fuente).
5 Caracciolo de Basco, Mercedes (1998). Modalidades de asistencia técnica a los productores agropecuarios en la Argentina. IICA, Bs. As. p.31
6 Basualdo, Eduardo y Khavisse, Miguel (1993). El nuevo poder terrateniente. Ed. Planeta.; Bs. As.
7 Martínez, Mariano y Pucciarelli, Pablo (1990). "Subdivisión de la propiedad rural y política impositiva". En: Ruralia, Nº 1, octubre, pp. 204-212.
8 Sociedades de hecho y sociedades formales (de responsabilidad limitada, anónimas, en comandita por acciones).
9 Página 12. 5/3/00, Suplemento Económico, pp.2-3.
10 Citado según Villareal, Rafael. La familia rural. s.f, s.d., p. 20.
11 Publicadas periódicamente en La Nación, suplemento Campo.
12 Calculado relacionando las sumatorias de producción con las de superficie cultivada de trigo, maíz, lino, girasol, sorgo y soja.
13 Según datos de AFAT

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