PyMEs: desarrollo regional y sus condicionantes macro*. Dinámica de acumulación general y especificidades del sistema financiero bancario en la Argentina de los '90
Introducción
Desde mediados de los ´80 y a lo largo de los ´90, las regiones y las pequeñas y medianas empresas (PyMEs) fueron ganando una creciente presencia tanto en los medios académicos como en los espacios donde se formulan políticas públicas, siendo colocadas como elementos fundamentales para enfrentar los nuevos desafíos del desarrollo en la etapa posfordista del capitalismo.
Las PyMEs han exhibido internacionalmente, desde ya hace un tiempo, tres elementos que realzan su presencia, abrumadora presencia en total de establecimientos, significativa participación sobre el total de empleo en todos los sectores, y significativo aporte al PIB de los diferentes países (Todesca; Todesca y Bocco, 2000).
Pero junto con estos aspectos de orden cuantitativo, un elemento cualitativo fundamental ha venido a potenciar la relevancia de las Pymes en el escenario de reestructuración que ha tenido lugar la última década y media. Dicho elemento está representado por la capacidad aportada por las PyMEs para configurar una organización productiva capaz de operar en forma rápida y flexible, que permite responder a un mercado crecientemente globalizado y altamente inestable y cambiante (Pyke, Sengeberger, 1990).
Para aportar a este nuevo patrón de organización y funcionamiento las PyMEs no pueden operar individualmente, sino a través de agrupamientos (clusters) donde, capitalizando la aglomeración territorial, se construyen comportamientos colectivos, se estructuran redes horizontales y se combinan la cooperación con la competencia (Humphrey; Schmitz, 1996). A través de este patrón de organización-funcionamiento colectivo, el sistema productivo resultante obtiene la capacidad de disminuir los riesgos (Bellandi, 1988), potenciar las economías externas de escala y de gama (Scott, 1988), y, desde un punto de vista dinámico, la capacidad de desarrollar procesos de aprendizaje colectivo e innovación, que son fundamentales para ingresar a las redes globales de productos y servicios (Lawson; Lorenz, 1999).
Por su parte, las regiones y las localidades emergen como los nuevos ámbitos fundamentales donde se desarrollan estos clusters (y sus economías de aglomeración), aportando para ello un "ambiente" (milieu) propicio, centrado sobre determinadas reservas territoriales de orden institucional, cultural y social que facilitan diferentes formas de cooperación pública-privada, potencian la organización en red y promueven el desarrollo de los aprendizajes colectivos (Camagni, 1991). De tal forma, en un escenario de fuerte debilitamiento de los estados-nación dado por el creciente proceso de globalización, las regiones se convierten en espacios estratégicos sobre los que se dinamiza una nueva relación global-local en el capitalismo posfordista (Storper, 1995) (Scott, 1996).
Sin embargo, los propaladores académicos e institucionales de este tipo de estructuración organizativo-funcional-espacial (que combina sinérgicamente las regiones con los cluster de PyMes), no han explicitado debidamente el carácter selectivo y limitado de estas experiencias globales. Efectivamente, los complejos regionales territoriales de producción basados sobre redes PyMes, cuentan con una presencia escasa y puntual, que no ha tenido precisamente como epicentro nuestro contexto periférico (latinoamericano en general y el argentino en particular), ni los ámbitos periféricos de los países centrales donde estas experiencias tuvieron origen (Asheim; Dunford, 1997).
La paradojal situación de ausencia de estas experiencias en esos espacios periféricos (aun de los del centro), y, por otro, la oportunidad que a éstos se les abre para (en el nuevo escenario de competitividad global) pensar procesos de desarrollo regional con un actor con el que cuentan en abundancia (las PyMEs), contribuye a explicar la importancia que asume la identificación de aquellos obstáculos que impiden la expansión de experiencias de cluster territorializados, desde determinados espacios de los países centrales hacia el conjunto de la periferia.
Como marco general para abordar dichos obstáculos, podemos apelar a los cuatro interrelacionados niveles que componen los enfoques de la competitividad sistémica (Esser et al, 1999), esto es, los niveles: micro, meso, macro y meta.
Los desarrollos en torno de los distritos industriales y los medios territoriales innovadores que sustentan el enfoque de los clusters territorializados han puesto el acento, fundamentalmente, en el nivel micro y meso de la competitividad sistémica. El nivel micro actúa en relación con la firma y apunta a la reconfiguración organizativa y funcional que deben enfrentar las entidades ante el nuevo contexto de competitividad. Dicha reconfiguración hace centro sobre la modalidad de operación flexible y desverticalizada con alta implicación de la fuerza de trabajo que se impone al interior de la firma para poder enfrentar, con mejora de la calidad, aumento de productividad y velocidad de respuestas, la demanda cambiante e inestable del posfordismo.
El nivel meso de la competitividad refiere al ambiente (y las políticas) infraestructural, tecnológico, educacional que se desarrolla en determinados territorios, y que contribuyen a potenciar la organización colectiva (formación de los clusters) de las PyMEs y los actores institucionales que los componen.
Sin embargo, seguramente impulsados por la voluntad de mostrar las posibilidades de expandir estas experiencias en el escenario global, sus propulsores académicos e institucionales han puesto menos el acento en los niveles meta y macro de la competitividad sistémica. En el marco de éstos, tienen lugar un conjunto de aspectos-comportamientos, que pueden operar, fundamentalmente en los espacios periféricos, como obstáculos estructurales para el desarrollo de los clusters territorializados de PyMEs.
Dos aspectos-elementos han sido exhibidos como obstáculos centrales para dar cuenta de los límites u obstáculos:
a) Por una parte, se ha destacado que dichas experiencias han tenido lugar en el marco de específicas y excepcionales circunstancias históricas que han permitido el desarrollo de un conjunto de identidades comunitarias, prácticas de cooperación, valores de confianza y pautas organizacionales basada sobre redes, cuya inexistencia inviabiliza la reproducción de los clusters o distritos industriales en otros espacios (Amin; Triffh, 1992) (Lovering, 1990). Ese conjunto de elementos (identidades, prácticas, valores y pautas organizacionales) conforma el nivel meta de la competitividad sistémica.
b) En segundo lugar, se ha señalado que la globalización posfordista no está formada por redes de territorios y actores PyMEs horizontalmente posicionados, sino por un marcado proceso de concentración económico-espacial, que coloca a las empresas transnacionales (ETs) y los territorios centrales donde ellas poseen sus bases operativas (y no al conjunto de territorios), como los actores (y los espacios) que conducen el proceso de gobalización (Amin; Robbins, 1990) (Harrison, 1994). En la profundización o reversión de estos procesos se implican un complejo de intervenciones (económico-políticas) ligadas con la dimensión presupuestaria, monetaria, fiscal, cambiaria, financiera y comercial. El complejo de intervenciones ligadas con estas dimensiones y sus efectos sobre el conjunto del sistema económico, constituye el nivel macro de la competitividad sistémica.
Sin dejar de reconocer la creciente relevancia de aquellos elementos que pertenecen al nivel meta para una estrategia de desarrollo regional basado sobre PyMEs, nuestro propósito en este trabajo consiste en contribuir (parcialmente) a explorar la forma y alcances asumidos por las limitaciones que derivan de este (no debidamente atendido) macro-nivel. Acorde con nuestro marco analítico, las decisiones (políticas) vinculadas con este último no sólo actúan sobre la estabilización del sistema económico, sino que impactan sobre su dinámica y morfología, y establecen en el proceso de acumulación un escenario asimétrico en el que se benefician determinados espacios y actores. Atento a ello, buscamos indagar cómo los contenidos desreguladores y privatizadores que, desde fines de los ´80 y a lo largo de los ´90, centraron las políticas macroeconómicas latinoamericanas inspiradas en el Washington Consensus, han alimentado un patrón de acumulación que ha afectado conjuntamente a las regiones periféricas y sus actores PyMEs.
Tomando como punto de referencia el caso argentino, analizamos primeramente en forma general, cómo las reformas estructurales desarrolladas por las políticas macroeconómicas impulsadas en la Argentina en los ´90 han dado lugar a un proceso de acumulación en cuya morfología y dinámica resalta, por un lado, una fuerte extranjerización y concentración en nivel de los sectores, los actores y los espacios, y, por otro lado, como efectos de este nuevo patrón, el debilitamiento y postergación de las regiones periféricas y de una inmensa mayoría de los actores PyMEs (que pertenecen a los sectores y las regiones afectadas).
Posteriormente, siempre sobre el caso argentino, seleccionamos el sistema financiero bancario, el más dinámico dentro del nuevo proceso de acumulación, para: a) considerar las formas específicas asumidas por la mencionada dinámica extranjerizadora y concentradora; b) precisar cómo ello contribuye a dicho proceso general de acumulación y, c) a partir de (a y b), evaluar los efectos que se desprenden sobre las PyMEs y las regiones periféricas que operan en el ámbito nacional.
Dinámica general en la América latina de los ´90.
Efectos del Consenso de Washington y su viraje estratégico.
Los procesos de desajuste fiscal, inflación y alto endeudamiento, sumados al inocultable retroceso experimentado por el conjunto de países de la región latinoamericana durante la década de los ´80, con años de fuerte caída del PIB y escaso crecimiento, crearon las condiciones para el desarrollo de un generalizado diagnóstico en la región latinoamericana acerca del agotamiento de los procesos de sobreintervención estatal y desarrollo protegido de los mercados internos que alimentaron el patrón de organización y funcionamiento económico constituido desde la posguerra.
Ligado con este diagnóstico, nació en aquellos años el denominado "Consenso de Washington", es decir, el acuerdo de diversos organismos de financiamiento internacional (FMI, Banco Mundial y las propias oficinas económicas del gobierno estadounidense) en torno de la necesidad de reponer los mecanismos de mercado como estrategia para superar la crisis y retomar la senda del crecimiento y el desarrollo. Para el desarrollo del "viraje estratégico" (Ramos, 1993) que supuso la reposición de estos mecanismos, se utilizaron como instrumentos políticas de contención de gasto fiscal, privatización de empresas del sector público, liberación de la política comercial y la desregulación (especialmente del mercado financiero y cambiario) (Fanelli, Frenkel, Rozenwurcel, 1992).
A través del uso de estos instrumentos macro se persiguieron, como objetivos inmediatos, la contención de la inflación y recuperación de los equilibrios fiscales (dos aspectos fundamentales que traducían la crisis del modelo sustitutivo), y, como objetivos mediatos (y más estructurales) el establecimiento de un nuevo escenario de crecimiento y desarrollo en la región (Curbelo, 1992).
Si bien los objetivos inmediatos (fundamentalmente aquellos ligados con la inflación) pudieron alcanzarse razonablemente, el escenario parece mucho más discutible en el campo de los objetivos de mediano plazo. El crecimiento del PIB en la región, y los incrementos de productividad que le sirvieron de base tuvieron lugar, con sus especificidades nacionales, durante la primera mitad de la década, el crecimiento promedio del PIB de la Argentina, el Brasil, Chile y México en 1991 fue de 6.0%, en 1992 de 6.3%, en 1993 de 4.9% y en 1994 de 5.5%, observándose una marcada desaceleración a partir de la última parte (1995 1.5%, 1996 5.2%, 1998 3.2% y 1999 0.0%) (FIDE, 2000) . Más aún, los ritmos de crecimiento de esa primera mitad fueron marcadamente más reducidos que los que la región exhibió desde la posguerra hasta mediados de los '70 (Ramos, 1997).
Sin embargo, lo más relevante son los resultados absolutamente distorsivos (regresivos) obtenidos en nivel del desarrollo, si por éste entendemos la generación de un proceso de producción y redistribución sostenido en el tiempo, que cuenta con la implicación equitativa del conjunto de actores y espacios que integran las unidades nacionales. En este marco debemos insertar las posibilidades abiertas, a partir de dichos procesos de reestructuración, para las regiones periféricas y las PyMEs como dinamizadoras de estos espacios.
La dinámica de saneamiento y crecimiento (inicial) de los ´90 a que dieron lugar las políticas fiscales, comerciales y financieras, se asentaron sobre la marcada extranjerización, así como sobre la dinamización fuertemente selectiva en lo que respecta a los actores ligados tanto con el campo productivo como financiero. Estos últimos profundizaron desde mediados de los ´70, en el conjunto de América latina, el proceso de centralización y desterritorialización (pérdida de identificación con determinadas colectividades territoriales) (Stolovich, 1988); (Rozas; Marín, 1989); (Azpiazu, Khavisse, Basualdo, 1987).
La forma fuertemente cupular y altamente exógena adoptada por un proceso de acumulación comandado por empresas y capitales transnacionales, a su vez asentado selectivamente sobre un determinado conjunto de sectores y espacios, vino a abonar en los '90 la hipótesis señalada (entre otros) por De Mattos a fines de los ´80, sobre las limitaciones estructurales existentes en nuestra periferia para potenciar procesos de desarrollo regional endógenos y horizontalizadores basados sobre PyMEs e instituciones locales (De Mattos, 1990).
El caso argentino como punto de referencia
La consideración del caso argentino como punto de referencia (y especificación) para el análisis de lo que venimos indicando para el contexto latinoamericano, puede responder no tanto a la dimensión relativa de esta economía en el contexto regional, ni a su protagonismo en la formación del bloque comercial (Mercosur), sino a la presentación, en su momento, de la experiencia argentina por parte de los organismos internacionales como una muestra de los beneficios deparados por la aplicación de los principios del Washington Consensus (FIDE, 1998)1.
Los criterios de contracción del gasto, desregulación y privatización que dominaron las distintas dimensiones (fiscales, presupuestarias, financieras y comerciales) de las políticas macroeconómicas iniciadas en la Argentina a partir de los ´90 (Rojo, Canosa, 1992), provocaron una fuerte recuperación del crecimiento durante la primera mitad de esta década, incrementándose el PIB al 10.6% en 1991, al 9.6% en 1992 y al 5.8% en 1994 (FIDE, 2000). Sin embargo, dicho crecimiento no logró transformarse en temporalmente sostenido (como lo requiere un auténtico patrón de desarrollo), observándose, al igual que en América latina, un fuerte parate y posterior retroceso durante la última parte de la década.
Precisamente para todas aquellas apreciaciones vinculadas con el desarrollo, emerge como significativo tener en cuenta la morfología y dinámica adoptadas por el proceso de acumulación precisamente durante la etapa expansiva de la primera mitad de la década. Al igual que lo acontecido en el conjunto de la región, dicho proceso de acumulación asumió durante esta etapa, un perfil altamente desendogeneizador y concentrado (en lo que respecta a las actividades, los actores y los espacios) que condicionó estructuralmente el desarrollo de las regiones y las PyMEs.
Extranjerización - desendogeneización del proceso de acumulación
En lo que respecta al proceso de desendogeneización-extranjerización, los datos son contundentes, según uno de los informes anuales de CEPAL (1998); mientras en 1990 de las primeras 500 mayores empresas (sin considerar bancos) 116 eran extranjeras y generaban el 33,6 de la ventas, en 1995 las compañías eran 214 con 51% de las ventas, ya en 1997 las mismas eran 244, representando el 56.8 de las ventas. No obstante el enorme peso y las excelentes "oportunidades de negocios" que durante los '90 preservaron los grupos locales concentrados que forjaron su hegemonía desde mediados de los '70, fundamentalmente a partir de la segunda parte de aquella última década los conglomerados extranjeros, y, en menor medida, las ETs, fueron consolidando posiciones, para transformarse progresivamente en los capitales más dinámicos de la elite empresaria (Basualdo, 2000).
Concentración - selectividad sectorial del proceso de acumulación
En el marco de la fuerte desendogeneización a que dio lugar este proceso, y siguiendo una tendencia mundial generalizada (Sassen, 1994), tuvo lugar una marcada concentración de su dinamismo en torno del sector servicios y comercio con una notable merma en la capacidad dinamizadora del sector industrial. De tal forma, mientras el PIB creció entre 1990 y 1994 un 6.9 %, el sector industrial el 5.8 %, el sector servicios el 6.8 % (FIDE, 1996 ).
Recolocado como el núcleo dinámico del sistema económico, los nervios motores de este último sector fueron las actividades financieras, que crecieron durante esa primera mitad de la década un 8.3%. Junto a éstas, y fuertemente asociado con las políticas de privatización, se potenciaron un complejo de actividades vinculadas con el sector como telecomunicaciones, correos, caminos, compañías eléctricas y de agua potable, prestaciones médicas y el área inmobiliaria y de la construcción. En torno de este último complejo de actividades, se nucleó el grueso de las inversiones externas directas que crecieron sostenidamente durante la primera mitad de la década, financiando, en gran medida, el proceso de crecimiento y contribuyendo a la dinámica de reconcentración y extranjerización del sistema económico en su conjunto (CEPAL, 1998).
Concentración y extranjerización de los actores
Junto con esta resultante sectorial, el proceso de acumulación dio cuenta de una dinámica fuertemente concentradora en lo que respecta a los actores que pasaron a controlar las actividades más relevantes, tanto del sector servicios y comercio como de la industria.
La observación de esta dinámica de los actores en los diferentes sectores del sistema económico, indica que en lo que respecta al sector servicios, la inversión extranjera que lo dinamizó estuvo dominada por un grupo muy concentrado de actores, formado por conglomerados extranjeros y ETs que, asociados la mayoría de las veces con grupos locales y capitalizando los procesos de privatización iniciados en los '90, avanzaron primeramente sobre empresas y actividades estatales estratégicas y luego sobre el complejo de actividades anteriormente señaladas (Basualdo, 2000). En el marco de una expansión de las ventas del sector servicios a lo largo de la década y, fundamentalmente, en su primera mitad, estas asociaciones entre conglomerados externos y grupos concentrados locales pasaron velozmente a controlar el grueso de las ventas del sector, dejando claramente al margen las empresas privadas independientes (que no forman parte de los grupos concentrados locales). Así lo reflejan los datos que dan cuenta de que mientras las ventas de las empresas transnacionales pasaron de 2 a 4 en la estructura porcentual comparando 1991-1997, y los conglomerados extranjeros pasaron de 1 a 4, las asociaciones lo hicieron del 29 al 63%.(Basualdo, 2000). En esta línea concentradora-extranjerizadora se desenvolvió el sector comercial, el que mostró un marcado crecimiento de las ETs, pasando éstas a controlar del 13 a un 34 % del total de las ventas (Basualdo, 2000). Finalmente, igual lógica fuertemente concentradora (y extranjerizadora) en nivel de los actores, mostró el hiperdinámico sector financiero (bancario) sobre el que luego nos detendremos particularmente.
En lo que respecta al sector industrial, el crecimiento de la productividad industrial y la generación de valor agregado (Ramos, 1997), se acompañaron de los mismos patrones que configuraron el sistema de acumulación en su conjunto. La fuerte extranjerización del complejo manufacturero tuvo lugar a partir del creciente protagonismo de las inversiones extranjeras directas y el establecimiento de filiales de las ETs, las que también en este sector terminaron a lo largo de los ´90 con la hegemonía de los grupos nacionales consolidados durante los ´70 y los ´80 (Chudnovsky, López, 1998). Bajo este nuevo protagonismo, el sector en su conjunto sufrió un fuerte proceso de concentración selectiva en lo que respecta a las actividades que se pasaron a dinamizar, destacándose claramente en ellas el sector automotor y alimentario (Chudnovsky, López, Porta, 1998). Montado sobre esta selectividad de las ramas manufactureras, tuvo lugar un enorme proceso de concentración tanto respecto de la conformación de la cúpula de actores como del control por parte de estos del total de ventas (Azpiazu; Nochteff, 1994), (Azpiazu, 1998). En línea con lo acontecido en el sector servicios y comercio, se ha dado cuenta del notable avance experimentado por las ETs y los conglomerados extranjeros sobre las ventas del sector industrial, a la vez que se constató una estabilización en el posicionamiento de los grupos locales concentrados, y una notable pérdida de posiciones de las empresas locales independientes (Basualdo, 2000).
Ahora bien, reforzado por la tendencia al fuerte acrecentamiento de las operaciones intrafirma, y la marcada reducción del valor agregado local ante la priorización de actividades de ensamblajes (Kosacoff; Bezchinsky, 1993), este proceso concentrador-desendogeneizador dio lugar a su contraparte excluyente. Efectivamente, mientras el proceso de apertura, desregulación y privatización potenciaba a un grupo selecto de actores y actividades, generaba, por lo comentado, un efecto lapidario:
a) por un lado, en el tejido productivo industrial, lo que es constatable al observar la fuerte reducción de establecimientos que surgen de comparar los censos económicos del ´85 y el ´94. El total de establecimientos industriales del país experimentó una reducción del 19.29 %
b) Por otra parte, sobre el propio tejido económico social, producto de que el aumento sostenido del PIB y la redinamización (concentrada) ya observada en el sector comercial y servicios, no logró compensar estos efectos desmantelatorios en el sector industrial, observándose un marcado crecimiento del desempleo y el subempleo, ya no sólo sobre este último sector sino sobre toda la PEA. Mientras este último pasó del 8.3% en 1992 al 12.5% en 1995, la desocupación pasó en esos años del 6.9% al 16.5 % ( INDEC, 1985-1994).
Concentración de actores y los sectores y sus efectos sobre las PYMES
Desde un punto de vista sectorial, la redinamización (concentrada) del sector servicios y comercio sumada a la expansión general del PIB durante la primera mitad de la década, dieron lugar a un marcado crecimiento en las PyMES de este sector (Gatto; Ferraro, 1998). Gran parte de estas entidades pasaron a formar parte del complejo de actividades que configuran los "servicios a la producción", operando como anillos periféricos del núcleo central dominado por los conglomerados extranjeros y las grandes ETs (Gatto, 2000).
Mientras esto ocurría en dicho sector, las PyMEs vinculadas con el área manufacturera experimentaban un derrotero bien diferente, aunque compatible con lo acontecido con este sector en su conjunto. Por cierto, las estrategias y respuestas ensayadas por las PyMEs industriales en el contexto de las reformas estructurales de la Argentina fueron ciertamente heterogéneas (Gatto, 2000) (Yoguel, 1998), y, bajo tal escenario, algunas encontraron nichos específicos y otras pudieron posicionarse en forma razonablemente estable en las cadenas de subcontratación. Sin embargo, visto desde un punto de vista estructural, el grueso de las PyMEs quedó expuesto a un proceso de subsistencia cuando no de exclusión del sistema de acumulación.
Indudablemente, el conjunto de elementos provenientes del nivel meso y micro jugó un papel relevante en la generación de esta situación. Las reincidencias de prácticas individuales y falta de acciones cooperativas derivadas de un largo aprendizaje desarticulado (Gatto, 2000), sumado a las deficiencias tecnológicas y organizacionales, su bajo nivel de exposición externa, la escasa especialización y el manejo con información incompleta en mercados imperfectos (Kosacoff; López, 2000) no las colocó en la mejor posición para enfrentar los "nuevos vientos" del desarrollo productivo industrial.
Sin embargo, la debilidad estructural de estos actores no puede comprenderse en su plenitud sin tener en cuenta un conjunto de elementos estructurales, provenientes del nivel macro. En tal sentido, a la señalada reducción de actividades internas (dominio del ensamblamiento) operada por las ETs favorecidas por las privatizaciones, así como a la ausencia de un dispositivo coherente de intervención estatal con políticas públicas pro PyMEs, se le sumó una fuerte exposición externa, generada por las políticas (macro) de apertura y desregulación comercial, que explica hasta el 40% de los cierres de empresas (Gatto, Ferraro 1998), (Kosacoff, López, 2000). Bajo este nuevo escenario de "subsistencia darwiniano", sólo una pequeña porción de entidades sólo el 5%, logró asumir posiciones de competitividad ofensiva, mientras el grueso de las PyMEs quedó operando bajo estrategias defensivas, o, directamente, con escasas posibilidades de sobrevivencia (Kosacoff, López, 2000).
Esta difícil situación las ha transformado en partícipes centrales en el señalado debilitamiento del tejido industrial a través del cierre de establecimientos y la caída del empleo que refleja la comparación de los dos últimos censos nacionales (cuadro Nº1), debiendo tenerse en cuenta en este último caso el perfil fuertemente trabajo-intensivo de las PyMEs industriales en la Argentina (Gatto Ferraro, 1998).
Cuadro Nº 1. Ocupación y Producción Industrial según tamaño de planta industrial
FUENTE: Las PyMEs. Clave del crecimiento con equidad. SOCMA Sociedad Macri, IDI/UIA - Instituto para el desarrollo industrial - Univ. de Bologna 2000
Efectos del comportamiento espacial del sistema financiero bancario
Como observamos anteriormente, Capital Federal y el conurbano bonaerense constituyen los únicos espacios regionales que poseen mayores porcentajes de crecimiento en los préstamos respecto de los depósitos. Este hecho permite dar cuenta de la forma en la cual, a través del comportamiento de los flujos del sistema financiero bancario, las regiones periféricas del país finalmente terminaron drenando sus ahorros hacia la Capital Federal, donde los grandes actores del sector servicios fueron realizando sus inversiones estratégicas, expandiendo sus ventas y capturando sus utilidades. De esta forma, dicho comportamiento espacial del sistema financiero bancario, no sólo fue funcional al triple proceso de concentración que asumió la dinámica de acumulación en su conjunto, sino que ha mostrado estar altamente implicado (correlacionado) con el ya analizado proceso general de reconcentración espacial desarrollados en los ´90, que terminó con el "alentador" proceso de descentralización de los ´80.
Bajo el nuevo escenario de funcionamiento económico-espacial, se dio entonces una paradojal situación: mientras, como ya analizamos, el conjunto de espacios regionales debió enfrentar una fuerte desestructuración del tejido productivo y social- en el que desaparecieron gran parte de las PyMEs- aumentó el desempleo, tuvo lugar el éxodo de recursos humanos, al mismo tiempo, dichos espacios contribuyeron al financiamiento del núcleo dinámico de la pampa húmeda, selectivamente direccionado por un reducido grupo de actores reconcentrados.
Conclusiones
A lo largo del trabajo, hemos intentado falsar la hipótesis presentada en la introducción sobre la relevancia adquirida por la dimensión macro de la competitividad sistémica en el desarrollo de una estrategia general que potencie tanto las PyMEs como los escenarios regionales donde estas se desempeñan Tomando como marco de referencia a América latina y analizando específicamente el caso argentino, hemos tratado de mostrar desde un punto de vista fundamentalmente empírico, que las decisiones estructurales vinculadas con las transformaciones desarrolladas en los ´90, no sólo estuvieron orientadas a reponer los equilibrios macroeconómicos alterados en los ´80 y a crear las condiciones generales y neutrales del crecimiento sino que tuvieron un efecto directo tanto en la morfología como en la dinámica de funcionamiento asumida por el proceso de acumulación. Los componentes desreguladores y privatizadores que formaron partes centrales de esas decisiones macro, dieron lugar a un proceso de acumulación fuertemente dualizador que, desde un imponente proceso de concentración y extranjerización, potenció retroalimentaria y selectivamente a determinados actores, sectores y espacios regionales, y sacrificó, particularmente, a las PyMEs y a las regiones periféricas.
El análisis específico del sistema financiero bancario que hemos realizado en la última parte de este trabajo, además de mostrar la forma cómo dicho proceso tuvo lugar en un sector específico (ciertamente el más dinámico y relevante de la nueva etapa), permite dar cuenta de las fuertes interrelaciones que dicho sector ha tomado con los restantes que componen el sistema económico para configurar esa morfología y dinámica del proceso de acumulación.
Por lo tanto, si, acorde con lo inicialmente argumentado, aceptamos que las reestructuraciones operadas en el capitalismo en las últimas dos décadas abren un cúmulo de posibilidades para las regiones y las PyMEs, debe quedar claro que tanto los desarrollos académicos, como las formulaciones en el campo de las políticas públicas destinadas a la potenciación de estos espacios y actores en nuestros contextos específicos, no deben ceñirse solamente al desarrollo del nivel meso y micro de la competitividad sistémica. Es decir, siendo crecientemente relevante en una estrategia competitiva, académicos y tomadores de decisiones no sólo deben operar en la reingeniería organizacional de las PyMEs, y la construcción de un escenario productivo territorial altamente organizado por las articulaciones horizontales de estas entidades, la fuerza de trabajo, gobiernos e instituciones locales. Requieren, además, tomar en cuenta la capacidad decisoria obtenida por regiones y estos actores recién indicados en la configuración de las decisiones macro sobre las que se delinea el sistema de acumulación.
De tal forma, estos espacios y actores se transforman no sólo en los responsables, sino también en los protagonistas fundamentales de la (re)construcción de un escenario institucional con epicentro estatal que, alcanzando y revalorizando el espacio nacional, permita la configuración de una lógica macroeconómica cuyos objetivos centrales pasen por redefinir la morfología y dinámica del proceso de acumulación sobre la base de criterios que fortalezcan la descentralización y la endogeneidad.
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Notas:
* El presente trabajo forma parte del Proyecto de Investigación: "Intervención política, partidos y capacidades estatales provinciales en el desarrollo de aglomeraciones
PyMEs bajo patrones de distritos industriales en la provincia de Santa Fe" que se desarrolló con apoyo del CONICET y la Universidad Nacional del Litoral
** Magister en Cs. Sociales FLACSO. Dr. en Ciencias Políticas. Univ. Autón. Madrid. Investigador del CONICET y UNL.
*** Lic. en Administración UBA. Prof. Economía Política de la Univ. Nac. Litoral. Investigador de la UNL.
1 Argentina fue a lo largo de los '90 apreciada como una de las "niñas bonitas" de los organismos de financiamiento que impulsaron el Washington Consensus. Sin embargo, dicha opinión parece haber cambiado desde principios de 1998, cuando el país fue ingresando al largo periodo recesivo, así como a un escenario de incumplimientos de las pautas y metas acordadas con dichos organismos (FIDE, 1998)