El gobierno ruso cree que puede canalizar las protestas y se equivoca

Kai Ehlers entrevistó a Boris Kagarlitsky para el semanario Freitag.

Freitag: Las reacciones al fallo judicial del proceso contra Pussy Riot demuestran que las protestas continúan en Rusia. Pero el movimiento ni es unitario ni dispone de programa. A pesar de todo en los medios occidentales se le concede mucho espacio, ¿por qué?

Kagarlitsky: Por desgracia en Occidente no se entiende lo que verdaderamente está sucediendo aquí en Rusia. Quienes votaron en las elecciones presidenciales de marzo por Putin no son en ningún modo partidarios suyos. A menudo se trata de rusos que odian más a Putin que la propia oposición, pero que tenían miedo de que llegase al poder gente que tomase la misma senda neoliberal por la que Putin ahora anda.

¿Qué Rusia, veinte años después?

Rusia se enorgullece de su posición entre las potencias emergentes, de la poderosa palanca que le ofrecen sus amplios recursos energéticos y su potencial nuclear para influir en el mundo y ser siempre tenida en cuenta. Sin embargo, crece la percepción dentro del país que la estagnación se ha convertido en la característica dominante de la etapa actual. Averiguar cómo se ha llegado a esta situación es el objeto de este artículo que repasará la evolución seguida por los procesos internos de Rusia en sus dos periodos más definitorios, el liderazgo de Yeltsin y el de Putin, desarrollado éste bajo otras formas por la efímera presidencia de Medvédev. Durante los ocho años de mandato de Borís Yeltsin, el estado de crisis, latente o abierta, acaba convirtiéndose en la forma de ser del proceso político en Rusia. Con la llegada de Putin, en cambio, la estabilidad y el control del Estado se imponen, al calor de un crecimiento económico, y se convierten en un valor en sí mismo, lejos del discurso democratizador de los primeros años.