Opiniones - Acerca del "progresismo" y del "neoprogresismo"

Realidad Económica 158 [b]Rubén M. Lo Vuolo* [/b] [i]"On me demandera si je suis prince ou législateur pour écrire sur la Politique. Je réponds que non, et que c'est pour cela que j'écris sur la Politique. Si j'étais prince ou législateur, je ne perdrais pas mon temps à dire ce qu'il faut faire; je le ferais, ou je me tairais" [/i] Jean Jacques Rousseau, Du Contrat Social**

Si ser progresista es una actitud de vida que se plasma en cada tentativa diaria de escapar a la sumisión y el control, habría que atender más al juicio sobre las obras y los actos, que a los neologismos que intentan justificar los actos. El progresismo como una de las tantas ideologías de cambio, no es relativo en sus valores sino que sólo diferenciándose en los valores podrá diferenciarse del neoprogresismo que es tan funcional a las coaliciones neoconservadoras. No se trata de definir un nuevo progresismo en la Argentina de hoy, sino de decir claramente cuál es el juicio de valor sobre este presente y cómo se cambia, cuál es la obra diferente ... si es que realmente no se está de acuerdo con el contenido de la obra que actualmente se representa.

Alrededor de la expresión "progresismo" recurrentemente se desatan disputas. La preocupación central que motiva estas discusiones no es la validez del enunciado como categoría de análisis político-sociológica; más bien, lo que preocupa es su utilidad para construir imágenes de legitimación de acciones políticas. Hay un interés práctico en la discusión, que hace que el término se vuelva muy flexible y maleable.

El progresismo, entendido como emblema que guía las acciones políticas, está asociado con la imagen de movimiento, de algo que no es inmutable, que avanza, que intenta superarse a sí mismo, para lo cual se supone que debe confrontar con un entorno que lo aprisiona y que se identifica con lo conservador. Así, el progresista sería aquel que camina hacia nuevos escenarios de vida mientras que el conservador pretendería congelarlos en la situación existente o volver, incluso, a lo preexistente. De aquí la seducción del ropaje progresista: el progresista supuestamente acciona la historia mientras que el conservador la detiene, la reacciona. Ser progresista es ser parte de un movimiento con proyección de futuro.

Pero con esto no se resuelve la cuestión. Por ejemplo, ¿el progresismo, es una ruptura brusca con el pasado y presente o es una continuidad? ¿admite el progresismo la conservación de algunas cosas del pasado?, ¿cuál es el pasado que se toma por referencia? ¿es bueno el cambio por el cambio mismo? ¿cuándo el cambio de hoy pasa a ser pasado y merece ser cambiado nuevamente? ¿cuál es la referencia para saber si tal o cual movimiento se mueve o no en el sentido marcado por el progresismo?, ¿existe una ideología progresista y, en su caso, en qué lugar del espectro político se ubica?
Personalmente, no creo que la calificación de progresista sea un parámetro axiológico relevante para evaluar la política económica y mucho menos para interpretar el conjunto de las acciones políticas. Prefiero otras categorías como "justicia", "exclusión social", "igualdad social" "distribución de la riqueza", "pluralismo político", "ciudadanía", "intereses de clase". Pero aparentemente esta noción tiene mucha relevancia para el imaginario político porque casi unánimemente se le atribuye un contenido política e ideológicamente positivo. Así, por más sesgado que sea el uso del vocablo y ligero el tratamiento del tema en el lenguaje político, no deja de ser importante analizar la posición de quienes postulan la necesidad de actualizarse en la materia.

En esta Argentina donde las imágenes reemplazan a los argumentos fundamentados y debatidos, ya se han visto varios intentos de "re-interpretar" la noción de progresismo, especialmente en medios periodísticos. Un caso notable fue el que, en su oportunidad, llevaron a cabo algunos economistas de la coalición política encabezada por el partido Justicialista, quienes se esforzaron por explicar el progresismo encarnado en el plan de Convertibilidad y, por ende, en el proceso de reformas que iniciaba su gobierno. Notablemente, economistas de la Alianza que hoy se propone como oposición política, Pablo Gerchunoff y José Luis Machinea, vuelven a plantear argumentos similares en: "Qué es ser progresista hoy en la Argentina" (Clarín, 28/4/98). Sin proponerlo como literatura obligada en la materia, pero atento a la difusión de este artículo y a la representatividad invocada, me permito tomarlo como referencia de la posición que hoy prevalece entre ciertos grupos que se proclaman como alternativa a la actual coalición que ocupa el poder político en el país. Por lo tanto, para simplificar la exposición, ordenaré mis reflexiones en función de sus contenidos; de aquí en más, las citas entre comillas corresponden a este artículo.

Hay coincidencias entre ambos intentos por reinterpretar los contenidos de un movimiento progresista, particularmente en la percepción que la clave está en la política económica. Habría algo así como una única política económica que estaría acorde con los tiempos y el futuro, por lo cual sería progresista por definición, aun cuando podría estar alimentando comportamientos en otras áreas que no tendrían esta cualidad. La independencia de lo económico y lo político es la clave de esta coincidencia; o mejor, la superioridad de la lógica económica sobre la política y la virtud de los que son fieles intérpretes de la única política económica posible en estos tiempos. Estas coincidencias no permite distinguir quiénes son los iniciadores y quiénes los continuadores de esta posición, no sólo porque los argumentos son bastante similares, sino porque los personajes involucrados reconocen inspiraciones comunes, además de haber compartido e intercambiado puestos laborales y protagonismo público en los últimos años.

Un dato llamativo es que la argumentación está planteada por los economistas, supuestamente los personajes técnicos de las coaliciones políticas, a quienes los otros protagonistas parecen ceder este espacio de definiciones. Todo un símbolo de nuestros tiempos. ¿Será que la definición de la identidad de un movimiento político se ha vuelto un problema económico? ¿será que el movimiento progresista se construye sobre posiciones en torno de relaciones técnicas en el campo económico? ¿será que estos técnicos tienen pretensiones de trascender como orientadores del movimiento político? ¿será que los políticos, digamos de carrera o de raza, están distraídos, ocupados en otros temas, o simplemente confundidos y no saben muy bien qué decir en la materia? Sea cual fuere la razón, lo cierto es que hay una contradicción de inicio: si hay una sola política económica posible, no es la política económica lo que puede definir lo que es progresista y lo que no lo es. Para diferenciarse hay que utilizar parámetros donde se perciban y valoren las diferencias. Discutir sobre progresismo obliga a moverse a un campo de reflexión más amplio donde la política económica está contenida, no es independiente y mucho menos jerárquicamente superior.

Estas confusiones aumentan cuando se suma la pretensión de darle al término un contenido relativo en tiempo y lugar preguntando: "¿qué es ser progresista hoy en la Argentina?". Aquí parece que el progresismo está temporal y espacialmente determinado, por lo que puede suceder que aquello que ayer era conservador hoy bien puede ser progresista, lo que es conservador allá, bien puede ser progresista acá. El progresismo planteado como noción relativa se vuelve muy permeable y permite justificar los cambios de ideas y de posiciones de quienes reclaman su representación. Esto también facilita que grupos aparentemente antagónicos ayer, se junten hoy reclamando para sí la encarnación de la "corriente progresista" con el solo argumento de que las condiciones han cambiado, de que ahora se coincide porque todos van en el sentido que señalarían el mundo de hoy y el futuro. Así, ser progresista sería simplemente una cuestión de seguir una tendencia, una moda (ser fashion) y no reflexionar lo cotidiano en el sentido que marcarían, por ejemplo, las ideologías, los valores y las conductas personales.

Paradójicamente, esta aproximación es típica de las coaliciones políticas a las que hoy se las denomina como neoconservadoras. Todo lo neo ya es sinónimo de moda, de indefinición, de contradicción. Lo que caracteriza al conservador no es el mero hecho de pretender conservar algo, sino más bien la ambición de fundar sociedades inmutables, sostenidas sobre valores y relaciones de poder que se consideran verdades no discutibles.

Coherentemente, el conservador pretende que su protagonismo sea perenne y, para lograrlo, puede estar tan a favor del cambio brusco como un supuesto progresista. Por ello estas coaliciones neoconservadoras reconocen y necesitan un componente neoprogresista, o sea grupos que provengan de ideologías favorables al cambio y que acuerden en atacar parte del pasado, sobre todo porque muchos no quieren ver reflejada su propia historia allí. Ambos grupos de neos coinciden en que hay que cambiar todo, aunque pueden formalmente disentir sobre los resultados de un mismo cambio. Así, reniegan del estado pero al mismo tiempo lo usan para capitalizar grupos particulares de interés y para el clientelismo discrecional; la diferencia es que algunos dicen que esto favorece la eficiencia y otros un necesario orden jerárquico de la sociedad. Dicen amar la libertad, pero la encarnan sólo en el juego de mercado; para los neoprogresistas allí se define la eficiencia y el intercambio de equivalentes, mientras que los neoconservadores tienen claro que es el mejor mecanismo para definir la anónima opresión derivada de la distribución desigual de la riqueza. Hay un movimiento neoprogresista que es funcional al movimiento neoconservador y es el que hoy se impone en el país.

Esta confusión obliga a ser cuidadosos con las definiciones. Por ejemplo, los autores citados afirman que el progresista de hoy debe admitir que : ".. la Argentina acaba de experimentar un cambio vertiginoso e irreversible, pero a la vez incompleto e injusto". A mi entender, un progresista no puede afirmar que un cambio es irreversible, porque el progresismo es una actitud de vida para la cual no existen referencias externas inconmovibles. Esa actitud es esencialmente creativa, definida en los valores que la impulsan e indefinida en los resultados. Además, si la opinión es que ese cambio supuestamente irreversible es, a la vez, incompleto e injusto, así planteada la cuestión se podrían entender que ser progresista hoy en la Argentina significa completar esa injusticia ¿No será que un progresista reniega del cambio injusto y no se plantea completarlo sino revertirlo? No es el cambio lo que define el progresismo sino los valores de ese cambio. La actitud de un progresista es aquella que favorezca un cambio que amplíe las oportunidades de vida de todas las personas y, con ello, el campo de indefiniciones dentro del cual se fomenta el máximo de sus capacidades creativas. De lo contrario, corre el riesgo de transformarse en un neoprogresista muy funcional al movimiento neoconservador.

Así entendida la cuestión, no es progresista el que simplemente se suma al sentido en que va la historia, porque éste puede muy bien ser reaccionario. Tampoco se es progresista porque se destruyan las instituciones que se construyeron en el pasado, porque bien puede haber allí elementos necesarios para fomentar actitudes progresistas. Por ejemplo, si las instituciones del pasado lograron ciertos avances de igualdad y movilidad social, no se las puede destruir salvo que las nuevas que las reemplacen logren mejores resultados. Y si lo que se observa son problemas "técnicos" que afectan los rendimientos de esas instituciones, se deberían arreglar los modos de operación. Si alguna institución no puede ser reparada, se debería construir primero otra que responda a valores progresistas y recién después destruir la anterior. Lo que no debería aceptar un progresista es el reemplazo de una institución que logró ciertos objetivos progresistas, aún con problemas, por otra que busca objetivos contrarios. De lo contrario, se pueden confundir los términos del problema llamando desregulación (o peor, flexibilización) del mercado laboral, a lo que en realidad es una nueva regulación que favorece a los más poderosos en la relación de trabajo.

No se es progresista por compartir el modelo de la mayoría numérica o de una minoría ilustrada, porque el progresismo es una actitud crítica frente al presente mundo que nos toca vivir, incluyendo el propio mundo interno. Al ser crítica, el progresismo es una actitud fundamentalmente anti-modelo, en el sentido de anti-establishment. Pero eso no significa que la actitud progresista sea anárquica, en tanto no niega ni pretende destruir el presente sino que lo valora en un sentido positivo o negativo. El progresismo está vinculado con la práctica que simultáneamente respeta y viola la realidad presente. Una actitud progresista es la voluntad de poner todas las capacidades creativas del ser humano al servicio de la crítica de las relaciones de poder existentes y muy especialmente del poder concentrado en pocas manos. ¿Por qué? Porque el eje de la ideología progresista no es la apología de la riqueza alcanzada por el progreso, sino la justa distribución del progreso alcanzado gracias al esfuerzo de muchas generaciones y de toda la sociedad presente.

Esa crítica no puede suponer la desaparición lisa y llana de lo existente sino que implica trabajar sobre los límites que impone el estado de cosas establecido. Pero reconocer los límites no implica someterse a ellos y mucho menos escudarse en ellos para ocultar la actitud personal alegando lo inevitable de este presente y, mucho peor, del futuro. Por ello, no debería confundirse al progresismo con la acción orientada en un sentido utópico, entendido como algo ideal, un futuro mundo feliz. Si bien la utopía puede ser útil como guía para el caminante, una actitud progresista que merezca ser valorada no debería vincularse con un futuro inalcanzable sino con el presente que nos toca vivir. El movimiento progresista es un deseo permanente de cuestionar el presente, de imaginarlo y representarlo en forma distinta a cómo es, de transformarlo a partir de las propias posibilidades de ese presente. El progresista no debería plantearse un límite ideal ni pretender que su actitud lleva a la felicidad; debería esforzarse por conseguir una forma de vida en la cual sea una realidad palpable la convivencia entre la libre identidad y la libre reciprocidad de las personas. Es evidente que para que esto sea factible, se requiere que desde hoy todos tengan los elementos básicos para ejercer esa libertad. Esta no es una utopía del progresista sino un principio fundacional de su actitud de vida, cualquiera que sea el ámbito donde desarrolla su vida.

Ese principio fundacional hace que el progresista hable en primera persona, haciéndose cargo de sus ideas y de sus actos; no trabaja desde lo indefinido de la tercera persona. Por ejemplo, no diría: "Si se acepta - como se lo hace - la victoria universal del capitalismo", sino que explicaría por qué en su entender esa victoria es tal y cuál es su significado hoy en un país que nunca fue otra cosa que capitalista. Tampoco un progresista es contradictorio diciendo : "Y si se rechaza - como se lo hace también - al mercado como solución suficiente para los problemas económicos y sociales", al tiempo que "una política progresista es aquella que no se conforma con que funcionen los mercados libres, sino que apunta a que lo hagan de manera adecuada y provechosa para toda la sociedad". ¿Quién rechaza? ¿cómo se puede pretender que todos aceptan o rechazan algo? ¿cómo se evalúan los mercados "adecuados y provechosos"? ¿habría que hacer un censo de mercados para descubrir cuáles tienen estas cualidades? ¿puede definirse una posición política sobre estos difusos criterios? La despersonalización, la adjetivación sin contenido, la contradicción y la confusión no son propias del progresista, sino más bien de un léxico neoprogresista que se guarda la posibilidad del oportunismo.

Por ello, tanto el neoconservadurismo como el neoprogresismo recurren permanentemente al uso de referencias externas para defender sus argumentos. Esto es propio de quienes gustan construir una visión mítica de la realidad. Nada más opuesto a la actitud progresista, porque los mitos construyen la realidad como unidad por simple analogía y contraste. Los dioses mitológicos se asemejaban a las personas, estaban dotados de conciencia, voluntad y, en algunos casos, hasta de forma humana. Amaban, sufrían, sentían deseos. Su gran diferencia con los personas era que los dioses poseían autoridad y poder, podían hacer lo que los hombres y las mujeres no podían, sabían aquello que las personas no sabían, controlaban lo que las personas no controlaban. Un progresista no utilizaría referencias externas como analogías indiscriminadas y no procesadas como "Blair, Jospin, Prodi, Schröeder, Frei, Cárdenas o Cardoso", para justificar su "progresismo renovado". Es plausible salirse de sí mismo para no pensar los propios pensamientos, para mirar con otra perspectiva, para aprender de la experiencia ajena. Pero eso no es lo mismo que justificar las actitudes propias, amparándose en una interpretación analógica con personajes que son reconocidos por ocupar un lugar preponderante. Con esta práctica, hay que viajar mucho para saber cómo es el progresismo renovado y puede que se descubra que las referencias son diferentes entre sí, tal vez no tan progresistas y no aplicables al país. La ventaja es que los fracasos personales son así fáciles de justificar con analogías similares, seguramente atribuible a misteriosas fuerzas conservadoras representadas por otro conjunto de lejanos y mezclados nombres propios o eufemismos abstractos.

De aquí se entiende por qué el culto al personalismo es una actitud común de los neos. Identificarse con personas ubicadas en un supuesto Olimpo de autoridad y poder, justifica la actitud propia. Hablar desde el poder exonera del peso de la justificación de los actos individuales y contribuye al control social por imágenes. El personalismo es profundamente conservador porque su poder no emana de lo que se hace sino del lugar donde se está. No se pregunta por qué se está allí. Para un progresista no es lo mismo estar en un lugar porque se lo heredó, se lo obtuvo por intercambios justos en mercados competitivos, o por prebendas o negociaciones en mercados cerrados. El progresista se cuestiona las causas por las cuales las personas están donde están y trabaja por una distribución más simétrica del poder, no para obtener el poder para sí o para sus amistades, sino para distribuirlo más equitativamente. El progresista no quiere imponer el modelo que conviene a sus intereses personales de ocupar el poder y mucho menos se escuda detrás de los personalismos. Pone su capacidad al servicio del desarrollo libre de las personas, para lo cual promueve la igualación social, única garantía de que los grupos subordinados puedan crear capacidades y hacer uso adecuado de ellas.

La actitud progresista no es una actitud subordinada a personalismos, sino autónoma, responsable y sustentada sobre la argumentación plural. Pero esa responsabilidad no es lo mismo que ser políticamente correcto, esto es actuar conforme con las reglas que rigen el juego para ser reconocidos desde los grupos del poder. El progresista no limita la agenda de discusión; así, no diría: "No es en el plano macroeconómico de corto plazo donde encontraremos una clave de la agenda". Tampoco eludiría los problemas centrales sacándolos de tiempo con postulados como : "romper con este círculo vicioso [de la pobreza] requiere plazos largos". ¿No será que un progresista tiene toda la agenda abierta, explica responsablemente por qué otros cierran la agenda a la discusión de ciertos temas? ¿no será que un progresista opina acerca de la relación entre lo macroeconómico y los problemas sociales, en tanto los problemas sociales expresan en gran medida los efectos del funcionamiento macroeconómico? ¿no habría que explicar cuál es el motivo (progresista) por el cual no se puede tocar el corto plazo que favorece a unos privilegiados, mientras que para los subordinados se exige la paciencia del largo plazo? ¿y qué hacen las personas perjudicadas mientras tanto? ¿esperar a que les llegue los influjos del neoprogresismo?

Ser progresista es trabajar para que todas las personas se construyan a sí mismas y remuevan los límites a sus capacidades creativas desde hoy. Nadie tiene derecho a establecer los plazos para ello. Si hay que cambiar el corto plazo, se debería discutir cuál es la mejor forma de cambiarlo, pero no sacar el tema de la agenda. No se trata de amenazar un futuro indefinido sino de ser coherente en su construcción a partir de hoy. No es un problema de pedir paciencia, sino de ser ansioso y responsable. El progresista no cree que a las personas que hoy les va mal, mañana les pueda ir bien, porque cree que el círculo vicioso de la pobreza de algunos se explica principalmente por el círculo virtuoso de la riqueza de otros; o sea, está convencido de que las relaciones de poder y subordinación se reproducen. Más aún, cuando es palpable que mientras a algunos les va muy mal hoy, sus vecinos viven de fiesta (entendida no como ceremonia digna de celebrase sino en el más peyorativo sentido de la palabra).

Una sociedad progresista es aquella que amplía sus posibilidades de fuga desde su determinismo histórico. Por lo tanto, así como el utópico no es progresista, el realista tampoco lo es. Para un progresista, la única verdad no es la realidad, entre otras cosas porque la realidad es una construcción social que responde a intereses particulares. El realista no es progresista porque tiene una visión meramente instrumental de la vida y su preocupación es aprender a manipular técnicas que le permitan adaptarse a las condiciones del entorno tal y como viene establecido, y así obtener ganancias para su provecho. El realista puede llegar a ser un inepto hábil, con más o menos éxito que depende de su habilidad para acomodarse a la realidad. Puede que el realista instrumental sirva para aplicar técnicas eficientemente, pero no para definir ideologías, rumbos o proyectos colectivos.

El progresista también se cuestiona la técnica, no como proceso generador de conocimiento, sino como mecanismo de destrucción de elementos de gran valor humano, y de distribución de poder. El progresista está a favor de la ciencia y el conocimiento tecnológico sin límites, pero está en contra de su apropiación concentrada y de su descontrolada utilización. Para un progresista no es lo mismo la apropiación privada que la pública de la ciencia y la tecnología; no se plantea el crecimiento en términos contables sino que le preocupan los costos y el modelo del crecimiento; no acepta ser capital humano porque pretende diferenciarse de las máquinas y, mucho menos, que a las personas se las juzgue fundamentalmente por su eficiencia instrumental. Así, se puede ser progresista y resistirse en algún momento a las formas en que se aplica la tecnología, por ejemplo, porque el daño que produce hoy a las personas es irreparable para ellos y para sus hijas e hijos. Un progresista critica la propia noción de progreso, entre otras cosas porque no acepta que a las personas se las declare obsoletas, puesto que sería lo mismo que aceptar la obsolescencia de la vida. El progresista quiere el progreso al servicio de las personas y no las personas al servicio del progreso. No pide sacrificios a los otros, tampoco se sacrifica él, sino que busca aunar sin coacciones teniendo en cuenta las condiciones objetivas de riqueza y de capacidad tecnológica existentes. El progresista no parte del presupuesto de un mundo objetivo sino que convierte al mundo en un problema, preguntándose por qué se constituye como tal y cómo se hace para ponerlo al servicio de mejores valores.

Por lo mismo, es progresista una política educativa que no pretenda sólo inculcar el conocimiento adquirido sino que trabaje fomentando la capacidad creativa de las personas, que promueva la educación para convivir, para disputar el poder y, simplemente, para ser mejor educados. El progresista no se preocuparía sólo de "incentivar la innovación y la difusión tecnológica", sino también de la apropiación tecnológica,. Es progresista una política cultural que fomente la expresión pública de la individualidad sin temor a avergonzarse de ella y que reclame no comprensión y tolerancia, sino respeto y derechos. Es progresista una sociedad que funciona sobre la base de normas cuya validez depende del consentimiento racionalmente motivado de los afectados, quienes dirimen sus disputas mediante argumentaciones y no por imposiciones derivadas de relaciones de poder asimétricas.

No parece progresista una política económica que insista en que el problema de las diferencias sociales está meramente en la mejor utilización del gasto público y que no haga referencias a la captación de tributos, la distribución de los ingresos, de la riqueza, del crédito, del empleo. Tampoco parece progresista una política económica que obligue a las personas a someterse y a agradecer cualquier condición de trabajo, sino aquella que genere condiciones para que la gente pueda elegir su trabajo remunerado, disfrutar su tiempo libre, participar en los resultados de la unidad productiva en la que trabaja, reclamar derechos y no sólo esperar que los alcancen "políticas selectivas y diferenciadas" definidas desde arriba. Claramente esto no se resuelve por el lado de la producción como se cree al afirmar que: "no se trata sólo de que se agregue más valor a la producción, sino también que sea más gente la que lo agrega". ¿No será que tampoco se trata sólo de que más gente agregue valor, sino de las formas en que se usa a la gente, en que se usa el valor que la gente agrega y en que la gente participa en la distribución de los frutos de los valores generados por la sociedad? Distribución que debería alcanzar no sólo a los que participan directamente del proceso remunerado por el mercado sino también a los que, gracias al progreso técnico, no hace falta que estén en la producción pero sí hace falta que estén en la sociedad: niños, ancianos, amas de casa, activos no ocupados en el mercado remunerado pero que realizan o son capaces de realizar trabajos útiles y productivos aunque no se midan en las cuentas nacionales.
Tampoco parece progresista una política social propia del asistencialismo focalizado, porque está probado que no modifica la desigual distribución de la riqueza y los ingresos, no fomenta la autonomía personal y mucho menos la movilidad social. No son los que pretenden ser representantes quienes deben seleccionar y juzgar los derechos de la gente, sino que es la gente la que debe seleccionar y juzgar a sus representantes sobre la base de los derechos que le son propios. No es progresista el control de los conflictos sociales, sino la justa e igualitaria distribución de los elementos necesarios para que toda la sociedad pueda ejercer el control de los poderes delegados.

Estas precisiones ayudan a analizar algunas confusiones. Por ejemplo, los autores de referencia afirman que "después de las reformas estructurales, el estado argentino se ha convertido formalmente en estado social".
¿Qué investigación se ha hecho, qué literatura se consultó, qué evidencia empírica existe para afirmar este desatino conceptual? ¿Qué se entiende por estado social? Ya que gustan de comparaciones externas, ¿lo comparan con el alemán, el francés, el de los países nórdicos? ¿a qué derechos sociales se refieren? ¿a qué derechos de los trabajadores? ¿dónde están los derechos de los ciudadanos que no pueden pagar las primas de los seguros de salud o previsión? ¿dónde está el seguro de desempleo con amplia cobertura? ¿dónde el derecho a trabajar y a ingresos mínimos? Más aún, ¿cómo se puede ser un estado social y al mismo tiempo "la sombra de un estado de bienestar, desarticulado y fragmentado, guiado por el populismo y el clientelismo, capturado muchas veces por intereses corporativos, incapaz de abordar la tarea de la integración social?" El supuesto estado social formal de la Argentina actual, ¿no favorece intereses corporativos? ¿no fomenta clientelismo político y de mercado? ¿no abandona la cobertura de gran parte de la población? ¿no aumenta la vulnerabilidad y la inestabilidad de las oportunidades de vida de las personas?

Tal vez el truco esté en la palabra formal. Podría entenderse que los cambios institucionales están bien, pero que el problema es el uso que se hace de las instituciones. En ese caso, la solución sería fácil porque todo se resolvería cambiando el presidente, los ministros y secretarios; esto es, todo sería un simple problema de buenos y honestos muchachos y muchachas, incluyendo quienes puedan rescatarse del actual gobierno porque no se dejaron contaminar. Por lo contrario, sostengo que el problema central es que los principios de organización y los valores de este orden social son profundamente conservadores y reaccionarios, por lo cual el problema para volverlo progresista es mucho más complejo que un simple recambio de personas.

Se trata, entonces, de incluir también en la agenda la posibilidad de cambiar instituciones y no sólo personas que usen mejor las instituciones existentes. Nótese que, de lo contrario, se puede caer en una trampa argumental que parecería no advertirse: ¿es que el freno a la hiperinflación se debe al recambio de personas en la administración pública, al uso más eficiente de las mismas políticas, o tiene que ver con cambios institucionales profundos, con políticas públicas diferentes? Si lo segundo es cierto, como creo personalmente, ¿por qué la reversión de los graves problemas actuales requerirían meros cambios de pilotos y no transformaciones profundas de instituciones de política pública? Si, como creo, los problemas de fractura social, de falta de utilización de mano de obra, de vulnerabilidad económica, de irracionalidad fiscal, por nombrar sólo algunos, son tan graves como los de la hiperinflación y resultan de los nuevos arreglos institucionales impuestos al país en los últimos años, ¿no tendría que estar en la agenda de discusión la valoración de las instituciones creadas, incluyendo las que regulan los comportamientos macro y microeconómicos?
¿Cuáles se supone que deberían ser estos cambios? En esto, además del conocimiento técnico, la ideología y la claridad conceptual podrían ser útiles. Por ejemplo, un estado social se basa sobre ideales e instituciones formales que privilegian redes de seguridad social, mientras que el orden social de la Argentina actual privilegia la seguridad del capital sobre la seguridad de las personas. Un estado social, no se preocupa sólo de la seguridad jurídica de los patrimonios personales y del capital sino principalmente de la seguridad de las oportunidades de vida de las personas, de estabilizar sus riesgos y no sólo su moneda. Un estado social se define principalmente por las condiciones que se exigen para acceder a la cobertura de esa red de seguridad y por la responsabilidad pública en sostenerla. Lo básico e imprescindible para esa seguridad no se construye sobre seguros privados individualizados sino sobre seguridades colectivas; no sobre la concentración de riqueza sino sobre una distribución más justa; no sobre selección discriminatoria sino sobre derechos universales. Tal vez, las diferencias con el neoprogresismo se deban tanto al enredo ideológico y conceptual, como a una diferente percepción y conocimiento sobre los impactos de los cambios institucionales. O tal vez se está hablando de otro país. Pero en todo caso merecería un debate más profundo.

Y en esto creo que es clave la actitud de los llamados actores políticos. Antes que nada, hay que tener cuidado con esta categoría. No es lo mismo ser autor que actor. Autor refiere a un proceso de creación, de invención de algo que no existe, es la causa de que algo inexistente cobre vida. El actor representa la obra creada y al representarla le da un contenido en imágenes, que hasta pueden deformar la obra; si se quiere, es un creador de imágenes. Por ello se confunden quienes argumentan de forma simplista que la explicación de los cambios profundos del país se deben buscar en la sobreactuación de los personajes del peronismo en el poder político que buscaban así hacer olvidar su pasado. Las causas hay que buscarlas en los autores de la obra no en la actuación y tener claro que para ser exitosa cada obra requiere de actores compenetrados y que sigan las instrucciones de los encargados de la dirección. No hay que caer en el error de creer que la oposición a esta obra neoconservadora se logra con una sobreactuación diferente, con actores que le van a dar otro tono. No sólo se necesitan actores progresistas, sino fundamentalmente autores progresistas, que sean capaces de crear una obra diferente. Después se seleccionarán los directores y el elenco que la represente. Por lo mismo, los autores no hay que buscarlos sólo en la actividad política profesional, sino en todo el espectro de actividades que desarrollan las personas progresistas.

Por los argumentos expuestos, un partido político movilizado en un sentido progresista es aquel en el cual la preocupación no está tanto en los humores y los deseos de sus circunstanciales actores representantes, sino el que convoca a construir una obra nueva, promoviendo los medios para subvertir las formas de control mediante la palabra, la argumentación, la creación. Para ello, los miembros del partido político deberían conectarse permanentemente no sólo entre ellos sino con todos aquellos que tengan otras ideas e interpretaciones del mundo que nos toca vivir. Ni el partido político ni otra institución social y mucho menos un grupo de personas, pueden reclamar para sí la representación del camino por donde deben transitar todos los progresistas. ¿No será que un partido político que se pretende progresista, en lugar de dictar un curso de actualización sobre el progresismo, debería convocar y movilizar a todos los autores progresistas que están diseminados en la sociedad, en todos los ámbitos imaginables? Pero no para que estos auténticos autores se suban al escenario junto con los actores profesionales de la política, mucho menos para que les hagan de público: hay que convocarlos dándoles la oportunidad de que escriban la obra. Hay que darles todos los medios para que potencien su capacidad creativa allí donde están y no pretender que se vuelvan actores de un libreto que ya está escrito.

Si ser progresista es una actitud de vida que se plasma en cada tentativa diaria de escapar a la sumisión y el control, habría que atender más al juicio sobre las obras y los actos, que a los neologismos que intentan justificar los actos. El progresismo como una de las tantas ideologías de cambio, no es relativo en sus valores sino que sólo diferenciándose en los valores podrá diferenciarse del neoprogresismo que es tan funcional a las coaliciones neo-conservadoras. No se trata de definir un nuevo progresismo en la Argentina de hoy, sino de decir claramente cuál es el juicio de valor sobre este presente y cómo se cambia, cuál es la obra diferente ... si es que realmente no se está de acuerdo con el contenido de la obra que actualmente se representa.

Los que, compartiendo los argumentos expuestos, consideran que este presente es claramente reaccionario porque no responde a ninguna de las pautas consideradas como valores propios de la ideología progresista, tienen que tener muy buenas razones para no cambiar este presente, para conservar el orden institucional que se ha impuesto a la sociedad. Se podrían conservar instituciones, pero se debería probar que son funcionales al progresismo porque hoy aparecen como los instrumentos de imposición de un orden social neo-conservador. De lo contrario se alimenta aún más la confusión utilizando eufemismos discursivos que buscan ocultar diferencias ideológicas y políticas mucho más profundas que meras cuestiones instrumentales.

Si mis argumentos son válidos, no se puede estar a favor de completar la obra, de tapar las grietas, de esconder las pérdidas, de recambiar la guardia. Hay que pensar una obra diferente que no sea funcional a los neoconservadores, sino que contrarreste su poder. Un progresista debería estar a favor de construir otra sociedad con principios de organización diferentes a los que hoy gobiernan el país. La alternativa progresista no significa alternancia de personas en los puestos. Es una firme actitud creativa, fundada sobre los reproches meditados de la lógica y en la convicción ideológica, de moverse en una dirección diferente a la que hoy se impone al país. Otra vez, reconociendo responsablemente los límites, pero no sometiéndose a ellos.

Buenos Aires, 12 de mayo de 1998

* Economista, Investigador Principal del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (Ciepp). Coautor de los libros: "La modernización ex lovuolo@mail.retina.ar
** "Se me preguntará si soy príncipe o legislador para escribir sobre Política.
Respondo que no, y que por eso escribo sobre Política. Si fuera príncipe o legislador, no perdería mi tiempo en decir lo que es necesario hacer, lo haría o me callaría".
J.J. Rousseau, Del Contrato Social

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