Los mercados de valores y la segunda fase de la globalización

El panorama financiero internacional está experimentando profundas transformaciones que suministran varios indicios de la superación de la primera fase de la globalización iniciada a mitad de la década de los noventa. En estos días, por vez primera desde el fin de la primera guerra mundial, el valor de capitalización de las 24 bolsas europeas, incluidas las rusas y las de los países del Este, ha superado los listones estadounidenses. Autor: [b][color=336600]Alessandro Volpi*[/b][/color] [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] .¿Qué hacer con tanto dinero? / Theotonio Dos Santos* .China creará una firma para invertir su billón de dólares en reservas [/size]

Se trata de una diferencia muy pequeña, 17,72 billones de dólares contra 15,64, pero con harta probabilidad indicativa de una nueva tendencia. A ese resultado ha contribuido el más elevado rendimiento de los títulos europeos, más del doble que el de los de EEUU, a lo que se añade la fuerza del euro y el holgado recurso a operaciones de financiación extraordinaria. Según mucho observadores, además, las plazas del Viejo Continente se han visto favorecidas por la menor severidad de los controles en relación con las bolsas estadounidenses, duramente penalizadas por la normativa Sarbanes-Oaxley, que ha traído consigo un incremento de los costes para las sociedades que cotizan en el mercado de valores. Una mayor reglamentación, culminada con una transparencia más eficaz, parece, pues, conllevar un empeoramiento de las potencialidades competitivas de los mercados financieros, con consiguientes redefiniciones de las geografías de los capitales. Más o menos simultáneamente a este dato ha venido a añadirse otro: la mayor capitalización lograda por las dos bolsas chinas de Shangai y Shenzen en relación con Hong Kong, un adelanto histórico que pone inmediatamente a las plazas chinas a los alcances de Tokio: la reciente crisis ha sido brillantemente superada y parece afirmarse plenamente un mercado financiero en el que hay todavía pocos capitales extranjeros y en el que dominan las securities nacionales, con casi 70 millones de obligaciones en títulos abiertos que alimentan de modo febril las transacciones. En otras palabras, son los propios chinos quienes se están transformando rápidamente en sujetos financieros, impulsores de un mercado financiero de caracteres todavía casi totalmente “internos”; un mercado, pues, harto distinto de los que se configuraron en los años de la globalización galopante, enteramente engranados en las Bolsas estadounidenses y en los grandes flujos internacionales.
Ese fenómeno viene acompañado por una ulterior transformación todavía vinculada a los flujos de capital; en 2006, más del 30% de las exportaciones de capitales a escala planetaria procedían de Rusia, Arabia Saudita y China, un porcentaje decididamente superior a todo cuanto acontecía en el pasado inmediato, que llegó a un 50% con los flujos de salida de Alemania y Japón. También desde esta perspectiva, pues, las jerarquías financieras mundiales parecen muy renovadas, con economías emergentes que exportan capitales y se lanzan a la búsqueda de plazas de menor “rigidez”. En este sentido, tal magnitud de dinero podría cambiar la fisonomía de realidades consolidadas a lo largo del tiempo y poner en discusión, igualmente, la centralidad del dólar, que, por otra parte, no está ya sostenido ni siquiera por el peso de las grandes instituciones financieras internacionales.

Actualmente, el Fondo Monetario Internacional tiene en curso préstamos a los países emergentes de cerca de 20 mil millones de dólares, de los cuales la mitad van para Turquía. Hace sólo dos años, el volumen de los préstamos era de más de 120 mil millones de dólares. Resulta ya claro que el peso de las finanzas privadas, que movilizan 500 mil millones de dólares al año, y de los grandes fondos en cartera de los gobiernos de China, Brasil y Japón, que suman otros 2 billones de dólares, resultan mucho más relevantes y decisivos para la suerte económica de nuestro planeta. Todo eso en un marco de reglas substancialmente anclado aún en la década pasada, cuando realidades de este tipo tenían mucha menos influencia y la suerte del dólar estaba todavía sólidamente en manos de la Reserva Federal. Por lo demás, hace diez años, la OMC pensaba en un mundo regido por el multilateralismo, las privatizaciones y la panacea de un mercado internacional en el que una miríada de economías especializadas intercambiaban la propia producción: hoy dominan las grandes economías públicas de los Estados, como estatalizados están los fundamentales recursos energéticos, gestionados por cárteles en vías de ampliación, y el núcleo del desarrollo se halla en los mercados internos y en la multiplicación infinita de los “consumidores y de los ahorradores nacionales”, frecuentemente endeudados, pero con deudas “gestionadas” a través de los nuevos instrumentos de las finanzas, éstas, sí, globales. Hace diez años, en fin, ni siquiera existía una economía informal tan difusa como la que se da ahora, fruto, también ella, de la globalización que, allí dónde no consiguió el despegue de los sistemas productivos ni logró la movilización de los procesos de financiación, ha contribuido paradójicamente a cancelar las instituciones del mercado, abriendo enormes espacios al renacimiento de formas inveteradas de subsistencia, mezcladas ahora, empero, y no raramente, con los instrumentos de la ilegalidad. Lo cierto es que el dato común a las nuevas finanzas y a la nueva informalidad, ambas pos-globales, es una substancial falta de familiaridad con reglas realmente transparentes y capaces de tutelar a los sujetos más frágiles. A la luz de lo cual, no es de extrañar que el nuevo estrato medio chino haya manifestado como primera característica de su comportamiento social una aguda predisposición a la evasión fiscal.

*Alessandro Volpi enseña Geografía política y económica en la Universidad de Pisa, Italia.

Fuente: Il Manifesto – Revista Sin Permiso -29.04.2007

Traducción para www.sinpermiso.info: Leonor Març

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