La hegemonía mundial sigue siendo de Estados Unidos
Los economistas Matías Vernengo y Eduardo Crespo son una referencia obligada en la heterodoxia argentina. En diálogo con Cash coinciden en que Estados Unidos mantiene el liderazgo mundial. Analizan el rol de las elites latinoamericanas como un factor del estancamiento de los países de la región. Y critican el dominio de la ortodoxia en el mundo académico.
Los economistas Matías Vernengo y Eduardo Crespo son una referencia obligada en la heterodoxia argentina. Crespo es Licenciado en Ciencias Politicas y Economía de la UBA, Master en Economía y doctor en Economía de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Por su parte, Vernengo es doctor en Economía de la New School for Social Research, Profesor en el Departamento de Economía de la Bucknell University (Estados Unidos). Ambos estuvieron en la ciudad de Santa Fe disertando en una Jornadas organizadas por el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNL-Conicet. Cash aprovechó la ocasión para conversar con ellos de diversas cuestiones económicas y geopolíticas.
Las modificaciones en el mapa de poder mundial (retroceso relativo de Estados Unidos, ascenso chino), ¿supone un riesgo para la supremacía estadounidense? En otras palabras, ¿hay una crisis hegemónica como postulan algunos autores?
- Eduardo Crespo: La hegemonía en sus múltiples dimensiones (financiera, tecnológica, militar) continúa siendo estadounidense. En lo monetario-financiero, su supremacía está años luz de cualquiera: el 60 por ciento de las reservas mundiales están en dólares. En el plano tecnológico, los chinos avanzaron mucho pero están muy lejos de disputar hegemonía. También registraron avance en el terreno militar, por ejemplo instalaron bases en territorio africano. Sin embargo, mientras que Estados Unidos dispone de doce flotas militares distribuidas por todo el mundo, China apenas cuenta con dos. La fuerte inversión china en este terreno hace presuponer que puedan tener siete u ocho de acá a diez años, pero falta mucho para eso. Un aspecto que me parece importante es que estas cuestiones no hay que pensarlas solo en términos nacionales. La mitad de la población estadounidense no registra mejoras en sus ingresos desde hace cuarenta años. Ahora, las multinacionales, firmas tecnológicas de origen estadounidense y Wall Street lideran casi todo. Es decir que la supremacía de Estados Unidos beneficie a sus empresas no implica que lo mismo ocurra con una importante porción de sus ciudadanos.
- Matías Vernengo: Comparto esa mirada. Estados Unidos tiene varios problemas que resolver pero no existe una crisis hegemónica. No hay ningún contendiente suficientemente fuerte en términos militares, monetarios o industriales. La participación estadounidense en el Producto y las exportaciones globales viene cayendo pero continúa siendo el principal mercado mundial. Su participación relativa en el consumo global es aproximadamente del 25 por ciento, con el 4 por ciento de la población mundial. También retiene la moneda global y el liderazgo industrial en sectores de punta, lo cual queda claro si se analiza, por ejemplo, el listado de las empresas tecnológicas más importantes. La conformación de las cadenas globales de valor fue una decisión estadounidense. Fueron sus líderes los que dijeron vamos a producir las computadoras y los celulares en China y Taiwan. Si no hubiera abierto Nixon el mercado chino, Steve Jobs no podría haber relocalizado parte de su producción allí. Allí hubo una decisión de disciplinar a su propia clase trabajadora.
¿El triunfo de Trump supone algún cambio en el orden imperial?
- Matías Vernengo: Las posibilidades de triunfo de Trump crecieron cuando Hillary Clinton se impuso en la interna demócrata. El discurso de campaña de Hillary resaltaba los “logros” económicos obtenidos durante el gobierno de Bill Clinton. El problema es que el crecimiento económico de ese período no benefició a todos por igual. En cambio, Trump sintonizó con dos creencias (una verdadera y otra falsa) de la clase trabajadora local: 1) la idea (a mi criterio correcta) de que los tratados de libre comercio fueron perjudiciales porque incrementaron el desempleo y destruyeron empleos industriales. 2) la identificación de los inmigrantes como principales responsables de todos los problemas económicos (desempleo, reducción salarial). Esa idea es falsa pero está muy extendida. La evidencia empírica desmiente ese prejuicio. Lo que ocurre en realidad es que los inmigrantes terminan trabajando en aquellos ocupaciones que los norteamericanos rechazan. Trump supo aprovechar el malestar que genera el orden neoliberal. En el centro del capitalismo global, la economia estadounidense crece a tasas más bajas, cae el empleo industrial y empeora la distribución del ingreso. La baja movilidad social genera una incongruencia con una sociedad que se vanagloria del famoso “sueño americano”. El neoliberalismo es un proyecto destructivo, es una decisión política que implica la construcción de un Estado “fallido”. Esto no implica que el neoliberalismo haya fracasado. Al contrario, el objetivo fue subvertir las instituciones creadas durante la Era Dorada del capitalismo. Lo cierto es que Trump no implica ninguna resistencia al orden neoliberal (como sí lo podría expresar Bernie Sanders) porque sus políticas no implican una mejora del bienestar popular. Por ejemplo, redujo los impuestos a las corporaciones y a las personas de mayores ingresos, se opuso al aumento del salario minimo.
China y Rusia
Más allá de la persistencia de la hegemonía de Estados Unidos, el tablero mundial está cambiando de la mano de otros actores que contrapesan ese poderío (China, Rusia) ¿Cuál es el impacto de esas redefiniciones en la periferia?
- Eduardo Crespo: La aparición de nuevos actores amplían el margen de negociación, abre nuevas posibilidades. En la actualidad encontramos, por ejemplo, países africanos que crecen utilizando patentes chinas. Esto siempre fue así en la historia mundial. La competencia interestatal crea oportunidades. Por caso, los estados desarrollistas del sudeste asiático son un subproducto de la revolución china.
- Matías Vernengo: Claro. El desarrollo de esos países fue resultado de que los norteamericanos pierden China, se desesperan y buscan armar un cordón de seguridad para evitar el avance comunista. En otras palabras, es un desarrollo “por invitación” de Estados Unidos. Por ejemplo, el gobierno estadounidense decide comprarle camiones a Toyota (que estaba a punto de quebrar) para trasladarlos a Corea. Le transfiere tecnología, le garantizan la demanda. Además del ascenso de China, el reciente reordenamiento del mapa mundial incluye la reaparición de Rusia (de la mano de Vladimir Putin) como contrapeso de la hegemonía estadounidense. Hasta principios de este siglo, la política rusa había sido funcional al orden neoliberal. Eso implicó, entre otras cuestiones, la destrucción de sus propias capacidades productivas y tecnológicas. El reposicionamiento ruso implica límites concretos a la estrategia estadounidense en, por ejemplo, Venezuela o Siria.
Estado desarrollista
En ese marco ¿cuál es el espacio para un proyecto desarrollista en la periferia, en general, y en la Argentina, en particular?
- Matías Vernengo: El espacio es limitado pero las condiciones geopolíticas (tasas de interés internacionales muy bajas, la irrupción de China y Rusia que ya mencionabamos) aumentan las posibilidades de llevar adelante ciertas políticas de fomento industrial en la periferia. Es posible articular un estado desarrollista que fomente el cierre de algunas brechas tal como lo hicimos en la era dorada del modelo industrial. Es posible avanzar en la producción de satélites, biotecnología, autos eléctricos, baterias de litio. Esto permitiría solucionar algunas cuestiones básicas aunque no se alcancen los niveles de consumo de la clase media de los países desarrollados. El objetivo alcanzable no es ser Japón o Corea del Sur pero, por ejemplo, es un absurdo que en Argentina haya gente que pase hambre. Cuando uno piensa en un Estado desarrollista a veces piensa en grandes temas, pero también implica tener una burocracia eficiente y eficaz que sepa planificar cosas básicas. El problema más complejo es que las elites locales juegan en contra. Ellos quieren disfrutar de patrones de consumo de los países desarrollados, viajar a Miami todos los años y ese tipo de cosas. Ahí la cosa se complica porque esa lucha de clases internas te limita una política de desarrollo. El problema es que el destino de esas elites está disociado de lo que pasa en el territorio.
- Eduardo Crespo: La desconexión de las elites es un problema muy grave. Para dar un ejemplo actual de Brasil. El ministro Guedes está desfinanciando las universidades públicas porque, entre otras cosas, su hermana es una de las dueñas de las universidades privadas más importantes.
- Matías Vernengo: Lula amplió derechos en ese terreno con la creación de nuevas universidades y la asignación de cupos a la población más vulnerable. A partir de allí, la clase media-alta profundizó la tendencia a irse a las universidades privadas y al extranjero, retomando una tradición de larga data porque las elites brasileñas solían ir a estudiar a Portugal. No era un problema para ellas que no existieran casas de altos estudios en Brasil. En realidad, la universidad pública es muy nueva: la primera (la de Rio de Janeiro) es de los años 30 del siglo pasado. En otras palabras, a las elites no le importan que destruyan la universidad pública.
El problema es que actores conformarían, además del Estado, una coalición de poder que sostenga un proyecto desarrollista. Cuando se habla de estos temas surge, por ejemplo, el rol que debería jugar la mítica burguesía nacional.
- Eduardo Crespo: La patria de los sectores capitalistas en América latina es el dólar y Wall Street. Eso dificulta la conformación de una coalición de poder. En la coyuntura argentina, la existencia de una crisis profunda tal vez permita un margen de negociación con algunos sectores. Más allá de eso, el Estado debe liderar esa coalición de poder. Lo poco que hubo de Estado desarrollista en América Latina (Argentina, Brasil, México) nunca tuvo a los capitalistas de tu lado. El desarrollo brasileño fue más producto del Ejército que de la burguesía paulista.
- Matías Vernengo: El rol estatal es fundamental. Para mencionar un ejemplo concreto. El Estado argentino tiene que fijar las reglas que la acumulación financiera sea en moneda local, tal como fue en el caso brasileño. La dictadura militar brasileña creó un mercado de capitales en moneda doméstica. A pesar de que en algún momento sufrieron un proceso hiperinflacionario, la elite local continúa sin ahorrar en dólares. Eso no fue por una cuestión cultural sino porque hubo políticas de Estado que los obligaron a invertir en moneda doméstica.
La hipocresía de la ortodoxia
A pesar de los problemas teóricos y prácticos, la economía ortodoxa continúa gozando de una fuerte preeminencia académica. ¿Cuál sería la explicación de ese aparente contrasentido?.
- Matías Vernengo: ¿Por que hay un período histórico (entre las décadas del '30 y el '70 del siglo XX) en que se repiensa la economía? Porque aparece una capacidad contestaria que genera un espacio intelectual para repensar cuestiones ligadas a la economía, el desarrollo. El marginalismo perdió el debate económico en las denominadas Controversias del Capital, tal cual lo reconoce el propio Samuelson. Y sin embargo no pasó nada. Eso constituyó un sistema que yo llamo de hipocresía organizada. Hay un texto de Paul Krugman que dice que, en los años ochenta, todos sabían que era necesario escribir las ideas adaptadas al modelo de expectativas racionales. Él reconoce que eso era ridículo, que los resultados eran absurdos, pero que era la única forma de poder publicar. Era la forma de ingresar al sistema. La hipocresía organizada es eso: una teoría económica que saben que no funciona, pero que igual la defienden. La regla vigente es que los premios se los llevan los economistas que te dicen que los mercados funcionan.
- Eduardo Crespo: La teoría del equilibrio general no cierra y ellos lo saben. Suena medio crudo decirlo pero así es. El predominio académico de la ortodoxia no tiene que ver con otra cosa que con relaciones de poder. En los últimos años no hay más debate económico en la academia. Lo único que se plantea son meras cuestiones económetricas.
Suplemento CASH de Página/12 - 12 de enero de 2020