La depresión económica en el Norte Global y sus implicancias políticas y geopolíticas

Gabriel E. Merino


Joe Biden seguramente intente reconstruir las alianzas del viejo Norte Global para reimpulsar la globalización, subordinar a China y a las potencias emergentes, y constituirse en el nodo central de la reconstrucción del capitalismo del siglo XXI. Pero entre los sueños y la realidad hay una importante distancia.

En una nota anterior para PolíticayMedios presentábamos algunos datos clave sobre la crisis del capitalismo global actual y sobre la transición geoeconómica que estamos atravesando: el declive relativo de lo que se conoce como el Norte Global o núcleo orgánico del capitalismo mundial  (Estados Unidos, Europa occidental y Japón) y el ascenso de Asia Pacífico y particularmente de China, con su estrategia de desarrollo de las fuerzas productivas denominada “socialismo de mercado”. Como señalamos en aquella nota, la crisis estructural del Norte Global ya comienza en 2008.

Las pobres tasas de crecimiento que hay desde 2007-2008, a pesar de los enormes estímulos monetarios y fiscales existentes, llevaron a neokeynesianos como Lawrence Summer –Secretario del Tesoro de Bill Clinton y Director del Consejo Nacional de Economía con Barack Obama— a definir esta situación como de estancamiento secular (2014). Es decir, una nueva era caracterizada por el bajo crecimiento.

De hecho, el crecimiento de los países del G7 post 2008 es incluso inferior al de la Gran Depresión de la década de 1930. Todo ello contrasta, obviamente, con las exponenciales tasas de crecimientos chinas que tuvo en el mismo tiempo un crecimiento real de su PBI del 140%.

Por su parte, Nouriel Roubini —asesor del Secretario del Tesoro durante el gobierno de Barack Obama y quien anticipó desde el campo liberal la crisis de 2008— explicaba ya en 2015 las razones por las que cuestiones extraordinarias, como las bajísimas tasas de interés para estimular la economía, devienen ordinarias en tiempos de estancamiento secular.

Señalaba, entre otras cuestiones, que la oferta de bienes y servicios superaba a la demanda (exceso de oferta o sobreproducción desde el punto de vista del capital que coexiste con el subconsumo desde el punto de vista del trabajo). También apuntaba sobre el “exceso de ahorro” que se disputaba en unas pocas inversiones productivas (sobreacumulación de capital).

Este mismo economista liberal, analizando los efectos de la Pandemia sostiene que ahora pasaríamos de la fase de estancamiento a la fase de la Gran Depresión, más allá de que pueda existir un final feliz hacia 2030. Pero, parafraseando a Keynes, en el largo plazo todos podríamos estar muertos.

Otros como Michael Roberts, señalan que incluso existía una “depresión” ya antes de la Pandemia. Y ello se debe a que la productividad no crece porque no crece la inversión –especialmente la inversión en alta tecnología— y ello a su vez se debe a la caída en la tasa de ganancia y el exceso de deuda –especialmente corporativa.  

Una cuestión central es que el capital financiero, en donde reside la propiedad y la capacidad de apropiación de lo que producen las empresas, absorbe cada vez más porcentaje del valor añadido en la economía. De esta forma, actúa como parásito, absorbiendo valor que no retorna al circuito productivo, valor que no se destina a un aumento en inversión que redunde en aumentos de la productividad. Y sobre todo no incorpora tecnología. 

La crisis económica, financiarización y polarizaciones políticas

Lo que se observa desde 2008 con claridad es una crisis de sobreacumulación del capital (exceso de ahorro encuentra unas pocas inversiones productivas); una crisis de sobreproducción y, por lo tanto, de realización (“la oferta supera a la demanda”), en gran medida como producto de la estrategia neoliberal que deprimió salarios (y multiplicó la desigualdad) para aumentar las ganancias, ampliando la desigualdad; y hay un proceso sistémico de financiarización producto de la crisis estructural del capitalismo que la pandemia no hizo más que exacerbar (capital que no encuentra valorización en la llamada economía real).

En este escenario, ya antes de la Pandemia se preveía un estallido en la burbuja de bonos que, como la burbuja de las hipotecas de 2008, exprese en la superficie un conjunto de contradicciones subyacentes que devienen antagónicas. Ahora, el endeudamiento público y privado y la llamada “hiperliquidez” sostenidas por la gran emisión y la tasa de interés casi al 0% o incluso negativa en las principales potencias han dado un nuevo salto, generando otra enorme burbuja en los mercados de bonos y en las transnacionales tecnológicas de punta.

En este sentido, este año la Fed emitió en tres meses 3 billones de dólares –casi todo lo que había emitido en seis años de una ya extraordinaria hiperliquidez-- y ha comprado una enrome masa de activos, llevando a un nuevo nivel el “privilegio exorbitante” del dólar. Esto a su vez estuvo acompañado por fuertes emisiones de bonos del Tesoro de Estados Unidos. Incluso algunas voces en los principales medios de comunicación financieros llegaron a definir la situación como una nacionalización de facto del mercado de bonos (Financial Times, 23 de junio de 2020).

Por su parte, el balance del Banco Central Europeo se expandió en 1 billón de dólares mientras que el de Japón en 0,7 billones. El resultado, es que se ha profundizado una peligrosa brecha entre llamada economía real y el mercado de valores inflado por la financiarización –que se exacerba especialemnte en las empresas tecnológicas de punta como Alphabet, Amazon, Apple, Facebook y Microsoft, que ahora representan una quinta parte del índice S&P 500.

El problema es que no pueden frenar el keynesianismo financiero y militar, menos en las actuales condiciones geopolíticas, lo cual se corresponde con el hecho de que la deuda pública esté en niveles cercanos a los de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. Además, el riesgo de frenar el proceso de financiarización es el de profundizar la lucha entre capitales o interempresaria y que ello azuze aun más la polarización política y la reacción social en el Norte Global.

Pero la contradicción es que la propia expansión financiera instrumentada para evitar una depresión profunda exacerbará inevitablemente las tensiones políticas y sociales si no se modifica la dinámica de acumulación en la que se inserta. Ya que esta dinámica, como se señaló, implica una creciente absorción de valor por parte del capital financiero sobre los sectores de la producción y del trabajo (sobre todo pymes y asalariados), lo cual tiene a fracturar aún más a la sociedad, alimentando la polarización política.

Las transferencias directas de ingresos a los trabajadores aminoran o actúan de contrapeso ante dicha dinámica, pero estas fueron excepcionales e insignificantes en cuanto a los paquetes de estímulos que retroalimentan el poder del gran capital financiero.

Además, la “desposesión” (o transferencias de riqueza hacia el capital financiero concentrado) tiende a provocar una incluso mayor sobreacumulación del capital y las recurrentes crisis, que estallan bajo la forma de explosión de burbujas.

Esta dinámica tiende a crear una profunda crisis de legitimidad sistémica, exacerbando las tensiones entre las clases populares y el gran capital financiero. Además, tienden a exacerbarse las características plutocráticas de las repúblicas occidentales, a la vez que se polariza aún más la relación centro- periferia, alimentando las luchas Norte Global – Sur Global.

En resumen, el estancamiento y la depresión económica inevitablemente agudizan la lucha entre capitales, las luchas económicas mediadas por los estados (por recursos naturales, mercados, monopolios tecnológicos y financieros, etc.), las luchas de clases articuladas con luchas raciales y de género, y los enfrentamientos geopolíticos.

Pujas geopolíticas

La cuestión del estancamiento del Norte Global y la financiarización deben articularse con el análisis a largo plazo de transición histórica-espacial mundial, el cambio en el mapa del poder y la lucha geopolítica.

Como señala Giovanni Arrighi, tomando palabras de Fernand Braudel, las grandes (sobre) expansiones financieras del sistema son el signo de otoño de una hegemonía.

Esta expansión financiera estaría expresando que el viejo centro ya no tiene la primacía productiva, ni los monopolios tecnológicos y comerciales, pero conserva el poder financiero-monetario (y militar) que le permite absorber gran parte de la riqueza mundial y vivir por encima de lo que produce.

Desde esta perspectiva, las expansiones financieras en todo el sistema son el resultado de dos tendencias complementarias. La primera es la sobreacumulación de capital, capital que no encuentra inversiones rentables en la producción y el comercio y se deriva al plano financiero, en parte porque el “viejo” núcleo orgánico ya no es tan dinámico. Entonces la inversión real fluye hacia los territorios dinámicos (China y Asia Pacífico y el Índico). La segunda, justamente, es una intensa competencia interestatal por el capital móvil, con la capacidad estatal de transformarlo en desarrollo de fuerzas productivas bajo orientación estratégica nacional y evitar la llamada “bicicleta financiera”. Competencia que necesariamente está en relación a una agudización de las disputas geopolíticas.

Por otro lado, la imposibilidad del viejo Norte Global de contener-subordinar a los polos de poder emergentes, en los que sobresale China, a su vez implica la imposibilidad de establecer una estrategia para superación de la crisis económica del Norte Global. Estos territorios semi-periféricos fueron fundamentales para la expansión del capital transnacional y solución espacial ante la crisis de acumulación (1970-1980). Pero esto cambia en la medida en que dichos países desarrollan mayores niveles de autonomía relativa, debilitan o rompen los monopolios tecnológicos, financieros y comerciales del Norte Global, procuran romper ciertas dinámicas de la dependencia e insisten en volver a repartir el poder y la riqueza mundial. Además, al aprovechar la crisis y luchas internas del viejo “centro” mundial para impulsar sus propios proyectos políticos estratégicos se convierten en obstáculos para las fuerzas dominantes del Norte Global.

A ello hay que sumar que incluso dentro del propio Norte Global emergen los nacionalismos conservadores articulados con las fracciones de capital retrasadas, que impugnan al globalismo, convirtiéndose en otro obstáculo central. También hay un creciente malestar y despertar político de las clases populares golpeadas por la globalización neoliberal tanto en el centro como en la periferia.

Es decir, frente a la crisis de la globalización financiera neoliberal conducida por las grandes redes financieras globales y las transnacionales del Norte global, se le opone tanto la reacción nacional conservadora del centro (expresada políticamente en Donald Trump y Boris Johnson, entre otros), como la reacción de las clases populares del centro. También se le enfrentan los procesos políticos de insubordinación en el Sur global.

Además emerge otra mundialización, en un mundo crecientemente multipolar, en donde sobresale China, cuya economía controlada por grandes conglomerados estatales que conquistaron el mercado mundial no debe tributar en demasía a las redes financieras globales y puede utilizar sus excedentes en  el desarrollo de las fuerzas productivas con criterio estratégico pero a la vez funcionando bajo la competitividad que le exige el mercado.

Su enorme economía se posiciona cada vez más como centro de la región Asia-Pacífico. Mientras pone en práctica un conjunto de grandes iniciáticas internacionales que la tienen como actor fundamental (“Nueva Ruta de la Seda”, Asociación Económica Integral Regional de Asia Pacífico, Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, etc.)   bajo una política exterior de multilateralismo dual: Beijing participa de las viejas instituciones multilaterales diseñadas por Estados Unidos y Occidente a la vez que crea nuevas e impulsa nuevas, propias de la dinámica multipolar.

 

Política y medios - diciembre de 2020

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