La batalla del neoliberalismo

Nestor Restivo
Europa atraviesa una crisis no sólo financiera, sino que evidencia un lento pero sostenido proceso de decadencia relativa en el sistema mundial. Francia, una de sus potencias y todavía entre la liga mayor de las economías, cambió de gobierno en mayo y ya encara un ajuste presupuestario, en el cual irá la suerte del presidente socialdemócrata François Hollande. La frágil situación económica europea, aun con su menor influencia internacional, impacta directa o indirectamente al resto del mundo vía comercial. En el frente fiscal es donde resulta de interés comparar aristas con medidas que toma Argentina cuando se trata de “elegir” a ganadores o perdedores de políticas públicas y de intervenir en el reparto de la renta.

Hollande necesita algo más de 30 mil millones de euros para saldar la cuenta y propone recortar presupuestos en todas las áreas estatales (incluida salud y seguridad social, pero exceptuando educación, justicia y seguridad) para ahorrar un tercio de lo requerido y subir impuestos a empresas y personas de alta renta para recaudar los otros dos tercios.

El punto más polémico entre los sectores acaudalados, siempre ingeniosos para hacerles creer al resto que sus males son los del conjunto (no otra cosa es la hegemonía), es el de las alícuotas al impuesto a las altas rentas personales. Hollande lo había dicho en campaña y enfureció a artistas, deportistas y ejecutivos famosos: se gravará más a los sujetos con posesiones por más de un millón de euros. Y la tasa de tributación irá del 45 al 75 por ciento. El grito más alto fue el del dueño de Louis Vuitton, Bernard Arnault, cuya fortuna de 41 mil millones alcanzaría por sí sola para ordenar las cuentas públicas francesas, hasta le sobrarían 10 mil millones para el buen vivir. Arnault dijo que se haría ciudadano belga.

Según Hollande, el nuevo tributo (provisional, por dos años) alcanzaría sólo a dos o tres mil personas en su tasa máxima. La cuestión es que Francia, como otros países tras el modelo neoconservador que empezó a regir hace tres décadas con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, viene de un régimen tributario injusto muy extendido en la era de Nicolas Sarkozy, quien igual que el de George W. Bush en Estados Unidos recortó gastos sociales e impuestos a empresas y familias más acaudalados.

De acuerdo con datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, las alícuotas a las altas rentas bajaron de 51 a 40 por ciento promedio desde 1981. Hollande la quiere llevar a 75 por ciento y suena herético para las clases sociales beneficiadas por el neoliberalismo, que justamente buscó y logró recuperar tasas de rentabilidad como las que había antes de las guerras mundiales del siglo XX potenciando una desigualdad social.

¿Quién, por ejemplo, se animaría a proponer esa tasa en Estados Unidos y otros países ricos cuando el discurso dominante de las últimas décadas fue en la dirección opuesta? Estados Unidos tenía ese máximo de tributación hasta 1981. Entonces, un gerente ganaba en promedio 30 veces más que un empleado. Hoy gana 110 veces.

La política de Sarkozy fue tan honda que el impuesto a las ganancias de los capitales fue reducido a 19 por ciento, y Hollande ahora lo llevará a 24 por ciento para equiparar, al menos, lo que pagan los trabajadores de ingresos más altos por sus haberes superiores al mínimo no imponible.

En los mismos días que Hollande anunciaba su plan a los impacientes franceses, del otro lado del canal el thatcheriano David Cameron bajaba la alícuota máxima de 50 a 45 por ciento, para advertir que el neoliberalismo da batalla no sólo en los planes de ajuste más salvajes de Grecia o España

Página/12 - 16 de septiembre de 2012

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