Jaulas, máquinas y laberintos

José M. González García*
Este artículo se propone abordar el problema de la burocracia desde las visiones críticas de Kafka y Weber. Para ello, se desarrolla la metáfora de la burocracia como máquina laberíntica que opera como entidad administrativa superior en el contexto de las sociedades modernas. El paralelo entre la obra de Kafka y Weber permite notar también la convergencia de la literatura y la sociología, lugares donde es posible encontrar no sólo un determinado espíritu de época, sino fundamentalmente una imagen lúcidamente crítica sobre el mismo. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . “La Metamorfosis” de Franz Kafka . La jaula de hierro (acerca de Max Weber) / Carlos Cousiño . “¿Qué es la burocracia?” – Fragmento / Max Weber [/size]

En las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del presente siglo tiene lugar un proceso de burocratización acelerada que parece afectar a todos los aspectos de la vida social e individual. Este proceso es especialmente visible en centroeuropa donde se superpone a una burocracia ya fuerte y consolidada. En comparación por ejemplo con Inglaterra o Estados Unidos —donde la Administración estatal carecía, en gran medida, de una burocracia profesional—, en Alemania y en Austria-Hungría estas nuevas tendencias burocratizadoras se superponen a una vieja tradición burocrática. Tanto la monarquía guillermina como la doble monarquía del Danubio basaban su poder en la centralización administrativa y en la jerarquía funcionarial. En las décadas del cambio de siglo esta vieja burocracia tradicional se verá acompañada por nuevas promociones de burócratas en esferas de la actividad económica privada y estatal, esferas que hasta entonces habían permanecido libres de los tentáculos administradores. En dichas décadas se vive una nueva vuelta de tuerca de un proceso de burocratización que parece extenderse indefinidamente y abarcar cada vez nuevas esferas de la realidad social y de la conciencia individual. Las tendencias hacia lo que Horkheimer llamaría, unos años más tarde, un «mundo totalmente administrado» se hacían cada vez más patentes. Esta situación histórica es el trastorno de la literatura y de la incipiente sociología del momento.

[i]1. La máquina burocrática[/i]

El análisis de los efectos de la burocratización se convierte en un tema central de historiadores, sociólogos, politólogos y literatos. Y todos ellos, en curiosa unanimidad, utilizan la metáfora de la máquina para referirse a la burocracia. No sólo los poetas y novelistas; incluso el lenguaje de los textos científicos, cuando intenta describir el mundo burocrático se aproxima al lenguaje especializado de los constructores de máquinas. La burocracia es vista como uno de los aparatos fundamentales en el proceso de destrucción del individuo y de mecanización de la sociedad [1] .

De todas estas unanimidades en el uso de la metáfora sólo me quiero referir aquí a la sociología de los hermanos Alfred y Max Weber y a la literatura de Franz Kafka. Es de sobra conocida la experiencia de este último como burócrata en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo en el Reino de Bohemia en Praga. A esta experiencia personal en la burocracia austrohúngara primero y, después de la primera guerra mundial, en la burocracia del incipiente estado checo, hay que añadir otras posibles influencias para comprender el mundo literario de Kafka.

En los últimos años, se está poniendo de relieve el probable influjo indirecto de Max Weber, a través de su hermano Alfred, sobre Kafka. Y precisamente, en el tema que constituye, a mi juicio, el leit-motiv fundamental de la obra literaria de éste: la obsesión burocrática, el absurdo de este sistema de organización social que se ha impuesto de una manera inevitable en todas las facetas de la vida, ahogando la espontaneidad e impidiendo la libertad.

3. Kakania y Kafkania

La importancia de Praga en la obra de Kafka ha sido subrayada hasta la saciedad. Incluso se ha llegado a identificar lo kafkiano con la vida opresiva, burocrática y funcionarial de esta ciudad, por lo demás maravillosa.

Ciertamente Kafka es ciudadano de Praga. En ella nace y en ella se desarrolla casi toda su vida: su niñez y adolescencia, sus años de Universidad y de trabajo profesional en el Instituto de Seguros. A pesar de haber deseado sentarse en despachos de países muy remotos, sólo pasa fuera de Praga temporadas de vacaciones, cortas estancias en el campo o el tiempo que duran algunos viajes. Únicamente al final de su vida se instala durante unos pocos meses en Berlín. Siempre desea abandonar Praga, pero no puede hacerlo porque hay un «algo» en esta ciudad que se lo impide. Praga es para Kafka una «madrecita castrante» —son sus palabras— con la que le une siempre una relación ambivalente de amor-odio.

Existen en la actualidad bastantes libros de documentación gráfica sobre la Praga de Kafka. Y las guías turísticas de la ciudad editadas en Europa occidental proponen como itinerario el seguir la ruta que hacía Kafka diariamente de su casa a la maldita oficina, o trayectos «kafkianos» parecidos.

Contrasta esto con el escaso relieve dado por las propias autoridades checas en general, y praguenses en particular, a las huellas de Kafka en'Praga. Casi no queda ningún vestigio de su vida en la ciudad, y sólo una calle pequeña y apartada lleva su nombre. Es como si pesara sobre él la losa del silencio administrativo. Y es que lo «kafkiano» se ha convertido en símbolo de la despersonalización del individuo en el Estado burocrático.

Hoy el mundo que Kafka describía se ha hecho realidad en Praga, encarnándose en sus instituciones y en los pasillos interminables del papeleo y del laberinto burocrático. Y los personajes de sus relatos se han incorporado a la vida cotidiana de la ciudad. Así ha podido afirmar Milán Kundera:
«Cuando yo vivía todavía en Praga, cuántas veces habré oído llamar a la secretaría del Partido (una casa fea y más bien moderna) "el castillo'. Cuántas veces habré oído mencionar al número dos del Partido (un tal camarada Hendrych) con el apodo de Klamm (lo mejor era que Klamm en checo significa 'espejismo' o 'engaño')» [22] .

Ficción y realidad se entremezclan. La obra de Kafka surge en un Imperio burocratizado —el Imperio austrohúngaro— y se hace realidad y cobra vida en nuestro presente en la burocracia del llamado «socialismo real».
La gran importancia de Praga en la obra de Kafka no debe hacer olvidar que éste, durante casi toda su vida, fue un funcionario y escritor austríaco, o mejor, austrohúngaro [23] . Praga era la capital del reino de Bohemia, una de las provincias a las que el Imperio «estrechaba con el abrazo del papeleo administrativo», en acertada frase de Robert Musil en Der Mann ohne Eigenschaften.

Es precisamente esta «novela de filósofo». El hombre sin cualidades —o sin atributos en la ya consagrada traducción española de José M. Sáenz—, la que ofrece un diagnóstico certero e insuperable sobre el Imperio austrohúngaro y su capital, Viena, la ciudad de los ensueños.
Este país, según Musil, estaba administrado por uno de los mejores sistemas burocráticos de Europa, al que sólo se podía reprochar el defecto de matar el genio y el espíritu de iniciativa del ciudadano corriente. El papeleo administrativo no sólo ahogaba las provincias, sino que también enterraba a los individuos, haciéndoles desconfiar frente a sí mismos y frente al propio destino.

En el siguiente texto expresa Musil las paradojas que contribuyeron al colapso cultural y político de Kakania, aquella nación incomprensible y ya desaparecida:
«Cuántas cosas interesantes se podría decir de este Estado hundido de Kakania. Era, por ejemplo, imperial-real, y fue imperial y real; todo objeto, institución y persona llevaba alguno de los signos k. k. o bien k. u. k., pero se necesitaba una ciencia especial para poder adivinar a qué clase, corporación o persona correspondía uno u otro título. En las escrituras se llama Monarquía austro-húngara; de palabra se decía Austria, términos que se usaban en los juramentos de Estado y se reservaban para las cuestiones sentimentales, como prueba de que los sentimientos son tan importantes como el derecho público, y de que los decretos no son la única cosa del mundo verdaderamente seria. Según la Constitución, el Estado era liberal, pero tenía un gobierno clerical. El gobierno fue clerical, pero el espíritu liberal reinó en el país. Ante la ley, todos los ciudadanos eran iguales, pero no todos eran igualmente ciudadanos. Existía un Parlamento que hacía uso tan excesivo de su libertad que casi siempre estaba cerrado; pero había una ley para los estados de emergencia con cuya ayuda se salía de apuros sin Parlamento, y cada vez que volvía de nuevo a reinar la conformidad con el absolutismo, ordenaba la Corona que se continuara gobernando democráticamente. De tales vicisitudes se dieron muchas en este Estado, entre otras, aquellas luchas nacionales que con razón atrajeron la curiosidad de Europa, y que hoy se evocan tan equivocadamente. Fueron vehementes hasta el punto de trabarse por su causa y de paralizarse varias veces al año la máquina del Estado; no obstante, en los períodos intermedios y en las pausas de gobierno la armonía era admirable y se hacía como si nada hubiera ocurrido. En realidad no había pasado nada. Únicamente la aversión que unos hombres sienten contra las aspiraciones de los otros (en la que hoy estamos todos de acuerdo), se había presentado temprano en este Estado, se había transformado y perfeccionado en un refinado ceremonial que pudo tener grandes consecuencias, si su desarrollo no se hubiera interrumpido antes de tiempo por una catástrofe» [24] .

Ante esta serie de paradojas legales, constitucionales, sociales y políticas del imperio de los Habsburgo, no es de extrañar que Kafka, ciudadano de la monarquía imperial, desarrollara un pensamiento paradójico y volviera a plantear, como un nuevo Zenón, la imposibilidad del movimiento: el mensajero del emperador jamás alcanzará al más humilde de los subditos, o el tiempo de la vida que transcurre normal y felizmente es insuficiente para que un joven cabalgue hasta el pueblo vecino.

Cabe preguntarse si Kafka no está retratando, con su paradoja del movimiento, el lento caminar de la burocracia austrohúngara o, en general, a Kakania que era, «sin que lo supiera el mundo, el Estado más adelantado; era el Estado que se limitaba a seguir igual» [25] .

Este mundo de seguridad y estabilidad, en el que todo parece claro y en orden, donde nada cambia más que para seguir igual, es también descrito por Stefan Zweig en sus memorias. El mundo de ayer es definido por Zweig como «la época dorada de la seguridad», en la que este sentimiento «era la posesión más codiciada por millones de personas, el ideal de vida común» [26] .

En este paraíso de la estabilidad hacen su aparición dos fuerzas disgregadoras: la industrialización y el despertar de la conciencia de las diversas nacionalidades. Son estos, sin duda, los dos hechos históricos más importantes entre el fracaso de la revolución de 1848 y el comienzo de la primera guerra mundial con la consiguiente desmembración del Imperio.

Todo el trabajo profesional de Kafka en el Instituto de Seguros se enfrentará con los problemas y consecuencias del proceso de industrialización y gran parte de esta experiencia quedará plasmada en sus obras. Por lo que se refiere al segundo hecho, Musil ha reflejado, como siempre irónicamente, las dificultades de una conciencia nacional kakaniense y la tendencia a la disolución de esta identidad, debido a la fuerza del sentimiento de pertenencia a los distintos pueblos que configuraban la doble monarquía:
«Este concepto de la nacionalidad austro-húngara estaba de tal manera formado que es casi inútil intentar explicarlo a quien no lo haya adquirido por propia experiencia. No estaba constituido por una parte austríaca y otra húngara que, como se podía creer, se completaban entre sí y formaban un todo, sino que lo componían un todo y una parte, o sea, el concepto del Estado húngaro y el otro concepto del Estado austro-húngaro; este último tenía su morada en Austria, mientras el concepto de nacionalidad austríaca carecía de patria. El austriaco existía sólo en Hungría, y allí, bajo la forma de aversión; en casa se llamaba a sí mismo subdito de los reinos y países de la Monarquía austro-húngara representados en la Cámara, lo cual significaba tanto como declararse austriaco-más-un-húngaro-menos-este-húngaro, y no lo hacía por entusiasmo, sino por amor a una idea que le repugnaba, pues no podía soportar a los húngaros como tampoco los húngaros a él; así es que el asunto se complicaba más todavía. Muchos se llamaban por eso polacos, checos, eslovenos o alemanes a secas, lo cual producía ulteriores divisiones» [27] .

Qué mayor sensación de tranquilidad, seguridad política y estabilidad que la celebración del septuagésimo aniversario de la coronación del Emperador. Como es bien sabido, el núcleo argumental de la obra de Musil se centra en la organización de la llamada «acción paralela», es decir, la celebración austríaca del septuagésimo aniversario de la subida al trono del augusto Emperador Francisco José, que se debería celebrar el año 1918 paralelamente a la conmemoración en Alemania del trigésimo aniversario del reinado del Emperador Guillermo II.

Ni qué decir tiene que ambos festejos se vieron truncados por la primera guerra mundial. Pero la ficción de Musil sirve para caracterizar la rivalidad contenida y la mimesis de Austria respecto a Alemania, así como la previsión de las dos Administraciones, excesiva en el caso de la austro-húngara como demostró la no menos previsible muerte del emperador en 1916.

En la carta que Ulrich, el hombre sin atributos, recibe de su padre, éste le sugiere los puntos que debe tratar en la petición dirigida al «ex-presidente de la Cámara de Contaduría y actual presidente del Ilustrísimo Ministerio de Administración privada de la familia Imperial-Real, a título de Mariscal Real, Su Ilustrísima el conde Stallburg». En la carta dirigida a esta maraña de títulos, Ulrich debería tener en cuenta lo siguiente:
«En el año 1918, alrededor del día 15 de junio, tendrán lugar en Alemania grandes solemnidades en conmemoración del trigésimo aniversario del reinado del Emperador Guillermo II, fiestas que mostrarán al mundo la grandeza y el poder germanos. Aunque faltan todavía varios años hasta esa fecha, se sabe, de fuentes dignas de crédito, que se están haciendo ya preparativos, por el momento naturalmente inoficiales. Bien sabes tú también que nuestro augusto Emperador celebrará en el mismo año el septuagésimo aniversario de su subida al trono, y que esta fecha coincide con el 2 de diciembre. La suma modestia que siempre nos distingue a los austríacos en las cuestiones concernientes a nuestra propia patria, me inspira el temor de que se prepara para nosotros, digámoslo de una vez, un Kóniggrátz, o sea, que los alemanes, con su método efectista bien estudiado, se nos adelantarán de modo semejante a como en otro tiempo introdujeron el uso del arma de percusión antes de que nosotros pudiéramos pensar en una sorpresa» [28] .

Celebración administrativa del Año Jubilar del Emperador Pacífico. Un emperador eterno, el más antiguo de todos, a caballo entre la realidad y la fantasía, reinaba por entonces en Viena:
«El Emperador y Rey de Kakania era un anciano legendario. Desde entonces se han escrito muchos libros acerca de él, y se sabe exactamente lo que hizo, impidió y dejó de hacer; pero en el último decenio de su vida y de la existencia del reino de Kakania, a muchos jóvenes del mundo del arte y de la ciencia les sorprendía la duda de si existiría realmente. Sus retratos aparecían en todas partes y en número casi igual al de. los habitantes del reino. Con motivo de su cumpleaños se comía y se bebía tanto como en el día de Navidad; se encendían hogueras sobre las montañas, y las voces de millones de hombres proclamaban su amor filial. El himno de alabanza al Emperador era la única creación poética y musical que conocía todo Kakaniense, pero su popularidad y publicidad eran tan archiconvincentes que la fe en su existencia podía equivaler a la fe en algunas estrellas que vemos ahora, a pesar de haber desaparecido hace miles de años» [29] .

Creo que es interesante conectar esta idea del emperador como anciano legendario, medio real medio fantástico, con la leyenda del mensaje imperial, obra de un habitante del cambio de siglo en Praga, capital del reino de Bohemia, integrado en la doble Monarquía del Danubio:
«El emperador —así dicen— te ha enviado a ti, el solitario, el más mísero de sus subditos, la sombra que ha huido a la más lejana lejanía, microscópica ante el sol imperial; justamente a ti, el emperador te ha enviado un mensaje desde Su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su lecho, y le susurró el mensaje en el oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir en su propio oído. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte —todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y sobre la amplia y elevada curva de la gran escalinata formaban un círculo los grandes del imperio—, ante todos, ordenó al mensajero que partiera. El mensajero partió en el acto;' un hombre robusto e incansable; extendiendo ora este brazo, ora el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu puerta. Pero, en cambio, qué inútiles son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio central; no terminará de atravesarlas nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras; y si lo consiguiera, no habría adelantado mucho; tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la última puerta —pero esto nunca, nunca puede suceder—, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos todavía con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche» [30] .

En «De la construcción de la muralla china», donde se inserta la leyenda, Kafka afirma que el pueblo ve al emperador «desesperanzadamente y lleno de esperanzas». Y algo más adelante, añade: «Si de tales fenómenos quisiera deducirse que carecemos de emperador, no se estaría muy lejos de la verdad» [31] . La consecuencia de estas ideas es «una vida en cierto modo libre, sin dominación», una vida no sometida a las leyes actuales, sino que «sólo atiende a las exhortaciones y advertencias que nos llegan desde remotas edades».

Fruto de esta presencia ausente del emperador es la estabilidad política china donde, a pesar de los cambios, todo continúa igual a lo largo de los siglos. Cabría hacer una lectura de esta narración de Kafka como referida a Kakania, en cuyo caso son bastante evidentes los puntos de contacto con el análisis de Musil.

Uno de los temas recurrentes en Kafka es el del poder anónimo, sin rostro, sin emperador. Cuando éste desaparece, la estructura de poder y de obediencia se mantiene a través de la burocracia. El imperio es eterno aunque un emperador aislado muera, o incluso aunque dinastías enteras se hundan y expiren en un único estertor. Kafka coincide con Weber en el tratamiento de la burocratización del poder, es decir, del paso del rey en el castillo a El castillo sin rey [32] .

Así pues, un Imperio de burócratas [33] , un país burocratízado en el que Musil puede hacer decir a su Señoría el conde Leinsdorf: «Cada individuo desempeña un oficio en el Estado: un obrero, un principe, un artesano son funcionarios» [34] . También en las novelas de Kafka todo el mundo es funcionario, se define por su pertenencia al Estado, a la jerarquía burocrática de El castillo o al Tribunal de El proceso. En esta última, por ejemplo, Titorelli explica a Josef K. que todos los hombres pertenecen al Tribunal, son funcionarios. Cada individuo se define por su función en la tarea burocrática. Es intercambiable con cualquier otro de su misma jerarquía y la identidad personal carece de importancia [35] .

Gran parte de la obra de Kafka hay que entenderla, pues, desde su análisis del laberinto burocrático, de ese poder anónimo que se levanta sobre nuestras vidas y agosta todo lo novedoso, todo intento de cambio y reforma. A partir de su experiencia cotidiana de la burocracia del imperio austrohúngaro, Kafka construye un mundo fantástico y real al mismo tiempo, en el que la pesadilla burocrática se impone por completo.
Musil ha popularizado el nombre de Kakania para designar a ese imperio, ya desaparecido. Pero, ¿por qué no llamarlo también «Kafkania»?

[u]NOTAS[/u]

[1] Cfr. las obras de Axel Dornemann: Im Labyrinth der Bürokratie. Tolstois «Auferstehung» und Kafkas «Schioss». Heidelberg. Cari Winter, 1984, pág. 27 y de Walter Müller-Seidel: Die Deportation des Menschen. Kafkas Erzählung «In der Strafkolonie» im europäischen Kontext. Stuttgart, Metzler, 1986, págs. 73-74.

[2] En aquellos años, se otorgaba el doctorado en la Universidad alemana de Praga tras haber aprobado tres exámenes parciales, los famosos «Rigorosen»: el de la historia del derecho, el de derecho procesal y el de ciencias políticas. No era necesario escribir una Tesis doctoral, por lo que Alfred Weber no pudo ser «Doktorsvater» de Kafka, sino únicamente «Promotor».
Esta confusión ha sido frecuente en las lecturas sociológicas de Kafka. Se da, por ejemplo, en el primer artículo de Astrid Lange-Kirchheim sobre Weber y Kafka, citado más abajo en la nota 6, y en Dietrich Wachier: «Mensch u. Apparat bei Kafka. Versuch einer soziologischen Interpretation», en Sprache im technischen Zeitalter, 76, 1981, pág. 142. Yo mismo he cometido idéntico error en mi artículo «Afinidades electivas entre sociología y literatura», publicado primero en España en la revista A granel, 1, 1986, págs. 54-64, y más tarde en México, en la revista Estudios, 11, 1987, págs. 41-51.
Puede verse una fotocopia del acta de los tres «Rigorosen» aprobados por Kafka en Klaus Wagenbach: Franz Kafka. Imágenes de su vida. Barcelona. Círculo de Lectores, 1988, pág. 55.

[3] Cfr. Max Weber: Intervención en la Asamblea del «Verein für Sozialpolitik» en Viena, 1909. En Gesammelte Aufsätze zur Soziologie und Sozialpolitik. Tübingen, Mohr, 1924, págs. 412-416. Puede verse también en el segundo volumen de la edición castellana de los Escritos políticos. México. Folios ediciones, 1982, págs. 464-469.

[4] Alfred Weber: «Der Beamte». En Die neue Rundschau, 21, Berlín, 1910, págs. 1321- 1339. Recogido también en su libro Ideen zur Staats und Kultursoziologie. Karlsruhe, G. Braun, 1927.

[5] Kafka: En la colonia penitenciaria. En el volumen de Alianza La condena. Madrid, 1984. (Trad. de J. R. Wilcok), pág. 143.

[6] Astrid Lange-Kirchheim: «Frank Kafka: 'In der Strafkolonie' und Alfred Weber: 'Der Beamte'». En Germanisch-Romanische Monatschrift, segunda época, vol. 27, 1977, págs. 202- 221. Más recientemente, Astrid Lange-Kirchheim ha desarrollado este artículo en su contribución al primer congreso sobre Alfred Weber, celebrado en Heidelberg los días 28-29 de octubre de 1984. Bajo el título de «Alfred Weber und Franz Kafka» está incluido en el libro que recoge las conferencias de dicho congreso. Véase Eberhard Demm (editor): Alfred Weber ais Poliliker und Gelehrter. Stuttgart, Franz Steinert, 1986, págs. 113-149.

[7] La interpretación en clave psicoanalítica es uno de los principales recursos de la biografía, muy bien documentada aunque a veces excesivamente unilateral, que Mitzman ha escrito sobre Weber: La jaula de hierro. Una interpretación histórica de Max Weber. Madrid, Alianza. 1976.

[8] L. A. Coser, prefacio al libro citado de Mitzman, págs. 10-11.

[9] H. Stuart Hughes: Conciencia y sociedad. La reorientación del pensamiento social europeo, 1890-1930. Madrid, Águila, 1972, pág. 219.

[10] Kafka: Carta al padre. Barcelona. Bruguera, 1984. (Trad. de Feliu Formosa), pág. 7.

[11] Cfr. la referencia de Mitzman a la traducción de Parsons en su libro ya citado, pág. 137. Sobre la polémica a que hago referencia pueden verse, por ejemplo, los siguientes artículos:
— Edward A. Tyryakian: «The Sociological Import of a Metaphor: Tracking the Source of Max Weber's 'Iron Cage'». En Sociological Inquiry. 51/1, 1981, págs. 27-33.
—Carta de Talcott Parsons a Tiryakian sobre su traducción, en ibidem, págs. 35-36.
—Stephen P. Turnen «Bunyan's Cage and Weber's Casing». En ibidem, 52/1, 1982, págs. 84-87.
—Stephen A. Kent: «Weber, Goethe, and the Nietzchean Allusion: Capturing the Source of the 'Iron Cage' Metaphor». En Sociological Analysis, 44/4, 1983, págs. 297-320.

[12] Cfr. el volumen de las obras de Kafka Hochzeitvorbereitungen auf dem Lande und andere Prosa aus dem Nachiass, editado por Max Brod, Frankfurt, Fischer, 1986, págs. 31 y 60.

[13] En la colección de fotografías publicadas por Klaus Wagenbach (Franz Kafka. Imágenes de su vida. Barcelona. Círculo de Lectores, 1988) puede verse el membrete comercial de los Kafka en dos versiones: la primera más germanófila (aparece el pájaro posado en una rama de roble) y la segunda, políticamente más neutral. Al cambiar las circunstancias políticas, Hermann Kafka también cambia el anagrama de su tienda, aunque el motivo principal permanece. [Ilustración pág. 19].

[14] Un análisis general de los aforismos de Kafka en su contexto histórico y literario se encuentra en el libro de Richard T. Gray: Constructive Destruction. Kafka's Aphorism: Literary Tradition and Literary Transformation. Tübingen, Niemeyer. 1987.

[15] Max Brod: Kafka. Madrid, Alianza, 1982, pág. 204.

[16] H. Stuart Hughes, op. cit.. pág. 212.

[17] Elias Canetti: El otro proceso de Kafka. Sobre las cartas a Felice. Madrid, Alianza, 1983, pág. 136. Véase también el artículo de David Roberts: «Verwandiung, Masse und Macht. Kafka durch Canetti gelesen. Elias Canetti zum achtzigsten Geburtstag», en Sprache im technischen Zeitalter, 93, 1985, págs. 86-97.

[18] Kafka: Carta al padre, ed. cit., págs. 18-19.

[19] Canetti. op. cu., pág. 148.

[20] Cfr. Wolfgang Rothe. Schriftsteller und totalitäre Welt. Bern-München, Francke, 1966. Rothe titula «Krankheit zum Tode» el capítulo dedicado a Kafka.

[21] Frankfurt.Suhrkamp.l971.

[22] Milán Kundera: «En alguna parte ahí detrás», recogido en su libro El arte de la novela. Barcelona. Tusquets, 1987, pág. 119. Klamm ocupa el número dos en la jerarquía burocrática de El castillo.

[23] Entre los autores que han subrayado la importancia de Austria, y especialmente de su burocracia, para entender a Kafka quiero destacar aquí a Richard T. Gray, op. cit., Ernst Fischer (Vom Grillparzer zu Kafka. Frankfurt, Suhrkamp, 1975), Andrew Weeks («Kafka und die Zeugnisse vom versunkenen Kakanien», en Sprache im technischen Zeitalter, 88, 1983, págs. 320-337) y Antal Mádl («Kafka und Kafkanien», en Acta Litterari Academiae Scientium Hungarii. 21, 1979. págs. 401-407).

[24] Robert Musil: El hombre sin atributos. Barcelona, Seix Barral, 1970, vol. I, págs. 40-41. Como es bien sabido, Musil compone el nombre de Kakania a partir de las siglas utilizadas en el Imperio austrohúngaro: k. k. (abreviatura de «kaiserlich königlich», imperial real) y k. u. k. (abreviatura de «kaiserlich und königlich», imperial y real).

[25] Ibidem, pág. 42. Apoyándose en Musil, Alian Janik y Stephen Toulmin también describen el mundo paradójico de los Habsburgo. Véase especialmente el capítulo II, «La Viena de los Habsburgo: Ciudad de paradojas» de su libro La Viena de Wittgenstein. Madrid, Taurus, 1974.

[26] Stefan Zweig: Die Weit von Gestern. Erinnerungen eines Europäers. Frankfurt. Fischer, 1984, págs. 14-15. Véase todo el capítulo II, titulado precisamente «El mundo de la seguridad».

[27] Robert Musil, op. cu.. págs. 207-208.

[28] Ibidem, pág. 97.

[29] Ibidem, pág. 101. He modificado ligeramente la traducción.

[30] Kafka. La muralla china. Madrid. Alianza. 1983. (Trad. Alfredo Pippig). págs. 16-17. Kafka escribe la leyenda «Un mensaje imperial» en marzo-abril de 1917 y la publica aisladamente en Selbstwehr, Praga, 24 de septiembre de 1919 y, junto con otros relatos en Ein Landartz. München-Leipzig, K. Wolff, 1919. La leyenda también aparece incorporada en la narración «De la construcción de la muralla china», y adquiere mayor significado en este contexto. Esta última fue publicada postumamente por primera vez en Berlín. 1931.

[31] Kafka: La muralla china, ed. cit., págs. 18-19.

[32] Cfr. Ulf Abraham: Der verhörte Held. Verhöre, Urteile und die Rede von Recht und Schuld im Werk Franz Kafka. München. Fink, 1985, pág. 137.

[33] Véase el análisis de la burocracia de los Habsburgo en la primera parte del libro de William M. Johnston: The Austrian Mind. An Intellectual and Social History 1848-1938. The University of California Press, 1972.

[34] Robert Musil, op. cit., pág. 123.

[35] Cfr. Marthe Robert: Kafka. Buenos Aires. Paidós. 1969, pág. 97.

[i]*Ensayista (1950). Ha sido profesor en las facultades de Ciencia Política y Sociología y Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y profesor invitado en la Universidad de Heidelgerg, Alemania. En la actualidad es Investigador científico en el Instituto de Filosofía del C.S.I.C. Ha centrado su interés en la filosofía política y en la sociología, con especial atención a la figura de Max Weber, sobre el que ha publicado diversos artículos en revistas especializadas. Es autor de La sociología del conocimiento hoy (1979) y de La máquina burocrática (Afinidades electivas entre Max Weber y Kafka) Visor (1989).[/i]

Fuente: [color=336600]Revista Observaciones Filosóficas - Nº 4 / 2007[/color]

Adjunto: “La metamorfosis” de Franz Kafka

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