El profeta del liberalismo
Galbraith fue autor de treinta y tres libros que conocieron gran popularidad por la destreza de su autor al tratar temas complejos de manera sencilla y amena. Sus obras crearon la base de un pensamiento económico diferente, más abierto y democrático y tuvo muchos discípulos y admiradores. Nunca recibió el Premio Nobel de Economía, pese a su fama y a la reputación de sus ideas debido a que muchos no lo consideraron economista, sino un ideólogo. Fue profesor emérito de la Universidad de Harvard, embajador y asesor de varios presidentes como Roosevelt, Kennedy y Johnson. Con éste último sentó las bases de lo que fue llamado La Gran Sociedad.
Keynesiano en su origen, fue partidario de la intervención del Estado, aún a costa del endeudamiento, cuando era necesario restablecer el dinamismo en una economía estancada. Consideraba que la sociedad moderna no atiende las necesidades de las capas menos favorecidas. Afirmó que la economía es determinante en los cambios histórico-políticos y no a la inversa como muchos estiman. Creía que el capitalismo americano era rico en su oferta de bienes de consumo pero exiguo en ofrecimiento de servicios sociales.
Fue de los primeros en señalar que la sociedad de consumo manipula al ciudadano y crea necesidades artificiales mediante el uso de la propaganda. El capitalismo, decía, estimula el uso innecesario de productos superfluos para mantener el equilibrio del mercado, todo ello crea la opulencia privada y el infortunio público.
Veía que la obsesión norteamericana con la producción y el uso de automóviles dañaba la calidad de vida y estimaba necesario un cambio de valores dentro de aquella sociedad. Para él el Estado debía acometer un mayor ritmo de inversiones en obras públicas como carreteras, transporte público, establecimientos educacionales y de salud. En ello se veía la influencia de su maestro Keynes. Era partidario de lo que llamó "un nuevo socialismo" en el cual se impondrían fuertes impuestos a las clases opulentas y se pasaría a la propiedad estatal de los servicios sociales; a la vez se subvencionaría generosamente a las redes de distribución de productos culturales. También debía regularse la planificación centralizada de los pequeños negocios y la iniciativa empresarial.
Para Galbraith la sociedad ideal era aquella en la cual los infortunados formaban parte del sistema político. Creía que la meta de la ideología conservadora era hallar una justificación moral al egoísmo humano. Atacó las formas arcaicas del capitalismo, el neoconservatismo, la libre empresa y el individualismo.
Como hombre de profundos principios éticos rechazó el nombramiento de embajador en las Naciones Unidas que Johnson le ofreció para no tener que enfrentarse a las ideas de la administración vigente que entraban en contradicción con sus preceptos. Como embajador chocó con frecuencia con el State Department en franca rebeldía con sus tesis y prácticas. Fue un hombre del sistema, no fue un disidente, pero su originalidad fue suficiente para que se le considerara un heterodoxo, y aún un hereje, dentro del pensamiento capitalista.
Fue una punta de lanza brillante y disímil dentro de las ideas de la plutocracia industrial y el mercantilismo de los Estados Unidos en el siglo XX. Su larga vida, plena de realizaciones, pródiga en su pensamiento, afilada en sus análisis de la sociedad contemporánea, significó una isla dentro de la ideología social demócrata. En la era retrógrada de Bush difícilmente surgirá un pensador de semejante capacidad y brillantez que logre ver el ombligo de una sociedad de manera tan luminosa.