"El dueño de la prosa o de los dibujos es el lector"

Hermenegildo Sábat
[b]Realidad Económica 214 [/b] Las ediciones de Realidad Económica son ilustradas desde hace doce años por el querido amigo Hermenegildo Sábat. Agregamos a continuación dos notas sobre el prestigioso artista plástico La primera cuando el premio Nóbel de literatura Gabriel García Márquez entregó el premio anual de La Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano señalo, en esa oportunidad que lo hacia por [i]“su conducta intachable frente al poder"[/i] y su carrera brillante en el Uruguay y la Argentina lo que lo convierte en un ejemplo para los jóvenes periodistas. La otra, la introducción de Miguel Brascó a su libro [i]ABSTEMIOS ABSTENERSE. Inventario parcial de Alcohólicos Conocidos (I.S.B.N. 987-99522-1-9).[/i]

1) La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano otorgó el 30 de agosto último el galardón de este año al periodista y artista plástico Hermenegildo Sábat.

El diploma fue entregado por el premio Nobel de literatura y presidente de la Fundación, Gabriel García Márquez.

La FNP premió a Sábat porque su “conducta intachable frente al poder” y su carrera brillante en el Uruguay y la Argentina lo convierten en un ejemplo para los jóvenes periodistas.

Realidad Económica, cuyas ediciones son ilustradas desde hace doce años por el querido artista y amigo, se suma al beneplácito por tan merecido reconocimiento con la publicación del discurso pronunciado en esa oportunidad. [b](Ver Nota en Archivo Adjunto[/b]

2) El Dossier Sábat. Por Miguel Brascó

El desembarco de Hermenegildo "Menchi" Sábat en Buenos Aires, década del sesenta, fue un episodio fluvial sobre cuyas implicancias y significados ulteriores nadie tomó conciencia ni siquiera se percató; salvo unos pocos que, claro, se mantuvieron boca chiusa para no alborotar el avispero. El artista uruguayo caminó planchada abajo del ferry boat La Colonia-Buenos Aires, completamente sobrio a la sazón, con la grave dignidad de un monarca imperial lector asiduo de Vladimiro Ilich (Lenin) a quien, al cabo de los Cien Días, se conjetura que el establishment de la Banda Oriental le habrá concedido la abdicación sin represalias, siempre y cuando no siguiera jorobando más al entourage battle con dibujitos transgresores en la prensa de Montevideo.

El ferry, por entonces conocido entre sus asiduos como The Orient Express, era el transbordador oficial de desafectos a los regímenes recíprocos, en tráfico de intercambio muy activo manejado -se solía decir off the record- por las respectivas cancillerías. No por las cancillerías en su rimbombancia oficial de protocolos y comunicados soberanos sino por mínimas reparticiones ubicadas al fondo derecha atrás de dichos ministerios, en oficinitas desviando a falsa escuadra con mucho tufo a vaho de gorda ducha en mate con bombilla. Las voluminosas en cada caso eran apenas tres pero, en su conjunto flagrante, daban la sensación de muchedumbre. Las únicas diferencias entre las oficinitas uruguayas y las argentinas eran el tuteo versus el voseo y la consistencia de la yerba mate, puro polvo en la banda de allá, más fornida de hojita y palitroque en la orilla contrapuesta. En todo lo demás actuaban de consuno, sin ningún sí ni menos un no que pudiera conflictuar el intercambio.

Los Cien Días de Sábat en su país nativo fueron muchos más, pero él los redondeó en centena, cosa de tener algo en común con Napoleón Bonaparte. Los necesarios, en esos años, para subir de a dos peldaños por vez las escalinatas (resbalosas, m'hijo, no te quepa la menor) del periodismo uruguayo. Cuando llegó arriba de todo no le quedaba sino bajar por la escalera opuesta, o trasladarse a Buenos Aires para repechar las correlativas argentinas. Más empinadas tal vez pero con escalones donde podes hacer pata ancha. "Venite pronto" le había aconsejado por telegrama colacionado (los billet douxde entonces) su connacional y crítico de cine Hornero Alsina Thevenet. "Antes de que Timerman termine de fundir los restantes diarios locales". Terminaba de lograrlo con El Mundo, aunque no en tiempo record. El record lo tenía Ernesto Sábato con la revista Mundo Argentino. Tomó la dirección y ahí nomás, tac.
El burócrata de Migraciones que controlaba el desembarco en la dársena del ferry tuvo problemas menores con el nombre Hermenegildo. "¿Con hache o sin hache, con ge o con jota?" quiso saber. Estas incertezas son frecuentes con los nombres uruguayos, muy dados al fantaseo alocado, como el Felisberto del novelista Felisberto Hernández, o el Idea de Idea Vilariño, que los antólogos de la poesía nunca saben si es señor o señora. Hermenegildo genera titubeos similares al jengibre, que los alemanes llaman ingwer, y en Buenos Aires, ciertos cocineros escriben genjibre, otros jenjibre y en varios menúes figura como gengibre. El tipo, ni la menor idea. "El jengibre es una cingiberácea antiflatulenta", le explicó Sábat que, además de dibujante retratista y artista plástico polimórfico, es erudito en todo, con énfasis especial en el jazz, la literatura, el cine y las cingiberáceas. "¿Antiflatulentas?" quiso saber el otro, a quien medio le sonaba. "Es lo que te rescata de la nube de pedos", explicó Sábat. "Un titubeo muy frecuente en todos estos países". Por si las moscas el funcionario le dio ingreso en Argentina como Menchi Sábat, pero he advertido que un gran contingente de admiradores tiende ahora a pronunciar su nombre acentuado al final: Sabát. Un artista tan agudo y burlón no puede tener un apellido con acento grave.

"Sábat, Sábat", precisa Menchi mientras almorzamos ostras y trillas con vino blanco Tocai Friulano de Finca La Anita en el restaurante Oviedo. "Es un apellido catalán, con mucha historiografía uruguaya". No especifica qué índole de historiografía, ni yo le pregunto, no sea cosa. Por ejemplo, que resulte pariente o entenado de Sábat Ercasty, quien figura en el Enciclopédico Abreviado de la Espasa-Calpe franquista como "poeta con un estro apasionado y rotundo". El no sea cosa que me disuade de preguntas incisivas es el riesgo de que Menchi reaccione torcido echándome tras cartón una mirada fija.

Volveré sobre esto de la mirada fija en unas líneas más, cuando medio haya amainado el riesgo.

En esta actual etapa madura de su edad Menchi Sábat es alto, profesoral y de expresión bondadosa, muy amable, de comportamiento respetuoso con las damas, incluso cuando les explora la gamba por debajo de la mesa. El toque profesoral se lo dan unos anteojos de armazón dorada, el pelo que tiende a usar canoso y una proper double chin que menciono en inglés porque en castellano suena a palabra radraga. Todo ese contexto gestual se acentúa por su manera pausada de hablar, con mucho vocabulario y tono de voz claramente asertivo, típico de quienes no están seguros de nada. Su prolegómeno cuando está por emitir una frase perspicaz, un juicio apodíctico de esos no abiertos a discusiones, es arrugar la nariz y un cachito el entrecejo, lo que cohibe al interlocutor neófito. Pero esta expresión los menchi-veteranos no la registran como inquisitiva sino como una muestra de respeto de Sábat al otro: cuando arruga nariz en medio de un razonamiento conjetural probabilístico es porque te reconoce como a un súper avispado.

Por entonces todos coincidimos en que el empecemos en seguida más simple e inmediato de Sábat en Buenos Aires era incorporarse al grupo designado por Editorial Abril para hacer Adán, revista para gentilhombres una trémula traducción de gentlemen— y a ese equipo lo sumamos sin pensarlo demasiado.
Teníamos el problema de la Cuota Uruguaya, nunca más de un montevideano por redacción cuadrada, pues dicha acumulación podía fácil desnivelar el equilibrio del grupo hacia el escepticismo cáustico de perfil Thevenet, al candor trémulo estilo Benedetti o a la erudición enigmática tipo Monegal. Conociéndolo a Sábat, y ya contando con Homero Alsina en el equipo, era lógico temer un % de mordacidad excesiva. En la duda la decisión fue apechugar, y dicha audacia probó luego ser beneficiosa: la revista duró siete números más de lo que la censura promedio del momento tenía previsto concederle. Exégetas posteriores atribuyeron esa condescendencia adicional al desconcierto de los funcionarios frente a las ilustraciones Menchi. Nunca se pusieron de acuerdo sobre su condición, si eran angélicas o subversivas.

Adán fue una revista desaforadamente voluptuosa con inserts en extremo deschavados de mujeres un diez por ciento totalmente desnudas, a las cuales no se les pispeaba la menor nalga, la más mínima teta: un erotismo fantasmagórico al revés, dictaminado por el establishment castrense entonces encaramado al usufructo de la república bienamada. Los nombres de sus funcionarios litúrgicos y confesionales, designados para conducir tales censuras, se han borrado para siempre de todas las memorias, siendo ese olvido probablemente lo mejor para la higiene general del alma. Pero en aquel entonces constituyeron una dádiva bienhechora providencial para el conjunto de los redactores pues, con el pretexto de sus oscurantismos, pudieron desviarse del proyecto de una publicación apenas porno y editar en cambio una revista que hoy todavía se recuerda por inteligente. Imagínese que escribían o colaboraban allí entre muchos otros de parecido nivel— Ezequiel de Olaso, Bengt Oldemburg, Rodolfo Walsh, el mencionado Homero Alsina Thevenet, el albino Luis González O'Donnell (creador, no mucho después, de Primera Plana), creo que Pajarito García Lupo, el oreja absoluta Jorge Andrés, Carlos Burone, Ernesto Molina, siguen los nombres. Por ese rutilante portal entró a los spots convergentes de Buenos Aires, y con cartel francés, el Menchi Sábat de los uruguayos.

Además de gran dibujante es un portentoso artesano, un virtuoso total de las técnicas mixtas, arremetiendo para sus originales con la materia más a mano, sea cual fuere y siempre de manera magistral: lápiz, crayons, pasteles, carbonillas, acuarelas, temperas, óleo, acrílico. Yo, que también soy del oficio, no sé, muchas veces no entiendo, me da vértigo el sólo mirar con cuál pie invariablemente distinto entra Sábat en el edificio de la creación. No entra, irrumpe. No irrumpe, sobreviene. Él (tan medido y casi austero en sus hábitos cotidianos del vivir, tan prolijito matrimonial, tan padre de sus hijos, tan de quedarse con el saco puesto cuando llega de visita, tan de hablar una tarde de los hilos cósmicos de Hawking y, a la siguiente, de los dodecafonismos de Bill Evans o del macaneo postmodern inestable de Francois Lyotard) se deja caer a pique sin parapente, sin ala delta, un pito, sobre la superficie virgen de su blocco Fabriano, su cartulina Witcel, su tela desprevenida y, a golpes de pincel o lo que venga, espátula, facón de gaucho alzado, empieza a armar un descuajeringue de trazos y coloraturas, un despiole que uno piensa adonde cornos va este tipo, un reordenamiento coyuntural de las divinas proporciones, siempre al borde de ese caos malparido en el que súbitamente, con un mix de bronca Payne's Gray y depre Raw Umber, el artista advierte que se pudrió todo y hay que empezar de vuelta y a partir del puro cero.

Pero no. De la aparente catástrofe, Menchi emerge al final con una nueva forma Hermenegilda impredecible; y un equilibrio que no es un equilibrio sino un equilibrio vuelve a comandar de punta a punta la realidad Fabriana. Lindo dibujo, dice el señor que está mirando cómo lo hace, pero jamás sabrá que estuvo viendo el Caos, el final de Todo Lo Que Existe, y de pronto, sin decir agua va, asistió al súbito milagroso recupero de las cosmologías algebraicas. O sea Dios. De Adán pasó a Primera Plana donde todo era tan raro. Estaba Roberto Aizcorbe, estaba el gordo Soriano, estaba Tomás Eloy Martínez apenas como secretario de redacción, estaba Quino, estaba Alfredo Andrés a cargo del archivo, estaba Julián Delgado y estaba Jacobo Timerman con sus fonéticas de muchas eses, además de rodeado por nueve guardaespaldas. "Que cuando uno los precisa, nunca están", dijo Jacobo. "Pero son brutales como símbolos de status".

De Primera Plana, a La Opinión; y de La Opinión a Clarín. En Clarín consolidó el estilo de retrato creación libre que primero pretendió copiarle Villarreal en La Nación y ahora tutti quanti en todos lados: no hay publicación en esta vasta patria que no intente un símil Sábat, pero no hay conque.

No hay conque porque la cosa no es la habilidad de hacer retrato, que en cada plaza de todo el mundo tanto artista callejero maneja de taquito. No es ahí donde el asunto empieza ni tampoco donde termina. El parecido va de suyo, es apenas una perspicacia, ni más ni menos y sólo eso. Pero en Sábat el escrutinio es otro.

"No lo mires tan duro" le reprochan su mujer, sus hijos, cuando clava en ojo ajeno su candorosa pupila taladrante. El correlativamente junado trastabilla, queda guacho, desvalido, en situación desmadre, desnudísimo y trata rapidito de blinzeln, que es el pestañeo alemán con aval Ludwig Wittgenstein para esquivar el escudriñe metafísico. Pero en ese punto luego advierte que es muy tarde, ya su alma fue escaneada en las cinco dimensiones: ancho, alto, largo, tiempo y una quinta adicional, el persona-adentro. Sábat va a por esa, no a reproducir los meros rasgos sino a captar en el otro lo que en esencia es. Entonces, lo que después formula a fondo, técnica mixta sobre papel Fabriano, no es el retrato de un personaje sino la genuina materia de su alma. No bien formulada, la versión que Sábat hace de alguien deviene en el genuino ser-que-es del personaje; y el real, personaje mismo, apenas un fugaz elusivo retrato de su sucesiva coyuntura.

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