"El celular es todo un desafío para el colegio", sociólogo Luis Alberto Quevedo
"La escuela tiene el desafío de administrar las nuevas tecnologías y de usarlas todo lo posible, particularmente los teléfonos celulares, que han reducido la brecha digital", dice Luis Alberto Quevedo, sociólogo, especialista en medios de comunicación e investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). En la medida en que las tecnologías para la información y la comunicación llegaron para quedarse, la actitud más inteligente de padres y maestros, a su entender, es "no demonizarlas".
Como codirector del más reciente estudio sobre consumos culturales en el orden nacional (2005) de la Secretaría de Medios de la Presidencia de la Nación, destaca el acceso de los sectores más pobres a la sociedad de la información gracias a la notable expansión de la telefonía celular. "Ha sido nuestra manera de achicar la brecha digital", afirma.
También señala el enorme potencial de las industrias culturales y su capacidad estructural para promover empleo."Nuestro país exporta formatos televisivos, exporta creativos publicitarios, exporta cine. Pero la única forma de pelear en el mundo es a través del Estado. Europa, que tiene un enorme potencial audiovisual, tuvo que hacer leyes de defensa de los contenidos europeos en las cuotas de pantalla, invertir en eso, porque si no el mercado mundial los arrasaba. Si nosotros creemos que vamos a pelear con nuestros sellos grabadores y con nuestros cineastas contra Hollywood, estamos perdidos", asegura.
Quevedo estudió en la prestigiosa Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de la Universidad de París, donde obtuvo una maestría en Sociología. Fue director de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (1996/1997). Actualmente dirige el Proyecto Comunicación y el posgrado internacional de Gestión y Política en Cultura y Comunicación de Flacso. Es profesor asociado regular por concurso en la carrera de Sociología de la UBA. Ha publicado artículos en libros y revistas internacionales y nacionales sobre temas de comunicación, educación, cultura política y derechos humanos.
-¿Es Internet la tecnología última de la libertad, o lo que se gana con ella en circulación de la información se lo pierde en credibilidad?
-Hay una idea generalizada de que Internet es un territorio de libertad, pero lo primero que hay que decir es que no es ni libre ni gratuita. Para usarla siempre hay que pagar, como mínimo, una conexión. Económicamente cada vez es más poderosa. Internet es un territorio inabarcable. Todos tenemos con la red una relación diferente. Están los que creen que en Internet no se puede confiar de la misma manera que en un medio que firma sus noticias, y que tiene editores responsables. Pero yo creo que hoy hay sitios que resultan validados de distintas maneras. El fenómeno de los weblogs o diarios personales se da cada vez más. Hay sitios o foros donde se arman discusiones interesantes que otros leen, comentan y hacen circular. Y muchos de los nombres que uno puede ver allí, merecen credibilidad.
-¿Pero no es un medio en el que pasa mucho gato por liebre, también?
-Si, también hay que reconocer que Internet es un territorio al cual nos entregamos. Desconfiamos poco y deberíamos desconfiar más. Hay muchos sitios armados por emisores que no se responsabilizan por lo que dicen, que hacen circular información y testimonios de difícil comprobación, que acreditan o desacreditan trayectorias de personas o de productos, que hacen "operaciones"...
-¿Crece la tendencia a leer el diario por Internet?
-Lo que nosotros medimos en nuestra encuesta nacional de consumos culturales es que la gente está dispuesta a seguir comprando un diario en papel. Al lector de diario le gusta el papel. Le gusta el rito de leerlo a la hora del desayuno, doblarlo, llevarlo en el subte. Pero ha crecido la lectura de un segundo y tercer diario por Internet. Asociado a esto, hay otra cosa interesante, y es que los lectores de diarios hoy se actualizan online todo el tiempo. Hace 50 años que se dice que la lectura en papel tiene los días contados y, sin embargo, está más viva que nunca. Pero se suman nuevos formatos y, en ese sentido, digo que la migración no es hacia la pantalla sino hacia las pantallas. En esto tiene un papel importante la telefonía celular. Los celulares han resumido muchas de las tecnologías. Hoy un aparato de teléfono tiene cámara de fotos, reproducción de música, Internet, e-mail, juegos electrónicos. Es decir, resume tecnologías dispersas y las mete dentro de un aparato cada vez más chico, poderoso y barato. Las últimas cifras hablan de 22 millones de celulares: algo así como que tres de cada cuatro argentinos lo tienen.
-También desde el punto de vista social el celular tiene enormes efectos. ¿Puede considerárselo un elemento que favorece la democratización de la sociedad argentina?
-Si el siglo XXI es el siglo del ingreso a la sociedad de la información, el modo de ingreso de los sectores más pobres de nuestra sociedad es el celular y los juegos electrónicos. Esas son las dos ventanas de acceso en la Argentina de hoy. No el tener banda ancha ni la última tecnología en computadoras. Eso todavía es muy caro y tiene un uso muy segmentado, para sectores muy poderosos. Pero los jóvenes de los sectores más populares hoy pueden acceder a una tecnología de última generación que se ha abaratado mucho, sobre todo si se piensa en opciones como la línea control y las tarjetas. Aun cuando se cargue una suma mínima para hablar, siempre se tiene la posibilidad de recibir llamadas y, por lo tanto, de estar en red, de estar en el mundo tecnológico, de educarse, de recibir o responder pedidos de trabajo.
-¿En este sentido se puede hablar de un achicamiento de la brecha digital?
-Este acceso de los sectores de menores ingresos a las nuevas tecnologías forma parte de un achicamiento de la brecha digital. Los sectores mejor equipados, con mayores recursos tecnológicos y más educados en materia de nuevas tecnologías, son el ocho por ciento, que son los que reciben los mejores ingresos, los que veranean en la costa, los que viajan. Es un grupo muy pequeño en la Argentina.
-Visto así, la brecha sigue siendo inmensa...
-Claro. Pero desde el punto de vista del plomero, el electricista o la empleada doméstica, se están incorporando millones de personas a un universo de mayores posibilidades, no sólo de comunicación sino, incluso, de trabajo. Se los está metiendo en el mundo que se viene, que tiene más que ver con las pantallas y los teclados que con el lápiz y el papel. Y eso lo logró la telefonía celular. En el caso de los más chicos, ese achicamiento lo vemos por el lado de los videojuegos. Para los más humildes el locutorio no es sólo un punto de encuentro virtual, sino de encuentro físico. Cuando yo tenía 15 años, nos encontrábamos en el cordón de la verdad y charlábamos. El locutorio hoy es una plaza pública. Pero tiene la gracia de que es un poquito más seguro. También le empezamos a exigir al locutorio cosas que antes eran de la familia, como controlar a los chicos, que estén seguros, que no entren en sitios pornográficos. Ya hay muchos locutorios que filtran determinados sitios e incluso hay encargados que miran lo que están haciendo los más jóvenes.
-¿Por qué no avanza en la Argentina el llamado gobierno electrónico?
-La Argentina no tiene una política de sociedad de la información, o de gobierno electrónico. Su desarrollo es muy desigual y muy caótico si lo comparamos con otros países. Sin ir más lejos, Chile, donde los ciudadanos pueden hacer infinidad de trámites por Internet con enorme eficiencia. De todos modos, hay excepciones: por ejemplo, la AFIP y el Ministerio de Economía tienen un buen desarrollo electrónico. Anses también. Educ.ar también. Hay tres niveles de gobierno electrónico. El primero es el de la cartelera, con los datos básicos de los distintos organismos. El segundo brinda la posibilidad de interactuar con información específica: imprimir algo, por ejemplo. El tercer paso es el que todavía está menos maduro, y es el que debería permitir que todo el proceso pudiera ser online. Pero para eso hay pasos indispensables. Uno es el de la firma digital. Ya tenemos la ley, pero está mal instrumentada. Hay sectores del Estado muy atrasados.
-Desde el punto de vista educativo, ¿qué desafíos plantean las nuevas tecnologías?
-El uso cada vez más extendido de teléfonos celulares implica un rotundo cambio tecnológico y cultural. El nuevo entorno y las prácticas que promueve representan un desafío para el mundo escolar. No sólo porque los jóvenes se socializan cada vez más en esta segunda naturaleza que son las tecnologías, sino porque muchos de sus efectos -formas de la escritura, cambios en la percepción del tiempo y nuevos formatos culturales- no condicen con la actual estructura de la escuela.
-¿Qué papel juegan los docentes en este nuevo escenario?
-La insuficiente alfabetización digital de los docentes es un problema. Ha habido progresos, pero no alcanzan. Las escuelas argentinas no tienen el equipamiento que se requiere, sobre todo las escuelas del Estado. Todavía la computadora está ligada al gabinete de computación. El gran desafío es romper ese esquema según el cual la señorita Marta tiene la llave del gabinete y sólo lo abre los martes y jueves de dos a tres de la tarde para pasar a un modelo en el que los chicos incorporen Internet y las nuevas tecnologías en el aula. Desde el punto de vista del acceso, de la conectividad, la Argentina no está mal posicionada en el mundo -el 25 por ciento de los argentinos tiene acceso a Internet-, pero sí estamos mal en equipamiento, porque sigue siendo selectivo, para la gente de mayores ingresos. Por eso yo digo que los videojuegos y la telefonía celular son un modo de acceso. Educan, familiarizan con la tecnología digital a la gente de sectores populares. Creo que es muy necesario diseñar políticas públicas para crear rutas de equidad y acceso. El mercado sólo hace inforricos e infopobres.
-Los padres dicen de sus hijos: "¡Ay! pierden el tiempo en los jueguitos!" En los colegios dicen que la introducción del celular en las aulas está produciendo muchos dolores de cabeza, que por culpa de estas tecnologías los chicos no leen, se distraen, se saltean las jerarquías de la organización escolar...
-Estas nuevas tecnologías son complejas y presentan desafíos tan numerosos como inevitables. Pero no hay marcha atrás. Lo peor que podríamos hacer, como padres y educadores, sería demonizarlas. Con ellas se nos presentan los mismos desafíos que se presentaron con la televisión, sólo que ahora están dentro del aula. A decir verdad, la televisión siempre estuvo dentro del aula, porque aunque no hubiera allí un aparato encendido los chicos ya hace treinta o cuarenta años que se socializaron con la televisión en sus casas, que adquirieron su lenguaje, sus modismos. La escuela pudo evitar esto porque lo sorteó, lo puso a un costado. Pero con las nuevas tecnologías ya no lo puede hacer más. Por eso diría que la escuela tiene los desafíos de administrar esta tecnología y de usarla todo lo posible.
-El problema de administración se les presenta también a los padres. Cuándo comprar un celular a sus hijos, por ejemplo.
-Claro. Es una decisión muy difícil, porque hoy la amistad de los chicos, sus vínculos interpersonales, también forman parte de la Red. Es el modo en que se encuentran, se citan, se enamoran, se envían mensajes. Es un nuevo modo de sociabilidad, y estar o no estar en la Red marca la diferencia. Entonces, si yo le saco el celular a mi hija quizás la esté alejando del mundo. Es como decirle: "No vayas a la plaza porque hay chicos malos". Bueno, ésta es la calle, en realidad. Hay riesgos, hay dificultades. Pero a nosotros como padres lo que más nos cuesta es saber cómo intervenir en ese mundo, un mundo que muchas veces desconocemos. Chatear, abrir una cuenta en MSN, entender el MP3, el celular con cámara fotográfica se presentan como desafíos. Pero como estas tecnologías vinieron para quedarse, hay que administrarlas. Hay que exigirles a los chicos que apaguen los celulares en el aula, así como les exigimos que no griten, que no se paren, que no corran. Estamos en un mundo en el que hay viejos problemas con nuevos formatos.
-Pero la realidad es que hoy los chicos son más dispersos, que se llevan más materias, que tienen problemas concretos de atención...
-Es cierto, pero yo me pregunto si la escuela es capaz de motivar a los chicos y si los docentes son capaces de utilizar las nuevas tecnologías para motivarlos y para poner en marcha su capacidad de innovación. La desmotivación de los alumnos ¿no será consecuencia de docentes mal formados, mal pagados, que tienen que andar corriendo por todos lados? Le pedimos cada vez más a una pobre escuela que trata de no caerse, que vive en una encrucijada. A la escuela le tenemos que inyectar capacitación, tecnología, porque si no va a terminar quebrándose. Recibe demasiada presión social.
Fuente: LA NACION