Economías "encadenadas": China y Estados Unidos

Walden Bello*

La producción china y el consumo estadounidense son, en sentido figurado, como dos prisioneros que tratan de desvincularse el uno del otro pero no pueden porque están atados por una cadena. Esta relación está asumiendo cada vez más los visos de un círculo vicioso.

"El mundo está invirtiendo demasiado poco," según un reputado economista. "La situación actual tiene sus raíces en una serie de crisis ocurridas durante la pasada década que estuvieron provocadas por un exceso de inversión, como el caso de la burbuja de activos japonesa, las crisis en Asia Emergente y Latinoamérica, y más recientemente, la burbuja tecnológica. La inversión ha disminuido de golpe desde entonces, y sólo ha ido acompañada de una recuperación insegura."

Éstas no son las palabras de un economista marxista describiendo la crisis de sobreproducción sino las de Raghuram Rajan, el nuevo economista jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI). Su análisis, formulado ahora hace un año, sigue gozando de validez. La sobrecapacidad a nivel mundial ha hecho que las nuevas inversiones no resulten rentables, deprimiendo notablemente el crecimiento económico global. En Europa, por ejemplo, la expansión del PIB ha oscilado en torno a apenas un 1,45% en los últimos años. La demanda mundial no ha podido mantener el compás de la capacidad productiva global. Y si los países no invierten en su porvenir económico, entonces el crecimiento seguirá estancado y podría incluso degenerar en una recesión a escala global.

China y Estados Unidos, por su parte, parecen llevar la contraria a esta tendencia. Pero en lugar de ser indicativo de salud, el crecimiento de estas dos economías -y su cada vez más simbiótica relación- podría en realidad ser expresivo de una crisis. Es sobradamente conocida la posición de Estados Unidos como pivote central tanto en los episodios de crecimiento como en los de crisis globales. Lo que ha cambiado es el papel crucial asumido por China. Considerado en su momento como uno de los mayores logros de esta era de globalización, la integración de China en el contexto económico global está erigiéndose, de acuerdo a un excelente análisis del economista político Ho-Fung Hung, en una de las causas determinantes de la crisis de sobreproducción que se cierne sobre el capitalismo global.

China y la crisis de sobreproducción

La tasa anual de crecimiento de China, de un 8-10%, ha sido probablemente el principal estímulo para el crecimiento de la economía mundial durante los últimos diez años. Las importaciones chinas, por ejemplo, ayudaron en 2003 a poner fin al estancamiento en el que estaba sumido Japón y que duraba toda una década. Para satisfacer la avidez de China de capital y de bienes intensivos en tecnología, las exportaciones japonesas se dispararon en un impresionante 44%, o 60 millardos de dólares. Así, China se convirtió en el primer destino de las exportaciones asiáticas, representando un 31% del total, mientras que la cuota de Japón cayó desde el 20% hasta el 10%. China es ahora con claridad el primer motor de dinamización de las exportaciones de Taiwán y Filipinas, y el mayor comprador de productos procedentes de Japón, Corea del Sur, Malasia y Australia.

Al mismo tiempo, China asumió un papel esencial en la gestación de la crisis del exceso de capacidad global. Incluso a medida que la inversión descendía bruscamente en muchas economías como respuesta al sobredimensionamiento de la capacidad productiva, en particular en Japón y otras economías del Este de Asia, siguió creciendo a un ritmo vertiginoso en China. La inversión en China no fue simplemente el reverso de la desinversión en otros lugares, si bien es cierto que se produjeron considerables cierres de fábricas y eliminación de puestos de trabajo no sólo en Japón y Estados Unidos sino también en países periféricos a China como Filipinas, Tailandia y Malasia. China estaba robusteciendo de forma decidida su capacidad industrial más allá de absorber la capacidad eliminada en otros países. Pero al mismo tiempo, la capacidad del mercado chino de absorber su propia producción industrial era limitada.

Catalizadores de la sobreinversión

Un importante catalizador de la sobreinversión fue el capital transnacional. A finales de la década de los años 80 y principio de los 90, las corporaciones transnacionales (CTNs) vieron en China el nuevo filón por descubrir, el mercado ilimitado que podría absorber sin cesar nuevas inversiones y brindar rentabilidades de forma ilimitada. No obstante, las restrictivas normas de China sobre el comercio y la inversión forzaron a las CTNs a localizar la mayoría de sus procesos productivos en el seno de dicho país, en lugar de trasladar únicamente una parte limitada de ellos. Los analistas denominaron dichas actividades de producción por las CTNs como "internalización excesiva". Al verse obligadas a jugar según las reglas de China, las CTNs terminaron por sobreinvertir en el país, creando una base manufacturera que producía más de lo que, no ya China, sino incluso el resto del mundo, era capaz de consumir.

Para los albores del nuevo milenio, el sueño de explotar un mercado ilimitado se había esfumado. Las compañías extranjeras ponían rumbo a China no tanto con la intención de vender a millones de clientes chinos con creciente poder adquisitivo como con la de hacer de China una base manufacturera desde la que servir a los mercados globales aprovechando la inagotable fuente de mano de obra barata. Un exponente de empresas que se encontraron atrapadas en este dilema es Philips, el fabricante holandés de electrónica. Philips posee 23 fábricas en China y produce bienes por valor de cerca de 5.000 millones de dólares, pero exporta dos tercios de su producción a otros países.

La otra categoría de catalizador que fomentó el exceso de capacidad instalada fue la inversión por los gobiernos locales en industrias clave. Si bien estos esfuerzos resultan a menudo "bien planificados y ejecutados a nivel local," explica Ho-Fung Hung, "la totalidad de estos esfuerzos tomada en su conjunto... genera una competencia anárquica entre localidades, con el resultado de una acumulación descoordinada de capacidad productiva e infraestructura sobrante."

En consecuencia, la capacidad ociosa en sectores clave como acero, automóvil, cemento, aluminio e inmobiliario ha crecido a un ritmo imparable desde mediados de la década de los 90, estimándose que más de un 75% de las industrias de China adolecen actualmente de un exceso de capacidad y que la inversión en activo fijo en industrias que ya experimentan síntomas de sobredimensionamiento equivale a un 40-50% del crecimiento del PIB de China en 2005. Según proyecciones de la Comisión Estatal de Fomento y Reforma de China, la industria del automóvil producirá el doble de lo que puede absorber el mercado en 2010. El impacto sobre la rentabilidad no puede subestimarse, si creemos las estadísticas gubernamentales: a finales de 2005, señala Hung, la tasa media de crecimiento anual de los beneficios de todas las grandes empresas se había recortado a la mitad y el déficit total de las empresas que mostraban pérdidas se había incrementado bruscamente en un 57,6%.

La estrategia de los salarios bajos El gobierno chino puede mitigar el exceso de capacidad expandiendo el poder adquisitivo de la gente mediante una política de redistribución de los ingresos y de los activos. El hacerlo supondría probablemente un menor crecimiento pero también una mayor estabilidad, tanto en el plano doméstico como global. Esto es por lo que han estado abogando los denominados intelectuales de la Nueva Izquierda y los analistas políticos de China. Las autoridades chinas, por el contrario, han elegido aparentemente continuar con la vieja estrategia de dominar los mercados mundiales explotando la mano de obra barata del país. Aunque China tiene una población de 1.300 millones de personas, 700 millones -es decir, más de la mitad- viven en el campo y ganan de media apenas 285 dólares al año, según algunas estimaciones. Este ejército en la reserva de pobres rurales ha permitido a fabricantes, tanto extranjeros como locales, mantener los salarios en niveles bajos.

Al margen de los efectos políticos potencialmente desestabilizadores de una distribución de la renta regresiva, esta estrategia de salarios bajos, según señala Hung, "impide el crecimiento del consumo en relación con la espectacular expansión económica y el fuerte tirón registrado por la inversión". En otras palabras, la crisis global de sobreproducción se agravará a medida que China continúe inundando con su producción industrial de bajo coste unos mercados globales condicionados por su bajo crecimiento.

Círculo vicioso

La producción china y el consumo estadounidense son, en sentido figurado, como dos prisioneros que tratan de desvincularse el uno del otro pero no pueden porque están atados por una cadena. Esta relación está asumiendo cada vez más los visos de un círculo vicioso. Por un lado, el crecimiento desbocado de China se ha cimentado de forma creciente en la capacidad del consumidor estadounidense de seguir consumiendo gran parte de los ingentes volúmenes producidos en China a causa de una excesiva inversión. Por otro lado, el elevado ritmo de consumo de EE.UU. depende de la capacidad de Pekín de seguir financiando a los sectores tanto privado como público estadounidenses una proporción considerable del agujero de más de 1 billón de dólares acumulado durante más de la última década a causa del descomunal superávit comercial chino con Washington.

Esta relación de prisioneros unidos por una cadena, a juicio del economista del FMI Rajan, es "insostenible". Tanto Estados Unidos como el FMI han censurado lo que califican de "desequilibrios macroeconómicos globales" y han reclamado a China que deje apreciarse el renminbi para de ese modo reducir el superávit comercial con Estados Unidos. Pero China no puede en realidad abandonar la política de debilidad de su moneda. Junto con la mano de obra barata, una moneda débil forma parte de la exitosa fórmula de China de producción orientada a la exportación. Y Estados Unidos no pueden permitirse el lujo de ser demasiado duro con China ya que dependen de esa línea abierta de crédito con Pekín para seguir alimentando el gasto de la clase media que sostiene su propio crecimiento económico.

El FMI explica este estado de las cosas atribuyéndolo a "desequilibrios macroeconómicos." Pero lo cierto es que se trata de una crisis de sobreproducción. Gracias a las fábricas chinas y al consumidor estadounidense, la crisis tiene expectativas de empeorar.

Notas finales

Ho-Fung Hung, "Rise of China and the Global Overaccumulation Crisis," ensayo presentado en la División Global de la Reunión Anual de la Society for the Study of Social Problems," celebrada los días 10-12 de agosto de 2005 en Montreal, Canadá. Una versión revisada de este documento se publicará próximamente en una destacada revista sobre relaciones internacionales.

*Walden Bello
Columnista del FPIF, es director ejecutivo de la organización Focus on the Global South y profesor de sociología de la Universidad de Filipinas. Este artículo está basado en los trabajos realizados por el Proyecto China del Nautilus Institute.

Fuente: Zmag.org

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