Detrás del arbolito

Raúl Dellatorre
Lo ocurrido en la última semana en el mercado cambiario, en su segmento marginal o ilegal, provocó preocupación, desconcierto, pronósticos pesimistas y un debate poco transparente (sin revelar, en muchos casos, las intenciones) en torno de la interpretación de las motivaciones de la presión sobre el dólar.

El nuevo escenario creado fue aprovechado para reinstalar la pretensión de quienes quieren volver a un modelo económico y financiero con escasa o nula capacidad de regulación del Estado, cuyos argumentos –una vez más– se asientan en querer demostrar que toda intervención termina siendo inútil, porque “los mercados” a la larga ganarán la pulseada. Del lado de quienes dicen defender el modelo se buscó blindar su defensa negando toda importancia a la disparada del “blue” y a su propia existencia, como si la economía real (y la política) pudiera ignorar por completo sus turbulencias. Pero no es así. Las autoridades no deberían desconocer o negar los desequilibrios, aunque lo peor que podrían hacer es actuar en el sentido sugerido por quienes reclaman que las regulaciones abandonen el campo de juego.

Intentar una aproximación al fenómeno ocurrido exige atender las diferentes miradas y develar su sentido. Es un ejercicio de interpretación, no necesariamente para sacar conclusiones sobre “qué va a pasar” como resultado de esta particular puja.

Lo primero sería tratar de entender cómo se determina “el precio” en el mercado marginal. Quienes pretenden legitimarlo lo explican como una puja entre oferta y demanda: a más restricciones del Gobierno a la compra en el mercado oficial, mayor demanda en el paralelo. Entonces, sube el precio. Así explican que, tras la suba en las retenciones de la AFIP sobre los gastos en divisas con tarjeta en el exterior o compras de paquetes turísticos o pasajes en pesos con cualquier medio de pago en el país (para viajes al exterior), el dólar ilegal haya sufrido una trepada de 50 centavos (entre martes y miércoles). Después de eso, la única novedad, según la propia versión de los agentes del mercado, es que el Gobierno ajustó la presión sobre las denominadas “cuevas” y provocó que varias dejaran de vender. Es decir, redujo la oferta de dólares. Si había tanta demanda “genuina” de los que planificaban viajar, para escapar de las retenciones que aumentó Echegaray (titular de la AFIP), ¿no tendría que haber seguido subiendo el valor del dólar en lugar de bajar entre jueves y viernes unos 30 centavos? Al “libre juego de la oferta y demanda” se le cayó la careta.

Para seguir intentando entender la composición de este opaco mercado marginal, busquemos analizar cómo se compone la demanda. En la clase media y la media alta, con niveles de ingresos que le generan excedentes sobre sus consumos y gastos habituales, hay una marcada avidez por ahorrar en dólares. Y cuando “las noticias” informan que la divisa viene subiendo a los saltos, lo que se espera es que siga subiendo. Por lo tanto, hay mayor ansiedad por comprar “ahora” y no más adelante, para no perder la carrera. Estos sectores no negocian el precio: temerosos de perder sus ahorros en pesos, pagan lo que le pidan para transformarlos en dólares. El miércoles y jueves, muchos deben haber comprado según el precio “esperado” para el día siguiente, que obviamente era a la suba. De allí que se hayan pactado operaciones a nueve pesos, aunque después el precio descendiera a menos de 8,50. Si del otro lado, es decir de la oferta, no hay un vendedor en igualdad de condiciones, sino alguien que ejerce una posición dominante, en vez de hablar de “mercado libre”, como ingenua o intencionadamente lo llaman algunos, habría que denominar a estas operaciones como estafa.

Si se intenta observar cómo se conforma la oferta, hay una figura clave que surge de inmediato: la “captación” del cliente en la calle se hace por el llamado “arbolito”, persona que ofrece a media voz los dólares con el clásico “cambio, cambio” dicho al pasar de los transeúntes. Si el interesado se acerca, le informarán la cotización, y si sigue interesado, la dirección a la cual dirigirse, usualmente a pocos metros del lugar de la intercomunicación. La metodología del “arbolito” para ofrecer dólares también se utilizaba cuando la venta de divisas era legal y se hacía en las mismas zonas, calles e intersecciones que se hacen ahora. Por entonces, al cliente se lo enviaba hacia alguna casa de cambio o agencia cercana. Hoy lo hacen hacia direcciones no muy distantes a las de entonces.

La segunda figura clave que compone “la oferta” del mercado marginal o irregular es “la cueva”, denominación usada en los comentarios periodísticos, que refiere a un lugar secreto donde se concretan las transacciones. Lógicamente, es aquél al que se orienta al cliente captado en la calle por el “arbolito”. Estas “cuevas”, funcionalmente, son una parte del sistema financiero, que formalmente componen las entidades bancarias y cambiarias autorizadas. ¿Compiten con estas últimas o son su “forma complementaria”?

Hay una tercera fase o figura componente de la oferta de divisas en el mercado marginal, de la que poco se habla. Se trata del que alimenta con divisas ese mercado. “Arbolitos” y “cuevas” son intermediarios, los dólares que se venden a precios exorbitantes son de otros, dispuestos a cambiarlos por pesos a diario. ¿Cómo se manejan? ¿De dónde salen? ¿Se originan en negocios ilegales? ¿Son desvíos de fondos de origen legal, pero contablemente maquillados para posibilitar su cambio de moneda sin ser declarados?

Sin llegar a tener las respuestas a estos últimos interrogantes, pareciera evidente que la amenaza de controles oficiales sobre el mercado del jueves y viernes fue lo que provocó que esta oferta encubierta optara por retirarse del mercado, lo que provocó que se desinflara el volumen de operaciones y, al mismo tiempo, el precio que, más que nunca quedó en claro, se determina unilateralmente y no por una puja de compradores y vendedores.

Otro factor a tener en cuenta es la relación entre la dimensión y repercusión de este mercado. Quienes informan a diario sobre cotizaciones y movimiento del mercado del dólar marginal, los operadores y agentes financieros, señalan que en momentos de auge pueden llegar a negociarse en un día 20 o 25 millones de dólares. En las primeras jornadas de la semana, cuando el valor del billete picó hasta 8,75 pesos, se operaban unos 8 a 10 millones ¡de pesos! por día. Es decir, alrededor de un millón de dólares. Entre jueves y viernes, con un mercado restringido, se operó menos de la mitad de esa última cifra. En tanto, en el mercado oficial de cambios se habían registrado, desde el inicio del año hasta mediados de esta semana, unos 20 mil millones de dólares. Esto da un promedio de entre 300 y 400 millones de dólares diarios: veinte veces más que lo que opera el marginal en momentos excepcionales, 300 o 400 veces lo que operaba en las últimas semanas.

Y, sin embargo, la repercusión del marginal es tal que genera expectativas de que un alza en su cotización puede arrastrar a imponer una devaluación en el mercado oficial.

Pero aunque la devaluación no surja como una necesidad en términos macroeconómicos, quienes se resisten a aceptar que el Banco Central avance en controles sobre la actividad financiera y la AFIP utilice los pagos al exterior de los individuos como herramienta de control de la capacidad contributiva, fogonean la idea de que el actual panorama es lo más parecido a un descalabro y es una olla pronta a estallar. Razones tendrán para ello, y habrá que verlas en los intereses que defienden, más vinculados CON la especulación financiera, los negocios con propiedades y productos valorizados en dólares y con la circulación de divisas entre nuestro país y los paraísos fiscales en el exterior.

Contra estos sectores es la batalla que libra el Gobierno. El enemigo no es el “arbolito”, sino los que manejan los mecanismos financieros que facilitan las maniobras de tráfico ilegal de divisas y los capitales que lo sostienen. Un delito al que hay que detectar y castigar. Tratar de persuadirlos para que bajen la cotización sólo conseguiría, en el mejor de los casos, darles otra oportunidad. Y tiempo para que planifiquen un nuevo ataque.

Página/12 - 23 de diciembre de 2013

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