Debates - Por un nuevo pensamiento en la Argentina

Realidad Económica 159 [b]Claudio Lozano*[/b]

I) La crisis en el terreno del pensamiento

En primer término queremos destacar qué entendemos por pensamiento y cuál es la función que éste ha cumplido en la historia de la humanidad. Asignamos la palabra pensamiento a "todo procedimiento argumental que tiene la posibilidad de autofundarse, establecer sus propias leyes y que exhibe la capacidad de producir verdades". Por tanto, como productor de verdades, es el lugar de constitución de los "sujetos". En el marco de lo expresado parece sencillo comprender que la función primordial que el pensamiento ha cumplido en la historia de la humanidad consiste en "producir nuevos sentidos para la experiencia humana".

Casualmente, frente a un mundo sin certezas, donde los sentidos emancipatorios que caracterizaron al pensamiento político de la denominada modernidad parecen haber perdido eficacia, el desafío sigue siendo gestar condiciones que permitan vertebrar un pensamiento en clave de emancipación.

Si bien esto puede parecer alejado de las tareas y responsabilidades que como Central de Trabajadores nos competen, es interesante entender que con toda la urgencia que deviene de nuestro compromiso cotidiano, pretendemos abrir un espacio de trabajo donde tengamos tiempo para formular nuestras propias preguntas.

Decisión no inocente habida cuenta de que estamos convencidos de que quien pone las preguntas, gobierna las respuestas. La posibilidad de abrir nuevas problemáticas respecto a los temas que nos convocan y preocupan descansa justamente en la capacidad de interrogarnos de manera diferente frente al devenir de nuestra existencia.

Entendemos que resulta sencillo concluir que nuestro país atraviesa una crisis económica, social e institucional de envergadura. Sin embargo, percibimos la existencia de una cuarta crisis (de la que poco se habla) y que, incluso, determina en gran medida la capacidad de resolver las anteriores. Esta debe situarse, en nuestra opinión, como la "crisis en el terreno del pensamiento". Más aún, puede afirmarse que es la ausencia de una concepción que le otorgue sentido a la idea de emancipación como horizonte para pensar la "situación social" lo que garantiza el predominio del pensamiento dominante.

Una constatación evidente de lo expuesto puede presentarse como sigue. En los últimos años se han producido en nuestro país múltiples experiencias y acontecimientos políticos y sociales que cuestionaron el orden de dominación vigente. Desde 1994 hasta la fecha, se han sucedido hechos tales como la desarticulación del bipartidismo tradicional, la constitución de una nueva Central de Trabajadores, la Marcha Federal, la multitudinaria movilización del 24.3.96, más de cinco paros generales, la Carpa Blanca, los cortes de ruta, la experiencia de Memoria Activa frente a la ausencia de resolución del caso AMIA, el repudio popular al asesinato de José Luis Cabezas, la experiencia de Hijos, e incluso la manifestación electoral de octubre de 1997 que supuso poner en crisis el intento y la experiencia de partido hegemónico que pretendía afirmar el Justicialismo menemista. Sin embargo, podemos decir que la eficacia de los acontecimientos descriptos se agota con rapidez frente a la imposibilidad de inscribirlos en una concepción sostenida en clave de no-dominación. Incluso se percibe con absoluta claridad la capacidad del pensamiento dominante para reubicar todos estos hechos bajo los moldes y categorías de su propia concepción. Es aquí donde situamos el punto más evidente de esta situación de crisis en el terreno del pensamiento que intentamos caracterizar.

Probablemente pueda ser un buen ejemplo de lo expuesto una mínima referencia a la actualidad. En un contexto donde la crisis internacional en curso desnuda los límites de la políticas aplicadas durante los últimos años, resulta por lo menos "sintomático" que las recomendaciones que se presentan como razonables consistan en plantear que la mejor forma de afrontar la situación mundial es "profundizar el rumbo que casualmente consumó nuestra aguda vulnerabilidad externa". Es por ende esta dificultad para apropiarnos de "las fisuras" que exhibe el pensamiento dominante, lo que decreta su permanente capacidad para reproducirse y la situación de parálisis política que sobre los mejores intentos y experiencias se plantea en la actualidad.

Por cierto, no creemos que la situación expuesta sea resultado de la casualidad. Confluyen para explicarla por lo menos tres cuestiones que nos parecen centrales. El fracaso de las estrategias populares de mediados de la década de los '70, la debacle de los socialismos reales y ciertamente el terror que se desplegó sobre nuestra sociedad. El miedo construido al amparo del genocidio dictatorial, el terrorismo de mercado (hiperinflación) y la vigencia actual del desempleo, han entronizado una consigna que se ha transformado en rectora del pensamiento dominante. Esta reza lo siguiente: "cómo evitar lo peor". En nombre de ella cobró sentido la necesidad de violentar el cuadro institucional a los efectos de decretar impunidad sobre los asesinos como modo de evitar la reedición del genocidio. En nombre de ella se acepta convalidar los límites que en materia económica y social exhibe el presente plan convertible por temor a la reaparición del fenómeno hiperinflacionario. En su nombre adquiere racionalidad la propuesta de degradar las condiciones laborales y el salario de bolsillo como forma de reducir el desempleo. En suma, la consigna aquí expuesta se transformó en mordaza restándole al pensamiento su capacidad principal: aquella que se expresa en la tarea de arriesgar hipótesis que pongan en crisis el orden establecido.

La consecuencia de este cuadro de situación ha decretado una suerte de encandilamiento con la ideología dominante y ha promovido el culto a la técnica y a las estrategias de gestión. Entendidas estas últimas como "gestión de lo que hay" y expulsión definitiva de la noción de cambio y transformación del debate teórico y conceptual.

El obstáculo a la idea de transformación (emancipación, no-dominación) encuentra su fundamentación en los efectos principales que el paradigma neoliberal y la silenciosa ideología del terror han instituido en nuestra sociedad durante las últimas dos décadas.

El efecto central a observar como triunfo clave del paradigma neoliberal supera en mucho sus "falacias" argumentales. Descansa sobre haber impuesto una visión y enfoque acerca de la economía que equipara a esta disciplina con las denominadas ciencias duras y que declara la vigencia de condiciones de legalidad en el funcionamiento económico similares a las que regulan la vida natural. Se opera, por tanto, un fenómeno de "naturalización del mercado" que despoja al debate económico de la consideración de sus condiciones histórico-sociales concretas, transformando la legalidad vigente en única e inexorable. En tanto el mismo paradigma ha transformado al debate económico en el "único debate", la consecuencia es que los procesos sociales pasan a ser entendidos como naturales y, por ende, imposibles de ser modificados. Parece clave destacar a esta altura que estos dos efectos del paradigma neoliberal invaden como supuestos de base las consideraciones que desarrollan incluso concepciones que suelen presentarse como opciones a dicho paradigma. Por lo tanto, creemos que no es en la discusión acerca de las falacias con las que se presentan las leyes de la oferta y la demanda donde deben buscarse los límites que el neoliberalismo le ha colocado a la idea de transformación. Es en el economicismo reinante y en la naturalización de los procesos históricos que deben situarse sus efectos principales. Es en la operación de transformar la economía en el centro del debate y en la capacidad de presentar el imperio del poder establecido como ley natural donde desaparece la función creadora de la práctica política.

A su vez, el predominio de esta "silenciosa ideología del terror" que describimos en los párrafos precedentes consuma otra operación de crucial envergadura. Desde la primacía del terror se ha construido un universo de "víctimas" que han desplazado del debate y la consideración a los otrora "sujetos de la historia". La deconstrucción de la idea de sujeto popular en el marco y la emergencia de una multiplicidad de categorías que presentan diferentes ideas o mediciones de la pobreza, explota en el terreno de la política eliminando la posibilidad de que los mencionados actores sociales puedan constituirse como sujetos a partir de su capacidad para comprometerse con una verdad. He aquí, por cierto, un aspecto que ratifica la singular importancia que para una nueva práctica política plantea el abordaje de esta crisis en el terreno del pensamiento. Si éste se define por su capacidad de producir verdades, es difícil suponer que pueda constituirse un nuevo sujeto por fuera de la gestación de novedades en este terreno. Más aún, en ausencia de nuevas concepciones se reproduce la idea de transformar a los sujetos en víctimas escamoteándoles su capacidad para decidir y protagonizar su propia historia, gestando las condiciones para que la política deje de aludir a una idea de transformación y se afirme como una estrategia asistencial.

El "asistencialismo" dominante hoy en las principales recomendaciones de los organismos internacionales, sugiere que ésta es la forma que la política adopta en consonancia orgánica con la primacía del terror.
En suma, el economicismo vigente, la naturalización de los procesos histórico-sociales y la sustitución de la idea de sujeto por concepciones sostenidas en la consideración de las víctimas describe alguna de las condiciones, a nuestro juicio fundamentales, de esta crisis en el terreno del pensamiento. Crisis que se traduce en la desaparición de la idea de la política entendida como "subversión del orden establecido" y su reemplazo por estrategias cuya discusión remite excluyentemente a la "gobernabilidad" y reproducción del orden vigente.

II) Condiciones para perpetuar la crisis y posibilidad de alternativa

Situaremos apenas dos que entendemos como principales. La falaz y estéril fractura que suele presentarse entre el pensamiento y la acción, y la profunda fragmentación hoy vigente de los diferentes intentos que existen de plantear algo distinto al discurso dominante.

Respecto a la escisión pensamiento o acción, cabe explicitar una definición que viene a completar lo afirmado en el punto I). Se trata de entender que no existe acción alguna que no se inscriba en una determinada matriz de pensamiento, y que tampoco puede entenderse la idea de pensamiento con independencia de su capacidad de intervención en términos de producción de efectos y acciones concretas.

Por ende, la crisis en el terreno del pensamiento es un complejo fenómeno que bajo ningún punto de vista puede situarse o entenderse en términos restringidos al quehacer intelectual. No nos referimos al "saber", hablamos de "pensamiento" y con él remitimos a la ausencia de discursos y prácticas que puedan nombrar y articular aquello que sistemáticamente queda por fuera de la "representación dominante".

En el planteamiento de esta fractura estéril y falaz sólo lucran aquellos que, pese a presentarse bajo el ropaje del "saber técnico" y "neutral", constituyen en la práctica los "orgánicos pensadores" (administradores) del poder establecido.

Respecto de la vigencia de una fuerte fragmentación, remitimos a la ausencia de ámbitos donde, de manera sistemática y permanente las prácticas y discursos que pretenden exceder y desmontar al pensamiento dominante y a las prácticas tradicionales en que éste se expresa, puedan encontrarse y articularse en una estrategia común.

Sobre este cuadro que en nuestra opinión reproduce y amplía la situación de crisis expuesta, es que debe entenderse esta propuesta de gestar un "Encuentro anual y permanente por un Nuevo Pensamiento en la Argentina". Se trata de una estrategia de trabajo dirigida a promover un mecanismo donde los múltiples esfuerzos que normalmente hacemos en esta dirección puedan encontrar un cauce común.

Cauce que vale en sí mismo aun en el caso de que no exista la posibilidad de sintetizar las múltiples miradas por las que hoy transita nuestra incertidumbre. Más aún, creemos profundamente que este cauce no debe constituirse en torno de la idea de lograr una síntesis. Debe fundarse sobre la capacidad de aprehender la diversidad por la que transita nuestro debate.

Proponemos elegir todos los años un tema o conjunto de temáticas que por su densidad condensen las aristas principales del debate político nacional. A partir de ellos, la idea sería que todas las instituciones, grupos, organizaciones, partidos, personas, revistas, programas de radio y tv, etc., puedan realizar trabajos, seminarios, presentaciones y convocatorias en torno de la temática definida. En este marco el Encuentro Nacional sería el ámbito donde se profundice el intercambio y se socialice lo producido. Sería el modo de motorizar el debate a lo largo y a lo ancho del país. Buscamos con esta propuesta:

a) Superar la estéril fractura entre pensamiento y acción afirmando la posibilidad de recrear una producción intelectual situada social y políticamente.
b) Abrir un ámbito donde podamos formular nuestras propias preguntas.
c) Permitirnos recuperar una nueva visión épica de nuestra historia.
d) Aportar a la afirmación de una nueva agenda para el debate político en la Argentina.

III) Por qué debatir acerca del trabajo y la política

La primera reflexión que proponemos implica reconocer que ambas categorías atraviesan estructuralmente el pensamiento de la modernidad. En las concepciones reformistas y socialdemócratas se asociaba la construcción del sistema político al diseño de estrategias de concertación que incluían centralmente el papel de los trabajadores, que promovían estrategias de planeamiento indicativo y distribución del ingreso y que sustentaban el compromiso social propio del denominado Estado de Bienestar. En las concepciones revolucionarias la noción que transformaba a los trabajadores en los "naturales" portadores de una nueva sociedad, también otorgaba una argamasa relevante a las nociones en debate. En ambos casos, ambas categorías establecían relaciones y ocupaban papeles determinantes en los sistemas de pensamiento o concepciones que estamos comentando.
Sin embargo, la presente etapa de la humanidad parecería pretender proponernos otro debate. La emergencia de una nueva sociedad salarial, la idea acerca de la sociedad del fin del trabajo, la evidencia de dispositivos teóricos y prácticos que disocian la política de sujeto alguno o que descentran su constitución, indican que el fin de siglo le asigna a este debate una especial relevancia.

Esta puede apreciarse desde diferentes abordajes. Una simple descripción del cuadro de situación que observa el empleo en el mundo nos permite un primer ángulo de carácter histórico-concreto. De acuerdo con el informe que para 1998 presenta la OIT (Organización Internacional del Trabajo) surge, por ejemplo, que 1.000 millones de personas exhiben hoy problemas de empleo (desocupados o subocupados) en el planeta. Las consideraciones del informe mencionado permiten consignar que la situación en el Asia meridional y en el Africa no ha mejorado en absoluto. América latina observa un cuadro paradigmático donde el registro de tasas positivas de crecimiento no han disminuido el desempleo ni mejorado la situación ocupacional.

La Unión Europea sólo redujo en décimas su tasa de desocupación y mantiene aún un total de 18 millones de trabajadores desocupados.El Japón, en un contexto de estancamiento, sube el total de desempleados. En concreto, el mundo desarrollado exhibe una sola excepción, Estados Unidos. Allí se observan las tasas más bajas desde los '70. Sin embargo, cabe una observación, este cuadro de aparente mejoría ocupacional coexiste con un proceso donde los incrementos de producción están acompañados por el descenso en los niveles de salarios.

De este modo, en todas partes se observa el descenso en la participación de los salarios sobre el total del ingreso. El cuadro presentado está acompañado por tendencias globales y regionales que no permiten abrigar entusiasmo sobre el futuro. La crisis asiática supone multiplicar por tres el desempleo en Indonesia y Tailandia, agrava el cuadro de Corea, multiplica por dos la desocupación en Hong Kong y amenaza la situación de la India, Pakistán y Bangladesh. Camboya, la China, Laos y Vietnam evidencian notorias dificultades en su tránsito a economías de mercado y la China calcula en 3.5 millones los despidos para el año 1998. La situación en Europa Central y Oriental también es negativa. El desempleo ha saltado del 0 al 9% y los salarios observan una tendencia declinante.

La situación de colapso que vive la producción en esa zona del planeta define una fuerte expulsión de mano de obra. Asimismo, la cada vez más nítida demostración de que la denominada crisis asiática es el emergente de una crisis global pone en cuestión también la perspectiva de la propia economía norteamericana.

El contexto expuesto describe sin cortapisas la centralidad que el tema del trabajo adquiere hoy como promotor de contradicciones en escala planetaria. Contradicciones que además se presentan como insolubles para las estrategias políticas en vigencia. Asimismo, el cuadro presentado demuestra el debilitamiento manifiesto de un sistema de representaciones políticas y sociales que crecieron en el mundo de posguerra.

Frente a esto, algunas preguntas desarticulan la visión idílica de la denominada globalización.

Si se considera el trabajo como productor de bienes, de relaciones, de comunicaciones, de constitución y afirmación de identidades. ¿no merece considerarse al desempleo y al subempleo como un claro ejemplo de despilfarro de energías sociales e individuales?

Mujeres y hombres parados y subempleados dispuestos a construir pero impedidos de hacerlo, ¿no son una muestra de desperdicio fenomenal de energía?

¿No son el desempleo y el subempleo producto y productor de la sociedad de la desigualdad?

Si abandonamos la situación mundial para referirnos al caso argentino, la centralidad del tema no sólo no se modifica sino que se profundiza. En nuestro país prácticamente el 50% de la Población Económicamente Activa tiene problema de empleo de algún tipo. La desocupación es, en este marco, el emergente manifiesto de una degradación global del cuadro ocupacional que se expresa también en los niveles de subempleo, precarización y sobreocupación.

En un país que no conoció en su historia situaciones similares, la cuestión no puede restringirse a una evaluación de carácter exclusivamente económico. Configura nuevos rasgos en la estructura social, desarticula y limita la capacidad del sistema tradicional de representaciones para influir en las decisiones públicas y reproduce los patrones culturales construidos al amparo del terror.

En concreto, en la cuestión del trabajo se condensan buena parte de las contradicciones que vive nuestra sociedad. Más aún, del modo en que se aborde esta cuestión dependerá, en gran medida, la suerte futura que tenga nuestro pais.

Lo expuesto constituye un indicador a partir del cual podemos hilvanar interrogantes que reformulan la agenda hoy vigente en la Argentina.

¿Por qué, si el desempleo, la situación ocupacional o la cuestión del trabajo tienen la centralidad señalada, el tema principal del debate sigue siendo si hay o no hay que flexibilizar las relaciones laborales? Una pregunta que, dada la vigencia fáctica de la flexibilización, así se responda de manera afirmativa o negativa, contribuye a ausentar la discusión principal.

Si afirmamos que la situación ocupacional vigente debilita las organizaciones populares, ¿en qué tipo de organizaciones estamos pensando? ¿En aquellas que crecieron y vieron afirmar su influencia al amparo de situaciones de pleno empleo? ¿Qué tipo de organizaciones pueden crecer en un contexto de esta naturaleza?

Si la Argentina se desarrolló en un marco de "movilidad social ascendente", ¿cómo se piensan estrategias que permitan canalizar y potenciar la situación de conflicto social, político y cultural que plantea el cuadro de involución y pauperización de sus capas medias?

Si el desempleo ha aumentado en un contexto donde la tasa de crecimiento del PBI se ha ubicado en torno al 7% anual, ¿por qué se propone el crecimiento como alternativa para resolver el desempleo?

Las preguntas podrían continuar, pero las hasta aquí esbozadas reflejan tan sólo una dimensión del debate que puede plantearse en torno de la cuestión del trabajo y la política.

Existe otra arista relevante y que consiste en reflexionar acerca de los impactos que sobre el mundo laboral plantean los nuevos procesos de trabajo. Este debate, normalmente planteado en relación con lo que ocurre al interior de las firmas, suele ocultar el hecho de que la fabrica es efecto de un proceso más global. La vigencia de un nuevo paradigma productivo y tecnológico, la organización en red de la producción mundial, el movimiento del capital financiero y la consolidación de grupos trasnacionales de capital asociado, coexiste con la ruptura de los espacios nacionales como ámbitos principales del proceso de acumulación. Se afirma sobre el desplazamiento del salario como variable fundamental de la demanda agregada y con una recomposición de esta última orientada a la desaparición de la demanda masiva. Un análisis estricto de la actualidad permite demostrar que la "diferenciación del producto" como estrategia de producción dominante, es la forma de compatibilizar los efectos que en el terreno del consumo produce la regresividad distributiva implícita en la nueva etapa de acumulación capitalista. Si el "consumo de masas" implicaba que muchos "compren" el mismo producto, la "diferenciación" supone que haya una multiplicidad de productos para una franja más angosta de consumidores.

Se trata de una lógica que promueve la diversidad de consumo de pocos frente a la lógica capitalista anterior que propiciaba la expansión del consumo de masas.

En este marco también son múltiples las preguntas que corresponde formular:

¿La tecnología puede pensarse como un dato exógeno? ¿Su incorporación a los procesos productivos puede entenderse como "neutral"?

¿El compromiso con las "nuevas formas de producción" que privilegian la calidad no requiere poner en debate el sesgo de regresividad implícito?

¿El desarrollo de nuevas tecnologías que exigen mayores niveles de calificación no resulta contradictorio con "formas sociales" que cuestionando el Estado de Bienestar tienden a transformar el tema de la "calificación laboral" en un problema individual de cada trabajador?

¿El descenso en la edad laboral útil, no nos interroga acerca de la vida entre los 40 y 60 años en un contexto de desestructuración de los sistemas previsionales?

¿Qué es lo que aparece cuestionado frente a la propuesta de "reducción de la jornada laboral"? ¿La eficiencia de los procesos productivos o la tasa de ganancia empresaria?

Cómo puede pensarse la otrora famosa clase trabajadora en un contexto que combina:

¿trabajadores que son analistas simbólicos de alta calificación y,wtrabajadores absolutamente prescindibles o descartables?

O puesto de otro modo:

trabajadores integrantes del núcleo estratégico de la firma,y,

que sólo se integran de manera temporal en función de objetivos concretos y puntuales de producción?

Para algunos, el cuadro de situación planteado consuma la "ruptura definitiva" de los 'lazos de solidaridad' que se gestaban al interior de los procesos de trabajo. Otros, enfatizan la gestación de condiciones de producción extendidas en el espacio social por fuera incluso de las firmas y que por ende, promueven la mayor autonomía de los trabajadores y alteran la potestad capitalista de conducir el proceso de producción. Lo cierto es que ambas cosas ocurren y en todo caso las diferentes lecturas abren el interesante espacio de disputa por asignarle sentido a este proceso.

¿Cómo se piensa el tema de la confrontación-negociación en el marco de relaciones capitalistas que alteran la homogeneidad del universo trabajador y que presentan, en el otro polo, el predominio de grupos empresarios de carácter trasnacional e inserción multisectorial?
Las reflexiones e interrogantes hasta aquí presentados nos abre en pleno a la última dimensión que nos interesa señalar en orden a seguir exponiendo la centralidad que adopta para la reflexión contemporánea la cuestión del Trabajo y la Política.

Lo dijimos al comienzo de este capítulo. El maridaje que en la historia del pensamiento recorren ambas categorías, se hace presente en el debate acerca del "sujeto histórico". El dispositivo teórico de las concepciones revolucionarias ubicó al trabajador como portador de una nueva sociedad. Desde esta definición se articuló una estrategia de poder que se expresó del siguiente modo:

"La construcción de organizaciones que representen a los trabajadores permite articular un sujeto en capacidad de tomar el poder del Estado y desde ese lugar construir una nueva sociedad".

Esta afirmación muestra, de manera contundente, la relevancia de las cuestiones en debate. En primer término, nos habla de una nueva sociedad que ya sabemos cómo debe construirse. Se trata por tanto, de una sociedad planificada. Este es el primer punto a considerar. ¿Se puede planificar una idea de sociedad y subordinar la historia a su conformación? Máxime cuando esto no registra precedente alguno en la historia de la humanidad. Ninguna sociedad se planificó de antemano como sí lo fue la idea de la "sociedad socialista". Más aún, esta cuestión de tener "programado el futuro" no se asocia, en la práctica actual, a la primacía que "lo programático" exhibe en la presentación de las fuerzas políticas. ¿No se trata, en ambos casos, de un resabio de cientificismo propio del positivismo que caracterizó el desarrollo de la modernidad? ¿Los vicios de la concepción revolucionaria no reaparecen en las desvaídas estrategias políticas actuales?
En segundo lugar y en la misma dirección, la idea de tomar el poder del estado para, desde ahí, impulsar la transformación, ¿no se asemeja al criterio de socorrer a las "víctimas de la injusticia"?
En tercer término, la idea de representación implícita en la afirmación revolucionaria (pero también en las prácticas actuales) ¿no supone que el "representante" sabe lo que debe representar y lo que quieren y demandan "sus representados"? ¿No supone una "entidad homogénea" que puede y desea ser expresada?
Desde la reflexión cartesiana "pienso, luego existo", el hombre se coloca en el centro de la historia y se transforma en "la imagen del mundo". El hombre, como sujeto autoconciente, es quien fija las "reglas" de aquello que termina siendo representado.

Este recorrido permite señalar dos cosas:

1. La fuerte asociación que los postulados políticos actuales mantienen con la vieja concepción revolucionaria. Asociación que remite a los supuestos filosóficos y a la articulación conceptual. Como observamos, el "programa" sustituye a la "sociedad planificada", "los representantes" saben lo que quieren los "representados" y la "toma del poder del estado" es el centro de la actividad política y el ámbito desde el cual atender a las víctimas de la injusticia. Por cierto, las similitudes no inhiben observar que las desvaídas prácticas actuales han expulsado de su concepción el soplo fresco que imbuía en la tradición revolucionaria el cuestionamiento a fondo del sistema y la noción de transformación.
2 Persistir en la búsqueda del "sujeto histórico" bajo las viejas reglas, puede decretar la incapacidad para percibir la emergencia de nuevos sujetos.

Recuperando lo hasta aquí expuesto, puede consignarse lo siguiente: "es probable que toda idea de ruptura del lazo de dominación vigente deba convivir con la ausencia de certeza sobre el modelo que pudiera tener otra sociedad".

"Es posible que hoy existan muchos sujetos y que estos sólo puedan ser percibidos a partir de un replanteo profundo de nuestra concepción".

Las preguntas y reflexiones presentadas sólo apuntan a dimensionar la "envergadura del debate". Por cierto, sería injusto y deshonesto finalizar estas reflexiones sin decir que abordamos esta discusión desde determinadas posiciones y provistos de algunas certezas. Entendemos que:

Resulta obvio que el capitalismo global pretende desembarazarse de las limitaciones que en buena parte de este siglo le impusieran tanto los Estados Nacionales como los movimientos sociales encabezados por la clase trabajadora.

Es obvio también que este movimiento impacta sobre el concepto de civilización que ha regido nuestras sociedades.

En realidad, el escenario mundial muestra el final de un proceso corto de la historia del capitalismo donde el empleo adquirió un valor central en la configuración de sus instituciones.

Sobre estas consideraciones, fundadas sobre un estricto análisis de la sociedad contemporánea, queremos afirmar que:

Más allá de los debates abiertos sobre la sociedad del fin del trabajo, lo cierto es que en todo el mundo aún se debe trabajar para vivir y que el empleo, en algunas de sus formas, sigue siendo la vía mayoritaria para la reproducción de las sociedades.

Resulta difícil concebir un proyecto de sociedad que no aborde en su complejidad el problema del acceso al empleo como un umbral de integración social, reconocimiento y constitución de identidad. En este exacto sentido poner en debate la cuestión del trabajo y la política supone interrogarnos acerca del tipo de civilización que estamos construyendo.

Frente a esto afirmamos que:

El empleo no puede ser un saldo, querido si se lo crea o repudiado si se lo destruye, de estrategias de desarrollo impuestas sin tomarlo en cuenta.

La dinámica del presente "patrón de sociedad" destruye el mundo del trabajo.

Si está en duda la capacidad del trabajo para integrar a las sociedades, tal cual lo hizo en el pasado, la alternativa nunca puede pasar por articular un esquema de dualización social con una estrategia de beneficencia. La opción es, sin duda, el reparto equitativo del trabajo y el paro.

Desde nuestra perspectiva, un nuevo eje civilizatorio nunca puede ni debe ser fundado sobre la desigualdad. Máxime cuando fue ésta la que explicó las luchas y las impugnaciones de los trabajadores a la propia civilización del trabajo.

*Director del IDEP. Integrante del Consejo de Dirección del Instituto de Estudios y Formación de la C.T.A.

Bibliografia
OIT. Informe sobre el empleo en el mundo. 1998-1999
Raúl Cerdeira. Una política de la no-representación. Revista Acontecimiento Nro. 15.
Instituto de Estudios y Formación de la Central de los Trabajadores Argentinos. Trabajo y Civilización. Los datos de la experiencia argentina reciente.

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