Como con bronca y junando....Las elecciones del 14 de octubre 2001

[b]Realidad Económica 183[/b] [b]Carlos María Vilas* [/b] * El autor es presidente del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE) y Coordinador del Instituto de Estudios de la Problemática Nacional (IEPN). El contenido de este artículo expresa exclusivamente sus opiniones personales y no involucra a las mencionadas instituciones. Se agradecen los comentarios de Hilario Ferrero, Carlos Dazo, Julio Gambina, Juan Carlos Amigo y Vero Azpiroz a una versión anterior. Por supuesto, ninguno de ellos es responsable del contenido final.

El mito del "voto bronca" fue creado por el diario Clarín, retomado por otros medios (y por sectores del gobierno nacional) y ampliamente difundido. Por aquéllos, como parte del discurso conservador y neoliberal sobre el costo de la política, la corrupción de los políticos, la superioridad de los enfoques técnicos. El gobierno, para disimular su previsible, y efectiva, derrota. Unos y otro, sobre la base de un evidente y amplio descontento frente a la crisis profundizada en los últimos dos años y la frustración de las esperanzas despertadas por la Alianza.

El "voto bronca" fue así presentado como el gran vencedor de las elecciones legislativas del domingo 14. Sumado al ausentismo, expresaría la decisión de casi la mitad del electorado de darle la espalda a la política y a los políticos. Algunos comentaristas, incorporados a la cresta de la ola mediática, agregan argumentos: escasa o nula legitimidad de los electos si se comparan los votos recogidos con el total del padrón, falta de representatividad efectiva de los electos, peligro de ingobernabilidad, entre otros. En síntesis: estas elecciones no sirven, o no son buenas, o no son legítimas.

En estas notas se propone una interpretación distinta de los resultados. El repudio involucrado en la gran cantidad de votos en blanco y voluntariamente anulados expresa el rechazo y desencanto con un tipo particular de política: la que traicionó aspiraciones mayoritarias de cambio y se dedicó a dar continuidad al régimen de política económica y social que se había comprometido en cambiar. Si vamos a hablar de bronca, es bronca por la burla al mandato de 1999.

Las páginas que siguen deben leerse como enunciación de un conjunto de hipótesis. Todo trabajo de este tipo se enfrenta al riesgo de proyectar sobre los hechos significados que obedecen tanto a la naturaleza de éstos como al plexo valorativo del intérprete. Además, hay una cantidad de variables que no han sido tomadas en consideración (por ejemplo, el voto "nuevo" de quienes votan por primera vez). Por encima de estas limitaciones, que no me parecen determinantes, el objetivo central del texto es estimular la discusión a partir de las cifras disponibles, liberándonos del enfoque antipoliticista del discurso neoliberal o del oportunismo de los derrotados.

El análisis, forzosamente resumido, que se practica a continuación, arroja las siguientes conclusiones:

1. La más evidente es la derrota electoral del gobierno de la Alianza, tras dos años de gestión burlando las expectativas de la mayoría de sus votos de 1999.
2. El PJ reaparece como la fuerza política nacional más importante, con un discurso de diferenciación respecto de la política económica y social del gobierno de la Alianza así como del de Carlos Menem.
3. Notable crecimiento del voto de izquierda, neutralizado en gran medida por la incapacidad tradicional de esos partidos de construir alianzas;
4. Desinfle de las expectativas creadas por el Polo Social y la ARI;
5. Reconocimiento del sistema electoral como vía para expresar repudio político y no sólo como instrumento para elegir representantes.
6. Las elecciones del 14 de octubre abren la posibilidad para una reorientación importante de la política nacional, en una perspectiva acorde a las demandas de las grandes mayorías nacionales y populares.

Participación y ausentismo
El índice de ausentismo (26.3%) es varios puntos superior al de las elecciones legislativas de 1997 en las que debutó la Alianza, pero no es sustancialmente mayor a la tendencia histórica (que fluctúa entre el 22 y el 24% para comicios legislativos). De todos modos no es un dato menor en un sistema electoral en el que el voto es legalmente obligatorio.

No se registran grandes desvíos provinciales respecto del promedio nacional de ausentismo. Tomando los resultados para diputados, el ausentismo fue de 28% en la Ciudad de Buenos Aires, 23.3% en provincia de Buenos Aires (25.2% en Gran Buenos Aires), 24.8% en Pcia. de Santa Fe, 27.4% Mendoza, 27.2%, San Juan 23.9%, La Rioja 22.8%, Córdoba, Santa Cruz 22.3%, La Pampa 20%, San Luis 24.8%, etc. Tucumán, Salta, Jujuy y Santiago del Estero presentaron índices superiores al 30%.

Cuadro Nº1. Nivel de participación, total nacional

(*) Se omiten los votos impugnados y recurridos, que representaron 0.7% a nivel nacional. Para cada distrito la proporción de este tipo de voto es la diferencia entre el % de votantes/padrón menos voto positivo + "voto bronca".

El "voto bronca" registró un promedio nacional de 21.1%. Fue considerablemente superior en Santa Fe (el más alto del país) Capital Federal, Pcia. de Buenos Aires, Neuquén, Chubut y Tierra del Fuego. En cambio, alcanzó valores menores a la media nacional en 17 provincias, y en algunas de ellas (Corrientes, Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Salta, Catamarca, San Luis) registró cifras de un dígito solamente.

Tres distritos (Santa Fe, Capital Federal y Pcia. de Buenos Aires) concentraron dos tercios del total de "votos bronca". En general este voto parece ser típico de grandes centros urbanos con mayor exposición a los medios de comunicación que más énfasis pusieron en los meses previos en la crítica a la política y en el estímulo a este tipo de voto.

En la provincia de Santa Fe el "voto bronca" fue la primera opción del electorado (casi 660 mil votos, frente casi 340 mil del PJ que resultó "ganador"); algo similar se registró en la Ciudad de Buenos Aires (donde el "voto bronca" duplicó al de la Alianza, con 510 mil votos contra poco más de 255 mil respectivamente). En la provincia de Buenos Aires el "voto bronca" se ubicó en un muy cómodo segundo lugar con más de un millón seiscientos mil sufragios, 300 mil detrás del PJ ganador, y más del doble encima de la Alianza, que llevó como candidato a senador al ex presidente Raúl Alfonsín.

Existe una asociación relativamente fuerte entre el nivel de participación electoral y la emisión del "voto bronca". Niveles de "voto bronca" superiores al promedio nacional tienen lugar en provincias con niveles de participación electoral también superiores al promedio, y viceversa. Esta relación es particularmente fuerte en los casos de Gran Buenos Aires, Misiones, Córdoba, Mendoza, Corrientes, Formosa y Neuquén.

Puede pensarse entonces que para una porción alta del electorado el voto es eficaz para expresar un repudio, más que para escoger a un representante. El "voto bronca" da testimonio de la legitimación del sistema institucional incluso para quienes propinaron una bofetada electoral a través de las múltiples y muy creativas manifestaciones de ese tipo de sufragio. El ausentismo sugiere, en principio, repudio al sistema electoral, descreimiento en su eficacia. El "voto bronca" sugiere en cambio aceptación del sistema electoral, reconocimiento de un mínimo de eficacia: si no para escoger, sí para denunciar.

¿De dónde proviene el "voto bronca"? Si consideramos que entre la elección legislativa de 1997 y la de 2001 la Alianza perdió más de cinco millones de votos, parece claro que el "voto bronca", lejos de indeterminado, es un voto bastante preciso. Si de bronca se trata, es bronca con el gobierno de la Alianza. Solamente en la Ciudad de Buenos Aires, gobernada por la Alianza, esta fuerza perdió en 2001 un tercio del caudal electoral que obtuvo en 1997. En la provincia de Buenos Aires la pérdida fue de más del 76 por ciento.

El voto bronca también se emitió a costa del Partido Justicialista, que entre ambas consultas perdió más de un millón de votos. Solamente en la provincia de Buenos Aires, un distrito entonces y ahora gobernado por ese partido, el PJ perdió un tercio de su caudal electoral.

Es posible afirmar entonces que el "voto bronca" es en realidad un voto de castigo con dedicatoria. Expresa el repudio a dos años de gobierno de la Alianza, así como (aunque en medida mucho menor) al partido que colaboró desde el parlamento para que el gobierno sancionara varias de las medidas que dieron continuidad al modelo económico y profundizaran la crisis: reforma del régimen de empleo, ley de emergencia económica, ley de delegación de facultades legislativas, ley de "déficit cero" (incluyendo cierta complicidad en su inconstitucional aprobación), etc.

El "voto bronca" también arrasó con Acción por la República, el partido de Domingo Cavallo. Cavallo puede vanagloriarse de haberle aportado algunos votos a Daniel Scioli en Capital Federal, en el marco de su alianza con el menemismo. Pero en nivel nacional perdió alrededor de 1.200.000 votos, y prácticamente desapareció de la provincia de Buenos Aires un distrito en el que había contribuido decisivamente, en 1999, a la derrota de la candidata a gobernadora por la Alianza-.
Demistificado como mago de la economía, Cavallo sale de estas elecciones tremendamente vapuleado por la ciudadanía.

La victoria del PJ
El Partido Justicialista es el gran triunfador de esta jornada, sin perjuicio del ya mencionado achicamiento de su caudal respecto de 1997. Ganó la elección de senadores en 15 de los 24 distritos; retiene la mayoría en la Cámara de Senadores y se convierte en la primera fuerza en la Cámara de Diputados.

En la provincia de Buenos Aires triunfó rotundamente con un candidato que mantuvo un discurso de clara diferenciación respecto de la política económica y social de la Alianza y del gobierno del doctor Menem. Eduardo Duhalde fue coherente en su campaña con una línea de pensamiento que venía planteando desde mediados de la década de 1990, pero que se debilitó en las postrimerías de su campaña presidencial de 1999.

Hay que señalar asimismo el crecimiento exponencial del voto del PJ en la Capital Federal. En este distrito el castigo al gobierno de la Alianza fue por partida doble: fuga de votos aliancistas hacia la bronca y la izquierda, y crecimiento del voto peronista en sus varias expresiones electorales. Si bien es cierto que parte del voto obtenido por el candidato "oficial" (Scioli) provino en parte del efecto de arrastre de la candidatura del cavallista Liendo, de todos modos el PJ, tras esta elección, reaparece como un actor protagónico de la política de la ciudad. Además, en la elección de Bravo como senador nacional tuvo un papel fundamental el aporte de los más de 50.000 votos de la lista encabezada por Juan Carlos Dante Gullo.

Crecimiento de la izquierda
Otro resultado importante de la elección reciente es el fuerte crecimiento del voto de la izquierda. Colocó tres diputados en el Congreso Nacional, y por poco no pudo elegir a un cuarto. En la persistente tradición de la izquierda argentina, los partidos de esta corriente participaron separadamente salvo un par de excepciones (la alianza Izquierda Unida y la constituida por el MAS y el Partido Obrero). Si hubieran sumado fuerzas, habrían podido conseguir el doble de bancas.

Ante todo, destaca el meteórico triunfo de Luis Zamora, electo diputado casi sin hacer campaña, basado sobre su prestigio de persona honesta que vive de su trabajo y en una buena promoción de su figura en los medios de comunicación. Pero es importante destacar otras cuestiones que indican un desplazamiento de las preferencias electorales hacia posiciones de este tipo.

Así, en la provincia de Córdoba Izquierda Unida recibió seis por ciento del voto emitido. En el Gran Buenos Aires obtuvo más de 40 mil votos arriba del PAUFE del ex comisario Patti y su política de mano dura. Sumados esos votos a los del Partido Humanista, la alianza Partido Obrero-MAS, el PTS y el Socialismo Auténtico, la izquierda recibió en conjunto 520.231 votos, frente a poco más de 365 mil de la Alianza, 278 mil del Polo Social o casi 260 mil del ARI. Una vez más, con su tendencia a la dispersión la izquierda ha probado ser su propia enemiga.

Lo que el viento se llevó
El debut electoral del Polo no se correspondió con las expectativas que su máximo -de hecho, único- dirigente, había difundido respecto de sí mismo. Irrelevante en la ciudad de Buenos Aires, su desempeño electoral estuvo por debajo de sus cálculos en todos los distritos, incluyendo el municipio de Quilmes, terreno propio de Farinello. Una vez más los más pobres entre los pobres, destinatarios preferenciales del discurso de Farinello, volcaron sus votos en el PJ. Sin la ansiada banca de senador para su líder, es previsible que los cuatro diputados que logró elegir en la provincia de Buenos Aires deriven rápidamente hacia el polo duhaldista.

Desplazamiento que no habría que descartar para algunos de sus colegas de la ARI. A pesar de haber sido calificado por su fundadora como "milagroso", el resultado obtenido por la ARI estuvo muy por debajo de lo que sus adalides esperaban. Si consideramos que la fuerza promotora principal fue la diputada Carrió, es de esperar que la contundencia de las cifras le aconsejen moderar su estilo y revisar su estrategia para el 2003.

En ambos casos parecería estar invirtiéndose la situación preelectoral. De la búsqueda de una "pata peronista" a la oferta de "patas de izquierda" a un PJ que emerge obviamente fortalecido. Estas son, sin embargo, especulaciones cuya verificación depende de la dinámica de los hechos. En todo caso no sería correcto evaluar las perspectivas de mediano plazo de estos dos intentos de quebrar el bipartidismo hegemónico de la política argentina, simplemente por un resultado electoral.

Pocas dudas suscita en cambio el desbande del FREPASO, que en realidad comenzó poco después de la renuncia de Chacho Alvarez a la vicepresidencia de la Nación. Después de sufrir los desprendimientos que derivaron hacia el ARI y el Polo Social, otras fracciones están encaminándose rápidamente hacia algún tipo de articulación con algunas vertientes del viejo tronco justicialista, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. En estas condiciones, la responsabilidad de sacar al partido de su presente crisis recae, fundamentalmente, en la habilidad política de Anibal Ibarra y de las fuerzas que mantiene unidas a su alrededor.

Lo que ¿vendrá?
Contrariamente a lo que predican los grandes medios y el gobierno desde su derrota, el panorama poselectoral dista mucho de ser desalentador. No sólo por el repudio masivo asestado al modelo de política económica y social, sino por las perspectivas que abre para la construcción de un poder político-institucional orientado hacia objetivos de desarrollo, equidad y una inserción más equilibrada y creativa en los escenarios regionales y mundiales.

Que esto sea posible dependerá del patriotismo de los partidos y otras fuerzas políticas de vocación genuinamente nacional y popular de reconciliarse con el mapa social de un país en serio peligro de disolución. Un país que insiste en entregarles su voto.
Es dudoso que el gobierno del presidente de la Rúa pueda leer correctamente los resultados del domingo. Encerrado en su propia soberbia e insistiendo en su probada incompetencia, probablemente insistirá en los desvaríos políticos que han agravado la crisis, ahondado la fragmentación y el empobrecimiento social y pavimentado el camino de su derrota. A lo mejor, resulta que Hugo Moyano tenía razón.

Pero también el justicialismo debe leer correctamente estos resultados, que repudiaron lo que el PJ tuvo, durante estos dos años, de colaboración con un modelo inicuo, así como desconfían de los restos de neoliberalismo que aún persisten en no pocas cabezas y estructuras partidarias, no menos que en algunos de quienes ya se prefiguran como precandidatos presidenciales para el 2003.

Y lo mismo debe decirse de la izquierda. Hacer política sin ideología es desbarrancarse en el oportunismo. Pero la ideología no sustituye a la política como arte de ejecución. Además de su vocación cariocinética, la gran limitación de la izquierda argentina de la última década ha sido sustituir la política por la ideología, buscando la pureza teórica más que la eficacia de la conducción. La denuncia es importante, pero es intransitiva si no está acompañada de propuestas.

En términos convencionales la elección del 14 de octubre arroja como principal resultado un desplazamiento de la ciudadanía hacia el centro-izquierda, con hegemonía peronista. Un centro-izquierda que nada tiene que ver con la retórica del progresismo posmoderno reducido a un culturalismo vacío de contenidos sustantivos. Ese desplazamiento dista mucho de ser espectacular, y de alguna manera continúa, en clave peronista y de izquierda, el repudio al modelo que en las elecciones de 1999 recogió cuatro quintas partes del voto total entonces emitido, y que el gobierno de la Alianza traicionó... con la colaboración institucional de no pocos de los legisladores justicialistas.

A pesar de su modestia, o tal vez por eso mismo, el cambio en el humor político de la mayoría de los argentinos puede abonar el terreno para una política moderada en su retórica pero contundente en sus realizaciones. Y, sobre todo, una política interesada y eficaz en la construcción del poder indispensable para reubicar a la Argentina en el camino del desarrollo, la dignidad y la justicia social.

Es este modesto pero efectivo desplazamiento de la opinión pública, con la reafirmación del peronismo como su eje central, lo que preocupa al neoliberalismo y a sus corifeos, grandes perdedores de la jornada electoral del domingo pasado. Por eso levantan una vez más los fantasmas de la demagogia y el populismo, pretenden sembrar dudas respecto de la legitimidad de los resultados y, en particular, del mandato que emerge de las urnas.

Vano intento. Las elecciones del 14 de octubre indican el explícito rechazo a la mala política, es decir a la política reducida a gerenciamiento del modelo neoliberal, así como la persistente búsqueda de otra política, y la confianza en la eficacia del voto para expresar una opinión.

Pero cuidado: esa confianza no es eterna, y lo que no se encuentra en un lado, puede buscarse en otros. La vigencia de las instituciones democráticas depende de su sensibilidad para reconocer el clamor de la Patria y de su capacidad para transformarlo en acciones efectivas.

Buenos Aires, 22 de octubre 2001.

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