Entre la química y la política

Doctora en Química, nació y se crió en Tucumán, pero vino de muy joven a Buenos Aires.

La impactó profundamente la justicia social que se logró para los trabajadores de la caña de azúcar en Tucumán durante el primer gobierno de Perón. “Entonces –reconoce–, cuando vine a Buenos Aires quise hacer algo por los más pobres.” Su trabajo social en las villas miseria de Buenos Aires la orientó hacia la química. Pensaba que la química podía ayudar en los ambientes insalubres, porque veía las condiciones en las que trabajaba la gente del lugar.

En 1968 estuvo en París por una beca ambiental, en La Sorbona, por lo que pudo participar en las búsquedas del Mayo francés.

Estaba afiliada a la Democracia Cristiana, partido que fue integrado al Frente Justicialista de Liberación (Frejuli), a principios de los años ‘70.

Fue la primera secretaria de Recursos Naturales y Ambiente Humano de la Nación, durante la tercera presidencia de Perón. Lideró el ingreso de las “políticas verdes” en nuestro país y en Latinoamérica.

Era la única mujer en un gabinete formado íntegramente por hombres. Su secretaría dependía del Ministerio de Economía, entonces a cargo de José Ber Gelbard. Dice sobre ese período: “Haber formado parte de ese gobierno es una de las cosas más importantes que me pasaron en la vida”.

Luego de la muerte de Perón tuvo que abandonar su cargo y, finalmente, tras el golpe de Estado debió que exiliarse en Venezuela, donde continuó su labor ambientalista en la Universidad Simón Bolívar.

Considera que los temas ambientales son ante todo cuestiones económicas, por lo que no se puede lograr un desarrollo sustentable sin superar la pobreza e integrar a los trabajadores. Por eso, dice que siempre trabajó en la ciencia para la vida cotidiana, porque es muy crítica con la visión fragmentada de la realidad que tienen muchos científicos. Ella aboga por el paradigma de la complejidad.

Considera que la innovación tecnológica debe darse junto con la integración de saberes tradicionales.

Ya en la década del ’60 comenzó a trabajar, desde la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, en el análisis del aire de Buenos Aires. También realizaba estudios de salubridad en espacios laborales.

Asume que es muy libre y por eso soltera, aunque ha tenido parejas por largo tiempo. No tiene hijos pero tiene un sobrino que es como un hijo, y tres sobrinos nietos. Tiene ganas de viajar más para “encontrarme con los que buscan un diálogo de culturas –cuenta–. Esto ayudaría a aceptar la diversidad y encontrar la unidad solidaria y fraterna en el mundo”.

Yolanda Ortiz, una “optimista patológica”, como ella misma se define, a sus 87 años preside la ONG Centro Ambiental Argentino Cambiar y se desempeña como asesora ad honorem en la Secretaría de Ambiente y De-sarrollo Sustentable de la Nación y del Consejo Federal de Medio Ambiente (Cofema).

El gran negocio agroalimentario

Tradicionalmente, el campesinado se ha caracterizado por cultivar alimentos destinados al consumo propio y a los mercados locales, llevando a la práctica un tipo de agricultura respetuosa con el medio ambiente y cimentada en unos conocimientos agronómicos que se han transmitido de generación en generación. En muchos lugares el campesino o pequeño agricultor, con el tiempo se fue abriendo al mercado. El objetivo ya no era cultivar para comer, sino hacerlo para vender la siembra y poder comprar la comida y otras necesidades. La denominada “revolución verde”, acaecida a mediados del siglo XX, favoreció este proceso ya que consiguió aumentar la productividad, gracias a la mecanización del campo y a la utilización de semillas mejoradas y productos químicos. El otrora agricultor libre, se hizo dependiente de los “paquetes tecnológicos” y de las exigencias de los mercados.