Un castigo universal

En un fallo que irritó a los organismos de derechos humanos en todo el mundo, el Tribunal Superior de España inhabilitó a Baltasar Garzón, el juez que encarceló a Pinochet, imputó a los genocidas argentinos e impulsó juzgar a los crímenes del franquismo.

Es una nueva victoria del Estado de deshecho.” Emilio Silva, presidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica, calificó de “monstruosidad” la decisión del Tribunal Supremo de España de inhabilitar por once años al juez Baltasar Garzón.
Numerosos juristas, organizaciones humanitarias y personalidades de todo el mundo, han mostrado su consternación por la sentencia dictada por la Justicia española contra el juez que de forma más tenaz ha combatido en España la corrupción, el terrorismo de Estado, el narcotráfico, el que más luchó por los principios de justicia universal y el único que se atrevió a investigar los crímenes del franquismo.

Todos coinciden en que la sentencia supone un durísimo golpe contra la independencia de los jueces y uno de los reveses más serios sufridos por la democracia España en las últimas tres décadas. El alto tribunal condenó al juez por la primera de las causas que sigue contra él, por sus investigaciones en la macro trama de corrupción política del Partido Popular, el llamado caso Gürtel, estando aun pendientes las sentencias por las otras dos. Se lo condenó por “prevaricación” y “vulneración de las garantías de defensa de detenidos”, por ordenar a la policía interceptar las conversaciones que mantuvieron en la cárcel con sus abogados los principales responsables de la trama.

Por medio de las intercepciones, Garzón pudo confirmar que los detenidos seguían moviendo los hilos desde la cárcel gracias a la complicidad de sus abogados. Pero estos últimos plantearon a su vez una acusación contra el juez por grabarlos y lograron finalmente su condena por ello.

El Supremo ni tuvo en cuenta el resultado de esas comunicaciones, al considerarlas pruebas ilegales, ni reconoció que el juez pidió específicamente a la policía que eliminara de las grabaciones todo lo que pudiera afectar a la defensa legal de los detenidos. Paradójicamente, Garzón es el primer condenado por la trama Gürtel que él investigaba, mientras que numerosos cargos del PP involucrados siguen libres y algunos ya han sido absueltos.

La condena de inhabilitación de Garzón, que el juez piensa recurrir ante el Tribunal Constitucional o el Tribunal de Estrasburgo, supondría apartarlo definitivamente de la carrera judicial.

En los próximos días, el mismo tribunal podría dictar también sentencia contra el magistrado por otra de las causas que se siguen contra él, por aceptar el reclamo de numerosas organizaciones de familiares de víctimas del franquismo para que investigara esos crímenes y el paradero de cerca de 130.000 desaparecidos.

Garzón lo hizo pero la Justicia aceptó la acusación de “prevaricación” que lanzaron contra él organizaciones ultraderechistas, al estimar que el juez era consciente de que no podía investigar esos crímenes al existir la amnistía general de 1977.

Garzón, como muchos otros juristas nacionales e internacionales, consideran que esa amnistía es preconstitucional y que debe ser derogada –la Constitución actual es de 1978– y que dichos crímenes son de lesa humanidad, por lo tanto imprescriptibles. Tres de los siete miembros del Supremo votaron a favor de anular el juicio, pero los otros cuatro han decidido seguir adelante.

Muchos familiares de desaparecidos citados por la defensa de Garzón pudieron así testimoniar por primera vez ante un tribunal español. Paradójicamente, lo hicieron no porque finalmente los tribunales hayan decidido romper ese muro de impunidad que subsiste 37 años después de la muerte del dictador, sino para salir en defensa del letrado que decidió investigar el asesinato de sus seres queridos.

Uno tras otro, pasaron ante el Supremo ancianos emocionados que vienen reclamando desde hace décadas que se juzgue a los asesinos de sus familiares y que se abran las cientos de fosas comunes diseminadas por toda España. Mientras, en la céntrica Puerta del Sol y emulando a las Madres de Plaza de Mayo, hacen su ronda todos los jueves de ocho a nueve de la noche los familiares de los desaparecidos españoles.

Comunicado
La autodefensa de Baltasar

Rechazo frontalmente la sentencia que me ha sido notificada. Lo hago por entender que no se ajusta a derecho, que me condena de forma injusta y predeterminada. He trabajado contra el terrorismo, el narcotráfico, los crímenes contra la humanidad y la corrupción. Lo he hecho con la ley en la mano y en unión de fiscales, jueces y policía. En este trabajo, siempre he cumplido con rigor las normas, he defendido los derechos de los justiciables y de las víctimas en situaciones muy adversas. Ahora y a lo largo de este procedimiento, mis derechos han sido sistemáticamente violentados, mis peticiones de defensa desatendidas, el juicio oral una excusa, cuyo contenido ha sido utilizado sólo contra mí, prescindiendo de los elementos favorables que me beneficiaban, para, con ello, poder dar forma a una sentencia que ya estaba anunciada desde hace meses.”

La historia ya lo absolvió

El condenado es español, andaluz para más señas. Se le nota al hablar, en el modo de resolver ciertas consonantes o cuando nombra a la "libertáz" o a la "dignidáz". Le gusta el fútbol (arquero fue en su juventud y a veces reincide) y también los toros. Es un referente de la Justicia universal, un faro de conciencia en muchos países, por ejemplo en estas pampas.

¿Hubiera llegado la reivindicación de los derechos humanos en países como Argentina al punto que llegó sin la irrupción hidalga de Baltasar Garzón? Este cronista supone que no, asumiendo que cualquier ejercicio contrafáctico es incorroborable. Lo que es indiscutible es que Garzón forma parte de la historia de la búsqueda de justicia frente del terrorismo de Estado, que merece un capítulo o algo más. Que es un modelo para las más nobles militancias de nuestra historia. En lo jurídico, un hacedor de jurisprudencia notable que recogieron jueces de estos lares.

La década del 90 no sólo fue oscura por la entrega del patrimonio nacional y el desmantelamiento del Estado benefactor. También redondeó un retroceso fenomenal en la odisea en pos de memoria, verdad y justicia. La aparición del magistrado que reabrió las causas cerradas acá por estulticia, obediencia debida e indultos, dinamizó los movimientos de derechos humanos. Les dio de nuevo voz a las víctimas, las acostumbró a un peregrinar por tribunales de varios parajes del globo. Fue el pionero, el más decidido. Cada quien resolverá si fue el mejor, está entre ellos.

Sucesivos gobiernos argentinos le dieron la espalda con argumentos banales y cobardes. El menemismo, por razones evidentes. Lo copió la Alianza, aunque se suponía que venía para purificar y para luchar contra la corrupción. El señor Juez pidió extradiciones, le fueron negadas. La Argentina ya no era sólo custodio de la impunidad de los genocidas: devino el aguantadero del que éstos no podían salir si no querían ser llevados al banquillo.

EL DICTADOR AUGUSTO PINOCHET FUE MENOS PREVENIDO

No bien supo que Pinochet "paraba" en suelo británico, Garzón se mandó a su despacho y comenzó a escribir un pedido de extradición. Corría contrarreloj, debía actuar con sigilo. Comidió a uno solo de los empleados de su juzgado, comenzó febrilmente a dictarle el exhorto en cuestión. Le cabía ser veloz y riguroso, no buscaba repercusión fácil sino la aprehensión del criminal. En un momento, ya de madrugada su colaborador, impresionado, le preguntó: "Señor ¿ese hombre que estamos requiriendo es el que yo estoy pensando?". El cronista le escuchó esta anécdota al mismísimo Juez que la contó riendo, porque tiene su sentido del humor y ama lo que hace o hacía.

El Parlamento británico admitió la extradición. La sesión de los Lores se vio por la tevé argentina, el cronista la miró, se emocionó, pensó el fallo en clave local: en las víctimas, en los compañeros que ya no están, en las Madres y las Abuelas. Esa tarde, en la reunión de edición de este diario, se brindó con champagne. Créame, lector, que no lo hacemos ni todas las semanas, ni todos los meses ni todos los años.

Un juez español con cojones y saber que persigue (en buena ley) a un dictador chileno, la autoridad política de otro país interviniendo, la repercusión en la Argentina... el ejemplo es para este escriba una buena viñeta de lo que es la Justicia universal.

En 2003, con (muy) otro gobierno en la Argentina, Garzón volvió a la carga. La reacción del presidente Néstor Kirchner no fue un nacionalismo de opereta ni un cajoneo aduciendo cuestiones de competencia judicial. Fue acelerar lo que ya tenía en miras: la revocación de las leyes de la impunidad, la restauración de la Justicia.
Las víctimas sobrevivientes pudieron replicar sus testimonios en los tribunales cabalmente competentes, donde debía ser.

Habían pasado menos de dos años desde la caída de Fernando de la Rúa. El cambio nada tuvo que ver con el viento de cola o el precio de las commodities. Fue política pura: otra posición ideológica, otro compromiso con las instituciones y las leyes.

Cada cual evaluará cuánto incidió el obrar de Garzón, nadie puede negar que mucho.

Se metió con criminales de toda laya: los terroristas de Estado sudamericanos, la ETA, los parapoliciales GAL de su país. Cuando quiso explorar los crímenes del franquismo traspuso una raya, no se lo perdonaron. Lo asediaron con causas amañadas ante tribunales parciales, que lo odian. Ayer recayó la condena en una de ellas.

La escena de un Tribunal desdoroso, muy inferior a la persona que condena, es un clásico de la historia universal. La nómina de los acusados es interminable, mencionemos un puñado: Sócrates, Galileo Galilei, Nelson Mandela. No son casos idénticos pero hay un patrón común. La pena impuesta a Garzón es tremenda, una afrenta universal: le troncharon la carrera como magistrado, nada menos.

Cuando Fidel Castro era un joven revolucionario, alzado en armas contra la dictadura de Fulgencio Batista, fue apresado y llevado ante un tribunal. Su alegato célebre terminaba con frases indelebles: "Me apiado de vuestras honras y compadezco la mancha sin precedentes que recaerá sobre el Poder Judicial. (...) Condenadme, no importa, la historia me absolverá".

A Garzón la historia ya lo absolvió, refutando a los jueces que lo sancionaron, dignos émulos de la Santa Inquisición. Ese hombre digno es un ejemplo, una referencia luminosa mucho más allá de España. Un ciudadano del mundo, que suma a otros méritos ser un importante protagonista de la mejor historia contemporánea de la defensa de los derechos humanos.