Chile, Marx y los terremotos

Hace algunas semanas se conmemoraron dos años desde el segundo terremoto que he vivido. Mis padres recuerdan cuatro terremotos y mi abuela se murió poco después de su sexto gran episodio telúrico. Mi padre dice que el pánico fue lo que la echó a perder. Yo pienso que la vida de los chilenos es, en promedio, de cinco terremotos y que mi abuela andaba burlando a la geología con su biología.

Después de mi segundo terremoto –el último de mi abuela–, mi biología no cambió mucho más allá de un abultamiento del estrés, sin embargo, el país se movió políticamente aún más que los tres metros que se desplazó la ciudad de Concepción. La cosa fue más o menos así: un terremoto de 8,9º y un maremoto que la autoridad no supo anunciar se llevaron pueblos y vidas enteras. Luego vinieron el desabastecimiento, la falta de servicios básicos y lo que los medios chilenos llamaron “el terremoto social”, que en realidad no fue otra cosa que una crisis generalizada de la propiedad privada en un momento en que los cuerpos sintieron colectivamente la urgencia del hambre, el frío y el miedo.