Soriano será un clásico

El año 1973 fue luminoso para Osvaldo Soriano. Había cumplido 30 años, sus crónicas en La Opinión convocaban cada vez más lectores y, de pronto, apareció su primera novela, Triste, solitario y final. Los fulgores de la década prodigiosa no se habían apagado y todavía nadie pensaba seriamente que las utopías estaban a un paso de sufrir sus reveses más duros y que, poco más adelante, habrían pasado de moda. Autor: [b][color=336600]Juan Martín[/b][/color] [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] .10 años sin Osvaldo Soriano / A sus plantas rendido un país .Confesiones de un lector .El lector [/size]

Así que Triste, solitario y final apareció en el momento propicio. Soriano tuvo el don de la oportunidad "una astucia que le venía de la intuición, o de ese saber que a veces en la vida dan las aventuras, la calle, el fútbol" y ejercitó desdeÏ entonces, tanto en las cosas cotidianas como en las intelectuales, una estrategia casi poética del "toco y me voy". Desde su regreso a Buenos Aires, en el final del Proceso, Soriano repartía su tiempo entre esta ciudad y París, no presentaba libros ni concurría a las presentaciones, dejó de participar en mesas redondas, evitaba las polémicas, seleccionaba con la visión del gato los reportajes que concedía y sus apariciones en público. Desde esos foros, y desde su propio espacio en el periodismo, Soriano exponía sus ideas, descargaba sus iras, contaba algunas historiasÏ se tomaba la historia con un poco de humor. Pero Soriano se había vuelto invisible. Para verlo en persona había que acercársele, por ejemplo, en la Feria del Libro o en el estreno de alguna de las películas inspiradas en sus novelas.

Sin tregua

A finales de 1995, cuando ya la vida de Soriano tenía plazos inapelables, apareció su séptima y última novela, La hora sin sombra. Otra vez el don de la oportunidad vino a poner las cosas en su lugar. Este libro, y el primero, son quizá losÏ mejores. No habrá más penas ni olvido (1978) y Cuarteles de invierno (1980) instalaron la ferocidad de la política ar-Ï gentina en la literatura con el impacto abrumador y deslumbrante de una escritura que se pensó siempre a sí misma con un ritmo sin treguas. Luego llegó el memorable cónsul Bertoldi de A sus plantas rendido un león (1988), y a continuación otras dos novelas que dibujan el perfil más flaco de la creación de Soriano: Una sombra ya pronto serás (1990) y El ojo de la patria (1992).

Por eso La hora sin sombra es tal vez la más oportuna de las novelas de Soriano. Porque su obra repunta con un golpe maestro cuando parecía que el novelista había perdido el rumbo, y porque ese es el legado: Soriano no muere después de El ojo de la patria. Soriano se muere joven, se muere antes de tiempo. Pierde, seguro, en este último movimiento, la mayoría de sus dones, pero deja una obra. Su última novela es ya la marca de Soriano. Ahora no se trata de las primeras parodias ni de la violencia inmediata de una sociedad cruel. La hora sin sombra es una novela entera, el libro de unÏ escritor que ha desembocado, después de un par de tropiezos, en la madurez con la naturalidad de los que saben que escribir es lo único que les corresponde.

La forma de la ilusión

El acierto más significativo de la obra de Soriano es que se quedó con un repertorio de temas común a toda una generación y les puso su óptica, su voz, su estilo. Si Soriano escribía bien o escribía mal es una discusión tan inútil como la que producen los libros desprolijos de Arlt. Ni Soriano, ni Arlt, quedarán en la literatura argentina por los ripios de estilo o por sus libros desafortunados. Soriano le dio forma a la ilusión de subirse a una novela de Raymond Chandler, contó como nadie los encuentros y desencuentros de la violencia peronista y marxista de los primeros años 70, los efectosÏ devastadores de la violencia de Estado, y terminó su obra relatando, en su novela más literaria, las penurias de un escritor en busca de una nueva novela. Novela sobre la escritura, entonces. La hora sin sombra no dejó afuera, sin embargo, a los lectores habituales de Soriano. Para ellos, y para todos, la novela cuenta una de las mejores historias de amor que se han escrito en este país en muchos años.

Cuando muere un escritor

La muerte de Soriano ha desencadenado una copiosa literatura de homenaje y despedida que los medios han recogido en estos días con generosidad. Esta nota forma parte de esa literatura. Las ausencias, los silencios, en ese mar de reconocimientos doloridos y cordiales, son los que señalan uno de los debates literarios pendientes. Hay quienes aborrecían a Soriano solo porque los libros de Soriano se vendían mucho. Otros, porque la figura de Soriano les resultaba intolerable.

Cuando muere un escritor, sin embargo, poco importan ya las peripecias de su vida o de su carácter. Desde ese momento, a salvo de las luces y las sombras que el escritor derrama sobre sus libros con sus dichos y costumbres, la obra debe sobrevivir por sus propios méritos o hundirse en el olvido. Las enfermedades de Flaubert, el alcoholismo de Faulkner, la vocación de pornógrafo de Joyce, o la errática ideología de Borges no dicen casi nada, hoy, sobre la trascendencia de sus obras.

La legítima curiosidad del lector de biografías, ese voyeurismo que se practica con el mismo regocijo con que se espía a los vecinos o se escuchan conversaciones ligadas en el teléfono, no agrega ni quita nada en el gusto o en el disgusto que promueven los libros. De esto se trata. Soriano se metió por la ventana en el canon literario argentino, y habrá que ver si se queda o no. Sus siete novelas, y los cuatro libros que recopilan relatos, notas y escritos diversos "Artistas, locos y criminales (1984); Rebeldes, soñadores y fugitivos (1988); Cuentos de los años felices (1993), y Piratas, fantasmas y dinosaurios (1996)" constituyen un cuerpo, lo que seÏ llama una obra, y es todo lo que hay. La forma de la ilusión, entonces, será el olvido, o, por el contrario, pervivirá en los lectores y Soriano, le pese a quien le pese, será un clásico de la literatura argentina.

Fuente: Literatura.org

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