Migraciones internacionales contemporáneas: violencia y desigualdad global

 

La movilidad humana crece como consecuencia del hambre, de la violencia, las guerras, de los desastres naturales y de los efectos expulsivos que generan las economía extrativistas. Sin embargo, las fronteras se cierran y los gobiernos encaran el problema migratorio global como un problema de seguridad o de riesgo a la soberanía nacional. Las migraciones interpelan nuestras democracias que parecen no estar a la altura de los desafíos presentados.

“El peligro en tiempos de crisis es buscar un salvador que nos devuelva la identidad y nos defienda con muros”

 

El viernes, a la misma hora que Donald Trump juraba su cargo en Washington, el papa Francisco concedía en el Vaticano una larga entrevista a EL PAÍS en la que pedía prudencia ante las alarmas desatadas por el nuevo presidente de Estados Unidos —“hay que ver qué hace, no podemos ser profetas de calamidades”—, aunque advertía de que, “en momentos de crisis, no funciona el discernimiento” y los pueblos buscan “salvadores” que les devuelvan la identidad “con muros y alambres”.

Los migrantes traen beneficios

Después de que la tormenta “inmigrantes” ha hecho estragos en la sociedad europea con la foto del niño sirio muerto en una playa, y que al mismo tiempo ha provocado la reacción negativa de políticos y grupos conservadores que argumentan peligros para la estabilidad económica y la seguridad, resulta que algunas estadísticas europeas y análisis de economistas demuestran que los inmigrantes son beneficiosos para el Viejo Continente. Es más, que Europa los necesita sí o sí para la sobrevivencia de muchos de sus parámetros económicos y sociales.

¡El horror, el horror!

“Perdóneme, he padecido tanto tiempo en silencio… en silencio… ¿Estuvo usted con él… hasta el fin? Pienso en su soledad. Nadie cerca que pudiera entenderlo como yo hubiera podido hacerlo. Tal vez nadie que escuchara…”

“Hasta el fin”, dije temblorosamente. “Oí sus últimas palabras…” Me detuve lleno de espanto.

“Repítalas”, murmuró con un tono desconsolado. “Quiero… algo… algo… para poder vivir.”

La reacción ante el drama de los refugiados: una puesta a prueba para nuestra humanidad

La Gran Muralla china, las murallas de Roma y de cualquier otra ciudad del Medievo, la Línea Sigfrido, la Línea Maginot, el Muro atlántico… Las naciones (imperios, dictaduras o democracias) han empleado cualquier cordillera y río para mantener alejados a los ejércitos extranjeros. Ahora nosotros, los europeos, tratamos a las masas empobrecidas y hacinadas, los realmente inocentes de Siria e Irak, Afganistán y Etiopía, como si se tratasen de invasores foráneos decididos a arrebatar y someter nuestra soberanía, nuestra patria, nuestra fecunda y apacible tierra.

El sueño de Europa agoniza junto con los desplazados

Allá. El drama de los refugiados dejó al desnudo la impotencia europea para tramitar con un infierno, que aunque golpeaba constantemente las puertas del continente, era siempre allá. Hoy es aquí.

Esta crisis se ha incubado por años. Hay un foco principal en el norte de África y aún más allá en Eritrea, Somalía o Nigeria. Pero el tamaño del desafío va más lejos y es colosal.

Son seres humanos: esa cosa tan sencilla que parecemos haber olvidado sobre los refugiados

Gente no son: nadie podría tolerar oír que se ahogan seres humanos una y otra vez. En el mejor de los casos, son estadísticas sombrías pero intangibles, que sirven para chasquear la lengua antes retomar la rutinaria vida cotidiana. Para otros, son una indeseada muchedumbre que no es bienvenida y que la Fortaleza Europa debe mantener fuera: llena de potenciales sanguijuelas indignas que no tienen sitio en Occidente. En la jerarquía de la muerte, cualquiera etiquetado de “inmigrante” debe ocupar su lugar cerca del fondo. Es un mundo deshumanizado: para demasiada gente, eso sucede por ahí abajo con “pequeños delincuentes”, y ¿quién llora a los pequeños delincuentes?