Opiniones acerca del conflicto Gobierno – Sector Agropecuario

Martínez, Wortman, Dujovne Ortiz, Katz y Greco

Perdió el Gobierno, pero no ganó “el campo”

Enrique M. Martínez

Fuente: www.enriquemartinez.com.ar

El desenlace del tratamiento legislativo de la política de retenciones móviles no tiene antecedente en la democracia contemporánea argentina. Por tal razón, debe explicarse con sumo cuidado y a continuación debe tomarse cuidadosa enseñanza.

Ante todo: No es cierto que confrontaron solo dos miradas, la del gobierno y la del “campo”. En Diputados hubo al menos 15 diputados que votaron contra el proyecto oficial criticando su insuficiencia transformadora y la baja protección de los pequeños productores. Rechazaron “por izquierda”.

En Senadores, un ámbito tradicionalmente más conservador, la mayoría automática era y es una fantasía, porque se origina en un peligroso mecanismo de compensaciones a ex gobernadores y caciques menores derrotados en su interna local, en que era probable que se evaporaran alineamientos ante la perspectiva de poder “armarse para volverse a meter” en futuras internas provinciales. Aún así, hubo al menos dos votos negativos – una senadora por Chaco y un senador por Santa Fe – que también discreparon por izquierda.

Si tales reparos no hubieran aparecido y esas voluntades se hubieran sumado a las oficiales, la votación positiva hubiera sido clara. En términos de puja de fuerzas, en realidad perdió el gobierno, pero no ganó “el campo”.

Por supuesto, para cambiar el escenario, el texto en consideración debió haber sido otro. Esta es una de las grandes enseñanzas del cuatrimestre transitado. No se puede librar una pelea esencialmente ideológica a partir únicamente de un instrumento fiscal, un impuesto. Es pelear con espadas de madera, correr el serio riesgo de no cambiar nada.

Mirando desde la equidad, en el campo argentino las cosas están bastante mal. Hay ganadores permanentes. Las trasnacionales exportadoras; los monopolios de suministro de semillas, herbicidas y fertilizantes; los grandes inversores financieros que arriendan enormes superficies; los dueños de tierra – aún de superficies modestas – que han pasado a ser rentistas pasivos y sin riesgo agrícola.

Como contra cara, hay perdedores permanentes. Los que no se dedican a la soja o al maíz; los trabajadores rurales; los pequeños contratistas. Además de eso, la calidad de vida de todos los pequeños pueblos de todo el país, donde hay dinero sin trabajar y voluntad de trabajo rural digno, sin demanda.
Ni el aumento ni la reducción de una tasa de retenciones a la exportación mejoran este estado de cosas. El Estado puede contar con algo más o algo menos de recursos, pero podría demostrarse que la situación estructural, en ambos casos, se congela o empeora.

Para mejorar la equidad, el Estado debe pasar a ser un eslabón activo de la cadena de valor agroindustrial. No puede ni debe ser solo el recaudador de impuestos. No es este el espacio para desarrollar a pleno opciones técnicas, pero imaginemos uno solo de los caminos. Un fuerte organismo público que compre cereales a un precio de referencia básico y que luego de proveer al mercado interno a ese mismo precio, venda los excedentes a la exportación o exporte directamente, entregando luego, a quienes le vendieron, una suma adicional, proporcional por la diferencia entre los dos precios ( local y de exportación). Sería un concepto superador de las retenciones y podría aplicarse a cualquier actividad primaria.

¿Es confiable la estructura actual del Estado para este intento? Tal vez no. Tal vez se necesitara tiempo, dinero y compromiso en cantidades superlativas para llegar a esa situación. ¿No son acaso éstos los temas que hay que discutir? De otro modo, ¿a qué consensos se debe apuntar, según el emocionado pero insustancial reclamo del Vicepresidente de la Nación?

¿Cómo compatibilizar la búsqueda de una sociedad más justa con la mirada de aquellos que siguen creyendo que el mercado es el mejor ordenador social?
Es cierto que falló el método político. Debió procurarse consensos. Pero éstos son los consensos de mayorías transformadoras, que el Congreso de la Nación mostró que están allí, que se pueden alcanzar. No son los pequeños acuerdos con quienes están conformes con el pasado o sólo lo quieren maquillar.

Hay que recomenzar el camino. Con las nuevas necesidades de la hora.
Primero: Creer en el debate profundo e informado.

Segundo: Advertir que el diseño debe poner al Estado dentro de la cadena de valor, para confrontar con los monopolios y ayudar a los actuales perdedores. Muy distinto escenario del que circula por la cabeza y el corazón de muchos quienes fueron al Monumento de los Españoles. Pero seguramente compartido por millones y millones de compatriotas.

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La cultura de las clases medias

Ana Wortman

Fuente: Página/12- 31.07.2008

Entre los múltiples temas que salieron a la luz junto con el larguísimo conflicto que se desató en la Argentina a propósito de la implementación de las retenciones móviles estuvieron presentes, en forma intermitente, las enigmáticas clases medias argentinas.

En las formas de representación de la realidad promovidas por los medios, en particular televisivos, las clases medias opinaron generalmente en contra de la medida, descalificándola más a partir de supuestas actitudes personales de la Presidenta que del contenido conceptual de la ley: el sentido común estuvo a la orden del día.

Esta sumatoria de tergiversaciones y prejuicios suscitadas a partir de una medida económica sectorial nos invita a formularnos una sucesión de preguntas. ¿Por qué las clases medias en general se pusieron del lado del mediáticamente llamado “campo”? ¿Por qué descalifican más a los malos dirigentes de los sectores populares que a los dirigentes de las organizaciones de poder económico? ¿Qué hay en la imagen de CFK que despierta tantas pasiones, negativas en su mayoría? ¿Por qué los medios de comunicación, en su mayoría, se apoyan en un cierto sentido común de las clases medias para erosionar el consenso al Gobierno legítimamente elegido en 2007? ¿Por qué se adopta un tono moral para reivindicar a las clases medias como exponentes de la libertad de conciencia y descalificar por inmorales a los sectores populares “manipulados” que asisten a los actos del Gobierno? Responder a todas estas preguntas supondría la realización de una serie de investigaciones, aquí sólo vamos a hacer referencia a una hipótesis en torno de la primera pregunta: la adhesión casi primitiva al “no” de Cobos, como ejemplo de la libertad individual y de no sumisión, y la identificación primaria con la convocatoria de la Mesa de Enlace en el Monumento de los Españoles en contra del debate parlamentario junto con las clases sociales que aquélla representa: las viejas y nuevas clases dominantes.

Es notable –o no tanto para mis ojos de socióloga– el posicionamiento ideológico explícito de estas nuevas clases medias en relación con el conflicto entre el Gobierno y entidades rurales representativas de intereses más poderosos, ya que en realidad esta medida poco tenía que ver directamente con ellas. Lo más llamativo de este enfrentamiento es la presencia mediática de los menos afectados. Eduardo Buzzi y Alfredo De Angeli, de la Federación Agraria Argentina y de la FAA de Entre Ríos, respectivamente, concitaron la atención de las clases medias urbanas y del campo, a partir de su apelación constante y confusa a los llamados pequeños productores y su aparente situación diferente con respecto al resto.

Es importante recordar que la clase media argentina se constituyó a partir de singulares procesos de movilidad social ascendente posibles por la existencia de un Estado que garantizó la educación, la salud y la seguridad social. Es decir que su historia no puede deslindarse de su relación con el Estado. También fueron las clases medias en consonancia con procesos políticos de intensa conflictividad social las que participaron en proyectos de cambio político y renovación de numerosos planos de la vida social y cultural.

Las numerosas clases medias, con altos estándares de bienestar, las más educadas en términos de inserción en el sistema educativo formal medio y universitario, la más importante de América latina, comenzaban a fragmentarse, en una sociedad que tendía crecientemente a la polarización. Debe destacarse en su singularidad su particular vinculación con los proyectos e iniciativas culturales renovando y democratizando la formación de públicos del arte en general.

La Argentina supo tener un vastísimo público de cine, formó tempranamente un masivo público lector ávido de consumir propuestas culturales, a la vez que sensible a los problemas sociales. Este proceso adoptó un giro negativo a partir de 1975. El debilitamiento del Estado, en un contexto del creciente imperio del mercado, incidió en la disminución, fragmentación y emergencia de nuevas cosmovisiones de mundo. La creciente derechización del gobierno peronista de 1974 que finalizó en el golpe militar de 1976 detuvo este proceso de innovación y cambio cultural. Por su parte, la fuerte oposición a la medida en cuestión supone la emergencia de un nuevo ethos, una creencia fuerte en que los proyectos personales deben centrarse casi exclusivamente en ganar dinero y construir un estilo de vida, como diría Bourdieu, fundado en el “deber del placer” y que se manifiesta como rechazo a la intervención del Estado en la regulación del orden social.

Los años ‘90 consagraron lo que ya se había iniciado durante la dictadura. De una sociedad progresista no sólo en el ámbito de la vida cotidiana, sino en el sentido original de la palabra, de una sociedad que vinculaba las transformaciones progresivas en la vida cotidiana con el logro de cambios sociales, se pasó a una sociedad profundamente individualista, donde el valor, el sentido subjetivo de la acción ya no estaría puesto en valores, muchos de ellos vinculados con la cultura y la solidaridad con lo más desposeídos, sino en el logro de objetivos materiales. Históricamente, ser progresista no suponía acceder a cierto tipo de consumos y estilos de vida, sino que fundamentalmente se sostenía en el valor de la emancipación no sólo de la clase, sino del conjunto social. Como dice Bauman, el consumo produce individuos, no genera lazos sociales.

Es sabido que durante la crisis de 2001 las clases medias ocuparon la escena política, social, mediática y sociológica como nunca antes en la historia argentina. Profundamente denostadas por la literatura ensayística de corte nacionalista, estudiadas sistemáticamente por primera vez por Gino Germani y abandonadas después por un exceso de interés por las clases populares, retornan definitivamente, pero ahora con manifestaciones y representaciones diferentes. Si históricamente la Argentina se pensó y se imaginó a sí misma como un país de clase media, este imaginario parecía estar cayéndose.

Contrariamente a lo que suele afirmar alguna literatura que evalúa los acontecimientos trágicos de 2001 como la manifestación de un sentido renovado de la acción política frente a la crisis de los partidos, las identidades y formas de representación, la salida de las clases medias a la calle no supuso una acción política del estilo de los ’60 y ’70 en consonancia con proyectos colectivos: salieron a defender sus ahorros, salieron a defender cierta irracionalidad del consumo en un país semidesarrollado, una clase media ilógicamente endeudada. Y esto es lo que los medios aplaudieron en ese momento, como “espontaneidad” de las acciones de las clases medias, frente a las “manipuladas” e “irracionales” acciones de las clases populares.

Hacer de una sociedad una sociedad exclusivamente consumista incidió en la despolitización y desinvolucramiento de las cuestiones públicas, como lo demuestran el decreciente nivel de participación en los actos eleccionarios. El consumismo está lejos de la participación política, no produce sujetos colectivos. Se podría afirmar que las clases medias han sido cooptadas en lo imaginario por las clases altas, en un proceso inverso al iniciado en los albores del siglo XX. La hegemonía cultural, en el sentido gramsciano de dirección cultural e intelectual, parece haber sido recuperada por las clases dominantes en todas sus versiones. De todos modos, para no ser fatalistas ni apocalípticos, aún siguen manifestándose en formas fragmentarias aspectos emprendedores de las clases medias en el plano cultural en forma autogestionada. Cierto capital social producido por varios años de acumulación de proyectos e iniciativas culturales vuelve a reaparecer, con contenidos renovados que dan cuenta de una cierta reserva cultural sobre la que vale la pena trabajar y recomponer sentidos transgresores del orden social excluyente y un orden político destituyente.

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Sainete y gravedad

Alicia Dujovne Ortiz

Fuente: Página/12- 29.07.2008

Hace dos o tres meses, un amigo uruguayo me alcanzó un manifiesto escrito en francés, llamativa y conmovedoramente titulado Utopía, que un grupo de socialistas y ecologistas “transversales” franceses acababa de dar a luz. Como en este momento, en el PS de este país se arrancan las mechas preparando congresos asesinos, le pregunté qué pensaba de la posible ascensión de tal personajito socialista frente a tal otro y ligado con el de más allá, que era, hasta hace poco, su enemigo jurado. “Ah, no –me contestó–, nosotros no presentamos candidatos, sino ideas.” Recordé sus palabras al contemplar, de lejos, el sainete argentino, quizá más emotivo que el francés, pero al que éste no tiene gran cosa que envidiar si bien se mira.

Al sainete criollo por su costado agrario se ha dado en catalogarlo como “nueva derecha”, aludiendo a una derecha químicamente impura, vale decir, capaz de englobar elementos contradictorios, digamos de izquierda, y de integrarlos dentro de un discurso vistoso donde todo vale. Un De Angeli apoyado por partidarios de Lev Davidovich; un Buzzi que –hará de esto tres años– se oponía a la pauperización de la tierra y de sus trabajadores derivada del cultivo de la soja transgénica y que ahora está con la Rural pero alaba a Evo Morales; y, por el otro lado, un gobierno popular con un Zar y una Zarina psíquicamente recluidos en su Palacio de Invierno, ¿no parecen cosa e’mandinga, para seguir con la prosa campera que, unida a la futbolística –raros han sido los comentarios del conflicto que no introdujeran términos tales como “embarrar la cancha” o “correr el arco”– campea entre nosotros desde tres meses atrás?

Visto desde otras playas, con todo, el asombro es menor. Todo liderzuelo más o menos carismático que acierta con el tono y el lenguaje, campechano y visceral, necesario para encauzar el malhumor de “la gente”, presentándose como un patriota con rasgos revolucionarios hasta socializantes representa, sea donde fuere, esa derecha de escasa novedad. Sin retroceder demasiado en el tiempo, porque queda antipático sacar a relucir a Hitler y a Mussolini cada vez que llueve, Le Pen agigantó su partido gracias al aporte de los comunistas desencantados (a quienes ha venido a sumársele, poco ha, un popular humorista antisemita “de izquierda” llamado Dieudonné). También es cierto que un Le Pen de extrema derecha puede pincharse con la misma velocidad con que se había inflado si un Sarkozy de “derecha desacomplejada” le succiona votos utilizando su misma técnica, que consiste en “decir en voz alta lo que todos piensan”, léase en manifestar su xenofobia sin complejos, y en juntarse con muchachos de izquierda para que ya no se entienda quién es quién. Al votar en contra de su propio partido y a favor de Sarkozy en un reciente congreso donde su voto sirvió de desempate, el viejo mitterrandista Jack Lang ha asumido un papel cobiano, mostrando una imagen política cuya característica fundamental consiste en ser ideológicamente ilegible y humanamente cristalina: ¿en el fondo qué congreso argentino, francés o camerunés no es un mero recuento de votos o porotos, éstos para vos y éstos para mí?

Es tal como me lo escribió hace días el dirigente cartonero Ernesto Paret, y que los hay los hay, los pobres siguen sirviendo de porotos para el recuento. Perón lo dijo más grueso, “la gilada”, y Paret, más fino: “a los pobres nos instrumentan”. De ahí lo bienvenido de estos seres extraños, los de Utopía, a los que se podría denominar de “novísima izquierda”, porque hubo otra, en los ’60, que se puso “nueva” al irse del PC. No es la sola diferencia. Esta novísima que digo ha comprendido que el verdadero y único y urgente y espeluznante problema de la Argentina y del mundo es el hambre. El que existe y el que se viene. Alguien últimamente lo ha llamado “tsunami silencioso”. Por eso la novísima se arremanga a pensar. Aunque haya grupos similares en todas partes, se trata de una tendencia que en total reunirá a tres gatos locos, de acuerdo, pero por algo se empieza. Entre sus pares argentinos me importa mencionar el GRR, que no es un gruñido de rabia ante lo que sucede, aunque estaría justificado, sino un Grupo de Reflexión Rural, que propone proyectos chicos y factibles, alejados del porotaje político y, por ende, poco visibles.

En la tapa de manifiesto de Utopía puede leerse: “¿Pero entonces –dijo Alicia (la de las maravillas, obvio)–, si el mundo no tiene ningún sentido, quién nos impide inventar uno?”. El texto, colectivo, está puesto bajo la advocación de André Gorz, el pensador y colaborador de Sartre que se suicidó el año pasado, a los ochenta y pico de años, junto a su esposa Dorine, porque ninguno de los dos quería sobrevivir al otro. Su testamento político, que va de prólogo, se intitula con gran sencillez: “La salida del capitalismo ya ha comenzado”.

Buena noticia pero ¿por qué? Porque “la economía real se ha convertido en un apéndice de las burbujas financieras”. Frente a lo que él y varios otros definen como un “abismo” al borde del que caminamos (otra imagen, frecuentemente utilizada, es la de que el sistema “se estrella contra la pared”), “no hay ninguna ‘mejoría’ que esperar –escribe Gorz justo antes de su muerte–, si se la juzga según los criterios habituales: no habrá más `desarrollo’ en forma de más empleos, más salarios, más seguridad; no habrá más ‘crecimiento’ cuyos frutos puedan ser socialmente redistribuidos y utilizados por un programa de transformaciones sociales, desde adentro del sistema, que trasciendan los límites y la lógica del capitalismo. Las promesas y programas de regreso al empleo a tiempo completo son espejismos que tienen como única función mantener el imaginario salarial y mercantil, vale decir, la idea de que el trabajo debe necesariamente ser vendido a un empleador y los bienes de subsistencia comprados con la plata ganada”. Hoy el imperativo de supervivencia lleva un nombre: decrecimiento. De acuerdo con lo cual, los “utopianos” adeptos al alterdesarrollo manifiestan: “Las tres primeras alienaciones de nuestras sociedades desarrolladas son el dogma del crecimiento, el del consumo y el de la centralidad del valor-trabajo”.

El manifiesto, que se publicará, espero, en castellano, es un vivero de ideas frescas. De entre todas ellas he entresacado dos que me inspiran particular cariño: la autoproducción (prácticas alternativas en ruptura con el capitalismo, que para Gorz vienen especialmente del “Sur del planeta”, sobre todo de las favelas brasileñas) y el subsidio universal. No entro en detalles (ellos sí lo hacen, y cómo), pero destaco el hecho de que la instauración de este subsidio como un derecho para todos, desde el nacimiento hasta la muerte, implica nada menos que cuestionar los principios mismos del capitalismo y choca, por supuesto, con un “bloqueo cultural e intelectual”. Y no precisamente de la derecha, nueva o vieja, o no sólo de ella: uno de los paladines del decrecimiento, Serge Latouche, propone “descolonizar a la izquierda del imaginario progresista”. Ardua tarea.

Es por eso que al leer en este diario una nota de Mario Wainfeld sobre las nuevas medidas proyectadas en la Argentina tras el fracaso de la retenciones, salté literalmente hasta el techo. Nada mejor que citarlo para dejarlo claro: “La CTA volverá a presentar una de sus más estimables banderas, la universalización de la asignación familiar por hijo. Se trata de un mecanismo de redistribución de la riqueza, que acortaría la brecha entre trabajadores formales (que agregan a sus sueldos esas asignaciones) versus los informales o desocupados. Una forma de ir reparando uno de los datos más chocantes de la nueva configuración de la clase trabajadora. El oficialismo (incluidos los dos presidentes y la ministra de Desarrollo Social) han sido remisos a la herramienta, por juzgarla contraproducente para la cultura del trabajo y, eventualmente, superflua ante la baja del desempleo. El transcurso del tiempo ha matizado su juicio, pues se corroboró que la creación de puestos de trabajo no terminó con las desigualdades al interior de la clase obrera: el primer nivel del Gobierno presta más escucha a la propuesta. El propio Kirchner pidió a economistas cercanos a la CTA un cálculo del costo de esa política social innovadora, que crearía un nuevo derecho ciudadano”.

La asignación por hijo existe en Francia desde después de la guerra. La idea de la CTA es menos esplendorosa que la de Utopía, pero por algo, nuevamente, se empieza, sobre todo si contribuye a llenar estómagos y a descolonizar cabezas. Con respecto a la autoproducción, el año pasado visité una serie de cooperativas de cartoneros que, dentro de la infinita modestia del conjunto, funcionan. Detrás de muchas de ellas hay ONG alemanas o canadienses. ¿Y el Gobierno? “El Ministerio de Desarrollo Social se fía de los punteros políticos, entonces manda heladeras a un barrio de invasión que no tiene electricidad. Las usamos de ropero”, fue la respuesta. Conclusión, los cartoneros se las arreglan solos. No protestan, no se disfrazan de gauchito ni andan agitando retratos. Falta de tiempo, sin duda: ellos se ocupan de sobrevivir. Si algo le pedirían a un Estado que no los ve, ni los oye, no son promesas de trabajo que saben vanas, sin necesidad de que Utopía se los explique, sino un acompañamiento dentro de lo que ellos mismos se han inventado: reconocimiento oficial para que los trabajadores existan y máquinas para moler las botellas de plástico y venderlas bien. Aunque suene tremendo, la frase de Alicia sobre inventar el mundo, a ellos se les aplica como a nadie.

A este gobierno se le está aconsejando con razón que emerja de la crisis por izquierda. Bueno, ahí tiene dos excelentes ideas, “chiquititas pero cumplidoras”, como decían en mi infancia de ciertas píldoras, para poner en práctica: una actividad en marcha que es ecológica porque recicla objetos fabricados con petróleo, y un poquito de plata por cada hijo. No sé si con eso salimos del capitalismo, pero que habrá menos pobreza, seguro, y más seriedad, también. El sainete puede darnos risa mientras no vayamos hasta la puerta a ver cómo los pibes comen basura.

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Vencedores y vencidos

Claudio Katz

Fuente: Página/12- 29.07.2008

El mayor conflicto político desde el 2001 concluyó con un nítido triunfo de la derecha. El bloque conservador se impuso primero en la calle y con esta presión extraparlamentaria definió el voto en el Senado. El ruralismo ganó porque canalizó un giro de la clase media que comenzó con Blumberg, se reforzó con el triunfo de Macri y ha desembocado en una revuelta conservadora embanderada con la rentabilidad.

La ideología derechista se comprobó en los cacerolazos de teflón que enaltecieron a “la patria” y repudiaron a “los tiranos”, bajo una cobertura televisiva que descubrió cuán legítimo es cortar las rutas cuando hay gringos y tractores.

Pero, a diferencia del pasado, esta crisis no incluyó catástrofes financieras o hiperinflación y la coyuntura económica abre cierto espacio para la reconstitución del Gobierno. Por eso, la derecha incentiva un viraje conservador del oficialismo, aunque en lo inmediato quiere tranquilidad. Las manifestaciones ya cumplieron su función y ahora molestan a los dueños del poder.

El Gobierno se jugó a todo o nada y soportó una cachetada mayúscula. Ha perdido base electoral, popularidad, control parlamentario y dominio sobre varios gobernadores. El retroceso de los Kirchner es atribuido a la obcecación, el capricho y el autismo. Pero su actitud no es tan excepcional, ni es el primer equipo presidencial que busca afianzar su poder luego, en la segunda etapa de su gestión.

Durante la confrontación, el Gobierno osciló entre la concesión económica y la provocación política. Desplegó gestos autoritarios mientras aceptaba todos los pedidos de sus adversarios, con excepción de la emblemática resolución 125. La principal causa del fracaso oficial fue la negativa a incentivar una movilización popular fuera del marco regimentado del justicialismo, la CGT y las organizaciones cooptadas. No forjaron ese sostén durante los primeros cinco años y tampoco lo improvisaron en la crisis, por temor a resucitar la sublevación que sepultó a De la Rúa.

El Gobierno perdió porque jamás se distanció de los banqueros e industriales que exigieron poner fin a la confrontación. Esta alianza impide la proclamada redistribución del ingreso. Si los salarios y las jubilaciones no aumentaron significativamente es por la incompatibilidad de estas mejoras con el capitalismo neodesarrollista que promueve el oficialismo.

El triunfo derechista se consumó por la desconfianza popular hacia los discursos divorciados de la práctica que emite el Gobierno. El olfato popular percibe que las trampas del Indec apuntan contra la movilidad de los salarios y no sólo contra la renta de los títulos indexados. La impronta menemista del tren bala tampoco pasa inadvertida y la conversión de estrechos aliados en repentinos enemigos acentúa esa falta de credibilidad.

El trasfondo del problema es el agotamiento del peronismo como movimiento popular. Esa estructura permite ganar elecciones y manejar el Estado, pero ya no despierta entusiasmo. Lo que actualmente se recrea en Venezuela ha decaído sustancialmente en Argentina.

Algunos consideran que el conflicto confirmó la dura reacción del establishment frente a cualquier amenaza a sus intereses. Pero este choque no convierte al Gobierno en exponente de la causa popular. Este rol debería verificase en su gestión y no en el comportamiento de los opositores. El aumento de la desigualdad y los subsidios a los poderosos demuestra dónde se ubican los Kirchner.

La derecha los rechaza porque son ajenos a la élite conservadora, arbitran entre todas las fracciones capitalistas y limitan los atropellos sociales con una retórica contestataria. Pero esa enemistad política no anula la coincidencia en los intereses sociales que une a ambos sectores. Quienes no reconocen esta asociación atribuyen la derrota oficial a un manejo equivocado de la disputa y no al compromiso con los bancos, la UIA y los pools de siembra.

Durante el conflicto, un sector de la izquierda se alineó con el ruralismo, resaltando el carácter masivo de la revuelta. Pero esta apoyatura social no determinó el perfil progresivo de esa protesta. Como lo demuestran los autonomistas de Bolivia o los estudiantes de Venezuela, una movilización reaccionaria puede atraer multitudes. La historia del gorilismo argentino es un ejemplo familiar de esa posibilidad.

Basta observar la demanda en juego (eliminar un impuesto a la renta agraria), los protagonistas (Sociedad Rural) y los métodos de la protesta (lockout) para despejar cualquier duda sobre el carácter conservador del movimiento ruralista. Es absurdo asimilar su acción con una huelga. Los peones trabajaron mientras sus patrones cortaban rutas, reclamando mayores ganancias y no mejores salarios. Los denominados “pequeños productores” constituyen en realidad un segmento capitalista, que jerarquizó sus intereses comunes con los grandes propietarios y contratistas, al exigir la anulación de las retenciones móviles.

Tampoco la analogía con la sublevación de 2001 es muy feliz. Hace siete años los pequeños depositantes defendieron sus ahorros junto a los desocupados contra los bancos, mientras que ahora la clase media actuó junto a los dueños del agronegocio. Durante cuatro meses el país quedó polarizado y no emergió una tercera alternativa de rechazo del ruralismo conservador y crítica al Gobierno. Un cúmulo de confusiones políticas impidió la gestación de esa opción. Pero nunca es tarde para gestar esa alternativa frente al nuevo escenario que ha dejado el conflicto.

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Todavía hay tiempo

Guillermo Greco

Fuente: Página/12- 31.07.2008

Massa, Cheppi, Aerolíneas, movilidad jubilatoria, salario mínimo; pareciera ser que el Gobierno va saliendo del marasmo en que lo sumió el voto de Cobos. La oposición siempre apuntó a banalizar el conflicto por las retenciones. Semejante conmoción, se dijo, fue producto del estilo político de los Kirchner: soberbia, polarización, falta de diálogo, necesidad de hacer caja, etc. Eso fue todo. Ellos, que se envolvían en la bandera nacional, no reconocían que la pelea era por el reparto de la torta. Pero el gran diario argentino del sábado 19 de julio informó que los ruralistas se quedaron con 1250 millones de dólares y que se estima que el Gobierno deberá postergar un aumento a los jubilados, y se plantean dudas sobre la suba del mínimo no imponible de Ganancias. Pero hubo algo más. No fueron golpistas pero sí destituyentes. Si los ruralistas fueran la patria misma nos privan de ser argentinos a todos los que tenemos intereses diferentes de los que tienen ellos y, lo que es peor, pretenden quitarle la argentinidad al mismísimo gobierno nacional. Y lo dijeron con todas las letras: quienes votaran por la posición del Gobierno deberían ser acusados de traición a la patria. Hasta se animaron a amenazar: ¡los traidores a la patria deberían desaparecer!

Los ruralistas nunca quisieron negociar, siempre pidieron la anulación de la Resolución 125. Querían la rendición incondicional del Gobierno. Lo tenía muy claro la Presidenta cuando recordó el fatídico “la casa está en orden” del principio del fin del alfonsinismo. La retención a las exportaciones es una medida de la que ningún gobierno se puede privar, pero, hay que decirlo, la Resolución 125 fue un fenomenal error político. Hay múltiples indicios de que el Gobierno lo sabía: la renuncia de Lousteau, las compensaciones, el reconocimiento de que habían subestimado la capacidad de respuesta de los ruralistas, la justificación de cómo se iba a gastar lo recaudado; lo sabía pero no acertó con la respuesta adecuada y quedó atrapado entre una causa justa devaluada por un error propio y un adversario que no daba ni pedía clemencia. Ya sabemos el resultado de la contienda: el Gobierno a ellos no los gobierna. Si los distintos sectores sociales lograran el mismo privilegio ya no habría gobierno nacional. Y eso es destituyente.

El Gobierno contribuyó a la conformación de una amplia coalición opositora en la que ahora se cobija la clase media. D’Elía y Moreno han sido los mejores convocantes a los cacerolazos. También equivocó las alianzas. Ayer Chacho Alvarez, hoy el kirchnerismo se empeñaron en reflotar a un radicalismo que se hundía por sus propias incapacidades y que, como se ha visto, paga siempre con la misma moneda. El voto negativo transformó al vicepresidente en opositor al gobierno al que pertenece, será héroe o traidor pero ya nunca más radical K, todo cambió, ya nada es lo que era antes. Es que votar es un acto y los actos se miden por sus consecuencias, no por las razones con las que se pretende justificarlos. Es sabido, el camino al infierno está sembrado de buenas intenciones.

Solá y Reutemann votaron en defensa de sus intereses ruralistas. ¿Qué defendió Cobos? El lo dijo: la tranquilidad de su conciencia y de su familia. La banalización del conflicto apunta a ocultar que la oposición no tiene idea de qué es el bien común. Es diferente el caso de Proyecto Sur. Creo que ni sospechan cuán grave fue lo ocurrido en el Senado.

Claudio Lozano también hizo eje en el estilo político del Gobierno y concluyó: ¡Kirchner conduce el justicialismo de los ’90! Es obvio que el justicialismo no es el guardián de la virtud, pero no se pueden ignorar ni las modificaciones que se introdujeron en la Corte Suprema ni la política en materia de derechos humanos. Hay cuestiones que no se pueden pasar por alto tan irresponsablemente.

El voto de Cobos le dio una victoria parcial a un intento de desplegar un modelo agroexportador que, seguramente, hará crecer el producto bruto y en el cual los pequeños productores de la Federación Agraria podrán convivir tranquilamente con los pools de siembra. Pero, ¿cuánto empleo generará? ¿Cuántos argentinos sobran en ese granero del mundo? Cuando De Angelis nos dijo que el lomo se debería vender a 80 pesos el kilo, nos anticipó cuál es el futuro con el que sueñan los ruralistas: el mercado interno de alimentos y energía deberá regirse por los precios internacionales, y los que no tengan ingresos suficientes para acceder a esos consumos, que les pidan ayuda a Caritas o a Miguens por medio de Castells. Además, quedaremos sujetos a los cambios de precios de los alimentos en el mercado internacional, sobre los que no tendremos ninguna incidencia, o a las variaciones climáticas o la devaluación del dólar que, como es sabido, se define en otras latitudes. En el sueño ruralista la clase media siempre escupe para arriba.

Pero todavía estamos a tiempo. Hoy los ruralistas pueden anular una medida de gobierno, pero no están en condiciones de imponer su programa al conjunto de la sociedad. Sin embargo, hay riesgos de que el impulso destituyente llegue a impactar sobre la investidura presidencial aun cuando no haya posibilidades de golpe de Estado. El Gobierno está debilitado, la oposición anida en su interior y Buzzi nos recuerda que el conflicto no terminó. Ellos van por todo. Es posible que las elecciones legislativas del próximo año sean definitorias.

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