“Obama es infinitamente mejor que Bush”

Entrevista a Pablo Pozzi - Diego Rojas*
Pablo Pozzi fue, antes de ser titular de la Cátedra de Historia Norteamericana en la UBA, obrero automotriz en los Estados Unidos. No sólo es uno de los hombres que más sabe sobre cómo se constituye el país del Norte, sino que –cualidad valorable en el ámbito académico– también construyó sus saberes a través de la experiencia.

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La quiebra de la General Motors tal vez sea el símbolo más tangible de la profunda crisis que vive el capitalismo mundial y la comprobación concreta de que su epicentro se encuentra en los Estados Unidos. Empresa emblemática, sus coloridos afiches dieron cuenta durante décadas del american way of life y del sueño americano como posibilidades concretas. El cierre de decenas de plantas, el despido de miles de sus obreros y el rescate por parte del Estado para que no cierre definitivamente dan cuenta del pasaje a una nueva época en la que las postales del colapso de Wall Street en 1929 recorren los imaginarios del futuro cercano con el sabor que dejan las pesadillas.

–¿Qué significa para Estados Unidos la General Motors?

–Fue una empresa emblemática por casi cien años. Fue clave en la posguerra ya que creó un convenio colectivo de trabajo con el sindicato automotriz que fue señero para toda la industria. Otorgó aumentos salariales muy grandes: sumaban alrededor de 1.000 millones de dólares de aquella época. Firmó que, cuando se renegociara el convenio, otorgaría aumentos de entre el uno y tres por ciento por encima de la inflación. A cambio, pidió una cláusula de no huelga e instituyó lo que nosotros conocemos como la flexibilización laboral. El ritmo de trabajo lo determinaría la empresa, también la ubicación del obrero y una cantidad de cosas que elevarían el nivel de productividad. Habría que evaluar los resultados, ningún aumento equipara el problema en la cabeza que producen ritmos de producción intensos. Otra cuestión fundamental fue que le otorgó a la empresa una gran tranquilidad respecto del sindicato.

–¿Cómo funciona eso?

–Es sencillo. Desde esa época, si hay un problema, el sindicato plantea: “Si hacen lío, perdemos este convenio que nos deja tanta más plata”. Hay que tener en cuenta que el convenio se firma durante pleno macartismo. Los socialistas, comunistas y trotskistas eran muy fuertes. Hubo una purga de activistas, principalmente trotstkistas y comunistas, que se oponían al acuerdo. Lo cierto es que, luego de esto, los obreros que estaban sindicalizados ganaban muy bien. La imagen del obrero suburbano con dos coches, hijos en la universidad y casita en un barrio de casitas corresponde a la de los obreros de la General Motors: el sueño americano, que consiste en un obrero ultraexplotado pero muy bien pago.

–¿Estos beneficios monetarios pueden explicar el inmovilismo de la clase obrera norteamericana?

–La respuesta simple es que tenés razon. La otra señalaría que todo es mucho más complicado. La clase obrera de este país produjo el primer 1º de mayo, construyó la Industrial Workers of the World, creó algunas de las formas de lucha más potentes que hasta hoy se usan, como la ocupación de fabricas. ¿Por qué estos tipos no produjeron un partido laborista? Existía un nivel alto de combatividad social, pero un bajo de nivel de construcción política clasista. Tal vez en los arrecifes de las tartas de manzana y el roast beef naufragan las posibilidades del clasismo.

–Fue un movimiento inteligente por parte de los empresarios.

–No hay tal cosa como Santa Claus entre ellos. Al empresario que no se preocupe por maximizar las ganancias se lo comen los tiburones. En 1946 Europa está hecha puré, los Estados Unidos tienen mercados que inundar a mil y, sin embargo, tienen un récord histórico de huelgas. Era infernal. ¿Cómo hacés para destrabar las fábricas en conflicto para que produzcan a full y aprovechen el momento? Hay dos caminos. El primero es reprimir a todo el mundo y derrotar así el movimiento, lo cual implica un año o dos hasta que la situación se estabilice, sin contar las complicaciones que podrían ocurrir. La otra opción es darles un aumento salarial sabiendo que si aprovechás esto destrabás e inundás el mundo con productos norteamericanos.

–De paso, se elimina el peligro del sindicalismo.

–Al combinarse el convenio con el clima de purga del macartismo, la productividad entre el ’55 y el ’65 es altísima. Y el sindicalismo comienza a pensarse de un modo distinto. El rol de lo que nosotros conocemos como delegado o comisión interna es ocupado por un agente de negocios: un tipo empleado por el sindicato, que puede pertenecer o no a la rama del gremio. Es un tipo que sabe cómo es el convenio, recorre las fábricas una vez por semana y ve si se cumple. Recoge las quejas de los obreros y las eleva al comité de negociación. A la vez, les exige a los obreros que cumplan su parte del convenio. Los trabajadores tienen poca capacidad de presión.

–¿Qué produce esa política en el imaginario social estadounidense?

–La General Motors de los ’50 es como el Microsoft o el Apple de fines de los ’80. Para el americano medio la explotación no se ve, sino lo bien pago que es ese trabajo. Y la empresa es la demostración de que el sueño americano es posible. En los setenta esto cambia.

–¿Qué sucedió?

–Aumenta el precio del petróleo, se da la crisis de la OPEP, comienza la crisis de la GM. Hay que tener en cuenta que los coches norteamericanos, por una cuestión cultural y de estatus, son grandes, que consumen mucha nafta; a diferencia de los europeos, más chicos, ya sea producto de la crisis de la posguerra, debido a que las calles no son tan anchas, por lo que sea: son más eficientes. Los Estados Unidos mantuvieron una tendencia a absorber coches de lujo. El segundo problema es que la base industrial estadounidense data de la década del ’20. En cambio, la europea es japonesa. Durante los noventa, terminada la Guerra Fría, hubo sectores que plantearon que había que reindustrializar Norteamérica. Pero no lo hicieron. Tienen formas de organización empresaria viejas. La proporción de empleados respecto de los obreros es altísima. Tienen muchos administrativos y gerentes para todo. Mientras tanto, como resultado del período de Reagan, surge una economía fuertemente especulativa. Se producen fusiones, compra y venta de empresas: todo eso hace que sea más rentable especular en Wall Street que abrir o reconvertir una fábrica vieja. Además, la base industrial fordista queda antigua, Estados Unidos aplica el toyotismo tarde. En los sesenta tenía más fuerza y peso político GM que el Citigroup. En 2009 es al revés, y eso explica que el salvataje de Bush y Obama sea idéntico en toda la línea: a los bancos los rescatan con todo, el que se hace con la GM tiene límites.

–La GM quebró y fue parcialmente estatizada. ¿Cómo evalúa este movimiento?

–Es una muestra de la decadencia de los Estados Unidos. Está decayendo la base industrial que produce la riqueza y sobrevive en condiciones más potables lo que nosotros llamaríamos la patria financiera. GM va a subsistir como empresa menor, va a eliminar parte de su capacidad, van a vender otros sectores. El paquete de salvataje se dirige fuertemente hacia el mundo financiero. En el mediano y largo plazo la producción de riqueza va a ser más débil. El Estado puso 200 mil millones de dólares en el Citigroup, un billón entre todos los bancos y, en contrapartida, no les pide que cambien nada. Supongamos que estos bancos peligren nuevamente dentro de cinco años: los tienen que volver a salvar porque pusieron allí un billón de dólares, si no lo hacen, no sólo quebrarán los bancos, sino el Estado. Mientras tanto Chrysler decidió cerrar 22 fábricas en los Estados Unidos y México y no en otros lados del mundo. Históricamente hubiera sido al revés. Han cambiado sus prioridades.

–¿Cómo modifica el paisaje esta crisis y el gobierno de Obama?

–Está jodido. Pero que quede claro: es infinitamente mejor el gobierno de Obama que el de Bush. Pero no hay ruptura. Hay algunas modificaciones, una política internacional más multilateral, sin embargo en política económica existe una continuidad con las políticas de Bush. Buena parte de quienes están al frente de puestos clave en el gobierno de Obama son los mismos que sostuvieron los gobiernos desde Reagan hasta hoy. Hace más de veinte años que existen problemas muy serios que se pudieron contener gracias a que cayó la Unión Soviética, gracias a la deuda externa de nuestros países (que implicaba una remesa de capital ingresante y permanente), el saqueo de Europa Oriental y a otros factores, como el narcotráfico, que constituye el principal depósito de plata en los Estados Unidos. Ahora se desató la crisis y las medidas que se toman no tienen la apariencia de modificar la estructura de la acumulación de capital. Son salvatajes perdidos y costosos que permitirán estabilizar la situación para ver qué pasa después. Sin embargo, que no haya medidas de fondo permite pronosticar el mantenimiento de la crisis a mediano plazo. El capitalismo no se cae, pero va a ser un despiporre por diez años y después veremos qué pasa.

–¿Cuáles son las consecuencias inmediatas de la crisis?

–Miles de obreros en la calle y el cercenamiento de su base industrial. La cantidad de obreros norteamericanos desempleados, según la tasa oficial, es del 10 por ciento, lo cual implica que debe rondar un 14 por ciento. A eso hay que sumarle el desempleo oculto, los que nunca ingresaron al mundo del trabajo, los que tienen trabajos precarios. Son millones de personas. Los pibes que se incorporan de entre 18 a 20 años, si encuentran laburo, lo van a hacer con sueldos bajos y en condiciones muy precarias.

–Parece un retrato de la Argentina de los noventa.

–Bueno, sí. En algo hemos sido pioneros.

Pablo Alejandro Pozzi. Jefe de la Cátedra Historia de los Estados Unidos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

[color=336600]Fuente: Revista Veintitrés - junio 2009[/color]

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