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La publicación de El capital en el siglo XXI produjo una pequeña revolución en la discusión política mundial (1). En momentos en que los economistas se dedicaban al análisis algorítmico de las finanzas, la economía del comportamiento y la aplicación de sus leyes a la vida cotidiana para ver por ejemplo cómo se patean los penales, el profesor francés Thomas Piketty escribió un libro-mundo de 800 páginas que incluía una “gran tesis”, contundente y diáfana, de esas que aparecen pocas veces en la historia y que pueden ser objetadas, discutidas y matizadas pero no ignoradas: en el largo plazo –sostuvo en base al trabajo de una red internacional de expertos que procesó datos de dos siglos y cuatro continentes– la tasa de retorno del capital supera a la tasa de crecimiento del ingreso, por lo que la participación del capital en el producto se incrementa. En otras palabras, el capitalismo tiende a concentrar la riqueza. 

Nueva carta abierta: La diferencia

1. El actual gobierno mantiene una diferencia que se hace notoria cuando crece la espesura de hechos que son portadores de cierta turbación y ambigüedad. Pero en las innumerables tensiones de la hora, permanece siempre un sentido decisorio ligado a un círculo efectivo de protección de las grandes reformas introducidas en la vida social, en la economía de los sectores populares, en las acciones que involucran al Estado asumiendo responsabilidades colectivas indelegables. Y, desde luego, en el tejido de la memoria nacional, como lo demuestran los juicios que siguen ensanchando las fronteras de la democracia activa, hijos del hiato que significó la decisión de que los símbolos del terrorismo de Estado caigan de las paredes del Colegio Militar en donde superponían la historia aciaga del pasado con las historias nuevas que debía vivir el país.