¿El hombre en vías de extinción?

Jean-Claude Guillebaud*
¿Cómo defender la humanidad del ser humano frente a los desórdenes económicos y científicos que se perfilan? Las tres mutaciones históricas que sacuden al planeta – la económica con la mundialización, la informática con internet y la genética con la clonación – no pueden ser pensadas independientemente, ya que se combinan para conformar un sistema que bajo un manto de modernidad pueden conducir a regresiones antidemocráticas. Se impone realizar un enfoque crítico sobre estas tres revoluciones.

Nos encontramos ante una asombrosa paradoja: una lógica invisible, deposita diariamente una alfombra a nuestros pies. Los valores, los conceptos, los objetivos democráticos que anteponemos se ven erosionados en sus bases. Vivimos y pensamos de alguna manera sobre un vacío, pero ese vacío nos espera.

Creemos – legítimamente – en los derechos del hombre. Estamos convencidos que el progresivo triunfo a comienzos del nuevo milenio no anuncia tanto el fin de la historia sino la derrota ( provisoria al menos) de las tiranías y de las dominaciones.

Compartimos, al mismo tiempo una mayor conciencia de lo que puede ser un crimen contra la humanidad. El que agrega al asesinato de los hombres la degradación de lo humano que agrava la masacre con la mutilación del sentido. Nuestra memoria se mantiene aun viva sobre este tema. Con el objeto de prohibir para siempre esas carnicerías y esa inhumana desolación, para conjurar el peligro, queremos establecer un nuevo derecho internacional, con sus categorías penales y sus tribunales, su policía. Y así seguimos machacando indefinidamente.

Pero a nuestras espaldas mientras argumentamos y moralizamos de este modo, se tratan asuntos fundamentales que por el momento preferimos no escuchar. ¿Qué es exactamente un hombre? ¿Qué significa el concepto humanidad? ¿Se trata de una idea revisable o evolutiva? Increíblemente, esta nuevas formas de poner en tela de juicio el humanismo no están planteadas por dictadores bárbaros o por déspotas iluminados sino articuladas por los nuevos estadios de la tecnociencia, se correlacionan inclusive con promesas turbadoras de dicha ciencia – como si fueran el precio a pagar o el riesgo a correr. Cuestionar al hombre para curarlo mejor... Desde la biología hasta las neurociencias, desde la genética hasta las investigaciones cognitivas, todo un conjunto de inteligencias contemporáneas trabajan para sacudir las certezas a las que aún estamos asidos.

Este cuestionamiento de la humanidad del hombre se halla favorecida por nuestra falta de reflexiones sobre los cambios mundiales. En realidad estamos en tren de vivir tres revoluciones/mutaciones simultáneas, cuyos efectos se suman y se conjugan. La complejidad de este enredo nos impide percibir a menudo las nuevas injusticias o los sometimientos que dramáticamente incluyen.

¿Tres revoluciones? En primer término y con toda seguridad la revolución económica global. Iniciada en el siglo XIX, tomó renovado vuelo luego de la caída del comunismo. Consiste en la acelerada desaparición de las fronteras, la liberación de las fuerzas del gran mercado internacional, un retroceso – hasta casi la desaparición – de las Naciones-estados como reguladoras del desarrollo económico. Esta globalización ha sacado al genio (el mercado) de la botella (la democracia) en la que hasta ahora se hallaba encerrado y domésticado. Portadora de indiscutibles promesas – como lo fue la revolución industrial, - esta globalización está preñada de amenazas. La más evidente, la progresiva erosión de lo político, es decir de la capacidad de actuar colectivamente sobre el devenir de las cosas.

La segunda revolución es la informática o numérica. Es concomitante con la primera. Sus principales efectos recién comienzan a hacerse sentir. La palabra “informática” fue acuñada en 1962 por Philippe Dreyfus a partir de las palabras “información” y “automática” , la palabra designa también la ciencia sobre la que se asienta esta tecnología ( o ciencia de la computación). Estamos sin embargo en el comienzo de un gigantesco proceso que modifica en profundidad nuestra relación con el tiempo y el espacio. Uno y otro son en cierto modo abolidos poco a poco en favor de una dimensión espaciotemporal uniforme y desorientadora: la inmediatez virtual. El triunfo de lo numérico, de internet, del ciberespacio, hace emerger ante nuestros ojos un “sexto continente” cuya particularidad no solo es ser des-territorializado, sino gobernado por la inmediatez. Ahora bien es hacia este extraño continente hacia el que emigran, uno tras otro – en peligroso desorden – todas las actividades humanas: el comercio, las finanzas, la cultura, las comunicaciones, la economía, etc.

El ritmo de esta migración se acelerará aún más todavía, a merced de los avances tecnológicos. Por ahora las Naciones-estados y la democracia misma se hallan desprotegidas frente a este nuevo continente numérico, un continente de alto riesgo, una jungla. ¿Cuánto pesarán nuestros reglamentos internacionales, nuestras convenciones comerciales, nuestros códigos, si se disuelven continuamente en un no-lugar planetario en el que los más fuertes asientan desde ahora sus nuevos imperios?

La tercera revolución es la genética. Ampliamente gobernada por los lobbies de la biotecnología y – esencialmente – más sometida aún a las leyes del mercado que a las de la bioética.

Analizamos separadamente estas tres revoluciones, sopesamos sus promesas, los peligros que entrañan una u otra, polemizamos sobre diferentes alternativas vinculadas a la genética, al libre mercado, a los azares numéricos... Podríamos decir que todo el aparato reflexivo – disciplinas universitarias, parcelización del saber, especialización de los investigadores, de los comunicadores, de los periodistas – se halla paralizado por esta fragmentación del pensamiento. Los economistas plantean la eventual regulación de la globalización, pero rara vez se arriesgan, con sus instrumentos conceptuales, en el terreno de las biotecnologías. Los genetistas y los “moralistas” por su parte, no tiene generalmente la competencia – ni la audacia – requerida para reflexionar sobre las desregulaciones de la economía o sobre los huracanes simbólicos inducidos por la revolución informática. Los informáticos, por su parte, tienen bastante con sus propias investigaciones para preocuparse por el predominio del mercado o por la huída hacia delante de las biotecnologías.

Algo similar puede constatarse con relación a los medios que orientan la opinión. La economía, la informática y la genética permanecen vinculadas a rúbricas diferentes y seguidas separadamente. Se describe con entusiasmo, la “fascinante” geografía de estos nuevos territorios, pero sin interesarse demasiado en cómo se interrelacionan. Cada uno se mantiene esencialmente en su feudo. De allí que se produzca un desmigajamiento del pensamiento, una compartimentación de las ideas con efectos infinitamente peligrosos. ¡Miserias de la política! Actuando así, para retomar la expresión ya utilizada por el gran teólogo aleman Karl Rahner, aceptamos seguir siendo “idiotas lúcidos”, “idiotas consentidos” que sin darse cuenta, se hallan poseídos de una “docta ignorancia”.

¿Y esto porqué? Porque en realidad esta tres revoluciones hermanas conforman ya un sistema y resulta frívolo abordarlas separadamente. Comenzamos apenas a comprender que los riesgos más inmediatos, los verdaderos sujetos de nuestras preocupaciones no se hallan ligados a una u otra de estas revoluciones sino a la interacción de las tres, a la descontrolada interferencia de una sobre otra, a la aceleración intempestiva de una sobre el efecto mecánico de las otras dos. Para poner un ejemplo, no son forzosamente las neurociencias o la genética las que plantean un problema, es la irracionalidad increíble de estas dos disciplinas provocada por las lógicas financieras fuera de control. No es el mercado peligroso en sí mismo es su devastadora aplicación a ciertos sectores - el de las biotecnologías – que deberían responder exclusivamente a la voluntad política y a la regulación moral.

Dicho de otro modo el prejuicio económico vuelve peligroso el prejuicio genético el que a su vez vuelve potencialmente temible el prejuicio informático. Las reciprocidades son ciertas. Una de las tareas más urgentes es la concentración de conceptos. La violencia de los cambios nos condena si queremos comprenderlos y controlarlos, a traves de una transdisciplinariedad obstinada. Es necesario aprender a pensar juntas estas tres mutaciones históricas. De otro modo dejaremos triunfar no a la “modernidad” sino a la regresión histórica que esta paradojalmente disimula.

[i]La hipótesis de la clonación humana[/i]

Estos aires tan modernistas en apariencia, arrastran en realidad manifiestas regresiones. De modo que la modernidad celebrada por los medios, contiene más arcaísmos que los que uno pudiera imaginar.

La mayor parte de los malentendidos proceden de allí. Entrando en un nuevo milenio, aturdidos por las invenciones y las tecnologías, no podemos dejar sin embargo de reconocer fugitivamente algunos aspectos del... siglo XIX. No queremos comentarlo porque nos resistimos a creer que la historia marche con retrocesos. Preferimos celebrar la tecnociencia triunfante – sus promesas, sus avances, sus rarezas, antes que encarar la hipótesis de que venga acompañada por una regresión histórica. Nos equivocamos. La historia, aún la científica, no avanza jamás con la majestuosidad de un río. Es sinuosa y a veces equívoca. Balbucea o se repliega como un acordeón. Tiene sus astucias, decía Hegel. El hecho es que en el revoltijo de las revoluciones contemporáneas, algunas persistencias nos retrotraen al siglo XIX.

Abandonado a sí mismo y aplicado a la especie humana, el proyecto tecnocientífico reconstruye formas de dominación, justifica renunciamientos democráticos, funda un antihumanismo, ecos de un reconocible pasado. A esta altura la extrañeza que nos procuraba la idea de la regresión se vuelve atrapante. Colonialismo, esclavitud, racismo, eugenismo, nihilismo: he aquí que vuelven – bajo el barniz de un maquillaje “new look” – configuraciones morales, proyectos o perversiones fatales que evidentemente nos conducen al pasado.

¿La hipótesis de la clonación humana no reinventa, acaso, las categorías mentales de la esclavitud? La genética – con sus cocientes y su pretendida “normalidad” ¿no nos enfrenta al riesgo de engendrar un racismo de tercer tipo? Las biotecnologías ¿no están favoreciendo ya la reconquista colonial? Tomando este último ejemplo, está claro que se está estableciendo una nueva práctica mundial que no es otra cosa mutatis mutandis que la lógica conquistadora del pasado. Se ha efectivamente desatado en todo el planeta una gigantesca carrera por los genes que arrastra a las grandes empresas que buscan apropiarse, gracias al patentamiento de los seres vivos, de los genes raros, de las bacterias útiles, de las semillas eficientes, de las especies animales valiosas. Todo lo que participaba hasta ahora de la hermosa gratuidad del mundo (el res nullius del derecho romano) enriquecida por el trabajo acumulado de muchas generaciones de campesinos se vuelve hoy privatizable. Se trata de repartirse lo más rápido posible este nuevo “El dorado” genético aprisionándolo entre barreras jurídicas, en perímetros privados, con estampillados comerciales, etc.

Los países del ex Tercer Mundo, comienzan a darse cuenta de que una nueva dependencia los amenaza. Ya no son las materias primas las que corren el riesgo de ser objeto de un nuevo pacto colonial, ahora lo es el inmaterial patrimonio de sus genes.

Esto no es más que un ejemplo, un emblemático ejemplo de la urgencia ante la que estamos emplazados: es necesario elaborar una crítica lúcida, razonable, combativa de estas tres revoluciones combinadas. De no hacerlo podría estar en riesgo no solo el proyecto democrático sino la humanidad del hombre.

*Escritor y ensayista, autor, entre otros, de La Tyrannie du plaisir, Seuil, París, 1999. Este texto está extraído del primer capítulo de su libro: Le Principe d'humanité. Publicado originalmente como “L’homme en voie de disparition?”

Traducción: Susana Merino

Fuente: Le Monde Diplomatique – agosto 2001

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