Cómo la estructura ritual del noticiero de televisión formatea nuestras mentes

Pierre Mellet*
Si bien el telespectador actual pone cada vez más atención al tratamiento de ciertas noticias en particular en los noticieros de televisión, lo cierto es que raramente se cuestiona la estructura misma de este tipo de programa. Sin embargo, para Pierre Mellet, la forma es el fondo, en este caso: concebido como un rito, el desarrollo del noticiero televisivo es en sí toda una pedagogía, es en sí mismo una forma de propaganda que nos enseña a someternos al mundo que nos muestran y que pretenden hacernos aprender, pero cuya comprensión tratan de impedirnos al tiempo que tratan de impedirnos también que pensemos ese mundo. [size=xx-small][b]Artículos relacionados:[/b] . El control de los medios de comunicación / Noam Chomsky . Los amos de la prensa / Ernesto Carmona . Comunicación, poder y transgresión en la «sociedad global informacional» / Rafael Vidal Jiménez [/size]

El noticiero de televisión es el corazón de la información contemporánea. Este espacio, que hoy constituye la principal fuente de información de una gran parte de los franceses, comenzó siendo, en la Francia de 1949, un simple subproducto conformado con imágenes que la casa Gaumont y las Actualités Françaises no habían querido proyectar en las salas cinematográficas. Fue, al principio, un simple desfile de imágenes acompañadas de un comentario sonoro. El «presentador» no se sentó ante el telespectador hasta 1954, cuando el noticiero televisivo fijó su horario, a las 20 horas, o sea las 8 p.m. A partir de entonces, la puesta en escena del noticiero de televisión se ha ido incrementando constantemente durante todos estos años mientras que la información ha quedado marginada –si alguna vez estuvo realmente presente– para convertir este teatro no ya en un noticiero sino en un espectáculo ritualizado, en una ceremonia litúrgica. La función del noticiero de las 8 p.m. no es informar, en el sentido de establecer un esfuerzo de comprensión de mundo, sino divertir a los telespectadores, al tiempo que les recuerda aquello que deben saber.

El siguiente análisis se basa en los dos principales noticieros televisivos que se transmiten en Francia a la 8 p.m., el del canal TFI y el de France 2, pero puede, en muchos aspectos, tener muchas similitudes con los noticieros de televisión de otros países, principalmente en «Occidente».

Noticiero TF1 - Francia

El contexto

Con su horario de las 8 p.m., el noticiero de televisión se ha convertido, como lo fue la misa en su época, en la cita de toda la sociedad (aunque cada uno está en su casa). Se trata, paradójicamente, de un espacio esencial de socialización. Cada cual descubre cada noche el mundo en el que vive, y puede a partir de ese momento hablarle de ese mundo a quienes le rodean, discutir sobre los temas del momento con seguridad en cuanto a la importancia de estos, por el hecho mismo de que fueron mencionados en «el noticiero de televisión». Todo está montado, preparado de antemano, como un ritual religioso: el horario fijo, la duración (unos 40 minutos), el presentador-sacerdote inamovible, o casi inamovible, el tono incómodo, serio, distante, casi objetivo, pero nunca verdaderamente neutro, las imágenes seleccionadas, el orden jerárquico de las noticias. Como en todo ritual, lo mismo vuelve permanentemente, y se integra alrededor de una aparente evolución cotidiana. En los mismos horarios se anuncian las mismas historias, contadas por los mismos reportajes, introducidas y comentadas con las mismas palabras, poniendo en pantalla a los mismos personajes, ilustradas con las mismas imágenes. Se trata de un ciclo sin fin y sin fondo.

En la apertura, la presentación introduce una música abstracta que sugiere la mezcla del tiempo que pasa, la precipitación de los hechos, y una forma de intemporal necesaria en toda ceremonia mística. Mientras se oye la música, un globo antecede a la aparición del presentador, o un travelling hacia éste último lo pasar de la sombra a la luz. Todo sucede como si nos fueran a revelar la verdad del mundo.

El presentador hace el papel de guía y de autentificador. Personaje principal y trascendental, el presentador está en el centro mismo del dispositivo de credibilidad del noticiero de las 8 p.m. La noticia nos llega a través de él, también es él quien la legitima, le confiere importancia y la da como «verdadera». Es también el presentador quien puede tranquilizar al telespectador: si el mundo va mal y parece completamente indescifrable, el presentador es «el que sabe» y el que nos lo puede explicar.

(En otros casos, los presentadores son dos. La relación con el telespectador se hace entonces muchos menos profesoral y paternalista, pero más parecida a la conversación, y puede parecer más frívola. Claro está, no tendremos nunca dos presentadoras, o dos presentadoras, sino siempre un dúo heterosexual. El asunto es no asustar a la representación de la familia burguesa cristiana. Como ese tipo de puesta en escena resulta poco frecuente en Francia, no abundaremos en ese sentido).

Credibilidad e información

«Señoras y señores, veamos los titulares de la actualidad de este lunes 6 de agosto», nos dice el presentador al principio de cada noticiero. Por consiguiente, no se trata de un sumario, de una selección que la redacción ha hecho entre la información del día, sino de los «titulares de la actualidad», o sea que se trata precisamente de lo que hay que saber sobre el mundo en este día. No hay nada que entender, el «periodismo» no busca más que enseñarnos el mundo [en el sentido de aprender]. El presentador no da ninguna clave, él no descifra nada, solamente nos dice lo que es. No se nos presenta una «visión» de la actualidad sino la Actualidad misma.

A partir de ahí, lo importante para el presentador es «aparentar». Su credibilidad no está basada en su calidad de periodista sino en su carisma, en la empatía que logra crear, en su manera de tranquilizar y su apariencia de hombre honesto e inteligente. David Pujadas puede perfectamente anunciar que Alain Juppé se retira de la vida política y Patrick Poivre d’Arvor nos puede presentar una falsa entrevista de Fidel Castro [El autor menciona aquí dos incidentes que realmente sucedieron. Nota del Traductor.]. A pesar de ello, los mantienen en el mismo puesto, con el apoyo de sus superiores, y sin perder por ello su estatus como «periodista» [1] ni su credibilidad ante el público. Todo sucede como si las noticias que nos entregan finalmente no tuvieran importancia. La noticia está ahí únicamente para justificar el ritual, como la lectura de los Evangelios en la misa, sin ser nunca la razón central, el núcleo, que en realidad está siempre en otra parte, en la repetición constante de las consignas morales, políticas y económicas del momento. «Este es el Bien, este es el Mal», nos dice el presentador.

Compartir en