Vernos con nuestros propios ojos

Aram Aharonian - Especial IADE-Realidad Económica
Estamos en vísperas de la salida, ahora en Argentina, de la tercera edición de “Vernos con nuestros propios ojos. Apuntes sobre comunicación y democracia”, un trabajo que trata de diseñar un mapa por donde transitar, un mapa para entender lo que sucede hoy con la comunicación y la información en esta nueva América Latina que parece encaminarse hacia formas de cooperación, complementación y quizá, también, hacia la integración y la unidad.

Hoy en nuestra región esta en vilo el debate sobre democratización de la información y del espectro radioeléctrico y sobre la necesidad de poner fin a los latifundios mediáticos. Este debate ha desatado una virulenta respuesta de los grandes grupos mediáticos, que tratando de vincular este tema al de la libertad de expresión y a las supuestas intenciones totalitarias, arremeten contra los gobiernos y procesos que, con sus peculiaridades y diferentes condiciones, reflejan expectativas y objetivos populares opuestos por las elites económicas y sociales.

Para los latinoamericanos, otro mundo no es posible sino urgente, y ese es el mundo que estamos construyendo desde los gobiernos que priorizan la inclusión social y la deuda interna, desde los movimientos sociales, convertidos en factores de gobernabilidad. No se trata de un trabajo académico, sino de recopilar opiniones, apuntes, con dos temas transversales –comunicación y democracia- para que sea el lector quien tome sus propias decisiones.

Desde el título se presenta la necesidad de cambiar los viejos paradigmas, como la necesidad de vernos con ojos latinoamericanos, tras más de cinco siglos de vernos con miradas foráneas, colonizadoras. Asimismo, hemos sido entrenados para pensar que prensa alternativa significa comunicación marginal. Hoy sabemos que la única forma de plantearse la batalla de las ideas es con una estrategia comunicacional masiva, que sea realmente alternativa al bombardeo constante, hegemónico, que nos llega desde el Norte, con contenidos y formas no copiadas del modelo hegemónico.

Y mientras desde por aquí declamamos sobre la necesaria democratización mediática (horizontal y vertical), desde el Norte siguen usando a los medios de comunicación masiva –trasnacionales y sus “repetidoras” nacionales- como arietes de la globalización neoliberal a través del impacto combinado de la información, la publicidad y el entretenimiento, como poderosas armas que imponen su estilo de vida y sus intereses, aumentando el individualismo, el consumismo, la pérdida de identidad, y la dependencia cultural, social, económica, política.

Estamos en una guerra cultural, ideológica, en la que no hay neutralidad posible. En ella, ser neutral significa favorecer el statu quo.
En el mundo de hoy, por delante del poder económico y financiero, está el poder mediático, que es el aparato ideológico de la globalización. Hoy, los medios de comunicación juegan su papel para deformar la realidad en beneficio de sus intereses y fabricar una opinión pública favorable al sistema y de resistencia a los cambios estructurales de la sociedad.

Cumplen una misión ideológica. Su finalidad no es dar al ciudadano el conocimiento objetivo del sistema social en que viven, sino ofrecerles por el contrario una representación mistificada de este sistema social, para mantener a los ciudadanos en su lugar, dentro del sistema de explotación.

En Latinoamérica los medios del sistema cumplen de manera estricta este papel. Ocultando o tergiversando la realidad crean opinión pública, como lo hacen también las firmas encuestadoras, generalmente contratadas por el mismo medio.

Una democratización significa normar restricciones a los monopolios y oligopolios y avanzar en la democratización de la propiedad y el control de los medios, porque si no, más del 80% de la audiencia seguirá controlada por la estructura monopólica de los medios corporativos. Pero también, una nueva normativa debe avanzar en la contraloría social de los medios, que juegan un papel vital en la construcción del imaginario colectivo y de la reproducción cultural, en la educación y en el acceso a la información.

En materia de los medios audiovisuales, es necesario recordar que las ondas radioeléctricas son patrimonio de la humanidad, administradas por cada Estado. Ningún particular puede ser propietario de una frecuencia, pues solo tiene derecho a usufructuar una concesión otorgada por el Estado. El uso de las ondas radioeléctricas es para la nación en su totalidad y corresponde al Estado tomar las medidas administrativas acorde con los marcos legales establecidos.

Dictadura mediática

Somos concientes de que el tema de los medios de comunicación social tiene relación directa con el futuro de nuestras democracias, porque la dictadura mediática pretende suplantar a las dictaduras militares de tres décadas atrás. Hoy no hacen falta bayonetas: los medios llevan el bombardeo ideológico hasta la sala o el dormitorio, en su propia casa.

Desde el Norte, nos bombardean con una gran cantidad de información-basura que solo sirve para desinformarnos y sentirnos dependientes. Sabemos de Afganistán y los talibanes, pero no conocemos siquiera nuestro reflejo y mucho menos a nuestros propios vecinos.

Son los grandes grupos económicos, que usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quien es el protagonista y quién el antagonista. Y plantean una realidad virtual, invisibilizando la realidad adversa a sus intereses. La democracia sigue instalada como sistema formal, sin apropiación ciudadana, razón por la cual su institucionalidad es precaria. Construir democracia es construir ciudadanía, empoderar a los pobres.

No cabe duda de que los medios comunitarios, populares, alternativos, son un paso en el camino a la democratización, pero por sí mismo no son suficientes. Podemos tener centenares de medios comunitarios, pero si el 93% de la audiencia está controlada por una estructura monopólica y/o oligopólica de los medios corporativos comerciales, poco será lo que habremos avanzado en la dirección de la democratización.

Debemos tener conciencia de que lo que se está librando es una guerra cultural, la batalla de las ideas. Es una guerra que no se agota en consignas, sino para la cual hay que prepararse adecuadamente. Para ello debemos adueñarnos de la tecnología, aprender a usarla mejor –o tan bien- como el enemigo y, sobre todo, tener en claro para qué queremos esas armas, para que, en definitiva, no se sumen al arsenal hegemónico en contra de nuestros propios pueblos.

Las últimas experiencias nos indican, asimismo, que de nada sirve tener medios nuevos, televisoras nuevas, si no tenemos nuevos contenidos, si seguimos copiando las formas hegemónicas. De nada sirven nuevos medios si no creemos en la necesidad de vernos con nuestros propios ojos. Porque lanzar medios nuevos para repetir el mensaje del enemigo, es ser cómplice del enemigo.

Un poco de historia reciente

Hace medio siglo, la profesión del periodista gráfico gozaba de respeto y de dignidad, obtenía el reconocimiento de la sociedad, y jugaba un papel intelectual y –por qué no– también político. Hoy, el periodismo escrito apenas significa una pequeña porción del expandido mundo de los medios de comunicación social, en especial audiovisuales y cibernéticos, donde los empleados ya no son periodistas sino trabajadores mediáticos, personas anónimas.

Hoy el producto final de un medio de comunicación no es de autoría de un periodista, sino el resultado de una cadena de trabajadores que participó en la construcción de la noticia.

La revolución tecnológica permitió que las noticias viajen de un lado a otro: ya no era un problema enviar la información. Pero el cambio significó también que la noticia se convirtió en un buen negocio; obviamente no como la conocíamos, sino trastocada en espectáculo, en show.

El descubrimiento del enorme valor económico de la información se debe a la llegada del gran capital a los medios de comunicación y a la necesidad de manipular grandes mercados para facilitar los grandes negocios y, también, el lavado de dineros, muchos de ellos provenientes de la venta de armas y de drogas.

El gran capital configuró redes de comunicación masiva que se convirtieron en poquísimo tiempo en enormes conglomerados en poder de pocas manos: grandes grupos corporativos y multimediáticos dejaron casi fuera del negocio a pequeños medios.

La dirección de las corporaciones quedó en manos de gente que nada tenía que ver con el periodismo, sino que lo veían como vía, herramienta, para obtener grandes y rápidas ganancias. A un jefe de un gran medio no le interesa si la noticia es verdadera, sino si tiene interés y puede vender. La ética fue una de las primeras víctimas, y el valor de la palabra quedó totalmente trivializado. El trabajador de un medio masivo comercial no investiga en busca de la verdad sino que busca acontecimientos sensacionalistas que ayudan a la empresa a obtener una rentabilidad máxima.

En el mundo capitalista de hoy, tener medios de comunicación es tener poder. Las elecciones en Estados Unidos son una clara muestra de cómo los medios influyen en el manejo de la vida política, cómo los políticos se ajustan a las demandas de las grandes cadenas de televisión.

A los nuevos gerentes de los medios no les interesa si la historia es real, verdadera, sino si es interesante y puede vender. Se terminó la ética del periodismo, y fue sustituida por la (¿carencia de?) ética del empresario. La búsqueda de la verdad fue reemplazada por la búsqueda de lo que se pueda vender, y la palabra perdió el valor que tuvo durante décadas, siglos.

La pantalla de televisión relata versiones erróneas, manipuladas, incompletas, incompetentes, que se imponen sin la posibilidad de ser contrastadas con la realidad o con documentación original. Millares de personas aprenden y repiten historias irreales, construcciones ficticias de un pensamiento e imagen únicos, divulgados por los medios comerciales de comunicación, a lo largo y ancho del mundo. Las voces alternativas no tienen la capacidad de ofrecer la misma accesibilidad que los medios masivos, a menos que se conviertan también en medios masivos, alternativos al pensamiento hegemónico.
Los medios deciden qué destacar, qué omitir o invisibilizar, qué cambiar, quién es el protagonista y quién el antagonista; quién tiene voz y quiénes quedan afónicos e invisibles en la construcción de ese mundo virtual.

Cabe preguntarse si son medios de información o de desinformación y ocultamiento. En los noticieros del primer mundo, los latinoamericanos aparecemos sólo cuando nos ocurre una desgracia, pero lo más grave es que ese mismo formato de ocultamiento, tergiversación, manipulación es utilizado por los medios comerciales de nuestros propios países.

Los grandes conglomerados empresariales operan sobre la mentalidad y la sensibilidad de las sociedades que gobiernan y generan una nueva fuente de historia, falsificada, fragmentada, artificial, superficial, descontextualizada.

La gente común conoce la historia (virtual) a través de los medios. Y solo cuando su propia realidad contrasta con esta historia virtual y la hace estallar en pequeños trozos, logra darse cuenta de esa dualidad, de ese divorcio entre medios y realidad, entre realidad virtual y real. Cada vez más historias virtuales ocupan el lugar del mundo virtual en nuestro imaginario, que nos alejan de la historia y de los problemas reales del mundo real de las distintas y diversas civilizaciones.
La manipulación de los modos en que piensa la gente es ya una práctica de enorme difusión, que se emplea de diferentes medidas y con diferentes sentidos. Ya no existe la censura como tal sino que se emplean otros mecanismos que definen qué destacar, qué omitir, qué cambiar; en definitiva qué manipular de manera sutil, sistemática, porque esa es la forma de dominar la imagen que dan a conocer a la sociedad y a las sociedades, para operar no solo sobre la mentalidad sino también sobre la sensibilidad de las sociedades.

Nuevas fronteras

Para cualquier análisis que queramos hacer, debemos tener en cuenta la revolución digital de las últimas dos décadas, que provocó la mezcla del texto, el sonido y la imagen. Desde entonces, las fronteras entre el mundo de la comunicación, el de la cultura de masas y el de la publicidad son cada vez más tenues, y las grandes empresas, a través de las megafusiones, se han adelantado a gestionar el contenido de las distintas esferas.

Nuestras sociedades consumen hoy grandes dosis de información sin siquiera saber que es falsa. La clave es un sistema de instantaneidad que nadie puede verificar y que en muchas ocasiones es una aviesa manipulación de laboratorios y estudios de cine o televisión.

Los grandes medios de comunicación, convertidos en negocio del libre mercado, son tolerantes con la mentira, la falacia y los montajes. Por ello, una mentira tan grande como la supuesta existencia de armas químicas y de destrucción masiva en el Irak de Saddam Hussein, que nunca aparecieron ni fueron jamás expuestas, fue el pretexto para la brutal invasión genocida estadounidense. En la actualidad cuando nadie duda de la mentira del gobierno de George W. Bush, pocos “medios democráticos” cuestionan la invasión y la ilegalidad de la agresión y el genocidio que, con otra administración, sigue adelante.
No se puede olvidar la creciente concentración del poder de la comunicación social en los planos nacionales y también en el transnacional, para manejar a su antojo el bombardeo en tres dimensiones que parecen unificarse: información, cultura de masa, publicidad.

Los medios comerciales hoy

Los medios masivos de comunicación son aplanadoras de la desculturización, pero aún más, portadores de la alienación, para que el ser humano pierda la identidad y la perspectiva histórica.
Hoy, ese inmediatismo del que hablábamos, no permite el análisis de la noticia y la información pasa a ser más de impresiones y sensaciones, que de verdades y realidades.

Se apunta al sentimiento y no al raciocinio. Los investigadores han constatado grandes coincidencias en los discursos de las grandes empresas en cualquiera de estas dimensiones (información, entretenimiento, publicidad): son rápidos, utilizan frases cortas y títulos impactantes; son sencillos, sostienen un vocabulario básico y capaz de ser entendido por todos y usan permanentemente los elementos de dramatización: se expresan mediante emociones.
Transmiten noticias de la misma forma en que uno le habla a los niños: sencilla, brevemente y de forma emocional, conduciendo, inevitablemente, a una concepción reduccionista del pensamiento.
Hay quienes dicen que son medios que buscan el lucro o convierten la información en mercancía, pero realmente son departamentos de grandes conglomerados empresariales que tienen como objetivo apoyar la política comercial e ideológica en la que se sustenta su sistema de producción y comercialización. Sus contenidos se conforman con los criterios establecidos por sus accionistas y anunciantes e intentan mantener una relación cordial con los gobiernos si son amigos, u hostil y de chantaje si no son dóciles.

La frivolidad, el chismorreo y la banalidad se suman a su método de adocenamiento ciudadano. ¿Podemos hablar de censura, de regulación o de autorregulación? A nadie parece interesarle el derecho ciudadano a la información y el conocimiento, uno de los derechos fundamentales del hombre. ¿A nadie le interesa la responsabilidad social de los medios? Hablan de regulación de contenidos, pero solo se trata de regular la actividad de las empresas.

Muchas teorías de egregios comunicólogos murieron ahogados por la realidad. Hasta hoy se enseña en algunas universidades latinoamericanas que Internet garantiza la democratización de la información. Alcanza con ver el recibo telefónico para saber que eso no es así.

Internet, nuevo espacio para la libertad de información, es también un nuevo espacio para la libertad de comercio. El control del ciberespacio depende de satélites, de líneas telefónicas y de comunicaciones, y no resulta nada casual que en los últimos veinte años, en todo el mundo, la privatización haya arrancado estos servicios de las manos públicas, para entregarlas y concentrarlas en manos de los grandes conglomerados transnacionales de la comunicación, europeos y estadounidenses.

Los banqueros Rothschild se enteraron por palomas mensajeras de la derrota de Napoleón en Waterloo, pero ahora las noticias corren más rápido que la luz y con ellas viaja el dinero en las pantallas de computación, a razón de dos billones dos millones de millones de dólares al día, de los cuales un buen porcentaje corresponde al capital especulativo, que juega a la lotería financiera global.

La economía virtual traslada capitales, derriba precios, arruina países y también fabrica millonarios y mendigos en un santiamén. A nosotros, generalmente, apenas nos toca el último renglón.

Buena parte de la opinión pública estadounidense padece una asombrosa ignorancia acerca de todo lo que ocurre fuera de su país, teme o desprecia lo que ignora. En el país que más ha desarrollado la tecnología de la información, los noticieros de televisión, por ejemplo, apenas otorgan espacios a las novedades del mundo, como no sea para confirmar que los extranjeros tienen tendencia al terrorismo o a la ingratitud.

Ética se escribe sin ache

La pregunta sobre si realmente los periodistas estamos cumpliendo correctamente con nuestro rol en el destape de la crítica, interesa no solo a comunicadores, sino a toda la sociedad: hay una desproporcionada utilización del escándalo para conquistar lectores a costa de no dudar frente a una verdad parcial o el rumor sin confirmar.
El problema de la gran prensa comercial es que hace tiempo que está tratando de redescubrir lo que es la ética, pero que la buscan en el diccionario por la letra ache…

El endiosamiento del periodismo comercial, que vino a continuación del intento de aniquilamiento y descalificación de instituciones como los partidos políticos –y más allá el Parlamento o la Justicia– apunta a generar la desesperanza del ciudadano en el sistema democrático.
Los medios han tratado de convertirse en escenario principal del conflicto social y principales actores políticos, invisibilizando primero a los partidos y ahora a los movimientos sociales fundados en la participación popular.

El periodista parece haber olvidado que es un trabajador de los medios de comunicación social, un asalariado que logra escribir lo que a su patrón (y a sus intereses) no molesta, o le favorece. Los medios pertenecen a empresas, mascarones de proa de poderosos grupos económicos que los utilizan para alcanzar sus objetivos, utilizando cualquier y/o todo tipo de presión contra los medios.

La denunciología no aporta a una discusión ideológica, a un debate de ideas, sino que apunta a la desmemoria de las masas. Las noticias se descontextualizan y se degradan al nivel del mero espectáculo del escándalo, inmovilizando al periodismo serio. Las denuncias de corrupción (en muchos casos sin investigación ni pruebas contundentes) son hoy en todo el mundo un género periodístico en auge y, a la vez, un próspero negocio muchas veces lindante con el chantaje.

El criticismo permanente de los medios comerciales a los gobiernos nacionalistas y/o progresistas es unilateral, peligroso y situado en la tendencia del pensamiento único, de la dictadura mediática. Quizá lo que se busca es exacerbar lo más inmaduro y adolescente de nuestros pueblos.

Quizá el oportunismo de los neocríticos desató una industria de la denuncia, quizá se trate de manipular a los lectores para convertir los medios en un espejo de los deseos de cambios histéricos del público consumidor, y en los cambios estructurales de nuestras sociedades demandados por la ciudadanía.

Muchas veces las primicias –o muchas de ellas– no son sino una fuga deliberada de información y deseada por sectores de poder en pugna, y el slogan de búsqueda de la verdad no muestra más que un síntoma de esa enfermedad llamada afán de protagonismo.

La repetición lacerante de los hechos puede que al final cambie un poco el estado de las cosas, pero esta repetición desordenada también embrutece al lector, lo enloquece y, sobre todo, lo desespera.
Es cuestión, por tanto, de volver a situar el conflicto dentro de su desarrollo histórico, dentro de conjuntos, dentro de la contextualización de realidades, evoluciones, fuerzas, fallos, personas, motivos.

Frente al torbellino que genera el periodismo de agitación que pretende desbloquearnos a través de martillazos diarios, el periodismo de perspectiva –a pesar de bombos, platillos y la confusión cotidiana– se afana por comprender el significado de las cosas, sus causas próximas y remotas y sus consecuencias probables. Y se pregunta cómo estas consecuencias pueden ser obviadas y cómo.

El derecho a la información es un derecho humano básico: la información pertenece a la humanidad, al público, y no es patrimonio ni de periodistas ni de dueños de medios.

Aparentemente esta vorágine de denuncias tiende a lograr que la sociedad pierda su capacidad de asombro, con seudoacontecimientos que hacen olvidar y tapan al anterior. Y a todo ello ayuda esta especie de información instantánea, sin orientación, sin historia, sin memoria, sin contextualización, sin ética.

La redundancia, la exageración, la agresividad sin ideas, la caza del chivo expiatorio como regla del criticismo y los intereses comerciales y/o políticos sin mayores –ni menores– principios, tratan de enturbiar el panorama impidiendo establecer jerarquías de problemas y reglas para su debate y resolución. Los neocríticos son críticos específicos, que recortan parcelas pero no implican a la totalidad del poder; denuncian corruptelas puntuales pero no la corruptela y la perversidad total del sistema.

Los medios comerciales tratan de evitar debates: ellos presentan los problemas, deciden los protagonistas y antagonistas, fallan sobre el culpable, lo ejecutan moralmente. Intentan estimular el rechazo del conjunto de opciones políticas o, más banalmente, otorgar a la crítica un tono inconsistente que establece cierta complicidad con la desmemoria, los humores cambiantes o la frivolidad de algún sector de los lectores o de la audiencia.

Además

El libro relata todo la gestación de La Nueva Televisión del Sur (Telesur) y sus dos primeros años de transmisión, y también pone en debate temas de educación, cultura y de las industrias culturales; aborda el tema del espacio público (vaciado o privatizado por la ofensiva neoliberal) y la integración comunicacional, imprescindible para una integración política, popular.

También se detienen en temas como la veracidad y el amarillismo; el golpe mediático de 2002 en Venezuela y la experiencia del mensaje único en Colombia; la sociedad del conocimiento, la tecnología, la gobernanza de internet; la digitalización de la televisión; la falaz ayuda al desarrollo y mientras seguimos reclamando (desde hace casi 40 años) por un Nuevo Orden de la Información y la Comunicación (NOIC), quizá no nos dimos cuenta que ese nuevo orden fue impuesto desde el Norte y se llama pensamiento único, mensaje único, imagen única.

Pone especial énfasis en los nuevos movimientos asociativos en la región (quizá la verdadera izquierda hoy) y el tema de la comunicación asociada a ellos, convencido de que el futuro es colectivo y se construye hombro a hombro, desde abajo. Desde arriba, sólo se construye un pozo.

*Periodista y docente uruguayo-venezolano, director del mensuario Question, fundador de Telesur, director del Observatorio Latinoamericano en Comunicación y Democracia (ULAC)

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