Un nuevo traspié norteamericano

Lido Iacomini
Fueron por Ucrania para debilitar la zona franca imaginada por Putin y acercar la OTAN a la frontera rusa y consiguieron que Crimea se separara de Ucrania para retornar a la madrecita Rusia, asegurando sus fortalezas bálticas centradas en el puerto de Sebastopol.Algo así como ese refrán de campo: ir por lana y salir trasquilado. El voto popular en Crimea, aplastantemente proruso, legitimó la política decidida por Putin de ponerle con firmeza un límite a los desestabilizadores proeuropeos y al golpismo financiado desde el exterior.

El contragolpe norteamericano pretendido en Ucrania, para tomar venganza geoestratégica de la humillación sufrida en Siria, donde Putin logró frenar la aventura norteamericana que se proponía bombardear Damasco, a costa de colocar al mundo al borde de una guerra de inciertas proporciones, se deshace. Pero ¿podrá asimilar Obama otra humillación o se verá "obligado" a escalar el conflicto en defensa del orgullo imperial herido? Esta claro que las amenazas de sanciones económicas contra Rusia son escasamente creíbles en una Europa trasegada por la crisis.

La consecuencia inmediata es que los oráculos del Pentágono deben imaginar cómo diluir la sensación de que Rusia es nuevamente una gran potencia que juega en primera y a la que no se le puede mojar la oreja impunemente. Pero lo peor es que interrumpe –por no arriesgar la afirmación de que hundió– la estrategia norteamericana de rediseño del mapa mundial que le permita emerger de la crisis del 2008.

En esta estrategia el cerco a China y su principal aliada Rusia constituyen la cuerda clave para contener al principal competidor emergente por la hegemonía mundial de las próximas décadas. En perspectiva, cortar las líneas de conexión de China con Africa y America Latina son sus objetivos. Al analizar estos acontecimientos conviene tener en cuenta y repasar las características adoptadas por las intervenciones norteamericanas de la era Obama.

En Libia se apoyó en las ilusiones de los franceses –incluidos los socialistas– para, actuando por interpósitas personas, liquidar a Khadafy. La OTAN actuó sin participación norteamericana pero con su anuencia y al servicio de su estrategia global. Los resultados fueron la liquidación del régimen de la Jamahiriya "socialista" pero sumieron al país en la anarquía de guerras tribales y sectarias interminables. Sin embargo, esta táctica de encubrirse con sus socios europeos tuvo corta vida. Alemania se opuso y cuando llegó el momento de la intervención en Siria hasta su socio verdadero y fiel, Inglaterra, le negó cobertura. Ante esta dificultad Obama amenazó con el bombardeo aéreo, aunque sin desembarco de tropas. El desprestigio mundial y la decisión rusa provocaron que diera marcha atrás con la intervención directa y los grupos sectarios, financiados por las monarquías árabes y la CIA, quedaron expuestos a la fuerte resistencia de Bashar al Assad, apoyado por Moscú. Las batallas de Damasco y la retirada de Obama, incapacitado de llevar a la practica sus amenazas bélicas llevaron a muchos analistas a hablar de un antes y un después para la estrategia norteamericana.

Ahora Ucrania intenta mostrar otra faceta, donde lo único que parece quedar en pie es el aliento, político, mediático y económico, a los sectores de la oposición que se prestan a la desestabilización englobándolos en una estrategia que Obama y su estado mayor conciben con escaso y disminuyente uso de tropas propias. Tan solo drones, tropas de elite y cipayaje de las clases dominantes de los países elegidos. Así se vio en Venezuela y se perfila en Argentina.

Para Argentina el fracaso de la desestabilización en Ucrania y el triunfo del voto popular en Crimea es un triunfo propio. Pero la era de los "golpes blandos" aun no ha cesado: EE UU experimenta y sus fracasos relativos son un aprendizaje para ellos… y esperemos también para nosotros.

Tiempo Argentino - 19 de marzo de 2014

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