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Ricardo Antunes[2]

Es muy curioso que, mientras se amplía enormemente el conjunto de seres sociales que viven de la venta de su fuerza de trabajo, a escala mundial, tantos autores han dado el adiós al proletariado, han defendido la idea de la descentralización de la categoría trabajo, han defendido la idea del fin de una emancipación humana fundada en el trabajo. Lo que voy a presentar aquí es un camino de cómo es posible ir en sentido contrario a estas tendencias, tan presentes y tan equivocadas.

Los trabajadores hoy, si no son idénticos a los trabajadores de mediados del siglo pasado, tampoco están en vías de desaparición como, con diferencias entre ellos, defienden autores como Gorz, Offe, Habernas y, más recientemente, Dominique Méda, Jeremy Rifkin, entre tantos otros.

Voy, por lo tanto, a diseñar un análisis contrario a estos autores, buscando comprender lo que son los proletarios del mundo hoy, o, como los llamé en ¿Adiós al Trabajo?", la clase-que-vive-del-trabajo, la clase de los que viven de la venta de su fuerza de trabajo. Quiero decir, desde luego, que esta expresión no es una tentativa de ofrecer un concepto nuevo, es completamente diferente de esto, es una tentativa de caracterizar la ampliación y de entender al proletariado hoy, a los trabajadores hoy. Nosotros sabemos que Marx terminó El Capital cuando iniciaba su formulación conceptual sobre las clases. Escribió una página y media, un texto en que seguramente nos ofrecería un tratamiento más sistemático, más articulado sobre las clases sociales y, en particular sobre lo que es la clase trabajadora.

Muchas veces Marx (y también Engels) definieron a la clase trabajadora y al proletariado (en general como sinónimos). El libro de Engels La Formación de la Clase Trabajadora en Inglaterra podría llamarse también La Formación del Proletariado en Inglaterra. "Proletarios de Todo el Mundo, Uníos", la célebre consigna de El Manifiesto, es muchas veces traducida como “Asalariados de Todo el Mundo, Uníos”. O incluso, “La emancipación del proletariado es obra del proletariado”, como “la emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores”. Marx y Engels usaban de manera (casi) sinónima la idea de trabajadores y de proletariado. Tal vez podemos decir que, en Europa de mediados del siglo XIX, los trabajadores asalariados eran predominantemente y centralmente proletarios.

Pues bien: nuestro primer desafío es procurar entender lo que es la clase trabajadora hoy, lo que es el proletariado hoy, en el sentido más amplio del término, no entendiendo a los trabajadores o a “los proletarios del mundo” como exclusivamente proletariado industrial. Yo diría, entonces, para comenzar a hacer un diseño de esta problemática, que el proletariado o la clase trabajadora hoy, o lo que denominé la clase-que-vive-del-trabajo comprende la totalidad de los asalariados, hombres y mujeres que viven de la venta de la su fuerza de trabajo y que son desposeídos de los medios de producción. Esta definición marxista me parece enteramente pertinente, como el resto o conjunto esencial de la formulación de Marx, para pensar a la clase trabajadora hoy.

En este sentido, yo diría que la clase trabajadora hoy tiene como núcleo central al conjunto de lo que Marx llamó trabajadores productivos, para recordar especialmente el Capítulo Inédito (VI), así como numerosos pasajes de El Capital, donde es formulada la idea de trabajo productivo. En este sentido, yo diría que la clase trabajadora hoy no se restringe solamente a los trabajadores manuales directos, sino que la clase trabajadora hoy incorpora la totalidad del trabajo social, la totalidad del trabajo colectivo que vende su fuerza de trabajo a cambio de salario. Pero ella está hoy centralmente compuesta por el conjunto de trabajadores productivos: aquellos que, recordando de nuevo a Marx, producen directamente plusvalía y que participan también directamente del proceso de valorización del capital. Ella tiene el papel central en el proceso de producción de plusvalía. En el proceso de producción de mercaderías, desde las fábricas más avanzadas, donde es mayor el nivel de interacción entre trabajo vivo y trabajo muerto, entre trabajo humano y maquinaria científico-tecnológica, donde hay mayor interacción entre trabajo vivo y trabajo muerto.

Esto se constituye como el núcleo central del proletariado moderno. Los productos de la Toyota, de la Nissan, de la General Motors, de la IBM, de la Microsoft etc., son resultados de la interacción entre trabajo vivo y trabajo muerto, por más que muchos autores, de nuevo Habermas al frente, digan que el trabajo abstracto habría perdido su fuerza estructurante en la sociedad actual. A modo de polémica: si el trabajo abstracto (gasto de energía física e intelectual, conforme dice Marx en El Capital), perdió su fuerza estructurante en la sociedad actual, cómo son producidos los automóviles de la Toyota, quién crea las computadoras de la IBM, los programas de la Microsoft, los carros de la General Motors, de la Nissan, etc., sólo para citar algunos ejemplos de grandes empresas transnacionales.

Pero, para avanzar en este diseño más general de lo que es la clase trabajadora hoy, es preciso decir que ella engloba también al conjunto de los trabajadores improductivos, nuevamente en el sentido de Marx. Aquellos cuyas formas de trabajo son utilizadas como servicios, sea para uso público, como los servicios públicos tradicionales, sea para uso capitalista. El trabajo improductivo es aquel que no se constituye como un elemento vivo en el proceso directo de valorización del capital y de creación de plusvalía. Por esto Marx lo diferencia del trabajo productivo, aquel que participa directamente del proceso de creación de plusvalía. Improductivos, para Marx, son aquellos trabajadores cuyo trabajo es consumido como valor de uso y no como trabajo que crea valor de cambio.

En el cambio de siglo, la clase trabajadora incluye también el amplio abanico de asalariados del sector de servicios, pero que no crean directamente valor. Este campo, del trabajo improductivo, está en amplia expansión en el capitalismo contemporáneo, aunque algunas de sus parcelas se encuentran en retracción. Por ejemplo, en el mundo fabril hoy hay una tendencia, que me parece muy visible, de reducción, e incluso en algunos casos de eliminación del trabajo improductivo, que pasa a ser realizado por el operario productivo. Él se torna, en el capitalismo de la era mundializada del capital, aún más explotado, se da una intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo. Muchas actividades improductivas están desapareciendo, esto es, aquellas que el capital puede eliminar. Eso porque el capital también depende fuertemente de actividades improductivas, para que sus actividades productivas se efectúen. Pero aquellas actividades improductivas que el capital puede eliminar, y así lo han hecho, transfiriendo muchas de estas actividades para el universo de los trabajadores productivos.

Los trabajadores improductivos, entonces, siendo generadores de un antivalor en el proceso de trabajo capitalista, vivencian situaciones que tienen similitudes con aquellas vivenciadas por el trabajo productivo. Ellos pertenecen a lo que Marx llamó de los ‘falsos costos’, los cuales, entre tanto, son absolutamente vitales para la supervivencia del sistema capitalista.

Entonces yo diría que: primero, el mundo del trabajo hoy es compuesto, como pensaba Marx, por el trabajo productivo y también por el improductivo. Lo que hay de nuevo en esta reflexión es el intentar entender, en el conjunto de la producción del capital, lo que es hoy ‘actividad productiva’ y lo que hoy permanece como actividad improductiva.

Veamos ahora un segundo bloque de problemas: dado que todo el trabajo productivo es asalariado, pero no todo trabajador asalariado es productivo, yo pienso que una noción contemporánea de clase trabajadora, que los "proletarios del mundo en el cambio de siglo" deben incorporar a la totalidad de los trabajadores asalariados. La clase trabajadora hoy es más amplia que el proletariado industrial del siglo pasado, aunque éste -el proletariado industrial moderno– se constituya en el núcleo fundamental de los asalariados, de este campo que compone el mundo del trabajo, una vez que él es centralmente el trabajador productivo. Que realiza actividades materiales o inmateriales. Que actúa en una actividad manual directa, en los polos más avanzados de las fábricas modernas, ejerciendo actividades más “intelectualizadas” (por cierto en número mucho más reducido), a lo cual se refirió Marx, al caracterizarlo como “supervisor y vigía del proceso de producción” (Grundrise).

En este diseño que yo estoy haciendo, diría que el papel de centralidad aún se encuentra claramente en lo que nosotros llamamos de trabajo productivo, de trabajo social y colectivo que crea valores de cambio, que genera la plusvaía.

Pero, una noción ampliada de clase trabajadora hoy, me parece evidente y decisiva para responder al significado esencial de la forma de ser de esta clase y, de ese modo, contraponerla a la de los críticos del fin del trabajo, a los críticos del fin de la clase trabajadora. Si quisiéramos hacer la crítica de la crítica.

Offe, por ejemplo, en un ensayo que se toma como referencia (“El Trabajo como Categoría Sociológica Clave”), atribuyó la pérdida de la centralidad del trabajo, entre otros elementos, al hecho de que el trabajo obrero no está más dotado de una ética del trabajo. Pero yo preguntaría: ¿desde cuándo para Marx el trabajo fue considerado central porque estaba dotado de una ética? Este argumento tendría sentido para Weber, pero no para Marx. La clase trabajadora, para el segundo, es ontológicamente decisiva por el papel fundamental que ejerce en el proceso de creación de valores. Es en la materialidad misma del sistema, y por la potencialidad subjetiva que eso significa, que su papel se torna central. Entonces, la crítica de Offe, sobre la descentralidad del trabajo (en verdad, una crítica weberiana a una tesis de Weber, la de la prevalencia de la ética positiva del trabajo), para Marx –y para una reflexión marxista- no tiene relevancia. Marx tiene una profunda visión negativa y crítica del trabajo asalariado, del trabajo fetichizado. En los Manuscritos de 1844, Marx dice, “si pudiese, el trabajador huiría del trabajo como si huye de una peste”.

Muy bien, continuemos: pensar entonces en los proletarios o en los trabajadores del mundo hoy, implica también pensar en aquellos que vendem su fuerza de trabajo a cambio de salario, incorporando también al proletariado rural que vende a su fuerza de trabajo para el capital, los llamados bóias-frias de las regiones agro-industriales. Este proletariado rural que vende su fuerza de trabajo también es parte constitutiva de los trabajadores hoy, de la clase-que-vive-del-trabajo.

Los trabajadores, en el final del Siglo XX, incorporan también (y esto me parece decisivo para recusar la tesis de la pérdida de la importancia del mundo del trabajo). a escala mundial, del Japón al Brasil, de los EUA a Corea, de Inglaterra a México y Argentina, al proletariado precarizado. Al que yo llamé en mi libro ¿Adiós al Trabajo? como “el subproletariado moderno, fabril y de servicios”, que es part time, que se caracteriza por el trabajo temporario, por el trabajo precarizado, como son los trabajadores de los McDonald's, de los sectores de servicios, de los Fast Foods, que el sociólogo inglés del trabajo Huw Beyon llamó recientemente (en el mismo espíritu de lo que yo mencionaba anteriormente como la clase-que-vive-del-trabajo) como operarios parcializados, son operarios de trabajo-parcial, trabajo-precario, trabajo-por-tiempo, por-hora. Un bello filme inglés, que pasó aquí en Brasil el año pasado, The Full Mont, con mucha ironía muestra un poco de lo qué es ese trabajador inglés hoy, en la fase de las industrias decadentes. The Full Mont (que aquí pasó con el título Todo o Nada), es una bella fotografía de aquello que, con mucha ironía (porque el filme es una comedia, pero plena de sensibilidad), mostraba, como sea, la rudeza de las condiciones de vida de los asalariados-desempleados ingleses, de los trabajadores precarizados. Ellos encuentran trabajo en los supermercados, por ejemplo, ganando 3 ó 4 libras por hora. Hoy tienen trabajo, mañana no tiene, pasado mañana tiene. Sin embargo, siempre desprovistos completamente de derechos. Ese es el proletariado de tiempo parcial, que yo llamo ‘subproletariado’, porque es el proletariado precarizado respecto de sus condiciones de trabajo y desprovisto de los derechos mínimos del trabajo.

Es la versión “moderna” del proletariado del siglo XIX. Si en algunos sectores (bastante minoritarios) nosotros podemos encontrar, por un lado, un proletariado más "calificado e intelectualizado" (en el sentido que el capital le confiere), por otro lado, es mucho más intensa la expansión, en todo el mundo, del operario más precarizado, como las mujeres trabajadoras de la Nike, en Indonesia, que trabajan cerca de 60 horas por semana y reciben 38 dólares por mes. Mujeres-trabajadoras trabajando 240 horas por mes, produciendo millares de zapatillas, para no tener dinero para comprar un único par de ellas Al final del mes, pues un salario de 38 dólares seguramente no permite comprar un par de Nike.

Ustedes saben que, según datos de la OIT, hay hoy, más de 1 billón de hombres y mujeres trabajadores que están precarizados, subempleados – los trabajadores que el capital usa como si fuesen jeringas descartables– o se encuentran desempleados. La fuerza humana de trabajo es descartada con la misma tranquilidad con que se descarta una jeringa. Así hace el capital y hay, entonces, una masa enorme de trabajadores y trabajadoras que ya son parte del desempleo estructural, son parte del monumental ejército industrial de reserva que se expande en todas partes. Esta tendencia se ha acentuado, en función de la vigencia del carácter destructivo de la lógica del capital, mucho más visible en estos últimos 20 ó 30 años. Eso porque, por un lado, se dio la expansión nefasta del ideario y de la pragmática neoliberal y, del otro, por el piso social conformado por la nueva configuración del capitalismo, que ha sido denominada como la fase de la reestructuración productiva del capital, donde el toyotismo y otros experimentos de desreglamentación, de flexibilización, etc., han marcado el mundo capitalista, más intensamente después de la crisis estructural iniciada en los años 70.

Pero es claro que la clase-que-vive-del-trabajo, la clase trabajadora hoy, los nuevos proletarios del final del siglo XX, excluyen lo que João Bernardo llamó ‘los gestores del capital’, aquellos que son parte constitutiva de la clase dominante, por el papel central que tienen en el control y gestión del capital. Los altos funcionarios, que tienen el papel de control en el proceso de valorización y reproducción del capital, en el interior de las empresas, y que por esto reciben salarios altísimos. Estos son parte de este sistema jerárquico y de mando, son parte fundamental del sistema de metabolismo social del capital, para recordar la formulación de Meszaros, sistema de metabolismo social que subordina jerárquicamente el trabajo al mando del capital. Los gestores del capital, por cierto, no son asalariados y evidentemente están excluídos de la clase trabajadora.

Esta caracterización nuestra de la clase trabajadora excluye también, es evidente, a los pequeños empresarios, porque son detentores –aunque en pequeña escala– de los medios de su producción. Y excluye naturalmente aquellos que viven de rentas y de la especulación. Entonces, comprender a la clase trabajadora hoy, de modo ampliado, implica entender este conjunto de seres sociales que viven de la venta de su fuerza de trabajo, que son asalariados y están desprovistos de los medios de producción. Esta es la síntesis que yo hago de la clase trabajadora hoy, en ¿Adiós al Trabajo? : una clase más heterogénea, más compleja y más fragmentada. [3]

Hecho este recorte más analítico, voy a procurar, entonces, en esta segunda parte de mi presentación, diseñar las características principales, empíricamente hablando, de la clase trabajadora hoy.

La primera tendencia que viene ocurriendo en el mundo del trabajo hoy es una reducción del proletariado manual, fabril, estable, típico de la fase taylorista y fordista. Este proletariado se ha reducido a escala mundial, aunque de manera obviamente diferenciada en función de las particularidades de cada país, de su inserción en la división internacional del trabajo. El proletariado industrial brasileño, por ejemplo, entre los años 60 y fines del 70, tuvo un crecimiento enorme. Lo mismo se dio en Corea, para dar otro ejemplo. Pero aquí me estoy refiriendo a los últimos 20 años, en los países centrales, y particularmente en la última década para los países de industrialización subordinada, como Brasil. El ABC paulista tenía cerca de 240 mil obreros metalúrgicos en los 80. Hoy tiene poco más de 110 o 120 mil. En el mismo período, Campinas tenía 70 mil metalúrgicos y hoy tiene 37 mil obreros estables. Ustedes se recuerdan que, en el pasado, una fábrica como la Volkswagen, decía que era importante porque tenía más de 40 mil obreros. Hoy tiene menos de 20 mil, produciendo, entre tanto, mucho más. Esto quiere decir que hoy es sinónimo de “proeza y vitalidad ” del capital citar una fábrica que produce mucho, con cada vez menos obreros.

Ustedes podrían decir, entonces, que tenía razón André Gorz cuando vaticinó el fin del proletariado. Porque, en esta línea de argumentación, se podría decir que lo que está diminuyendo, tiende a desaparecer. Pero, sucede que hay una segunda tendencia, decisiva (que el propio Górz percibió, porque Górz es un científico social inteligente, pero que no sabe tratar analíticamente). Esa segunda tendencia, muy importante, porque contradice la primera, es aquella marcada por el enorme aumento del asalariamento y del proletariado precarizado a escala mundial. En las últimas décadas, paralelamente a la reducción de los empleos estables, aumentó a escala explosiva el número de trabajadores, hombres y mujeres, con régimen de tiempo parcial, en trabajos asalariados temporarios. Esta es una fuerte manifestación de este nuevo segmento que compone la clase trabajadora hoy, la expresión de este nuevo proletariado.

Tercera tendencia: se da un aumento expresivo del trabajo femenino en el mundo del trabajo, tanto en la industria como especialmente en el sector de servicios. La clase trabajadora siempre fue tanto masculina como femenina. Sólo que la proporción se está alterando mucho. En Inglaterra, por ejemplo, hoy es mayor el número de mujeres que trabajan con relación al número de hombres que trabajan. En varios países europeos, cerca del 40 al 50%, o más, de la fuerza de trabajo es femenina. Inclusive porque, cuanto más se amplían los trabajos part time, más la fuerza de trabajo femenina penetra este universo.

Esta tendencia tiene desdoblamientos decisivos. No puedo exponer en detalle esta temática, pero las cuestiones complejas que surgen de esto son enormes. Primero, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo es, por cierto, un momento importante de la emancipación parcial de las mujeres, pues anteriormente este acceso era mucho más marcado por la presencia masculina. Pero, y esto me parece central, el capital hace esto a su manera. ¿Cómo? El capital reconfiguró una nueva división sexual del trabajo. En las áreas donde es mayor la presencia de capital intensivo, de maquinaria más avanzada, predominan los hombres. Y en las áreas de mayor trabajo intensivo, donde es mayor aún la explotación del trabajo manual, trabajan las mujeres. Eso es lo que han mostrado las investigaciones, por ejemplo, de la inglesa Anna Pollert. Y cuando no son las mujeres, son los negros; y cuando no son los negros, son los inmigrantes; y cuando no son los inmigrantes, son los niños; ¡o todos juntos!

Y si la clase trabajadora es tanto masculina como femenina, el socialismo no será una construcción sólo de la clase trabajadora masculina. Los sindicatos clasistas tampoco podrán ser sindicatos sólo de hombres-trabajadores; la emancipación del género humano contra las formas de opresión del capital, que nosotros sabemos son centrales, decisivas, están mezcladas con otras formas de opresión. Además de las formas de opresión de clase, dadas por el sistema del capital, la opresión de género tiene una existencia que es pre-capitalista, que permanece bajo el capitalismo y que tendrá vida pos-capitalismo, si esta forma de opresión no fuera radicalmente eliminada de las relaciones entre los seres sociales, entre los hombres y las mujeres. La emancipación frente al capital, así como la emancipación del género, son momentos constitutivos del proceso de emancipación del género humano frente a todas las formas de opresión y dominación. O, como la rebeldía de los negros contra el racismo de los brancos, la lucha de los trabajadores inmigrantes contra el nacionalismo xenófobo, de los homosexuales contra la discriminación sexual, entre las tantos factores que oprimen al ser social hoy. Yo diría que, para pensar la cuestión de la emancipación humana y de la lucha central contra el capital, estos elementos que estoy discurriendo son decisivos. Son, por lo tanto, múltiples las luchas emancipadoras.

Claro que la clase trabajadora siempre fue también femenina. Pero era predominantemente femenina en algunos sectores productivos, como en el sector textil, por ejemplo. Hoy es predominantemente femenina en muchas áreas, en diversos sectores y especialmente en el trabajo part time, que se amplía en el mundo entero en los últimos años. Incluso porque el capital percibió que la mujer ejerce actividades polivalentes, en el trabajo doméstico y en el trabajo fuera de casa. Y esta polivalencia del trabajo de la mujer, el capital lo ha utilizado y explotado intensamente. El capital percibió la polivalencia femenina en él. Ya explotaba el trabajo femenino en el espacio doméstico, en la esfera de la reproducción, ahora amplía la explotación al espacio fabril y de servicios. Articular las acciones de clase con las acciones de género se torna aún más decisivo.

Cuarta tendencia: hay una enorme expansión de los asalariados medios, en el sector bancario, turismo, supermercados, los llamados ‘sectores de servicio’ en general. Son los nuevos proletarios, en el sentido de presenciar un asalariamiento y una degradación intensificada del trabajo, conforme hablamos anteriormente.

Quinta tendencia: hay una exclusión enorme de los jóvenes y de los “viejos” (en el sentido dado por el capital destructivo). Los jóvenes son aquellos que terminan sus estudios, medios e superiores, y no tienen espacios en el mercado de trabajo. Los jóvenes europeos, los jóvenes norteamericanos, y también los jóvenes brasileños, no tienen más sus espacios garantizados en el mercado de trabajo. En Europa, la única garantía es la certeza del desempleo. Algo que ya caracteriza también a nuestro mercado de trabajo. Y los trabajadores de 40 años o más, considerados “viejos” por el capital, una vez desempleados, no vuelven más al mercado de trabajo. Van a realizar trabajos informales, trabajos parciales, part time, etc. Imaginen las profesiones que desaparecieron: inspector de calidad, por ejemplo, que desapareció de la fábrica. El individuo que era Inspector de Calidad hace 25 años, una vez desempleado, ¿tendrá que ir a otra fábrica con una nueva profesión o será que la fábrica va a contratar un trabajador joven, formado sobre los "moldes" de la polivalencia y de la multifuncionalidad, pagando mucho menos del que ganaba aquel Inspector de Calidad? La respuesta es evidente. Él, trágicamente será un nuevo integrante del monumental ejército industrial de reserva.

Al contrario, por lo tanto, de hablar del fin del trabajo, parece evidente que el capital consiguió, a escala mundial, ampliar las esferas de asalariamento y de explotación del trabajo, en las varias formas de precarización, subempleo, part time, etc. Lo esencial del toyotismo, decía Satoshi Kamata, en su libro Japan in the Pasing Lane, un reportaje clásico sobre la Toyota, es lo que él caracterizó como “la fábrica de la desesperación”. El principal objetivo del toyotismo era reducir el “desperdicio”. De modo metafórico: si el trabajador respiraba y, en cuanto respiraba en algunos momentos, no producía, urge producir respirando y respirar produciendo y nunca respirar no produciendo. Si el trabajador pudiese producir sin respirar, el capital lo permitiría, pero respirar sin producir, no. Y en esto a Toyota conseguió reducir en un 33% el "tiempo ocioso", el “desperdicio”.

Es por esto que la industria automovilística japonesa que, en 1955, producía un volumen de automóviles irrisorio frente a la producción norteamericana (solamente 69 mil unidades frente a los 9,2 millones en los EUA) llegó 20 años después a una productividad superior a la de los norteamericanos. Empujó la productividad para la cima. Los capitalistas japoneses llamaban a los capitalistas norteamericanos y les decían: ustedes tienen obreros lentos, su sistema de producción es lento, ustedes tienen que reaprender de nosotros. Incluso porque, decían los capitalistas japoneses, “nosotros aprendimos con ustedes, el toyotismo no es una creación original japonesa: se inspiró en el modelo de los supermercados, la industria textil. etc.”

Entonces, lo que se ve no es el fin del trabajo, pero es el retorno de niveles explosivos de explotación del trabajo, de intensificación del tiempo y del ritmo de trabajo. Vale recordar que la jornada puede incluso reducirse, mientras el ritmo se intensifica. Y es exactamente eso lo que viene ocurriendo en prácticamente todas las partes: una mayor intensidad, una mayor explotación de la fuerza humana que trabaja. En la otra punta del proceso de trabajo, en las unidades productivas de punta –que son, es evidente, minoritarias, cuando se mira la totalidad del trabajo– hay, por cierto, formas de trabajo más “intelectualizado” (en el sentido dado por el capital), formas de trabajo inmaterial. Todo eso es, entre tanto, muy diferente de hablar del fin del trabajo. Y es muy visible hoy la vigencia de lo que Marx llamó de trabajo social combinado. Él decía: “No importa si es obrero más intelectualizado, si es un obrero manual directo, si está en el centro, en el núcleo del proceso o si está más en una franja de él, lo importante es que participa del proceso de la creación de valores, de la valorización del capital y esta creación resulta de un trabajo colectivo, de un trabajo social combinado”, conforme dice en el Capítulo VI (Inédito), que aquí cito de memoria. Y si está subsumido realmente al capital, si participa directamente del proceso de valorización de este mismo capital, entonces es un trabajo productivo.

La clase trabajadora, los “trabajadores del mundo en el cambio de siglo”, son más explotados, son más fragmentados, son más heterogéneos, son más diversificados, también en lo que se refiere a su actividad productiva: es un obrero o una obrera trabajando en el medio con cuatro, cinco o más máquinas. Están desprovistos de derecho, su trabajo es desprovisto de sentido, en conformidad con el carácter destructivo del capital, donde las relaciones metabólicas bajo control del capital degradan no sólo la naturaleza, llevando el mundo al borde de la catástrofe ambiental, sino que precarizan también la fuerza humana que trabaja, desempleando o subempleandola, además de intensificar los niveles de explotación.

No podemos concordar, por lo tanto, con la tesis del fin del trabajo y mucho menos con el fin de la revolución del trabajo. La emancipación de nuestros días es centralmente una revolución en el trabajo, del trabajo y por el trabajo. Pero es un emprendimiento social más difícil, una vez que no es fácil rescatar el sentido de pertenencia de clase, que el capital y sus formas de dominación (incluyendo la decisiva esfera de la cultura) procuran enmascarar y nublar.

Durante la vigencia del taylorismo/fordismo, en el siglo XX, los trabajadores por cierto no eran homogéneos; siempre hubo hombres-trabajadores, mujeres-trabajadoras, jóvenes-trabajadores, calificados y no-calificados, nacionales e inmigrantes, etc. Esto es, las múltiples componentes que marcan la clase trabajadora. Es evidente también que, en el pasado ya había tercerización (en general, los restaurantes eran tercerizados, la limpieza era tercerizada, el transporte colectivo, etc,). Se dio, entre tanto una enorme intensificación de este proceso que alteró su cualidad, haciendo aumentar e intensificar mucho los componentes anteriores.

Al contrario del taylorismo y del fordismo (que, es bueno recordar, aún está vigente en varias partes del mundo, aunque de forma muchas veces híbrida o mezclada), en el toyotismo, en la versión japonesa, el trabajador se torna, como escribí en ¿Adios al Trabajo?, un déspota de sí propio. Es instigado a autorecriminarse y a castigarse, si su producción no alcanza la llamada “calidad total” (esa falacia mistificadora del capital). Él trabaja en un colectivo, en equipos o células de producción, y si un trabajador o una trabajadora no comparece al trabajo, serán castigados por los propios miembros que forman su equipo. Es así en el ideario del toyotismo. Tal como la lógica de este ideario es concebida, las resistencias, las rebeldías, los rechazos, son completamente rechazados, como atcitudes contrarias “al buen desempeño de la empresa”. Esto llevó a que un conecido estudioso, Coriat, dijese positivamente que el toyotismo ejerce um compromiso incitado. Contraponiéndome fuertemente a eso, caracterizó este procedimento como el de un compromiso manipulado. Se trata de un momento efectivo del extrañamiento del trabajo o, si prefieren, de la alienación del trabajo que es, entre tanto, llevada al limite, interiorizada en el “alma del trabajador”, donde este sólo debe pensar en la productividad, en la competitividad, como mejorar la producción de la empresa, de su “otra família”. Doy un ejemplo elemental: ¿cuántos pasos un trabajador conseguió reducir para hacer su trabajo? Estos pasos reducidos, en una hora, significan tantos pasos en un día. Tantos pasos en un día, significan tantos pasos en un mes. Y tantos pasos en un mes, significan tantos pasos en un año. Tantos pasos en un año significan tantas piezas producidas de más , creandose un círculo infernal de la desefectivación y de la deshumanización el trabajo: es el trabajador pensando para el capital. Así lo quiere el toyotismo y sus variantes.

Y hay aún una cuestión muy importante: el taylorismo y el fordismo tenían una concepción muy lineal, donde la Gerencia Científica elaboraba y el trabajador manual ejecutaba. El toyotismo percibió, entre tanto, que el saber intelectual del trabajo es mucho mayor del que el fordismo y el taylorismo imaginaban. Y que era preciso dejar que el saber intelectual del trabajo floreciese y fuese también apropiado por el capital. Lo que Jean Marie Vincent, entre otros, denominó como la fase de vigencia del trabajo intelectual abstracto. Es, en nuestra formulación, aquel momento en que el gasto de energía, para recordar a Marx, se torna gasto de energía intelectual, que el capital toyotizado incentiva para también apropiarse de él, en una dimensión mucho más profunda de lo que el taylorismo y el fordismo hicieron. Solamente por eso es que el capital deja, durante un período de la semana (en general una o dos horas), a los trabajadores aparentemente “sin trabajar”, discutiendo en los Círculos de Control de la Calidad. Porque son en estos momentos que florecen las ideas de quien realiza a producción –incluso más que los patrones dados por la Gerencia Científica – y el capital toyotizado sabe apropiarse intensamente de esta dimensión intelectual del trabajo que emerge en el piso de la fábrica y que el taylorismo/fordismo despreciaba.

Es evidente que, de este proceso que se expande y se complejifica en los sectores de punta del proceso productivo (lo que no puede ser hoy generalizado en hipótesis alguna) resultan máquinas más inteligentes, que a su vez precisan de trabajadores más “calificados”, más aptos para operar con estas máquinas informatizadas. Y, en la procesualidad desencadenada, nuevas máquinas más inteligentes pasan a producir actividades anteriormente hechas exclusivamente por los hombres, desencadenándose un proceso de interacción entre trabajo vivo diferenciado y trabajo muerto más informatizado. Lo que llevó a Habermas a decir, en mi opinión erróneamente, que la ciencia se transformaba en la principal fuerza productiva, substituyendo –y con eso eliminando– la relevancia de la teoría del valor-trabajo. Al contrario, pienso que hay una nueva forma de interacción del trabajo vivo con el trabajo muerto, hay un proceso de tecnologización de la ciencia que, entre tanto, no puede eliminar al trabajo vivo, aunque pueda reducirlo, alterarlo, fragmentarlo. Pero la tragedia del capital es que no puede suprimir definitivamente el trabajo vivo, no pudiendo, por lo tanto, eliminar a la clase trabajadora. Entender un poco de la conformación de esta clase trabajadora hoy, fue, entonces, lo que aquí procuramos hacer.

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[1] Este texto correspdonde al capítulo VI del libro Los Sentidos del Trabajo: Ensyio sobre la Afirmación y la Negación del Trabajo, Editora Bomtempo, 1999, São Paulo.

[2] Profesor Libre Docente en Sociología del Trabajo en la Universidad de Campinas (UNICAMP). Fue "Visiting Research Fellow" en la School of European Studies de la Universidad de SUSEX (1997/8). Autor de ¿Adios al Trabajo? (Buenos Aires, Editorial Antídoto, Coleción Herramienta, 1999); Os Sentidos do Trabajo: Ensaio sobre a Afirmación e a Negación do Trabajo, (São Paulo: Bomtempo, 1999), entre otros libros. Es editor participante de la Revista Latin American Perspectives (YOA), miembro de la Editora de Crítica Marxista (Brasil) y de; Consejo Editorial de la Revista Otubro (Brasil), entre otras publicacioes.

[3] Similarmente, o libro do Alain Bihr, Da Grande Noite a Alternativa (O Movimento Obrero Yoropyo em Crise), desenha sugestivamente os traços más característicos do que es o proletariado yoropyo hoy.

Fuente: http://www.espaimarx.org/Los nuevos proletarios.htm

©EspaiMarx 2000 Artículo incorporado el 12 Noviembre, 2000

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