O la total capitulación de Syriza o nada: las mentiras económicamente populistas de los círculos dominantes europeos y la catastrófica lógica interna de la crisis de la UE

Heiner Flassbeck
Heiner Flassbeck, el internacionalmente respetado economista alemán, exsecretario de Finanzas con Lafontaine en el primer gabinete de Schröder, reflexiona tan lúcida como amargamente sobre Alemania, Grecia, la dramática crisis de la socialdemocracia y el empantanamiento político de la UE en el trágicamente tenso momento de la verdad que estamos viviendo estos días. No parece que la situación económica vaya a mejorar en Europa próximamente. Eso piensa el gran economista alemán: “Podemos hablar de alternativas, hacer sugerencias y proponer planes, pero nada de eso servirá de nada mientras no cambien las relaciones de fuerza dentro de los países acreedores. El cambio sólo tendrá una oportunidad cuando Francia y España –y posiblemente Italia también— comiencen a entender el pleno alcance del daño que el liderazgo alemán ha causado a la unión monetaria y cuando comiencen a oponerse abiertamente a la política alemana.”

Cuando Angela Merkel declaró el pasado lunes que “Europa sobrevive por su capacidad de compromiso” –una afirmación que, dada la presente situación, suena a chiste de Monty Python—, el llamado Vicecanciller (socialdemócrata) la respaldó en el acto. El Ministro alemán de Asuntos Exteriores (también socialdemócrata), para nada sospechoso de tener la menor competencia en asuntos económicos, hizo saber al mundo todo que la posición del Gobierno griego lo llenaba de “estupefacción”. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker (democristiano), destacó que el paquete que SYRIZA había rechazado no contenía ulteriores medidas de austeridad y que nadie había sugerido recortes de pensiones de ningún tipo. Martin Schulz (socialdemócrata), Presidente del Parlamento Europeo, añadió que el paquete no requería incrementos del IVA. Todos ellos declararon que, simplemente, no es posible, una vez más, “dar” dinero a los griegos sin condiciones, especialmente dado que Grecia no ha devuelto lo que se le había dado antes. Peter Almeier, brazo derecho de la Canciller alemana, declaró desvergonzadamente que Grecia no había llevado a cabo reformas y que a otros países que habían puesto en práctica los paquetes de austeridad les había ido mucho mejor entretanto.

Tal vez no es sorprendente que en tiempos de crisis las puras mentiras y completas falsedades sean el pan de cada día de la política. Sin embargo, en este caso, hay más en juego que la política cotidiana y algo más está en curso: las desvergonzadas formas con que los medios de comunicación alemanes han estado librando una guerra ideológica contra el gobierno griego. No quiero repetir aquí todo lo que ya llevamos dicho y escrito en los últimos meses sobre estos asuntos.

La esencia del rompecabezas y la necia e insensata deriva de la socialdemocracia

Pero me parece importante volver a explicar brevemente la esencia de todo este rompecabezas y su fundamental importancia para iluminar el núcleo del marco ideológico de los acreedores y de sus instituciones. SYRIZA lleva absolutamente razón: con estos ideólogos de la línea dura no hay compromiso posible, pero resulta desgraciadamente inevitable si Grecia desea evitar lo peor.

No puede haber la menor duda de que, durante las negociaciones de los últimos 5 meses, SYRIZA ha hecho todo y lo mejor posible para elaborar un acuerdo honroso, factible e inteligente. No hay la menor duda tampoco de que desde 2010 Grecia ha sido un modelo de “reformas”. Esas “reformas” sólo trajeron miseria a los griegos. Quienes duden de eso o no estén de acuerdo, no tienen más que consultar el registro histórico. El endeble castillo de conservadurismo que los socialdemócratas alemanes han venido aceptando sin condiciones ni peros desde comienzos de siglo (y, más recientemente, también los socialistas franceses, y antes, el laborismo británico) se basa en una falacia. Ésta: que es posible gestionar con éxito una economía de mercado con sólo dos tipos de intervenciones minimalistas. La primera, desde del lado de la oferta: habría que rebajar drásticamente los impuestos de las empresas y permitir una presión permanente a la baja sobre los salarios, si no estimularla activamente y aun organizarla desde el Estado. La segunda: todo el abanico de la macroeconomía debe dejarse en manos del Banco Central, o dicho más simplemente, el Estado debe actuar como una empresa o como un hogar; jamás debe asumir deuda alguna, y si lo hace, recortar el gasto debe convertirse inmediatamente en la prioridad de la política macroeconómica. En la desinformada imaginación de muchos decisores políticos nacionales y europeos basta esa receta para manejar una economía en cualquier país, grande o pequeño, rico o pobre, e independientemente de que la economía esté relativamente cerrada o relativamente abierta. Esta es también la visión del mundo a la que están apegadas instituciones como el FMI, el BCE y la Comisión Europea.

Macroeconomía, keynesianismo y sentido común dominante

Huelga decir que ese minimalismo parece estar en el interés de las empresas (lo cual no es cierto, pero ellas así creen firmemente) y, al propio tiempo, resulta plenamente congruente con la orientación ideológica actualmente dominante en los sindicatos (que se basa únicamente en la microeconomía). Esas visiones fáciles de entender pueden venderse en cualquier esquina, al menos mientras el pueblo permanezca mal informado de lo fundamental, lo que explica en buena medida, en mi opinión, por qué las políticas conservadoras pueden ponerse por obra sin demasiada resistencia.

El conservadurismo juega también con los instintos básicos y con los prejuicios y concepciones erradas de una parte substancial de la población: la naturaleza reprensible de la deuda (“paga lo que debes”) y la visión de la economía como una competición entre naciones en la que gana la mejor y sucumbe la débil (“trabajar duro compensa”). Rima con los instintos básicos.

El argumento alternativo –el keynesianismo en un sentido amplio de la palabra— se basa también, por supuesto, en los principios de la economía de mercado, pero requiere cierto esfuerzo de explicación y de comprensión, y en esa medida, resulta mucho menos apto para la ideología política y para la terminología del lego. El keynesianismo trata de la responsabilidad económica global del gobierno como un actor económico indispensable. A ojos de algunos, borra la aparentemente clara distinción entre las responsabilidades de los gobiernos y las de los bancos centrales, contradice lo que la gente, basada en el sentido común y en la experiencia, tiende a pensar sobre el vínculo entre salarios y empleo y rechaza la competición entre naciones como un juego de suma cero. Nada de eso resulta fácil de explicar, especialmente cuando nociones ideológicas de la economía como “supervivencia del más apto” y el régimen mercantilista reinan a sus anchas. La capacidad de atención se cuenta por segundos, y los autoproclamados expertos económicos publican falsedades y falacias en los periódicos de todo el país diariamente, durante años y sin cuento.

A la posición conservadora y al keynesianismo los separa realmente un mundo, pero nunca entran más en conflicto que en una situación de estancamiento y recesión (como en el caso de la Grecia de hoy) y cuando es necesario divisar una estrategia de crecimiento. Puesto que la posición conservadora ha llegado a identificar cualquierpensamiento macroeconómico como satanismo keynesiano, no quedan otras estrategias revitalizadoras de la economía que no sean las usadas por el ama de casa suaba que cayó en una ciénaga: trataba de abrirse paso bien resolviéndose a pisotear a otros, bien resolviendo perder peso a toda velocidad en la esperanza de salir de la ciénaga por propia iniciativa.

La posición conservadora es esencialmente errada porque ignora sistemáticamente –y excluye activamente— todas las repercusiones negativas de las políticas restrictivas de austeridad, y en primerísimo lugar, sus consecuencias para el crecimiento. No se precisa más que de una comprensión básica para entender este asunto esencial. Cuando los gobiernos aumentan los impuestos, recortan el gasto y presionan a la baja a los salarios, la demanda agregada cae inevitablemente. Este es en resumidas cuentas el problema de Grecia: las reformas destruyeron la demanda y, con ella, el potencial de la economía para recuperarse. Entretanto, tras 5 años de “reformas”, ni siquiera mejoró la proporción deuda/PIB (ni en Grecia ni en parte alguna). La proporción empeoró en Irlanda, aun cuando estos días la isla esmeralda es presentada como el emblema conservador de la “austeridad expansiva”. De acuerdo con la doctrina imperante, los recortes públicos tienen efecto positivo sobre los intereses. Sin embargo, puede mostrarse fácilmente que ese efecto no existe. Pero aun si tal efecto se diera, el efecto no puede darse en Europa, porque de todas maneras el BCE redujo ya los tipos de interés a cero. La otra verdad del asunto –intragable para el paladar conservador— es que en el mundo real los efectos negativos de los recortes salariales siempre desbordan a sus efectos positivos (que sólo se darían bajo muy específicas condiciones). Los recortes salariales tienen efectos negativos inmediatos en la demanda de los hogares y traen a largo plazo consigo efectos desastrosos en el exterior.

El errado y dañino ideario económico populista de los conservadores

La posición conservadora es, en realidad, pura ideología. Pero no importa realmente si sus tesis se revelan o no equivocadas. Su modelo económico y las reformas por las que aboga no deben ser cuestionadas políticamente, porque la menor concesión al respecto significaría admitir su imperfección y vulnerabilidad y abriría, como temen sus abogados, la caja de Pandora. A los conservadores les resulta imposible aceptar la idea de que el gobierno debe volver a jugar un papel macroeconómico activo, aun cuando es de toda obviedad que el gobierno es el único agente que puede jugar un papel macroeconómico específico y absolutamente indispensable, como se ve en Grecia estos días. La elemental razón por la que los partidos conservadores cristianodemócratas rechazan obstinadamente cualquier tipo de keynesianismo –los socialdemócratas hacen lo mismo, pero en su caso la cosa carece de propósito y es llanamente estúpida— es que no pueden esperar que su clientela burguesa y su electorado lleguen jamás a abandonar sus ideas económicas pequeñoburguesas, parroquianas y filisteas.

Pero observen las consecuencias de este estado de cosas. Hay un elemento de autoalimentación en el mismo. Lleva a una situación extremadamente deplorable y dañina. El ideario económico conservador pivota en torno a nociones populistas: la opinión económica del director de la empresa local de fontanería o del primer constructor local, por ejemplo. El resultado final es que esas visiones desinformadas y erradas, pero ideológicamente potentes, se propagan y perfilan como un asunto de sentido común (“todo el mundo entiende que…”). Las elecciones se ganan sobre la base de posiciones que “todo el mundo entiende”, sin importar si son manifiestamente erróneas y dañinas. La última y perversa consecuencia es que los partidos conservadores sólo pueden ser políticamente pragmáticos y seguir las indicaciones keynesianas (como hizo efímeramente Angela Merkel luego de que la crisis financiera global golpeara a Alemania) si el fontanero y el constructor (o los altos ejecutivos de las más importantes industrias exportadoras) se les acercan pidiendo ayuda. Pero eso ocurre sólo cuando están amenazadas las empresas y el sustento nacionales.

En otros países ni siquiera está abierta esa posibilidad. En lo tocante a problemas que no afectan a su electorado, los partidos burgueses conservadores jamás cambiarán de curso. Jamás admitirán el fracaso de sus políticas. No concederán que la austeridad ha sido una receta para el desastre. Que es, sin embargo, exactamente aquello en lo que ha venido insistiendo muy correctamente SYRIZA desde el principio. Dadas esas posiciones de partida, las “negociaciones” no permitían compromiso alguno. Las instituciones y el gobierno alemán dirigido por la CDU (democracia cristiana) tenían que insistir en políticas restrictivas y, luego, en políticas aún más restrictivas con independencia de los obvios fracasos de esas políticas, mientras que los objetivos principales de SYRIZA eran poner fin a la austeridad y dar a la economía griega un impulso positivo. Durante la última semana de junio, el Eurogrupo ofreció finalmente un paquete algo mitigado, pero seguía siendo muy restrictivo (esa oferta ha sido retirada de la mesa luego del referéndum). Las tuercas se aflojaron un poco tras cinco meses de negociaciones, pero seguían apretadas y resultaban muy dolorosas. Ahora SYRIZA ofrece un paquete que es muy similar a la última oferta hecha por la Troika. Rendición incondicional se llama a esto en tiempos de guerra. SYRIZA decidió aceptar las reformas y permitir que siga la austeridad. SYRIZA parece haber aceptado que el regreso de Grecia al crecimiento es imposible.

Los conservadores son incapaces de gobernar una economía grande y relativamente cerrada como es la economía europea

La conclusión que se sigue de todas estas consideraciones es amargamente decepcionante: prueba que es imposible hallar una vía de salida de la crisis de la unión monetaria europea mientras los conservadores estén en el poder y mientras la socialdemocracia les apoye. Los conservadores son incapaces de gobernar una economía grande y relativamente cerrada como es la economía europea. Eso puede sonar a juicio exageradamente sumario, habida cuenta del historial de la CDU y sus éxitos económicos. Pero si lo miramos con un poco más de detalle, es un juicio correcto. En las dos primeras décadas que siguieron a la II Guerra Mundial, cuando el pensamiento de Keynes imperaba por doquiera en la teoría y en las políticas económicas, la CDU se limitó a poner en práctica las nuevas políticas sin tener que decidir por sí misma. La Reserva Federal [estadounidense] dirigía la economía global, y los otros países secundaban. En la segunda fase de su gobierno, cuando la CDU regresó al poder en 1982 –tras haberlo perdido en 1969—, su “éxito” estuvo en gran medida determinado por factores ajenos al ámbito de su tomas de decisiones políticas: la apreciación del dólar en los 80 ayudó tremendamente a la economía alemana, y la unificación alemana en los 90 forzó a la CDU a adoptar políticas keynesianas.

Pero hemos entrado recientemente en la tercera fase de la hegemonía de la CDU. Esta vez no hay traza alguna de keynesianismo. Los conservadores están causando un daño enorme a la economía europea, porque sus políticas son falaces. El problema, por así decirlo, es que, entretanto, la economía alemana ha acumulado ventajas de tal envergadura en materia de comercio y competitividad, que se ve harto menos afectada por el daño colateral producido por las medidas conservadoras anticrisis. Los conservadores lo hicieron bien, piensan. Ignoremos las perniciosas consecuencias del desempleo exportado por Alemania, la presión por doquiera en Europa sobre los salarios, el desplome de la demanda, la consiguiente falta de inversiones, el auge de la deflación y el bajo crecimiento de la productividad.

No parece que la situación económica vaya a mejorar en Europa próximamente. Podemos hablar de alternativas, hacer sugerencias y proponer planes, pero nada de eso servirá de nada mientras no cambien las relaciones de fuerza dentro de los países acreedores. El cambio sólo tendrá una oportunidad cuando Francia y España –y posiblemente Italia también— comiencen a entender el pleno alcance del daño que el liderazgo alemán ha causado a la unión monetaria y cuando comiencen a oponerse abiertamente a la política alemana. Tal como están ahora mismo las cosas, sólo hay partidos antiausteridad en dos de esos tres países. Son esos partidos los que tienen el potencial para estar a la altura de desafío de mostrar a Alemania los límites de su poder situándose explícitamente contra esta Europa y este euro.

Poscriptum, 12 de julio: capitulación incondicional de Syriza o nada

Tras el salto atrás del gobierno de Syriza, es decir, tras el regreso al programa rechazado por el propio pueblo, algunos países, entre ellos Francia, se han percatado manifiestamente de que ya no se puede exigir más sin convertir en tragedia la farsa que ha venido representándose desde hace casi seis meses.

Muy otro es el caso en Alemania. Lo que Alemania y otros países septentrionales de la línea dura esperan es la capitulación incondicional de Grecia y, como yo ya sospechaba la semana pasada, la caída del gobierno griego por la vía de desencadenar una reacción de pánico en Atenas que desemboque en una salida de la Eurozona.

Esta actitud del ministro federal de finanzas, a la que evidentemente se ha sumado la Cancillera federal, apunta a monstruosos daños en Europa, en Alemania y en el mundo entero. Se insiste tercamente en una política carente de todo sentido (véase la carta de los cinco economistas) y demuestra ante el mundo entero que se tiene el poder y la desfachatez suficientes como para imponerse contra toda razón.

Ahora llega la hora del Presidente francés. Ahora se verá si, acorralado en una esquina, es al menos capaz de devolver el golpe. Ya no puede ahora seguir escondiéndose detrás de Alemania, porque hasta ayer mismo él mismo no quería evidentemente creer hasta qué punto de obstinación puede realmente llegar este gobierno alemán.

Si esta noche del 12 de julio François Hollande –tal vez acompañado de Matteo Renzi— no deja inequívocamente claro que no va a ser cómplice de la cura alemana radical, entonces se habrá hecho realidad una Europa que hasta ahora sólo existía en las pesadillas de los franceses, los italianos y otros pueblos europeos que tuvieron en el pasado sus peores experiencias con Alemania.

Si se impone Alemania, el daño que tal actitud nos hará a los alemanes a los ojos del mundo entero será inconmensurablemente grande. Porque, efectivamente, los ojos del mundo entero están puestos ahora en Alemania. Si la posición extremadamente pobre intelectualmente, y totalmente privada de sentido políticamente, se abre paso, el mundo entero, incluidos los socios europeos, sabrá desde hoy que con un gobierno alemán de democristianos y socialdemócratas jamás podrán encontrarse soluciones de política económica racionales.

Pero todavía es más grave el aislamiento intelectual a que se entrega con esto Alemania. Las personas racionales de todo el planeta se preguntarán cómo es posible que un país entero (incluidos el grueso de sus medios de comunicación y de sus académicos) haya podido librarse a tamaña aventura política locoide. Se volverán a plantear cuestiones que quedaron muy lejos en el pasado. Cuestiones que se tenían por contestadas, pero que exigirán ahora nuevas respuestas, si se ve que 85 años no bastan para hacer de Alemania un miembro cooperativo y normalmente dialogante de la comunidad de los pueblos del mundo.

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