“Nuestro primer deber es la revolución de las conciencias”

Jean Ziegler

Jean Ziegler y su último libro, "El Imperio de la Verguenza."
El sociólogo y político suizo, que además es relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, denuncia que con el desarrollo de las nuevas tecnologías se estaría en condiciones de alimentar al doble de la población mundial actual y sin embargo hay millones de personas que padecen hambre.

Autor: Eduardo Febbro
Fuente: Página 12

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Eduardo Febbro–El título de su libro ya encierra un juicio de valores sin ambigüedad: El Imperio de la Vergüenza. Luego de su lectura queda efectivamente la sensación de que el mundo de hoy es una cápsula vergonzosa.

Jean Ziegler–Efectivamente, es una vergüenza, y por muchos motivos. Por ejemplo, por primera vez en la historia de la humanidad hemos vencido la penuria gracias a la formidable explosión de la tecnología, de los medios de producción y de la globalización. Hoy, las fuerzas de producción son tales que el planeta está aplastado bajo la abundancia y la riqueza. Sin embargo, la miseria y el hambre nunca fueron tan importantes como hoy. Cada cinco segundos hay un niño de menos de diez años que muere de hambre, hay 860 millones de personas que están subalimentadas, es decir, un ser humano de cada seis, hay unas cien mil personas que cada día mueren de hambre o a raíz de sus consecuencias. Y esto ocurre en un planeta que podría alimentar sin problema alguno a 12 mil millones de seres humanos, o sea, el doble de la humanidad. No existe pues ninguna fatalidad. Ello significa que si un niño muere de hambre es porque ha sido asesinado. El orden del mundo no es sólo asesino sino también absurdo. Al mismo tiempo que la humanidad cuenta con esos extraordinarios medios de producción, que el PIB mundial se multiplicó por dos en apenas 10 años, que el comercio mundial se triplicó en el curso de los 10 primeros años de la globalización, las inmensas riquezas están monopolizadas por sujetos nuevos que son las empresas privadas transcontinentales. El Banco Mundial indicó que el año pasado las 500 empresas transcontinentales privadas más importantes controlaron el 52 por ciento del PIB planetario, es decir, las mercaderías, los servicios y los capitales producidos en el planeta. La tragedia está precisamente en eso: al mismo tiempo que la humanidad sale del reino de la necesidad para ingresar en el reino de la abundancia vivimos una refeudalización del mundo, una captación, una monopolización de sus grandes riquezas por un grupito de oligarquías terriblemente potentes, mucho más potentes que la potencia que un papa, un emperador o un rey pudo tener en la historia. Esas empresas transcontinentales funcionan de una sola manera: la maximalización de los provechos. No tienen ninguna conciencia social, todo es rentabilidad. Los Estados-nación pierden su poder como un muñeco de nieve que se derrite con la primavera. El precio de todo esto es la miseria espantosa que se desarrolla en todas partes, principalmente en los países del Hemisferio Sur. Esta matanza silenciosa sucede en un planeta que desborda de riquezas. El World Food Report de la FAO revela que la agricultura mundial podría alimentar sin problemas 12 mil millones de seres humanos con 2700 calorías por individuo por día. Se trata de una cifra que equivale al doble de la humanidad actual. Cuando alguien muere de hambre muere asesinado. El orden capitalista y caníbal del mundo mata sin necesidad. Lo más paradójico es que la falta de alimentos responde a un esquema organizado en beneficio de las empresas privadas internacionales. Cuando asumí mis funciones como relator de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación vi la manera en que las multinacionales infiltran y cambian el curso de los programas de las organizaciones mundiales. Dos ejemplos: millones de africanos mueren cada año de malaria, paludismo y otras fiebres. Pero de las 2800 moléculas transformadas en medicamentos en el curso de los últimos cinco años sólo 13 tenían relación con una de las enfermedades que diezmar a los países del Sur. Sin embargo, la mayoría de las investigaciones que se realizan están subvencionadas. Ello significa que la comunidad internacional invierte miles de millones de dólares en investigación, pero la industria farmacéutica orienta los resultados de esas investigaciones hacia sus clientes pudientes.

E. F.–Usted también ha encontrado un adjetivo novedoso para calificar la deuda externa:“la deuda odiosa”.

J. Z.–Sí, porque todas las deudas externas son odiosas. El 31 de diciembre pasado la deuda externa de los 122 países del Tercer Mundo era de doscientos mil millones de dólares. ¡Increíble! La mayoría de esas deudas son el producto de la sobrefacturación y de la corrupción. No se trata de un endeudamiento originado en el capital productivo, de un endeudamiento que les permitió a los pueblos invertir y desarrollar la producción. Esa deuda es la otra cara del saqueo que el imperialismo les impuso a los países de América latina, de Africa y de Asia. Por esa razón la deuda externa es odiosa y por esa misma razón no hay que pagarla. Yo describo en el libro cómo, en los 49 países más pobres, los servicios sociales que existían fueron desmantelados por causa de la deuda. Pero hay cosas más escandalosas. Ruanda, por ejemplo, debe reembolsar hoy al banco Crédit Lyonnais el dinero prestado para pagar los machetes que Ruanda le compró a China o a Egipto y que sirvieron para asesinar a un millón de individuos. La deuda externa impide la aplicación de cualquier política social, la deuda provoca el hambre, las enfermedades y la muerte. Por consiguiente, debe ser consideraba como odiosa.

E. F.–Usted desarrolla una reflexión a partir de los postulados de Kant. Usted escribe que el ser humano como sujeto individual o colectivo ha sido expulsado de su propia historia...

J. Z.–Kant dice algo muy justo: la inmunidad concedida al otro, a mi semejante, destruye la humanidad que hay en mí. El neoliberalismo, que es la teoría de la legitimidad de la mundialización del capital, pretende que las leyes económicas son leyes naturales, que el mercado mundial no está dirigido por los hombres sino por una mano invisible. El neoliberalismo postula que la circulación de los capitales, de las mercaderías, de las patentes y los servicios obedece a leyes naturales, inmutables. Esto representa una ruptura total con la herencia del Siglo de las Luces. La Revolución Francesa nos enseñó, y eso fue una conquista extraordinaria de la civilización, que existe un solo sujeto de la historia y que ése es el hombre, que la economía no es natural sino el hombre quien la hace. El hombre está entonces expulsado de su historia cuando se argumenta que la economía obedece a leyes naturales. Se trata de una expulsión del hombre de su propia historia. Por eso el neoliberalismo y la globalización son el terror cotidiano, la ley de la jungla y la negación de la historia tal como nosotros la conocimos. Kant pensaba que la Revolución Francesa había instaurado la conciencia histórica como sujeto exclusivo de la historia, que rompía los lazos con el pasado y abría una era totalmente nueva. Creo que, frente a la globalización, podemos repetir el análisis de Kant. El ser humano, en tanto que sujeto individual y colectivo, ha sido expulsado de su propia historia. Las leyes naturales de la economía desembocaron en la alienación de los actores. Estamos en ese momento de la ruptura. La herencia del Siglo de las Luces ha cesado. La República, los derechos humanos, el sufragio universal, en suma, esas instituciones de carácter irrevocable que construyeron nuestro mundo están hoy agredidas, desmenuzadas por lo que yo llamo “el imperio de la vergüenza”: un conglomerado oligárquico de empresas privadas transcontinentales.

E. F.–La modernidad está entonces constituida por un ser humano neutralizado.

J. Z.–Sí, el ser humano ha sido reducido a la nada, ha sido negado.

E. F.–¿Qué tipo de individuos pueden entonces surgir de esa expulsión de la historia?

J. Z.–Si las cosas no cambian, si el neoliberalismo se impone, si la globalización sigue avanzando, si las oligarquías progresan en la monopolización de las riquezas y la destrucción de pueblos no rentables, entonces es el fin de la civilización. Pero hay resistencias y esperanzas. Ambas provienen de la nueva sociedad civil planetaria, de todos los movimientos sociales, Vía Campesina, Attac, todas esas decenas de frentes de resistencia que se manifiestan en todas partes, que se reúnen en Porto Alegre, toda esa galaxia representa el nuevo sujeto de la historia. Marx dijo “un revolucionario debe ser capaz de oír crecer el pasto”. Y el pasto crece, incluso si las Naciones Unidas están devastadas por el cinismo norteamericano y sus conceptos de guerra preventiva, tortura, etc, etc. Y pese a que los Estados nacionales están asaltados por el FMI y la OMC, la liberalización y la privatización sin control, pues bien, pese a todo eso en los pueblos se levantan movimientos totalmente nuevos e inéditos –si no mire el caso argentino y cómo se levantó el pueblo para resistir a la ley de las oligarquías y del capital financiero–.

E. F.–Pero queda no obstante un ser humano con su estética transformada, agredida. El bombardeo de la estética liberal no deja espacio para imaginar y hacer circular las ideas. Esta pregunta figura en una carta que Theodor Adorno le envió a Walter Benjamin desde Nueva York en 1939. Y su permanencia es asombrosa: ¿hacia dónde va el ser humano cuando su misma estética está bajo la presión de una dominación? Ellos hablaban de “capitalismo monopolista”.

J. Z.–Pues ocurre que está expulsado de su historia y deja de ser sujeto. Es la alienación completada, realizada.

E. F.–Si usamos un concepto del filósofo Walter Benjamin puede decirse que el hombre perdió su “aura”.

J. Z.–Sí, totalmente. El ser humano ha perdido su aura y ha quedado reducido a su más pura función de mercadería.

E. F.–Usted habla muy a menudo de “insurrección de las conciencias”. Si tomamos en cuenta la historia violenta de América latina en las últimas décadas, ¿cuál sería la estética y la acción de esa insurrección?

J. Z.–Ese es el misterio de la historia. Para emplear un término de la escuela de Francfort, es el misterio de la libertad liberada en el hombre. El neoliberalismo y su alienación total pretende que la historia no obedece más a la acción del hombre, que ha dejado de ser el reflejo de la lucha de clases, que la historia es la transcripción de leyes naturales. Hay que romper esa pretensión con los movimientos de resistencia que se forman en todas partes. Aquí, en Europa, en el mundo dominante, hay también una insurrección en curso: es la insurrección del imperativo moral. Ya no se trata de una ideología marxista o de otro tipo. Es simplemente la insurrección del imperativo moral de Kant que dice: cuando un mundo funciona con la explotación del otro, cuando el bienestar de algunos está pagado por la miseria y la sangre de las multitudes, ése es un mundo terminado. Hay que rechazarlo. Repito: nuestro primer deber es la revolución de las conciencias porque las cadenas de la alienación ya no nos inmovilizan más los tobillos; hoy han llegado a la nuca. Tenemos que romperlas. Jean-Paul Sartre decía: “para querer a los hombres hay que detestar con fuerza aquello que los oprime”. Estoy seguro de que existen nuevas solidaridades transatlánticas que se están forjando, que las organizaciones mercenarias del capital como el FMI, el Banco Mundial o la OMC estarán paralizadas por la resistencia popular. Si no restauramos rápidamente los valores del Siglo de las Luces, el derecho internacional, la civilización tal como la hemos construido desde hace 250 años en Europa, vamos a terminar devorados por la jungla. Hoy se plantea más que nunca la necesidad de una coalición, de la organización de todas esas conciencias autónomas y en rebeldía. Los movimientos de solidaridad mundial no corresponden a las formas políticas a las que estamos acostumbrados. La insurrección actual reviste formas inéditas, la lucha de clases se está internacionalizando.

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