Mamá Tránsito

Marisa Avigliano
Como en los versos de Vallejo, la conmoción indígena tiene en Tránsito Amaguaña modulación propia. A los siete años empezó a trabajar, a los catorce la casaron y un año después nació su primer hijo. Las razones de la prisa estaban en la tierra y en la lucha social que había iniciado su mamá (sus padres eran huasipungueros, indígenas que trabajaban en beneficio de los terratenientes). Pero el casamiento con un hombre mayor para librarla de las violaciones del patrón de la hacienda no la protegió ni la hizo más libre, claro que no, sólo la cambiaron de dueño.

Golpeada por un marido que despreciaba sus ideales, volvió con su hijo a la casa materna, desde donde siguió organizando manifestaciones (como las marchas a Quito de 1930) que reclamaban los derechos de las comunidades indígenas. Las jornadas en la Casa del Obrero (llegaban campesinos de diferentes pueblos) eran larguísimas, empezaban a la madrugada y terminaban dos días después. Los sesenta y seis kilómetros a pie recorridos sin llevar la cuenta –algunas crónicas dicen que fueron más de veinticinco viajes y son los que unen a Cayambe con la capital ecuatoriana– y su participación como cabecilla en la primera huelga de los trabajadores agrícolas de 1931 molestaron demasiado y decidieron callarla. Le quemaron la casa y persiguieron a sus padres y hermanos. ¿Callarla? Imposible. Ya habían ahorcado a su tía Pascuala porque se le había muerto un ternero, ahí estuvieron atados con una soga en la rama de un árbol por un lado el ternero muerto y por el otro el cuello de Pascuala. Desde la clandestinidad (que duró más de quince años) Tránsito luchó para conseguir un sistema cooperativista en el campo. “Yo no comprendía qué es la reforma agraria. De tanto preguntar, de tanto oír, entendí qué quiere decir... Allí ya me avisaron. Eso es, compañera”, le contó a una de las universitarias que solían ir a visitarla en la década del setenta. Después del silencio se pronunció su nombre como el de una de las fundadoras (con Dolores Cacuango entre otros activistas y líderes de la resistencia) de la Federación Ecuatoriana de Indios. Mamá Tránsito, como la llamaban desde la loma de Pesillo hasta el último pedazo de huasipungo, impulsaba devota la creación de escuelas campesinas y bilingües (español y quechua). Ella, que apenas había podido estar unos pocos meses en un aula y que recién pudo aprender bien a leer y a escribir cuando viajó a Cuba representando al Partido Comunista Ecuatoriano. Cuando volvió de otro viaje también organizado por el PC (a la URSS), la metieron presa acusándola de tráfico de armas. Después de casi cinco meses y sin pruebas de haber traído de Moscú “bala y plata” la soltaron, y entonces lloró a padres e hijos muertos que habían sido parte de la misma lucha: “Mis papás eran cabecillas (ahora se les dice dirigentes), mi papá..., bueno mi papá era medio cobarde... Mi mamá no hizo caso. Ahí mismo paraba chozón. Ahí mismo con esos palos, siempre mujeres, será porque han de haber sabido pensar, han de haber sabido tener pensamiento”. Cuando en los años sesenta se consiguieron algunos lotes en el noreste de Cayambe y se organizaron cooperativas, Tránsito no se quedó con ninguna de las tierras y siguió trabajando sin bulla para conseguir otras nuevas.

A fines de los ochenta empezaron a llegar algunos reconocimientos institucionales, una pensión, un premio y la vuelta en figurada basterna de semillas al nido, a Pesillo, la tierra mojada por las gotas de la rebeldía donde murió cuatro meses antes de cumplir cien años.

Suplemento LAS12 - 5 de octubre de 2012

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