Las tesis sobre la pobreza

Ing. Enrique Martínez*

Ningún discurso político puede omitir la lamentación por la subsistencia de la pobreza y la vocación de eliminarla. Justamente por eso, porque todos hablan, es en la descripción de los caminos imaginados para conseguir ese objetivo, donde se plasma con más claridad la diferencia de miradas sobre la equidad y la justicia social; sobre los derechos básicos de la humanidad.

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Hay quienes ponen la responsabilidad de ser pobres en los pobres mismos. Son los que apelan a la capacitación laboral o a la educación formal como soluciones. Imaginan así que en un mundo donde todo es competencia, tendrán más oportunidades de pujar por un espacio en el escenario de la vida digna. Mientras tanto, dicen, se podrá cubrir el bache con reparto de alimentos o con una asignación por hijo, similar a la que cobran los ocupados. Nada dicen sobre qué pasará cuando los “nuevos” capacitados desplacen a los “viejos” capacitados y la ecuación sea de suma cero. Como el problema se le achaca al pobre, se lo invita a formarse mejor para el mercado de trabajo, como si con eso automáticamente se expandiera la demanda en ese mercado. Con esa prédica, dolorosamente, lo más probable es que se consigan bajar los salarios reales, a través de aumentar los postulantes para una cantidad de trabajo que no se expande al mismo ritmo que quienes se postulan por él.

Hay otra mirada aún más cínica que paradojalmente surge a la vez del pensamiento conservador y de espacios progre, aunque estos últimos crean que están construyendo una base de distribución y de equidad. Dice, o piensa: en definitiva ganadores y perdedores habrá siempre. Demos capacidad de consumo a los perdedores y adelante con la competencia. Tomará la forma de subsidios por familia o de asignación universal por hijo o algo parecido, pero en definitiva es eso: poner en los bolsillos de los más pobres algo de recursos para parar la olla.

En el INTI pensamos de una manera bastante distinta, que por el momento parece transitar en cierta soledad. Ante todo, creemos que la pobreza y la indigencia son intolerables situaciones estructurales de la actual organización económica del mundo, que para peor se auto perpetúan, ya que los hijos de pobres tienen una alta probabilidad de ser pobres. Emerger de esa condición en base al esfuerzo individual es la excepción y no la regla en el mundo actual. La solución del problema solo aparecerá como posible cuando haya un cambio sustancial de mirada sobre la economía. Cuando en lugar de una economía traccionada por el lucro, pase a diseñarse una economía basada en las necesidades. Cuando la meta central de la actividad económica pase de ser el lucro y la acumulación de dinero a ser la satisfacción de necesidades comunitarias, los hoy excluidos encontrarán su digno lugar en ese marco teórico, de manera inmediata.

¿Cómo se consigue eso y qué tan compatible es con el capitalismo tal cual lo conocemos? Ante todo, con un plan de gobierno que considere la eliminación de la indigencia primero y la pobreza después como su misión central y no como una consecuencia virtuosa del crecimiento general de la economía, lo cual debería llevar a convertir este último hecho en el objetivo a lograr. Se necesita establecer una relación directa entre los actos de gobierno y la eliminación de la indigencia.
Cuesta aceptar la masiva subordinación intelectual al liberalismo, por derecha o por izquierda, que sostiene al fin de cuentas que a los excluidos hay que prepararlos para postularse a ser asalariados y solo para eso, como condición de comer y vestirse dignamente. Es particularmente insólito seguir pensando de esa manera con el 40% de los trabajadores en negro y con una fracción de los pobres que no son desocupados, que son tan mal pagos, que no pueden sacar la cabeza fuera del agua.
Nosotros asumimos que hay un solo camino sustentable: ganar el pan con el sudor de la propia frente.
Como consecuencia de lo anterior, en lugar de ayudar a los más humildes a prepararse para el “mercado de trabajo”, hay que ayudarlos a producir comida, vestimenta y vivienda, que se dirijan en primera instancia a cubrir el bache de satisfacción de necesidades que esa misma población hoy tiene. Se necesita tecnología, capacitación y subsidios temporarios. Parece lo mismo que el asistencialismo sostiene. Pero definitivamente no lo es.

Se trata de construir un sistema de producción de bienes básicos, integrado por quienes hasta hace un minuto no disponían de ellos y para cubrir sus necesidades con este último concepto como fin central excluyente. Podemos ampliar estas ideas hasta el infinito, porque las hemos reflexionado una y otra vez y expuesto en numerosos documentos del INTI. Nuestra propuesta sobre desarrollo local, difundida en la edición 72 del Saber Cómo, se integra en esta línea, las unidades productivas tipo también. Ya lo hemos dimensionado en términos técnicos, económicos y financieros. Ya lo hemos presentado a otros ámbitos públicos con aprobación general.

¿Qué falta? Superar el umbral de conciencia y compromiso político de una fracción apreciable de los sectores dirigentes del país, para poner en blanco y negro su compromiso con los humildes, bajando del discurso a la tierra, al barro, que también es sol y es esperanza. Seguimos buscando la masa crítica de lucidez.

*Ing. Enrique M. Martínez: Presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial.

Fuente: [color=336600]Saber Cómo Nº 79 – Agosto 2009[/color]

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