“Las primeras víctimas de los atentados son los musulmanes”

Entrevista a Marc Augé
“Escribir es morir un poco, pero un poco menos solo”, plantea Marc Augé al final de “Autobiografía y etnología de sí mismo”, incluido en El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo), traducido por la poeta Juana Bignozzi (1937-2015). Como si fuera un chamán o un escritor, el antropólogo francés puede desdoblarse para influir con sus poderes sobre los demás, privilegio que experimentó cuando inició su trabajo de campo en el oeste de África, en Costa de Marfil, con el pueblo alladian.

Cuesta imaginar a Augé en una especie de casa de retiro semántica, jubilado del pensamiento y confinado a reconstruir “exóticas” travesías, fragmentos de paisajes, rostros entrevistos o realidades escamoteadas, como un turista más preocupado por capturar fotografías que puedan ostentar el “yo estuve aquí” que por bucear sobre las experiencias vividas. No acuñó la ambivalente y elástica noción de “no lugares” en un aeropuerto, sino en los llanos de Apure (Venezuela), donde fue especulando sobre la relación con el espacio. A los 80 años, la nostalgia no le sienta bien. La sutil astucia de su felina curiosidad –una forma de practicar la “atención flotante”, como si deseara correr el velo del misterio de los otros, sin adherirse a ninguna particularidad– continúa tejiendo proyectos y escrituras, viajes y conferencias, como la que ofreció el 25 de junio del 2016 en la segunda edición de “La Noche de la Filosofía” en el Centro Cultural Kirchner (ver aparte).

“Tomar conciencia de pertenecer a la especie humana cambia la pregunta a la que nos somete la edad, sustituye el ‘¿qué soy?’ por el ‘¿quién soy?’. Esta sustitución permite escapar de las lamentaciones del ego herido y de las insignificancias del egocentrismo”, advierte hacia el final del ensayo “Todo el mundo muere joven”. Augé, un visitante habitual del país, presentó ayer los últimos libros publicados en la Argentina: El antropólogo y el mundo global (Siglo XXI), ¿Qué pasó con la confianza en el futuro? (Siglo XXI), Futuro (Adriana Hidalgo) y El tiempo sin edad (Adriana Hidalgo). El etnólogo francés –invitado por el Centro Franco Argentino, la Embajada de Francia y el Sistema Federal de Medios Públicos de la Nación– reflexiona sobre el tiempo, el futuro, el impacto de los recientes atentados terroristas, pero también revela en la entrevista con Página/12 que ha publicado tres novelas en francés. La última –lanzada en marzo de este año– sucede en un futuro próximo, en 2018, y está protagonizada por el papa Francisco.

–En un momento de El tiempo sin edad recuerda una frase de Charles Baudelaire de Las flores del mal: “Tengo más recuerdos que si tuviera mil años”. ¿Cómo llegó al concepto de estar “fuera de edad”?

–“Fuera de edad” es una expresión que se usa para hablar del coñac y del armañac (un brandy producido en la región francesa de Armañac); se dice que son de muy buena calidad y a veces se mezclan coñacs de cosechas diferentes. El concepto surgió porque me molesta mucho la pregunta “¿qué edad tenés?”. Para mí no tiene mucho sentido decir 60, 65 o 80 años; entonces, considero que estoy afuera de esta pregunta, que estoy fuera de edad.

–¿En qué momento aparece la preocupación por el tiempo de los otros?

–La concepción del tiempo es un capítulo clásico de los estudios etnológicos; es una manera de conocer la sociedad que estamos estudiando. Hay otros aspectos interesantes porque como etnólogos disponemos de nuestro tiempo propio, pero cuando nos interesamos por el tiempo de los otros guardamos nuestro tiempo. Al final, el etnólogo se va del lugar cuando concluye su trabajo de campo; es una etapa terminada. Esto es una forma de señalamiento que invita a pensar el hecho de que las cosas se terminan. El trabajo de campo del etnólogo tiene un fin. El tiempo social es otra cuestión importante que se percibe cuando estamos en el campo de los otros; hay muchos rituales y ceremonias en el calendario que demuestran que la edad, antes que todo, es una noción social.

–En El tiempo sin edad recuerda cómo en Costa de Marfil lo llamaban “viejo” de una manera positiva, mientras que interpretó como negativo el día que un joven se levantó del subte en París para cederle el asiento.

–Cuando me llamaron “viejo” en Costa de Marfil, apenas tenía 40 años, y me sentí muy halagado porque el término “viejo” era un elogio, algo así como un título honorífico (risas).

–¿Por qué cree que son tan jóvenes quienes se inmolan o cometen actos terroristas en la sociedad francesa?

–Son jóvenes, pero la gente que los inspira no. Hay franceses que se hacen jihadistas, incluso jóvenes católicos de origen no árabe son seducidos por esta idea que es una forma de aventura; hay algo de romanticismo en ciertos casos. Los atentados terroristas en París no fueron como los del 11 de septiembre, donde los terroristas eran personas más o menos calificadas, capaces de manejar un avión. Los terroristas de París eran desclasados que habían fracasado cuando intentaron entrar a la policía o el ejército. No son muy interesantes sus motivaciones, desde mi punto de vista (piensa durante varios segundos) ... Ellos tienen una forma de idealización de la yihad, una forma de heroísmo muy difícil de entender. El antropólogo se interesa por diversas formas de violencia, pero depende de qué tipo de terrorismo hablemos. Si es el terrorismo tal como se percibe en Francia, a través de la contaminación sobre ciertos jóvenes, o si hablamos del Estado Islámico en Medio Oriente, que tiene aspectos históricos. Es interesante estudiar las reacciones de parte del pueblo y cómo se perciben a los terroristas.

–¿Qué percepciones tienen hoy sobre los terroristas, después de los atentados de noviembre pasado?

–Creo que estamos esperando lo que viene. Lo que pasó en el Bataclán y en los bares de París fue un gran choque sobre todo por el hecho de que se atacaban valores importantes que los franceses queremos y cuidamos mucho: el café, el teatro, el espectáculo, la cultura, el deporte. Pero más fuerte que el miedo fue el enojo. La gente estaba más enojada que con temor. Uno no puede dejar hacer a los terroristas lo que quieren; entonces hay un aspecto técnico de protección contra el terrorismo que es indispensable. Pero las restricciones a las libertades, si se perennizan, representan un gran peligro… No creo que ahora la gente tenga miedo y la prueba es que en este momento hay muchos movimientos sociales en Francia que están marchando y protestando por las calles.

–¿De qué modo impactan los atentados terroristas en la concepción de futuro?

–No creo que haya una relación directa porque en el fondo sabemos que hay personas dispuestas a convertirse en yihadistas, pero al fin de cuentas no se trata de tanta gente. Aunque hay un sentimiento global de inseguridad y algunos sectores tienen un recelo especial hacia la composición de la sociedad francesa actual, los musulmanes son las primeras víctimas de los atentados y de la amenaza que ejercen los fundamentalistas. Se suele perder de vista el hecho de que muchos musulmanes se declaran totalmente desinteresados por la religión. Hay una encuesta que se hizo hace unos años –ahora no recuerdo el número exacto–, que arrojó que más del 50 por ciento de los musulmanes en Francia son indiferentes a la religión.

–Aunque los fundamentalistas son una pequeña minoría, el problema es que cuando cometen un atentado el impacto global que tienen es enorme, ¿no?

–No estoy tan seguro de que sea enorme… pero es real. No creo que la amenaza terrorista, a largo plazo, sea un peligro para Francia.

–Sus últimos libros publicados aquí tienen cierta atmósfera literaria, quizá porque temas como el futuro y el tiempo son muy proclives a las ficciones. Tiene un modo de indagar estas cuestiones desde una perspectiva muy íntima y literaria. ¿Por qué su escritura se distingue por estar tan próxima a lo literario?

–Inventé un término “etnoficción” en un libro que publiqué en los años 90. Hay múltiples finalidades que explican las etnoficciones. La idea es hacer las cosas más perceptibles para el lector, tomando ejemplos personales, autoficciones de la vida cotidiana, pero también sacando lecciones de los escritores del siglo XVIII como Voltaire o Montesquieu, que tenían personajes que eran menos importantes por su psicología que por lo que lograban destacar de las sociedades en las cuales vivían. El etnólogo puede llegar a desdoblarse y considerarse él mismo el sujeto de estudio, como hice en El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro, donde indagué sobre la alteridad y la identidad en el metro y no tenía mejor informante que yo mismo. Hay un libro anterior, La travesía por los jardines de Luxemburgo, en el que la idea de etnoficción ya estaba latente.

–¿Alguna vez pensó en escribir ficción, novela o cuento?

–Escribí tres novelas: La Mère d’Arthur (“La madre de Arturo”, publicada por Fayard, 2005), Quelqu’un cherche à vous retrouver (“Alguien busca reencontrarse con usted”, Le Seuil, 2009) yLa Sacrée Semaine qui changea la face du monde (“La sagrada semana que cambió la cara del mundo”, Odile Jacob, 2016). La Sacrée Semaine… se desarrolla en 2018; el papa Francisco pronuncia la tradicional bendición “Urbi et orbi” y declara: “Dios no existe” (risas). Todo esto es visto a través de los ojos de un profesor jubilado, que sigue los acontecimientos por televisión. La novela se desa- rrolla en una semana y termina con la paz eterna.

–¿Cómo es Marc Augé novelista?

–(Piensa y sonríe.) Muy a menudo me preguntan frente a las desgracias y desdichas de la sociedad, ¿qué hacer? No soy profeta ni político, pero me parece que gracias a la ficción uno puede trazar las grandes líneas de lo desea para el futuro. En este caso, no hablaría de antropología aplicada, sino de antropología comprometida. La historia del Papa (por La Sacrée Semaine…) no es una etnoficción, es una ficción a secas que permite ver cómo se transmite información en la televisión y la relación que establecemos con los medios de comunicación… No le voy a contar toda la trama porque quiero preservar el misterio, pero después de una conspiración se encuentra la manera de hacer que la demanda religiosa desaparezca. La gente ya no pide nada a Dios; entonces no hay conflicto entre Palestina e Israel, por ejemplo. Hay personas que plantean que sin la religión tendríamos un mundo desencantado y sin sentido; pero no estoy de acuerdo con esta conceptualización. Lo primero que criticaría es la noción de creyente porque se reserva a la persona que cree en Dios, pero hay distintos tipos de creencias. Creo en la razón y no me explico por qué hay que usar la noción de creyente sólo para alguien que cree en Dios.

–Es un disparate que suena hermoso, desde una perspectiva atea o agnóstica, que ponga en boca del papa Francisco el “Dios no existe”. ¿Cómo se le ocurrió eso?

–Hay una explicación en la novela… el hecho es que se experimentó primero un dispositivo sobre el Papa para ver si funcionaba y no creía más en Dios. Y funcionó (risas). El asunto es que a raíz de ese experimento todo el mundo religioso se escandaliza y los evangélicos y los musulmanes salen a calle a manifestar. No quiero contar más porque espero que la puedan leer en español.

Página/12 - 25 de junio de 2016

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