La rabia

Entrevista a Cristina Fallarás
España atraviesa una de las peores crisis de su historia. La periodista Cristina Fallarás da testimonio en una extensa crónica en primera persona de sus últimos cuatro años, desde que perdió su trabajo como editora al descenso a los bajos fondos de la miseria. Con dos hijos y un desahucio que no le dio tiempo a muchas maniobras, dice que la rabia la impulsó a escribir A la puta calle (Planeta) en un mes, dando voz a miles de españoles que pasan por su misma situación.

Atraviesa la crisis financiera más feroz que haya protagonizado en las últimas décadas. 2008 es el año en que los indicadores empezaron a dar en rojo. La caída de la burbuja inmobiliaria, en la que los bancos dieron créditos imposibles de financiar, con intereses altísimos, sumado al creciente desempleo, detonó una crisis social y económica sin precedentes en España. Hoy se calcula que hay más de 400.000 familias en la calle y 6.000.000 de desempleados.

La escritora y periodista española Cristina Fallarás pensó, como tantos españoles, que la situación económica era difícil y que su fuente laboral estaba en peligro. Pero que no le tocaría a ella, al menos no de inmediato. Hasta que en noviembre de 2008, embarazada de ocho meses, la echaron del diario ADN, donde era editora. Creyó que su situación de desempleo sería transitoria. Que la miseria sería una de esas palabras recurrentes para ilustrar historias de otros. Pero se equivocó. Por esos días comenzó un lento descenso hacia la pobreza que la fue despojando de todo. Donde situaciones cotidianas como tomar un café, comprar pasta de dientes o pagar los servicios se transformarían en un lujo inaccesible. En cambio, su rutina se transformó en estirar la leche con agua; meses de arroz y fideos y tener que vestirse con ropas heredadas y zapatos de segundo pie.

En noviembre de 2012 recibió una carta del banco que le confirmaba sus peores temores: su desahucio. Tenía un plazo mínimo antes del desalojo. En medio de la bronca contenida y la amargura, decidió que lo contaría. Y no como lo había hecho anteriormente en artículos y columnas a pedido. Esta vez narraría todo. Desde el primero al último año, relataría detalles de su calvario personal y familiar. Narrar como antídoto contra la rabia y la impotencia. En menos de un mes y con notas que había ido tomando desde 2008 hasta fines de 20012 escribió A la puta calle, crónica de un desahucio. Allí la editora de Sigueleyendo y escritora de las premiadas novelas Ultimos días en el puesto del Este y Las niñas perdidas –premio L’HConfidencial 2011 y premio Hammett 2012– testimonia en una crónica personal y descarnada los últimos cuatro años de su vida y de su familia. Lapso en el que pasó de ser una profesional de clase media para convertirse en uno de los rostros visibles de los miles que están por debajo de la línea de pobreza. Y que alcanzan en estos momentos al 27 por ciento de la población española.

¿Es ésta la peor crisis económica española? ¿Qué tiene de particular?

–Esta crisis es completamente distinta. Es una crisis sin guerra, dirigida por unos poderes financieros que juegan con la riqueza, que sucede en medio de un cambio irreversible en los modelos de comunicación y conocimiento. En el caso de España, está suponiendo la ruptura de la idea de representación democrática, un descrédito sin precedentes de todos los ámbitos de autoridad y el resurgimiento de ciertos movimientos sociales, muy básicos, que responden al vacío de poder. Además, el desamparo del ciudadano es abrumador, así como la vileza de la mayoría de los políticos, la omnipresencia de la corrupción y el abandono de la cultura, entendida en sentido amplio. En cualquier caso, no sé si es la peor, pero yo desde luego no conozco otra parecida.

¿Cuándo decidiste que querías narrar tu situación en una crónica?

–Primero publiqué un artículo contando cómo había llegado el tipo a notificarme el desahucio, en El Mundo, donde tengo una columna semanal. Yo llevaba ya dos años contando mi proceso de empobrecimiento, que empezó con el despido en 2008. Y ese artículo destapó la olla. De repente, me llamaron radios y televisiones de todo el país para que lo contara. Los desahuciados ya no eran sólo pobres “de toda la vida” que dormían en los cajeros automáticos. De repente, los desahuciados podían ser también ellos, los periodistas. Tras aquel boom, que duró un par de semanas, me llamó la editorial Planeta para ver si me interesaba contarlo todo en un libro. Por supuesto que me interesaba. Primero, porque cualquier vía de ingresos era bienvenida. Y además porque me parecía imprescindible cambiarle la cara al ciudadano que la crisis ha expulsado del sistema. Y mi cara era un buen ejemplo: 25 años de carrera periodística, seis libros publicados, varios premios, lo que llamaban clase media profesional.

Al momento de escribir quisiste que la crónica abarcara a la mujer, la madre y la periodista, ¿por qué te parecía importante?

–Son indesligables. Me propuse escribir sobre mi vida y la vida de una no tiene compartimentos. Creo que ese punto de vista era imprescindible para que el libro resultara honesto. Conllevaba un punto de impudicia que me costó un poco, pero también era consciente de que precisamente eso era lo que iba a violentar al lector. Y yo quería violentar al lector.

El texto es una crónica impiadosa, no muy alejada de la situación de muchos españoles.

–En estos momentos se calcula que hay en España seis millones de parados, en una población de 47 millones. De ellos, más de dos millones pertenecen a familias en las cuales ya no entra ningún ingreso, en las que ninguno de sus miembros tiene trabajo. El 27 por ciento de la población infantil se encuentra por debajo del umbral de la pobreza. Se calcula que hay más de cien desahucios al día; algunos datos aseguran que son más de 200. Imagínate cuál es la situación, teniendo en cuenta que hace sólo cinco años los parados no llegaban a los dos millones.

¿Creés que las distintas manifestaciones y protestas que está habiendo ayuden revertir el camino? ¿Hay un cambio de conciencia de fondo?

–No, no creo que haya un cambio de conciencia de fondo. El miedo a perder la seguridad paraliza y mucho más si no sabes hacia qué sociedad te diriges si dinamitas ésta, que por muy mala que sea, es la que conoces. Es un problema de modelo de sociedad, la gente no ve un modelo alternativo, y desde luego los políticos no lo proponen.

¿Cómo tomás que tus pares, amigos, resulten incrédulos ante tu situación?

–La gente tiene mucho miedo, consciente o inconsciente. Miedo a perder el trabajo, miedo a perder la casa, miedo a perder la asistencia médica. Eso hace que las personas se vuelvan conservadoras y que vivan encogidas. Cuando todo a tu alrededor se derrumba, aunque tú no te derrumbes, pierdes la seguridad. Creo que eso es lo que sucede.

¿Cómo lograste trabajar con sentimientos de angustia, vergüenza o desazón y sostener la escritura?

–No tuve tiempo de pensarlo ni podía permitirme el lujo. Tenía que escribir el libro en menos de un mes. Además, cuando estas situaciones te pillan con dos niños, como es mi caso, no puedes permitirles el paso al desánimo o a la angustia severa. Yo me he refugiado en la rabia y en la escritura.

Hay pasajes muy contundentes en el texto, “Enunciar es una batalla contra la muerte. Significa que aún puedes luchar”.

–Por mi parte, y por ahora, escribir es la única forma de dar salida a la rabia. Y de entender lo que me/nos está pasando. Siempre he pensado que escribir, enunciar, es la mejor manera de conjurar el miedo. Ahora sé que hay momentos en los que la vida te pasa por encima y entiendes la escritura, me atrevo a decir que la literatura, de otra manera, mucho más brutal. Ya no cabe pensar “¿qué quiero contar?” o “¿qué voz debo usar?”. Sólo cabe dejarse ser en la escritura y dejarse llevar por la gigantesca ola que amenaza con ahogarte.

¿Pensás que la situación económica y social no va a revertirse?

–Creo de verdad que éste es un camino sin retorno. Han coincidido una crisis económica nueva, sin precedentes, y un cambio de paradigma fruto de lo digital, es decir, un cambio brutal y definitivo en nuestra manera de comunicarnos y en los modos en los que circula el conocimiento. No sé qué saldrá de todo esto, pero es seguro que no será aquello de donde venimos.

¿Sigue teniendo sentido narrarlo?

–Narrar nos mantiene vivos, nos alimenta, nos enfrenta a nosotros y nuestras pasiones, nos explica el mundo, nos da el tamaño de lo que somos, nos mete a formar parte del ser humano y nos transciende. En mi caso, narrar es lo que mejor sé hacer, además de la tortilla de patatas.

Suplemento Las12 de Página/12 - 14 de junio de 2013

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