La pelota y el dinero

Eduardo Crespo, Marcelo Muñiz, Gonzalo Fernandez, Alcides Bazza


A juzgar por el contenido material de todo aquello que en algún momento funcionó como dinero, nada justifica tanta abnegación y sacrificio: metales prescindibles, pedazos de “papel pintado”, archivos electrónicos. ¿Cómo explicar este juego absurdo donde el lugar de la pelota lo ocupa el dinero?

Jorge Luis Borges se distinguía, entre otras virtudes, por sus frases incómodas y lapidarias. Seguidores de todo el mundo, así como periodistas e interlocutores varios, solían llevarlo a conversaciones que lo fastidiaban, el fútbol, la política, el tango, el peronismo… En cierta ocasión lanzó: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos”. Lo que quizás no advirtió el gran escritor es que la estupidez del fútbol es una metáfora de la vida, o más precisamente, de la vida humana en sociedades complejas. Cuando los Sapiens abandonaron la condición simple de cazadores-recolectores, o de horticultores, para vivir en sociedades complejas donde los miembros establecen relaciones casi siempre impersonales y donde siempre resulta una sorpresa encontrar  conocidos en la calle (“¡el mundo es un pañuelo!”) debido al inédito predominio del anonimato en la vida cotidiana, nuestra especie se vio obligada a participar en juegos novedosos que, sin dudas, serían ridículos para nuestros antepasados.

Desde entonces el orden social cambió de forma irreversible. Aunque el parentesco y las relaciones fundadas en la reciprocidad y la confianza mutua aún tienen un rol significativo, la convivencia con extraños exige que el Sapiens se someta a regímenes estatales, pague tributos e, inevitablemente, admita jerarquías sociales. La mayoría se resignó a aceptar la desigualdad y la explotación como condenas divinas o mandatos irrevocables de la naturaleza. Un ejemplo es el extraño vínculo que desde entonces las personas mantienen con el dinero. En el “juego de los intercambios”, como lo llama Braudel1, no son apenas once contra once sino millones los que diariamente corren detrás del dinero. Por dinero los humanos competimos, trabajamos, peleamos, las familias se dividen, algunos hacen guerras, asesinan y esclavizan a sus semejantes.

A juzgar por el contenido material de todo aquello que en algún momento funcionó como dinero, nada justifica tanta abnegación y sacrificio: metales prescindibles, pedazos de “papel pintado”, archivos electrónicos. ¿Cómo explicar este juego absurdo donde el lugar de la pelota lo ocupa el dinero? En el mercado, como decía Marx, a los productores “las relaciones sociales... se les ponen de manifiesto… no como relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino por el contrario como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas.”2 Cuando los intercambios son mercantiles el dinero representa ‘valor’, noción esquiva y resbaladiza pero entendida por todos aquellos que cotidianamente conviven con él. Varias teorías buscan explicarlo. Para la ortodoxia el dinero es apenas un artificio diseñado para optimizar transacciones.  Si fueran válidos los mecanismos de ajuste que postulan los defensores de esta visión, el dinero sería ‘neutral’ en el largo plazo. En otras palabras, si todos los bienes y recursos productivos fueran sustitutos brutos y sus precios ajustaran con perfecta flexibilidad, literalmente podríamos jugar sin ‘pelota’. Para otras concepciones, como la keynesiana, por el contrario, vivimos en “economías monetarias de producción”. La clave del juego sería la pelota misma. La Teoría Monetaria Moderna (MMT, por su denominación en inglés) es una variante de la visión keynesiana que se tornó cada vez más popular en los últimos años debido a su influencia creciente en ámbitos políticos norteamericanos. Para la MMT la moneda es una forma de deuda que funciona como una “criatura del Estado”3. Las autoridades, al definir la unidad de cuenta en que cobran impuestos, fijan una demanda obligatoria por dicha unidad. Para que los particulares puedan pagar tributos, los Estados primero deben gastar. De lo contrario, no contarán con medios de pago suficientes para hacerlo. De igual modo, cuando se analizan en conjunto las erogaciones del tesoro y las transacciones que realiza el Banco Central, lo normal es que los gastos estatales excedan los ingresos. Esto significa que necesariamente los Estados tienden a incurrir en déficits. Si se registraran superávits durante períodos prolongados, no habría forma de que los privados cuenten con la liquidez necesaria para sostener los niveles presentes de producción y riqueza. Entonces, que un Estado como el argentino verifique más años de déficit que de superávits en su historia como nación obedece a una regla general, y no es, de ninguna manera, una predisposición idiosincrásica de sus ciudadanos y gobernantes a violar “restricciones presupuestarias”.  

De estas evidencias algunos autores extraen conclusiones apresuradas. Los gastos estatales no tendrían más restricciones que el pleno empleo y las autoridades deberían gastar todo lo que se precisa hasta alcanzarlo. Muchos analistas razonables -especialmente en países periféricos- suelen fruncir el ceño cuando escuchan o leen estas propuestas. Interpretamos que los problemas de la MMT se resumen en su concepción del dinero. Varios autores de la MMT remontan el origen del dinero a relaciones de endeudamiento, obligaciones, registradas por escrito en ámbitos arcanos como los templos de Babilonia o los sistemas tributarios de las primeras formaciones estatales4. Si éste consistiera apenas en una obligación bajo control estatal, resulta difícil entender por qué motivos los reinos europeos durante siglos guerrearon para controlar rutas comerciales. Tampoco se comprende la avidez enfermiza de los conquistadores por metales preciosos o la imposición de condiciones de servidumbre sobre decenas de miles de nativos en las minas de Potosí. ¿A qué se debía la obsesión por El Dorado? ¿Cómo explicar denominaciones como ‘Argentina’ (del latín argentum, plata) o Rio de la Plata? Si el dinero siempre fue controlado por la autoridad de turno, son incomprensibles las recurrentes cesaciones de pagos de las deudas estatales, como el default de Felipe II con la banca genovesa o las rebeliones contra los impuestos y las crisis de endeudamiento que precedieron la Revolución Gloriosa en Inglaterra, la Revolución Americana y la Revolución Francesa. Las agresivas políticas mercantilistas para conseguir saldos comerciales positivos y acumular metales preciosos, no fue la caricatura sin sentido económico que describieron intérpretes posteriores. En su defensa del mercantilismo Keynes resumía esta idea con precisión:

“Si contemplamos una sociedad... con un sistema monetario que vincula rígidamente la cantidad de dinero al stock de metales preciosos, para el mantenimiento de la prosperidad será esencial que las autoridades presten mucha atención al estado de la balanza comercial. Un superávit favorable, siempre que no sea demasiado grande, resultará extremadamente estimulante; mientras que un déficit puede producir rápidamente un estado de depresión persistente.”5.

Aunque desde el siglo VII AC en el reino de la antigua Lydia, actual Turquía, las autoridades comenzaron a acuñar monedas estampando representaciones de sus reyes, invariablemente debieron hacerlo utilizando metales preciosos sumamente escasos, cuya dotación en general solía escapar a su control. Los gastos tanto públicos como privados siempre estuvieron sometidos a limitaciones  diversas. Las restricción estatal era evidente cuando parte del gasto se destinaba a importar productos que no se elaboraban en su jurisdicción. Era también el caso de las guerras, principal actividad de los Estados hasta el siglo XIX6. Hasta la formación de los ejércitos modernos, a los soldados – por lo general mercenarios - se les debía pagar con metales o con la promesa de participar en el botín de guerra y los saqueos que debían seguir a la victoria. Hasta el siglo XIX, incluso los más poderosas monarquías europeas operaban bajo condiciones que hoy llamaríamos de “restricción externa”: dependían de impuestos extraordinarios para elevar sus gastos en tiempos de emergencia o de endeudarse con redes de comerciantes y financistas internacionales con el compromiso de devolver metales preciosos. Podían, ocasionalmente, acudir a triquiñuelas como  envilecer monedas, prácticas que solía provocar huidas hacia los metales. En todas las latitudes hay referencias al efecto conocido como “ley de Gresham”7 según el cual en la circulación “la moneda mala sustituye a la buena”. En la antigua Roma las operaciones menores se realizaban con monedas envilecidas de plata, pero los grandes terratenientes adquirían propiedades y atesoraban oro (cualquier semejanza con lo que observamos en Argentina no es pura casualidad)8. La “fuga de capitales”, o más precisamente, las decisiones de cartera que perjudican a las monedas de menor jerarquía, especialmente en períodos inflacionarios, no son un fenómeno reciente ni exclusivamente latinoamericano. Para entender al dinero, su ontología, no sólo debe atenderse a sus funciones sino también a su naturaleza. Los exponentes de la MMT enfatizan su función como unidad de cuenta, al entender que el dinero es una relación social de deuda impuesta por una autoridad política. Sin embargo, en la historia siempre se identifican redes económicas que logran escapar a la circunscripción territorial demarcada por los Estados. Precisamente, siempre pudieron hacerlo  utilizando monedas metálicas de difícil acceso (pero fáciles de ocultar o incluso enterrar). Las monedas de “alta denominación”, es decir, aquéllas utilizadas para el comercio internacional, son construcciones sociales en general controladas por redes económicas que suelen operar con bastante autonomía de los Estados. Estas consideraciones ayudan a entender que la unidad de cuenta nunca es completamente determinada por la autoridad política, sino el fruto de complejos procesos de negociación con actores privados. Para sustentar sistemas monetarios y financieros modernos, primero los Estados europeos debieron competir en el “juego de las guerras”9 para acumular metales preciosos. Es esencial tener en cuenta que la moneda también debe funcionar como reserva de valor, condición que obliga a todo Estado a correr detrás de la pelota.

Algunos autores de la MMT comparten ilusiones ortodoxas: la restricción externa no existe toda vez que el tipo de cambio es flexible, las devaluaciones son expansivas, para frenar la inflación alcanza con controlar la demanda (cualquier semejanza con los espejismos en que confiaban los economistas del macrismo tampoco es casualidad). En efecto, el dinero, en cuanto unidad de cuenta, depende del estado. Pero en cuanto reserva de valor depende de las decisiones de cartera del sector privado. En los términos de Michael Mann, atraviesa la red política como una entidad cartal y la red económica (privada) como reserva de valor. Para Mann la red política equivale al Estado coordinando de manera centralizada las acciones que ocurren en su territorio. La red económica, en cambio, es la actividad económica con independencia del espacio dónde se realiza. Siempre existe una tensión entre la territorialidad controlada por Estados y la búsqueda incesante de medios para ampliar y resguardar riquezas por fuera de los mismos, inherente a los actores privados. La espacialidad conforma una circunscripción10 que tiene como correlato a la moneda estatal, de la cual los particulares siempre buscan identificar salidas, o estrategias para no quedar atrapados en ella. El dinero es, por tanto, una relación social a la vez pública y privada.

Los Estados sólo adquirieron cierta autonomía para realizar gastos desde que consolidaron   sistemas financieros modernos, un conjunto de instituciones bancarias que primero monetizan obligaciones públicas y privadas, para luego volver a recibirlas como depósitos en el propio sistema bancario, un circuito en hipótesis ilimitado, pero propenso a burbujas y quebrantos toda vez que no se dispone de cuantiosas reservas para respaldar la ‘confianza’. Sólo cuando se surgieron estos sistemas, y se los pudo defender con reservas, la concesión de créditos se convirtió en un mecanismo capaz de crear ex nihilo condiciones de liquidez con relativa autonomía de los ingresos precedentes. A partir de ese momento los medios de circulación y cancelación de deudas consiguieron separarse, al menos parcialmente, del stock de metales preciosos. Esta tecnología social tuvo su origen en ciudades italianas como Venezia, Génova y Florencia al final del período medieval. Pero fue recién en los siglos XVII y XVIII cuando algunos Estados territoriales europeos, como Holanda e Inglaterra, pudieron hacerse de organizaciones de este tipo en condiciones de financiar gastos de emergencia de forma holgada y con relativa independencia de los impuestos presentes. Otros Estados, como la España de los Habsburgo y la Francia borbónica, enfrentaron serias dificultades para consolidar instituciones de este tipo.

Esta condición nos obliga a reflexionar sobre la absoluta excepcionalidad del dólar estadounidense desde que Richard Nixon dispuso la desmonetización del oro en 1971. Si en la década de 1960, aún bajo el patrón metálico, Valéry Giscard d'Estaing, entonces ministro de finanzas francés, hablaba de un “privilegio exorbitante”, desde entonces Estados Unidos y sus socios anglosajones mantienen déficits crónicos en sus cuentas corrientes sin que ello acarree ninguna perturbación. Al contrario, la liquidez global, el comercio internacional y el crecimiento económico global, precisan que dichos ‘desbalances’ continúen creciendo. La preservación de este ‘privilegio’ imperial quizás tenga como única restricción, como clave inconfesable, se mantenga la “gran moderación” inflacionaria de las últimas décadas, en especial la inexistente inflación salarial… Si el dinero es, al menos en parte, una criatura estatal, comprenderlo exige también una teoría del Estado. Quizás la principal limitación de la MMT, y de la ortodoxia monetaria por igual, es que interpretan al Estado norteamericano como la norma y no como la excepción.

La mayoría de los estados a lo largo de la historia enfrentaron restricciones económicas mucho más severas que el estado norteamericano. Los conturbados Estados latinoamericanos, por el contrario, se acercan más al tipo ideal del Estado restringido, circunscrito por Estados mayores o por conflictos que escapan a sus capacidades de intervención. El Estado argentino constituye un caso paradigmático, por encontrarse siempre atravesado por crónicos conflictos distributivos y estrangulamientos en sus cuentas externas. Sin ir más lejos, la orientación económica anunciada recientemente por el presidente Alberto Fernandez, que tendría como objetivos preservar una balanza comercial positiva como propósito permanente, administrar un tipo de cambio competitivo “para exportar” y mantener controladas las cuentas fiscales, pueden parecer comprensibles cuando se renegocia la deuda externa, se viene de una larga trayectoria de elevada inflación, las reservas internacionales son exiguas, y el peso que dejó de funcionar como reserva de valor desde hace décadas, por no hablar de los impactos de la pandemia. Quizás después de renegociar con acreedores, con tasas de interés atractivas más algún respiro exterior, puedan acumularse reservas para relajar, al menos parcialmente, el objetivo fiscal. Caso contrario, excluyendo un improbable boom de exportaciones o la lotería de inversiones para atender mercados externos, como vaca muerta o una voluminosa exportación de carne de cerdo para consumidores chinos, deberemos hacernos de paciencia en materia de crecimiento y recuperación de empleos. Es apenas una estrategia defensiva. Comprensiblemente, no apunta a correr para controlar la pelota sino a colgarse del travesaño para evitar una goleada.

Referencias

1- Braudel, Ferdinand “Civilización material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII: Los Juegos del intercambio”. Vol. 2. Alianza 

2- Editorial 1984. 2 Marx, Karl “El capital” Vol. 1., capítulo 1. https://webs.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/capital1/1.htm

3- Entre las principales inspiraciones de este enfoque se encuentran Knapp, G. F. The state theory of money. San Diego: Simon Publications, 1924 y Lerner. A.P. Money as a Creature of the State, American Economic Review, vol. 37, no. 2, May, pp. 312-317.  

4- Wray, L. Randall (ed.) Credit and State Theories of Money, Edward Elgar, 2004. Cheltenham, UK, Northampton MA., USA; Tcherneva, P. (2005). “The Nature, Origins, and Role of Money: Broad and Specific Propositions and Their Implications for Policy”. 

5- Center for Full Employment and Price Stability. http://www.cfeps.org/pubs/; Ingham, G. (2000), Babylonian madness: on the historical and sociological origins of money en Smithin, John (ed.), What is Money?, Routledge. 5 John Maynard Keynes, The General Theory of Employment, Interest, and Money, capítulo XXIII, 1936, p. 301, traducción nuestra. Cambridge, K.

6- https://ourworldindata.org/war-and-peace 

7- Kindlerberger, Charles A Financial History of Western Europe. George Allen & Unwin (Publishers) Ltd, 1984. 

8-  Ver Ingham, Geoffrey The Nature of Money, Polity Press, 2004. y Temin, Peter The Roman Market Economy. Princeton University Press 2013. 

9- Fiori, J. L. Formação, expansão e limites do poder global, en “O Poder Americano”, Editora Vozes, 2004.

10- Carneiro, Robert, A Theory of the Origin of the State. Science 169: 733–738, 1970.

 

El País Digital - 22 de agosto de 2020

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