La elite de la liquidez: crisis macroeconómicas, reconversión empresarial y el patrimonio externo de los ricos argentinos

Alejandro Gaggero


Un aspecto derivado de los procesos de extranjerización de la economía argentina son las fortunas obtenidas a partir de la venta de grandes empresas nacionales. En lugar de ser reinvertidas en el país, la mayoría fueron fugadas al exterior. Otras compañías locales se internacionalizaron, pero desplazando sus centros financieros a guaridas fiscales.

La revista Forbes publicó hace pocas semanas el ranking de las personas más ricas de la Argentina correspondiente al año 2018, un informe que visto con detenimiento –y más allá de sus limitaciones como fuente de información– dice bastante sobre el devenir reciente de la elite empresarial local. Uno de los aspectos más notables del listado es la relativa escasez de familias empresarias “tradicionales”, con liderazgo en alguna actividad productiva a lo largo de varias generaciones. En el ranking figuran algunos de los “apellidos ilustres” de la industria y los servicios –como los Rocca, Born, Pagani y Blaquier, Bemberg y Braun, entre otros–, pero son una minoría casi ínfima frente a las familias “recién llegadas” a la elite empresarial (como por ejemplo, Mindlin, Khafif, Chernajovsky, Pierri, Román, Belocopitt, Poli, Coto, Brito). Esto va de la mano con otro punto: buena parte de los apellidos tradicionales que todavía figuran en el ranking no son estrictamente grandes empresarios sino herederos de fortunas creadas a partir de empresas que fueron vendidas en el transcurso de las últimas décadas, e invertidas luego en el exteriora través de distintas herramientas financieras.

En la Argentina contemporánea existe una relación íntima entre la desinversión/fuga de capitales del poder económico, la inestabilidad macroeconómica y política delpaís y la rotación en la elite empresarial (entendida como el conjunto de propietarios de las empresas más importantes del país). Este vínculo aparece con claridad al analizar el inédito proceso de extranjerización que experimentóel empresariado local entre mediados de la década de 1990 y principios de 2000. Las reformas económicas aperturistas que llevó adelante el gobierno de Carlos Menem generaron un fuerte impacto en el mundo de las grandes firmas locales. Entre los más afectados estuvieron los grupos económicos industriales que tradicionalmente habían abastecido al mercado interno. Los efectos de la apertura comercial, crisis económica y el alto endeudamiento contraído durante la primera mitad de la década, sumados en algunos casos a problemas en la sucesión en la dirección de las organizaciones, fueron factores determinantes para entender por qué muchos de estos empresarios decidieron vender parcial o totalmente sus principales empresas al capital extranjero.

Huir de la competencia: los grupos económicos y la fuga a la liquidez

En la mayoría de los casos lo recibido por las ventas terminó alimentando la fuga de capitales o fue invertido en el sector agropecuario. El grupo Fortabat es un buen ejemplo de esta trayectoria. Loma Negra fue durante décadas la principal empresa cementera del país. Frente a las políticas de apertura y desregulación de la década de 1990, el grupo se endeudó fuertemente en el exterior. El estallido de la convertibilidad agravó notablemente su situación financiera, mientras que en paralelo la firma atravesaba un proceso de traspaso de mando intrafamiliar fallido. La principal accionista –Amalia Lacroze de Fortabat– terminó vendiendo la empresa en 2004 al grupo brasileño Camargo Correa por alrededor de U$S 1.000 millones. Casi la totalidad de esos fondos fueron invertidos en el exterior a través de una firma especializada en administradora de patrimonios, Tilton Capital, dirigida en ese momento por Alfonso Prat Gay, un ex directivo de JP Morgan que luego se transformaría en presidente del Banco Central y posteriormente en ministro de Hacienda. En la actualidad, cinco herederos de Amalia Lacroze de Fortabat –fallecida en 2012– figuran en el listado de las 50 personas más ricas de la Argentina. Del antiguo imperio empresarial familiar solo quedan en el país inversiones agropecuarias y algunos eslabones del entramado de firmas utilizadas para administrar la fortuna offshore. Por ejemplo, gracias a las filtraciones del ex empleado del HSBC Hervé Falciani, se pudo constatar que Amalia Lacroze de Fortabat invirtió en Suiza –solo en ese banco– 101 millones de dólares pocos meses después de la venta de la empresa, siendo la mayor depositante del listado de los 4.640 clientes residentes argentinos con cuentas en esa institución.

En cada gran giro en las políticas y modelos de desarrollo que experimentó el país, hubo familias que vendieron las empresas fundadas por ellos mismos o sus antepasados y decidieron reconvertir su trayectoria empresarial en liquidez. En ocasiones, como en el caso de Fortabat, la decisión de “dejar de ser industrial” se tomó en momentos de crisis, pero en otros casos la reconversión se llevó a cabo en la etapa ascendente del ciclo, intentando anticiparse a lo que iba a venir. Fue lo que sucedió con muchos grupos económicos durante los años ’90, que vendieron sus empresas y expatriaron capitales durante los años en que el país crecía a tasas chinas (1991-94, 1996-98). En esa etapa, anterior al declive final de la convertibilidad, un conjunto de familias empresarias llevó adelante lo que podría denominarse “retiradas oportunas”, vendiendo sus empresas al capital extranjero.

Más allá del alto precio que pagaron las transnacionales, un factor central que explica la decisión de dar un paso al costado fue la evaluación hecha por los empresarios locales acerca de los riesgos que tenía aparejados un escenario caracterizado por la continuidad de la liberalización de la economía y el ingreso de los grandes competidores internacionales. En un contexto donde las reformas estructurales habían acabado con buena parte de las herramientas que estos grupos habían utilizado en las décadas pasadas para defenderse –protección comercial, subsidios, créditos blandos, por ejemplo–, las ventas se realizaron para evitar el riego que implicaba la competencia con actores económicamente más poderosos. El hecho de que la propiedad de estos grupos estuviera fuertemente fraccionada –en algunos casos se trataba de la tercera generación descendiente de los fundadores–, con muchos accionistas no comprometidos en la dirección y que desarrollaban otras actividades empresariales en paralelo, también jugó un rol importante.

La fuerte extranjerización de la cúpula de esos años no fue resistida por la elite empresarial, sino más bien aceptada con resignación como un precio a pagar por la integración de la Argentina al mundo. Fue el caso de Gilberto Montagna, el presidente de Terrabusi, una de las firmas alimentarias más reconocidas del país, vendida a mediados de la década. Consultado sobre la operación, Montagna –quien había dirigido la Unión Industrial Argentina solo unos años antes– respondió: “No se trata de convertirse en Don Quijote al divino botón. La ecuación que nosotros hicimos en su momento era que Nabisco había definido que se iba a instalar en la Argentina (…) Lo que analizamos fue que competíamos hacia abajo en el mercado interno con pymes que pagaban parte de los sueldos en negro. Y hacia arriba veíamos a los monstruos que estaban dispuestos a perder plata durante 10 años para ganar mercado. Entonces, cuando le ofrecen un precio por la firma que uno sabe que es sustancialmente mejor al que se suponía, llega el momento de decir ‘fui industrial durante muchos años y ahora es el momento en el cual lo lógico es vender’” (Clarín, 17-3-97). Otros empresarios fueron más allá y festejaron las ventas como un avance necesario. Años después de desprenderse la cadena de supermercados Casa Tía, Francisco de Narváez afirmaba: “Veía que la Argentina entraba en un proceso de globalización, en donde venía una modernización de los sistemas de distribución, y Tía no estaba preparada. Estábamos preparados para ganar plata con la inflación y sin competencias, y se venía baja inflación o no inflación y alta competencia” (Perfil, 24-6-2007).

Las consecuencias de la extranjerización y la internacionalización de la elite empresarial

La extranjerización del empresariado tuvo fuertes consecuencias en distintos planos. A nivel macroeconómico una parte muy importante de los capitales que entraron contabilizados como inversión extranjera directa (IED) terminó partiendo al exterior casi instantáneamente como fuga de capitales. Esta fuga puede definirse como la salida de capitales de residentes de un país originada en el intento de escapar de ciertas regulaciones estatales o de la consecuencia de políticas públicas. Si bien estos flujos no necesariamente son ilegales, generan importantes perjuicios en la economía argentina, afectada periódicamente por el fenómeno de la restricción externa. La mayoría de los grupos económicos locales que vendieron sus empresas se disolvieron y cada heredero recibió una fortuna. Los pocos datos disponibles –gracias a causas judiciales o filtraciones del sistema financiero local o global– muestran que el grueso fue destinado a inversiones financieras vehiculizadas a través de guaridas fiscales (mal llamadas “paraísos fiscales”). Este proceso tendió a matizar el rol dinamizador que una parte importante de los economistas le otorgaban a la recepción de IED como motor del desarrollo. Como señalaron recientemente Abeles, Grimberg y Valdecantos en un libro publicado recientemente por la CEPAL, y a diferencia de lo que sucedía en la industrialización sustitutiva, en la actualidad solo un tercio de la inversión extranjera se destina a incrementar la capacidad productiva, mientras que una proporción similar va a la compra de empresas que ya funcionan (en muchos casos con una lógica casi financiera). En países como la Argentina esta última porción no solo no mejora la productividad, sino que, por lo visto arriba, incluso puede tener un efecto neutro sobre el abastecimiento de divisas.

La extranjerización, por otro lado, implicó que muchos de los más importantes empresarios argentinos perdieran el control de grupos fundados a lo largo del siglo XX por ellos mismos o sus antepasados, organizaciones que eran fuente de prestigio para las familias propietarias. Esta trayectoria no implicó que dejaran de integrar la porción de la población más rica del país. Muchos incluso incrementaron considerablemente su riqueza. Sin embargo el cambio fue significativo en lo referido a su poder, ya que perdieron el control de organizaciones centrales en la estructura productiva del país, que durante las décadas anteriores les confirieron posiciones de liderazgo en el campo empresarial y político.

Los años ’90 fueron un punto de inflexión para la elite empresarial no solo por el alto nivel de rotación y la extranjerización, sino también por las transformaciones que se produjeron en los actores que lograron permanecer. Por un lado, se incrementó la importancia relativa de los empresarios especializados en alguna actividad productiva. Si durante la década de 1980 los principales empresarios argentinos presidían grupos económicos que estaban fuertemente diversificados (Pérez Companc, Bunge y Born, Macri, Garovaglio y Zorraquín, entre otros), luego de la crisis de la convertibilidad la gran mayoría estaba especializada en torno a un sector central. Este fenómeno se dio en paralelo a una fuerte reestructuración sectorial que confinó a los grupos argentinos casi exclusivamente a la producción de alimentos, metales (acero y aluminio), productos farmacéuticos y servicios.

Buena parte de la elite empresarial remanente no solo conservó la propiedad y dirección de sus grupos económicos sino que incluso consolidó su presencia fuera de las fronteras nacionales. Estos empresarios conformaron la minoría de ganadores que lograron llevar adelante un proceso de internacionalización productiva comprando competidores en distintas partes del mundo, pasando a ocupar así posiciones de liderazgo en sus respectivos mercados a nivel global. Rocca (Techint), Pagani (Arcor), Bagó, Roemmers, Eurnekian son los principales emblemas de este proceso, que en la Argentina fue bastante limitado en comparación con lo sucedido en otros países de la región, como Brasil y Chile, donde las “multilatinas” se multiplicaron.

Al igual que la extranjerización, la internacionalización de la elite empresarial también tuvo fuertes implicancias en la dinámica de la fuga de capitales. Los grupos locales que lograron traspasar las fronteras nacionales llevaron adelante reestructuraciones corporativas que dejaron a las empresas locales como eslabones de una red global, cuyo control último pasó a depender formalmente de firmas localizadas en guaridas fiscales. Una de las razones centrales de esta relocalización del centro financiero de los grupos locales consiste en los beneficios impositivos que esos países ofrecen a las empresas holding, al no gravar las utilidades de las firmas subsidiarias que operan fuera de sus fronteras, entre otras ventajas. Es decir, si bien los grupos siguen estando dirigidos por empresarios locales –de nacionalidad argentina o que habitan hace décadas en el país– su estructura, su lógica productiva y el flujo de excedentes se asemejan mucho a los de una firma transnacional tradicional.

Techint es el grupo local que durante las últimas tres décadas protagonizó el proceso de internacionalización más notable, transformándose en uno de los principales productores globales de tubos sin costura y líder en el mercado de aceros planos a nivel regional. En la actualidad, la mayor porción de su producción se realiza fuera de las fronteras de la Argentina. En paralelo, llevó adelante una reestructuración a través de la cual localizó a sus principales firmas controlantes en Luxemburgo. Entre las consecuencias que este proceso trajo sobre los flujos de salida de capitales, se destacan la posibilidad de manipular los precios de transferencia en las transacciones de bienes y servicios entre empresas del grupo situadas en países diferentes. Uno de los aspectos de la reestructuración fue la localización de empresas de comercialización y logística en países distintos de donde están ubicadas las plantas de producción, tratándose en general de distritos con regímenes tributarios favorables, como por ejemplo Uruguay o la Región Autónoma de Madeira. Esta “división del trabajo” al interior del grupo facilita la manipulación de los precios de transferencia, aumentando los costos en las filiales radicadas en jurisdicciones de alta tributación relativa –como la Argentina– e incrementando los ingresos de las que se encuentran en países con baja o nulas tasas impositivas –Luxemburgo, entre otros–. Al mismo tiempo, facilita mecanismos de fuga de capitales muy difíciles de fiscalizar por parte de las autoridades.

Más allá de la cuestión impositiva, la internacionalización generó cambios notables. Por ejemplo, ahora el país de origen de la empresa es solo un posible destino de la inversión productiva, lo cual genera nuevos desafíos y fuentes de conflictos con el gobierno argentino. Durante la posconvertibilidad, por ejemplo, parte de las disputas entre Techint y el kirchnerismo estuvo vinculada a este tema. El caso de los Rocca está lejos de ser el único. Algunos de los principales empresarios locales llevaron adelante estrategias similares, como Eduardo Eurnekian, quien llegó a ser el principal inversor extranjero en Armenia y cuyo grupo –con sede formal en una guarida fiscal– es el principal operador de aeropuertos del mundo. Gracias a los prospectos para tomar deuda en el exterior, sus balances y a los documentos presentados en licitaciones, sabemos que la familia Eurnekian es la titular de una fundación localizada en Liechtenstein (Southern Cone Foundation), que es la propietaria de una serie de firmas en la Islas Vírgenes (Liska Investment Corporation y Liska Assets International Corporation) que a su vez controlan la empresa de Delaware que es dueña de firmas de administración de aeropuertos en todo el mundo (incluida Aeropuertos Argentina 2000).

¿Hasta qué punto este fenómeno es nuevo en la Argentina? Ya desde los años ’60 y ’70 una parte de las fuerzas políticas desarrollistas centraron sus esperanzas en la construcción de una elite empresarial de origen local (una “burguesía nacional”) como aliado insustituible. Diversas investigaciones han mostrado cómo los fracasos de la política económica y las crisis recurrentes de las décadas posteriores terminaron moldeando un empresariado sumamente inestable –con alta rotación de sus integrantes–, poco cohesionado y cortoplacista. Acentuadamente desde los años’70, la lógica de gran parte de los empresarios que lograron integrarse a la elite fue aprovechar las oportunidades que ofrecía la coyuntura para luego, al desaparecer esas condiciones propicias, retirarse o reconvertirse. Esto fue posible implementando estrategias de alta liquidez y bajos niveles de inversión, que se concentraron en períodos cortos y en sectores que ofrecían oportunidades extraordinarias, muchas veces derivadas de las crisis o de la relación con los gobiernos de turno. La fuga de capitales tuvo un rol central en esta dinámica: facilitar la salida. Como contrapartida, la Argentina produjo un número muy acotado de “campeones nacionales”, de grupos económicos exitosos que lograron aprovechar las políticas de promoción, convertirse en líderes en la producción de un bien o servicio, y alcanzar competitividad internacional. La mayoría de estos pocos ganadores llevó a la par un proceso de internacionalización que los convirtió en algo muy diferente a esa “burguesía nacional” que soñaban los políticos e intelectuales hace medio siglo.

- Alejandro Gaggero, Doctor en Ciencias Sociales (UBA) y actualmente se desempeña como investigador del CONICET con sede en IDAES-UNSAM, donde coordina el Centro de Estudios Sociales de la Economía (CESE).

 

Voces en el Fénix Nº 73 - noviembre de 2018

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