Kibutz: El adiós a un fenómeno comunitario que marcó a Israel

Telma Luzzani

El país que va a elecciones este martes es muy diferente al del pasado. Los kibutzim, experiencia social única donde todo, esfuerzos y ganancias, se repartía, desaparecen fulminados por la presión neoliberal.

Yo fui un chico judío, nacido en la calle Beláustegui, de Villa Crespo, al que todo el barrio le decía Shulem, como me llamaba mi mamá. Por eso cuando en 1976 desaparecieron mis cuñados y tuve que exiliarme elegí Israel. Acá estaban Ismael Viñas, el doctor José Itzigshon y muchos intelectuales judeoargentinos que tuvieron que emigrar por el golpe".

Shlomo Wodner recuerda su historia en el comedor de su departamento, un tres ambientes sin lujos pero con todo el confort necesario, ubicado en el piso alto de uno de los dúplex seriados que se repiten idénticos a lo largo de todo el kibutz Givat Brenner, a 60 kilómetros de Jerusalén

"Es el más grande de Israel. Llegó a tener 1.800 habitantes", dice y propone una visita por restaurantes, salas de concierto y teatro, la lavandería (donde cada miembro del kibutz, una vez por semana, lava la ropa de todos), las escuelas primaria y secundaria, el parque de diversiones y hasta los refugios antiaéreos, estratégicamente ubicados por si hay guerra. Todo rodeado de una espesa arboleda hecha a fuerza de empeño y de años.

"Hubo una época en que todo era comunitario. Hasta el cuidado de los chicos, que no vivían con sus padres. Nos anotábamos en una lista voluntariamente para cuidarlos", recuerda no sin cierto dolor Wodner, porque de aquel ideal solidario, considerado una de las utopías comunitarias más importantes del siglo XX, poco queda.

"Antes el comedor, la medicina, la casa, la ropa eran gratis. Había una suerte de fondo común donde según lo que entraba, se repartía de manera igualitaria. No existía no tener plata. Cobrábamos todos igual, menos los dirigentes de las fábricas que tenían algunas expensas especiales. Si vivías en el kibutz y tenían trabajo afuera, tenías que poner tu sueldo en el fondo común. Eso se acabó. Ahora el kibutz tiene ricos y pobres. El comedor está concesionado y vende la comida. Los viejos comen arroz con un poco de sopa y los que trabajan afuera o son dirigentes compran su milanesa o sus comidas de mayor poder nutritivo. Lo que fue un proyecto histórico de trabajo colectivo y de reparto equitativo se convirtió en un movimiento para privatizar las casas y ponerlas a nombre de los compañeros llamado 'kibutz inmobiliario'."

¿Cómo se llegó a este colapso? Wodner, quien cree que en las elecciones legislativas del martes va a haber un gran abstencionismo en el kibutz, sugiere analizar el vínculo laborismo/askenazis/kibutz. "Desde la creación del Estado de Israel, hubo lazos fuertes. Los principales dirigentes del Partido Laborista y los mejores combatientes fueron siempre askenazis (judíos europeos) salidos de los kibutzim."

Y cuando hubo problemas (porque los productos agrícolas fueron perdiendo valor o la productividad era baja) "funcionó el cordón umbilical: los kibutzim recibieron subsidios del Estado, en manos de los laboristas. El punto de inflexión fue 1977 cuando el laborismo pierde el poder en manos del derechista Menajen Beguin y se terminan la contemplación y las ayudas".

El remate de este proceso, agrega Wodner es la caída de la URSS, "el abandono general de las ideas del socialismo y una tendencia hacia el capitalismo neoliberal". Givat Brenner fue arrasado por ese proceso. Aún pueden verse los restos de lo que fue la fábrica de jugo de naranja más importante de Israel, que proveía a toda Europa. También el tambo, recientemente cerrado. Y las maquinarias todavía útiles de la fábrica de muebles (fundida), famosísima en todo el país.

Como suele suceder, por múltiples motivos "por ineficiencia en la acumulación de capital o por no poder hacer frente a la competencia extranjera, el kibutz Givat Brenner debe hoy unos US$ 40 millones al sistema financiero israelí".

"Mientras hubo dinero no hubo un esfuerzo real por ponerse a tiro con las normas del mercado", admite Wodner. Con Beguin se cortó la ayuda económica y el apoyo político. La economía del kibutz se fue entregando paulatinamente a los bancos a través de préstamos para poder sobrevivir. Quebraron todas las industrias, hasta las ferrometálicas, y la desocupación arrasó. Entonces aparecieron los problemas sociales graves.

"Los dirigentes de las empresas, nuestros vecinos de toda la vida, cuando vieron que la cosa se ponía mal y como conocían de antemano lo que estaba pasando, abandonaron el barco o usaban su influencia para ampliar sus casas a dos lotes", recordó Wodner. (Hubo directores que no tuvieron cara para eso y se quedaron -uno de ellos almuerza en el comedor, visiblemente deprimido, haciendo esfuerzos por sonreír para no demostrar su tristeza de desocupado).

La desocupación, y las diferencias sociales generaron mucho dolor y mucha bronca. "De repente hubo gente que hacía reformas de su casa por 20 mil dólares. ¿Y de dónde sacaron ese dinero?", se pregunta Wodner. "¿Qué clase de miembros había en este kibutz que históricamente era igualitario para que algo así sucediera? Se ve que la gente no traía al kibutz todo el dinero que ganaba afuera. ¿Y por qué hacerlo ahora? Sabían que se venían las privatizaciones".

Avergonzado y un poco triste, Wodener llegó a una conclusión: "Siempre hubo en el ser humano un afán egoísta de mirar primero sus propios intereses. Lo que sucedió es que Freud le ganó a Marx".

Fuente: Clarín

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