Francia, rebelión de fuego en las Cités

Estallido social María Laura Avignolo. BONDY. Enviada especial Fuente: Clarín

La exclusión se mide en pisos en los suburbios parisinos. Cuanto más alto es el edificio, más profundo es el aislamiento social, el desempleo, la no pertenencia y la estigmatización del gueto. Las torres son las villas miserias del Primer Mundo en Francia. Con un estacionamiento desolador y un inmenso porche en la entrada, que suple la promiscuidad interior como lugar de reunión y se ha transformado en "la sala de situación y estrategia" de esta rebelión urbana y social de 16 días en Francia.

Mohamed (17) es tan francés como La Marsellesa, no habla con el acento de los suburbios sino con un impecable lenguaje, donde el "merci" se cuela cada dos frases, y su proyecto es ser politólogo. Pero vive en Le Bleu, un edificio de más de 10 pisos en Bondy Norte, que se parece a una pajarera húmeda. Está terminando su bachillerato y sabe que su futuro hoy no llega más que a la estación de Bondy, a pesar de sus buenas notas y sus excelentes modales.

Es un chico de los suburbios, del "9-3" de Seine St. Denis, estigmatizado por su código postal y su nombre, cuyo acceso al empleo y una buena universidad está subordinado a sus orígenes inmigrantes. Pese a las resistencias de su madre, Dalia, tiene el consentimiento de Rachid, su padre argelino desempleado, para llegar a la estación y confrontar con la policía, en otra noche de disturbios en Bondy, a sólo 12 minutos de París en tren. La cuarta en 16 días.

"Lo dejo ir porque estos jóvenes se están vengando de las humillaciones que sus padres sufrieron. Nosotros las resistimos en silencio porque éramos extranjeros. Teníamos una familia que mantener en Francia y en Argelia y había trabajo. Ahora nuestros hijos son franceses y están peleando por su lugar en esta sociedad, que los descalifica. Y lo van a conseguir, aun por la violencia. Es el último recurso, pero no les quedan muchos", explica Rachid, padre de Mohamed, que a los 59 años no tiene perspectivas de conseguir otro trabajo de tornero en una fábrica.

Frente a la moderna estación de Bondy, dos autos arden. La policía enfrenta el viernes a la noche a 200 jóvenes que no se amilanan ante la carga. Capucha rigurosa, joggins o inmensos pantalones colgados en la cadera con medio calzoncillo al aire, zapatillas deportivas de marca. El uniforme de la "banlieue" (suburbio) y de la exclusión.

Mohamed se "asimila". Negros, árabes, musulmanes y cristianos, todos juntos en la revuelta contra un Estado y una sociedad que no los escucha ni los entiende. Lleva una botella de cerveza con nafta y una mecha de algodón, que le dieron en un porche de la Cité esos amigos que conoce de toda su vida.

El mecanismo es simple: uno rompe el vidrio del auto. El otro lanza la botella con la mecha encendida adentro. En segundos, el vehículo es una bola de fuego, que los bomberos tratan de apagar mientras los jóvenes se dispersan y corren.

''''Nique, nique les CRS", gritan los más osados, en esta rebelión sin líderes y sin propuestas políticas. "Nique" es su grito de guerra y en "argot banlieu" sería algo así como "Llevate puesto al CRS", la policía antimotines. Al grito lo ahoga el helicóptero policial que sobrevuela la estación con un reflector seguidor, que transmite la información a la policía.

Una extraña melange barrial está en la estación, en la primera línea de la acción. Son los "rebeldes", divididos entre los "dealers" de la droga, los jovencitos de familias monoparentales que no reconocen ninguna autoridad, los más politizados y los más educados del barrio, en una escalera que va desde los 11 a los 25 años. Los une la bronca, la frustración ante un futuro negro y sentirse discriminados e ignorados en sus demandas. ¿Por qué queman el auto de los vecinos, pobres como ustedes, los colegios de los hermanos?. "Esos son los chicos chicos. No los podemos controlar", explican.

Los vecinos de las señoriales casas de piedra cercanas a la estación se atrincheran en sus casas. Apagan luces, cierran persianas y puertas de sus verjas porque "la Cité nos está invadiendo", como dice, presuroso, un señor con placa de abogado, en el portal de su casa. Son las 10 de la noche y cuando todo se creía calmado, la violencia renace en los suburbios de París.

Bondy tiene 40.000 habitantes y es una de las Cités más calientes de los suburbios parisinos. Por su proximidad a París todos podrían creer que sus habitantes trabajan en la capital francesa, pero no saben que muchos no conocen París. No tienen dinero para llegar ni para visitarla, y cuando llegan los discriminan en los bares, en los clubes, en los cafés, con sólo verlos o escucharles su acento.

Nadie diría que esta pequeña ciudad armoniosa, con calles limpias y ordenadas, donde todos se conocen, puede estallar por la noche. Las Cités son laberínticas y tristes, pero tienen los estándares de un monoblock de Villa Lugano, con heladeras, tevé, microondas, DVD, computadoras y un auto en el estacionamiento, aunque sea un modelo de los 80 o 90. La pobreza no se mide en artículos de consumo en Francia sino en un precepto que no se cumple: igualdad e inclusión.

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