Fondo de reservas

Alfredo Zaiat
Los países de América latina han tenido que enfrentar tensiones de diferente intensidad en el frente externo durante el año pasado y a comienzos de éste. La corrida adquirió más fuerza en diciembre pasado, cuando la Reserva Federal (banca central estadounidense) anunció que reduciría el programa mensual de compra de bonos, operaciones que han inundado de dólares al mercado financiero global. El reflujo de capitales fue disparado también porque analistas de bancas de inversión estimaron una desaceleración de China y una mejora de las economías de Estados Unidos y Europa.

En el corto plazo no era relevante que esos pronósticos se cumpliesen, sino el convencimiento de esos financistas sobre lo que iba a pasar. Situación que derivó en fuga de las denominadas plazas emergentes. Los países latinoamericanos pudieron manejar ese cimbronazo con más o menos holgura según el volumen de reservas acumuladas en sus respectivas bancas centrales, y el grado de tolerancia socioeconómica a una devaluación de la moneda doméstica. Casi todos están administrando ese shock externo, aunque el caso argentino tiene particularidades por historias traumáticas y por deficiencias en la gestión de la coyuntura, que lo ha hecho más rabioso.

Las tensiones en el frente externo quedaron expuestas con la fuerte desaceleración del ritmo de acumulación de reservas en los países de América latina. Las monedas se depreciaron y el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos aumentó de 1,8 por ciento del PIB en 2012 a poco más del 2,0 por ciento el año pasado, según la Cepal. Por ejemplo Brasil, la potencia regional, registró un flujo cambiario negativo de 12.261 millones de dólares en 2013, el peor balance desde 2002, de acuerdo con su banca central. Ese resultado fue acentuado por el déficit de la cuenta financiera, que incluye la inversión extranjera y la participación en mercados de capitales, con un saldo negativo de 23.396 millones de dólares. La otra potencia, México, tuvo un déficit en la cuenta corriente de 22.333 millones de dólares, equivalente a 1,8 por ciento del Producto, informó el Banco de México.

Cada país intervino en sus respectivos mercados con herramientas propias, enfrentando en forma individual una reversión del flujo de capitales externos, algunos con menos costos que otros. Este tipo de respuesta no es un síntoma de fortaleza, sino de vulnerabilidad. La construcción de una estructura financiera regional para amortiguar el impacto negativo de shocks externos es un tema pendiente de la integración regional. La intensidad de este proceso en el nuevo siglo ha tenido origen en la afinidad política y amistad entre presidentes. Período donde se ha establecido la base para nuevas instituciones políticas (Unasur y Celac), incorporado a Venezuela como socio pleno al Mercosur, y creado un ambiente de cooperación respetando las particularidades y diferencias de cada miembro. El actual ciclo político en la región tiene el rasgo esencial de la profundización de la identidad integracionista. Pero ese avance es decididamente insuficiente en términos económicos y financieros. La integración se consolidaría más allá del momento histórico de simpatía ideológica entre presidentes si progresara en la construcción de una estructura financiera regional necesaria para eludir la perturbadora globalización de las finanzas. Flujos de capitales especulativos están en condiciones de desmoronar el inmenso esfuerzo político de integración durante más de una década.

América latina no tiene que inventar nada ni enemistarse con las instituciones financieras internacionales dominantes. Existen experiencias en otras regiones que sirven como antecedentes: 22 países de la liga árabe están reunidos en una institución de estabilización financiera (Fondo Monetario Arabe), y la más relevante Iniciativa Chiang Mai, establecida en el 2000 –ampliada en 2010–, consistente en una red de swaps bilaterales integrada por diez países del Asean más China, Japón y Corea del Sur. En América latina funciona el Fondo Latinoamericano de Reservas (FLAR), creado en 1989, conformado por Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú, Uruguay y Venezuela. Un reciente documento de la Cepal propone la ampliación con Argentina, Brasil, Chile, México y Paraguay.

En “Hacia una cobertura regional más amplia de un fondo de reservas”, Daniel Titelman, Cecilia Vera, Pablo Carvallo, Esteban Pérez Caldentey, de la División de Financiamiento del Desarrollo de la Comisión Económica para América y el Caribe (Cepal), proponen fortalecer el FLAR expandiendo su tamaño y cobertura al incluir una mayor cantidad de países de la región como aporte a la estabilidad financiera.

Los fondos regionales refuerzan la provisión de financiamiento contracíclico para enfrentar los efectos de shocks externos y atenúan la posibilidad de un contagio financiero. Este sería el principal objetivo expuesto en el documento. Esto significa que sería un fondo disuasivo, para intervenir en dificultades puntuales de la Balanza de Pagos, y de ese modo evitar un eventual efecto contagio.

Los expertos de la Cepal detallan que en un escenario donde los aportes de capital de los países nuevos siguieran la lógica que rige actualmente al FLAR, éste ampliado sumaría un monto de casi 9000 millones de dólares, equivalente al 1,4 por ciento del stock total de reservas internacionales de esos doce países. Estiman que con un fondo de ese tamaño, y sin ningún grado de apalancamiento, se alcanzaría a cubrir de manera simultánea las potenciales demandas del grupo completo de países pequeños junto con la mitad de las necesidades de los países medianos por un total de 7800 millones de dólares. Si el fondo apalancara su capital mediante endeudamiento de mediano y largo plazo, se generarían recursos prestables por un total de casi 13.300 millones de dólares. “Con ese volumen de recursos, el Fondo podría cubrir de manera simultánea más del 85 por ciento de las potenciales necesidades del grupo completo de países miembros con la excepción de los dos más grandes del grupo (Brasil y México), las cuales fueron estimadas en 15.300 millones de dólares”, indican, para señalar que ese monto “proporcionaría a los países miembros un adecuado nivel de cobertura de sus necesidades de liquidez”.

En las varias cumbres presidenciales de la región que se desarrollan, se presenta la oportunidad de abandonar la indiferencia de construir o de consolidar instituciones económicas-financieras ya existentes, con el objetivo de prevenir eventuales problemas en la Balanza de Pagos, ya sea por caída de los términos de intercambio, pérdida de reservas, fuga de capitales o shock externos. Esa morosidad no tiene que ver con la demanda de recursos, porque la ampliación del FLAR exige aportes bajos, con el beneficio de ofrecer un potencial defensivo importante. En el documento se estima que la Argentina y Chile deberían sumar lo mismo que los miembros medianos del fondo –Colombia, Perú y Venezuela–, unos 656,3 millones de dólares cada uno, el doble del aporte de los países pequeños. Mientras que para Brasil y México supone que cada uno debería acercar unos 1969 millones de dólares. “El costo de participación para estos países no resulta elevado en términos de su acervo total de reservas internacionales ni tampoco en comparación con la cuota de aporte que hacen al Fondo Monetario Internacional”, destacan los investigadores de la Cepal.

La región conoce de crisis financieras con su impacto negativo en sus economías: tequila (19941995), crisis asiática-rusa-brasileña (1997-1999), debacle de la convertibilidad (2001-2002) y estallido de la burbuja de las subprime (2008-2009). Suficientes descalabros que deberían motivar a jerarquizar el Fondo Latinoamericano de Reservas. Si Brasil aspira a jugar un liderazgo positivo en la región debe abandonar la resistencia a todo tipo de propuesta de formación de una arquitectura financiera regional. La iniciativa de un FLAR ampliado jugaría un rol protagónico en la cooperación regional, con el beneficio derivado de una mayor estabilidad financiera porque atendería necesidades de liquidez por crisis de Balanza de Pagos. Sería un mecanismo de seguro compartido de los países latinoamericanos, una trinchera defensiva frente al perturbador mundo de las finanzas globales y a la persistente fuga de capitales de los grupos de poder local.

Página/12 - 9 de marzo de 2014

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