Filosofía y política: el posmodernismo neoliberal

Germán Linzer * (Especial para sitio IADE-RE) | "La posmodernidad como filosofía retroalimenta al orden neoliberal del cual proviene".

En necesario identificar cuál es la filosofía hegemómica-conservadora del mundo de hoy para clarificar las que se le enfrentan con espíritu transformativo.

Como ya mencionamos, toda filosofía se basa en la descripción de un fenómeno al que considera constitutivo de un momento dado. Las filosofías conservadoras confirman ese fenómeno constitutivo para tratar de imponerlo como hecho universal, cúlmine de la historia. En tanto que las filosofías desafiantes lo problematizan para intentar transformarlo por considerarlo una forma que limita las posibilidades de desarrollo histórico de la humanidad.

Entendemos que la caída del muro de Berlín fue el momento apoteótico del predominio de una forma de capitalismo caracterizada por una creciente globalización y financiarización. Fue el certificado de defunción del agónico Estado de Bienestar de posguerra, significó la disminución de la consciencia y presencia pública de las organizaciones relacionadas con el mundo del trabajo y el desprestigio de la política como herramienta que asumen las sociedades para ordenar y controlar su existencia.

Para muchos científicos sociales e historiadores significó el fin de la modernidad y, con ella, el fin de la historia. La modernidad, entendida como la era de los “grandes relatos” o “imperativos fuertes” (Socialismo, Estado de Bienestar, planificación del desarrollo, luchas anticolonialistas, etc.), habría terminado. A diferencia de las luchas políticas posteriores a la Revolución Francesa, ya no habría más una disputa por la pretensión de verdad de un orden social sino que habría una única realidad ante la cual rendirse y aceptar: el triunfo del capitalismo financiero y globalizado.

El capitalismo en su etapa triunfal ya no necesitaría disputar poder a través de la razón.

La historia que según los patrones de la modernidad avanzaría a través de la superación de la contradicción entre diferentes horizontes de sentido con pretensión de universalidad (democracia versus fascismo, capitalismo versus socialismo, liberación versus colonialismo) habría concluido. Se habría alcanzado el “fin de la historia”.

La ausencia de modernidad habría dado lugar al “posmodernismo” (y “postestructuralismo”).

El posmodernismo, que como toda filosofía es una interpretación que da sentido moral a la acción, se presenta como la afirmación positiva de nuestros tiempos.

El sujeto que describe el posmodernismo, “la persona” por oposición “al hombre” de la modernidad, es un ser escéptico, pragmático y desgarrado, sin esperanza en la política o en la organización social, desconfiado y alejado del Estado. Este individuo es puesto como el modelo posmoderno.

Es así que este capitalismo globalizado y financiarizado apela a las unidades económicas como sujetos relevantes (individuos, empresas y otras formas de organización social que sólo serían consideradas válidas en su rol de proveedores eficientes de bienes económicos –Estado, cooperativas, ONG’s), las cuales serían las que podrían sobrevivir con éxito mediante la innovación.

La desprotección individual, propia del capitalismo globalizado y financiarizado, es vista como una virtud propia del emprendedorismo triunfante y de la vida en un mundo complejo e incierto. En tanto suma de individualidades con diferentes objetivos vitales, la organización deja su lugar al liderazgo personal. El programa es abandonado en busca de lo práctico y la justicia es reemplazada por la eficiencia como principio ordenador de la sociedad.

El progreso en la historia no sería a través de gestas patrióticas, de luchas nacionales por superar la dependencia, de la conformación de actores políticos que representan la voluntad popular sino que se daría a través de oportunidades de mercado que permitan el crecimiento empresario. La empresa, entendida como única generadora de valor y empleo genuino, como sostén del Estado a través de los impuestos que tributa, sería el motor del desarrollo.

La política deja paso al concepto de gestión. Ya no se trata de transformar la realidad, sino de obtener resultados eficientes de una realidad ya dada. El ciudadano deja su lugar al cliente.

La libertad sigue siendo un valor en sí mismo pero no así la Igualdad, otro de los pilares de la Revolución Francesa. La desigualdad es vista como algo moralmente positivo en la medida en que permite la competencia y premia a los que más aportarían a la sociedad.

En definitiva, la posmodernidad como filosofía retroalimenta al orden neoliberal del cual proviene.  Es posible, entonces, hablar de un posmodernismo neoliberal.

Sin embargo, hay algo de verdad en el posmodernismo. En tanto se destaca a “la persona”, sus necesidades individuales y sus deseos, en tanto se resalta la inexistencia de verdades absolutas (tal como, por ejemplo, lo planteaba en el pasado el Iluminismo en su idea de volver racional a la historia) se promueve como nunca antes el multiculturalismo, el respeto por las minorías (étnicas, sexuales, etc.) y la tolerancia por la diversidad. La razón universal deja su lugar a la igualdad de lo múltiple.

El posmodernismo resalta la diversidad y eso apuntala la democracia liberal. Realza la diferencia y eso es una parte importante de la verdadera libertad.

El capitalismo globalizado y financiarizado no sólo se siente tan fuerte como para dar estas concesiones sino que necesita estas cuotas de “verdad” para presentar al orden neoliberal como un progreso. Necesita socavar a la política como idea de disputa por el poder, al Estado como instrumento de transformación y a las organizaciones económico-sociales como generadoras de consciencia y solidaridad.

El individuo y las organizaciones de la sociedad civil, enfrentadas al Estado en su pretensión de suplirlo, son presentados como la forma en que se aprovechan las “oportunidades” que abriría la globalización. El florecimiento de ONGs, el elogio sin apoyo a las micro y pequeñas empresas, la glorificación del microcrédito, la fascinación por lo “local”, son formas del posmodernismo que, como toda filosofía falsa, encierra algo de verdad.

Es así que el posmodernismo, sintiéndose superador de la modernidad, de la historia misma, es la forma de pensamiento, la esencia moral, que legitima y sostiene al neoliberalismo.

Es justamente en este punto de ensalzamiento del individuo como forma de respeto por lo diverso y como núcleo y motor del desarrollo económico, donde empiezan los principales trucos ideológicos, falsos y retrógrados, del posmodernismo neoliberal como pretensión de fin de la historia.

Indicar que la persona, desde su individualidad, es quien puede cambiar el mundo, es ocultar la diferencia entre el “individuo” y el “monopolio” y es hacer responsables a las personas de sus limitaciones sociales y económicas.

De esta forma, así como un fenómeno social como el incremento del delito es entendido como una elección individual, y como tal, se le responde con castigo, a la pobreza sería el resultado de una inclinación social por el facilismo y el clientelismo. Es decir, los países, así como los individuos que la conforman, serían responsables de su pobreza.

El neoliberalismo necesita generar un sentimiento de culpa en el padeciente, quien siente que es responsable de su dolor. El ofendido debe sufrir su pena en la humillación y pedir el castigo redentor (a través de jueces internacionales o por medio de la intervención de organismos multilaterales de crédito, por ejemplo).

La inversa también sería cierta: rico sería aquel que habría superado todas sus limitaciones para el progreso y quien, por lo tanto, tendría como atributos lo mejor de los individuos. Por lo tanto, no sólo tendría un poder justificado sino que sería encarnación de una ética que deberia ser imitada por el resto de los individuos que componen la sociedad. Y hasta por el Estado mismo: austeridad, eficiencia e innovación son los lemas de las “reformas del Estado”).

El posmodernismo no es posmoral,  o carente de moral, sino que se trata de la moral de la manipulación donde el manipulado acepta y reconoce su condición subordinada y requiere su castigo para entrar al mundo de los elegidos (clases superiores o primer mundo).

Esta filosofía, que se hace carne en amplios sectores de la población, en el “sentido común” que toma a la riqueza como un modelo social, que entiende que su progreso es individual y la restricción para alcanzarlo es social, que está desilusionado con la política y que sólo ve corrupción en el Estado, deja desarmados a los pueblos en la lucha por su liberación.

 

* Licenciado en Economía y gerente de Propiedad Intelectual del INTA [gerlinz@gmail.com].

Noticias relacionadas

Gabriel Merino. El Consenso de Washington ha muerto. A pesar de que en América Latina muchas fuerzas políticas e...
Rafael Khachaturian. La derecha contemporánea ha heredado de la era neoliberal dos impulsos aparentemente...

Compartir en