In extremum vivendi

LAS CONSECUENCIAS DEL CAMBIO CLIMÁTICO
La geografía de algunas ciudades de Estados Unidos y Canadá ha cambiado en los últimos días: las calles pasaron a ser pistas de patinaje, los edificios se uniformaron en blanco nieve y los faros y costaneras se convirtieron en increíbles esculturas de hielo. Mientras tanto y casi al mismo tiempo, la ciudad de Buenos Aires tomó un color rojo fuego y sus habitantes, boqueando en busca de un poquito de aire no quemante, apelaron a cualquier fuente de agua para aplacar el calor. Los termómetros, allá y aquí, alcanzaron sus picos máximos, hacia arriba y hacia abajo. En el norte de América marcaron 50º bajo cero, en el sur la misma cifra pero sobre cero.

Son extremos climáticos, esos fenómenos a los que habrá que acostumbrarse: el cambio en el clima, producto del calentamiento global, no tiene marcha atrás. Los extremos llegaron y aquí se quedarán.

Así lo aseguran especialistas en el clima, esa distribución estadística de variables como temperatura, lluvias y humedad, que se registran en una región durante un período de tiempo (en general, 30 años de datos observacionales). Lo terrible del caso es que no lo dicen hoy por primera vez sino que lo vienen anunciando desde hace un tiempo. Ya en noviembre del año pasado, durante la Cumbre sobre Cambio Climático (COP19) que se celebró en Polonia –y que reunió a representantes de 190 países–, se informó que durante 2013 la temperatura aumentó en todos los continentes excepto Antártida, convirtiéndolo en uno de los diez años más calurosos desde 1850, cuando comenzaron a elaborarse las estadísticas modernas. ¿La razón? Factores humanos que alteraron el ciclo del agua y la temperatura de los mares.

El año pasado no fue el más caluroso –aunque algunas regiones del planeta tuvieron temperaturas superiores al promedio, sobre todo el noreste de América del Sur, Australia, el norte de América del Norte, el norte de África y gran parte de Eurasia–, pero su característica fundamental estuvo asociada al cambio de clima: fenómenos climáticos extremos.

Entre ellos, el tifón Haiyan, que hace dos meses devastó Filipinas y que de acuerdo a Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, “ha puesto de relieve que el cambio climático está intensificando la gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos, cuyos efectos perjudiciales afectan en mayor medida a los pobres. Estos trágicos eventos demuestran que la comunidad mundial ya no puede permitirse el lujo de postergar las medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM), agencia especializada de la ONU, advirtió además, que “el nivel de los mares se elevó a un ritmo promedio de 3,2 milímetros anuales desde 1993, el doble del registrado en el siglo XX, que fue de 1,6 mm/año”. Según Michel Jarraud, secretario general de la OMM, “el nivel del mar continuará elevándose debido al deshielo de los casquetes glaciares y de los glaciares. Más del 90 por ciento del calor suplementario proveniente de los gases con efecto de invernadero es absorbido por los océanos, que continuarán calentándose y dilatándose durante cientos de años”.

Esa situación agravará el impacto de las tormentas, que serán cada vez más intensas. Un documento elaborado por investigadores de la Universidad norteamericana de Harvard en coordinación con la Academia Nacional de Ciencias y la Universidad de Columbia, pone de relieve la mayor frecuencia de los extremos climáticos, congruente con una atmósfera más húmeda y más templada, debido al calentamiento producido por los gases de efecto invernadero. El texto destaca el incremento de tormentas individuales acompañadas de intensas lluvias, así como el mayor número de sequías. En cuanto a los ciclones tropicales en el Atlántico Norte, los datos apuntan hacia un menor número de ellos cada año, pero de mayor intensidad.

La temperatura media del planeta aumentó 1º C en relación al promedio del siglo XX, causando un calentamiento en los océanos desde la superficie hasta los 700 metros de profundidad, donde habita la mayoría de la fauna y flora marinas. Ese aumento de temperatura altera los ciclos naturales de dióxido de carbono, nitrógeno, fósforo y el ecosistema del plancton. El fitoplancton elimina naturalmente la mitad del dióxido de carbono de la atmósfera.

Si el concierto de naciones no se decide a adoptar medidas para reducir los gases de efecto invernadero y fomentar un desarrollo urbano sostenible desde lo ambiental, será inevitable el choque con el clima. Así lo advertía ya en 2011 el informe del Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUD). Y pronosticaba que las ciudades sufrirían cada vez más ciclones tropicales y fuertes lluvias, mayor número de inundaciones y corrimientos de tierra; mayor frecuencia de las sequías, con una grave presión sobre la disponibilidad de alimentos y agua.

Y si continúan las emisiones de dióxido de carbono, las olas de calor se duplicarán para 2020, según análisis realizados por el Instituto para la Investigación de Impactos del Clima en Alemania y la Universidad Complutense en España.

Otro informe, elaborado por 18 equipos de investigación de diversas partes del mundo y publicado en el Boletín de la Sociedad Meteorológica Estadounidense, concluyó que el cambio climático global causó la mitad de los eventos meteorológicos extremos registrados en 2012. Los científicos analizaron las causas de doce eventos climáticos extremos y encontraron evidencias de que el cambio climático, a través de la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera, contribuyó de manera significativa a la evolución e intensidad de estos fenómenos.

En 2013 la actividad ciclónica fue mayor tanto en el Pacífico Norte Oriental –17 tormentas, ocho de las cuales tuvieron categoría de huracán– como en el Pacífico Norte occidental, donde se registraron 30 tormentas. El promedio del periodo 1981-2010 fue de 26 tormentas anuales.

De acuerdo a un reporte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), América latina y el Caribe son particularmente vulnerables a los efectos adversos del nuevo clima. Lo central es recordar que hace cuatro años la ONU señaló que la Tierra estaba entrando “en una época de fenómenos meteorológicos extremos”, lo cual significa que lo hasta ahora extraordinario se convertirá en común y corriente. Vientos que baten récords de velocidad, lluvias furiosas, calores agobiantes y fríos asesinos ya no se vivirán cada siglo sino que serán cada vez más frecuentes.

Y los costos a pagar aumentarán proporcionalmente, aunque son las naciones en desarrollo las que sufren la mayor parte de las pérdidas de vidas y medios de subsistencia. “En el curso de los últimos 30 años, los desastres naturales han ocasionado la muerte de más de dos millones de personas y pérdidas por valor de casi cuatro billones de dólares en todo el mundo. Las pérdidas económicas aumentaron de 50.000 millones al año en la década de 1980, a poco menos de 200.000 millones de dólares al año en el último decenio. Las tres cuartas partes de esas pérdidas obedecen a fenómenos meteorológicos extremos”, señaló Rachel Kyte, vicepresidenta de Desarrollo Sostenible del Banco Mundial. Y si no se frena el cambio climático, esos números serán cada vez peores.

Sin embargo, todos los intentos de poner en pie límites a la contaminación causante del calentamiento global fracasaron hasta ahora. Justamente Estados Unidos –afectado en estos días por un “vórtice polar” que ya causó más de 20 muertes–, es el país más renuente a asumir un compromiso de reducción. También en estos días se reavivó allí el debate entre quienes consideran el cambio climático una realidad y los “negacionistas”: aquellos que consideran estos fenómenos extremos una circunstancia.

Quizá todo el mundo debiera recordar las palabras del Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon: “Sabemos esto: el clima extremo debido al cambio climático es el nuevo nivel normal”. Lo vivido en el último mes tanto en el norte como en el sur de América, demuestra que es una verdad que no se puede ignorar.

Revista XXIII - 9 de enero de 2014

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