“El problema es la ausencia del Estado”

Entrevista a Silvia Inchaurraga por Mariana Carbajal
“Hay que abordar el tema desde una mirada pragmática: las drogas de diseño llegaron al país hace más de una década para quedarse. No sirve demonizar al éxtasis como si fuera la peor droga a nivel del paco. El problema no es el éxtasis: es cómo se consume, y la ausencia del Estado para garantizar programas de reducción de daños, para intervenir y recorrer las fiestas electrónicas dando información sobre riesgos, y con stands para entregar aguas, y testear las pastillas y poder descartar las que estén adulteradas, como implementa el País Vasco desde hace varios años”, consideró Silvia Inchaurraga, directora del Centro de Estudios Avanzados en Drogadependencia y Sida (Ceads) de la Universidad Nacional de Rosario y presidenta honoraria de la Asociación de Reducción de Daños de la Argentina (Arda). También se replica ese tipo de estrategia en fiestas electrónicas de Francia y en España, entre otros países, con financiamiento del Estado, destacó. Inchaurraga tiene larguísima experiencia en la temática. Aclara, de movida, que no consume ni tabaco ni ninguna sustancia ilícita.

Para que no la acusen de hacer apología de las drogas. Sólo que aborda la temática desde una perspectiva de salud pública y derechos humanos. Hoy comenzará en la ONU la sesión especial dedicada a debatir el problema de las drogas en el mundo y la incorporación de las políticas de reducción de daños en un nuevo paradigma, como las que promueve ARDA y viene trabajando Inchaurraga, será uno de los ejes de la discusión.

En el año 2000, Inchaurraga comenzó desde el Ceads a ofrecer información sobre el uso de éxtasis y testeo de pastillas, junto a un equipo de profesionales y promotores de salud, en las fiestas electrónicas en Rosario y luego en las Creamfields, en la ciudad de Buenos Aires, hasta 2010. Por falta de fondos, no pudieron sostener el programa. “Dejamos de ir porque no teníamos financiamiento ni para imprimir los folletos. Lo hacíamos a pulmón. En la última tuvimos que pagarnos los pasajes desde Rosario para poder estar. A veces, incluso, teníamos dificultades para ingresar al predio de la fiesta. Nunca logramos un apoyo del Estado, para que las estrategias de reducción de daños, como la entrega de jeringas a usuarios de heroína para prevenir la infección de VIH, estén dentro de la política de Estado”, se lamentó en una entrevista con este diario.

–¿Se podrían haber prevenido las muertes ocurridas en la fiesta electrónica de Costa Salguero? –le preguntó Página/12.

–Es difícil afirmarlo. No se sabe bien que pasó, cuál es la composición química de las sustancias que ingirieron. Si fueron esas pastillas llamadas Superman, sobre las que ya había habido advertencias en otros países, alertas rojas y tempranas en otras fiestas, luego de ser encontradas en Bélgica, en los Países Bajos y en España. Esas son pastillas camufladas de éxtasis pero muchísimo más tóxicas.

–¿Y cuál es el fin de vender ese tipo de pastillas? ¿Su producción es más barata?

–Nadie entiende. A los dealers les interesa hacer negocio, no matar a los clientes. Esto ha sorprendido a todo el mundo. Quien la consume piensa que es éxtasis, y como el efecto es más lento, se toma una segunda pastilla y la sobredosis puede ocurrir muy fácilmente. De todas formas, siempre se puede hacer algo. Si para algo puede servir esta tragedia es para que de una vez se tome conciencia de la necesidad de incluir en las políticas públicas un abordaje diverso sobre drogas. Lo que escucho es más de lo mismo, más demonización. De las pastillas o de las fiestas. Me refiero a la necesidad de implementar estrategias de reducción de daños, en este escenario de las fiestas electrónicas, sobre las metanfetaminas y el éxtasis, pero también en un estadio de fútbol o en un recital, sobre otros consumos. Hay diversas modalidades de consumo y diversos riesgos. Se puede abordar de una manera distinta el tema si se da información, como hemos hecho desde hace años desde ARDA. Empezamos en los 90 a dar jeringas en algunos barrios de Rosario, sobre todo los más marginales, para evitar el uso compartido y prevenir la trasmisión de VIH-sida. Más allá del mensaje tradicional de prevención del consumo, que ya había fracasado, la urgencia era prevenir otro problema como el VIH. En los contextos de fiestas electrónicas, que es otro fenómeno, nos quedamos discutiendo “la droga mata” y “la droga es mala” o lo enfrentamos desde un abordaje pragmático, y tratamos de intervenir, para evitar muertes por sobredosis, por deshidratación. Empezamos en el año 2000 con las fiestas electrónicas, en Rosario, y después en las Creamfields, al principio en la fila de ingreso porque no nos dejaba instalar adentro un stand porque no era políticamente correcto confirmar que había consumo de pastilla. Dábamos folletos, instalábamos stand de consejería en las inmediaciones, aunque no teníamos mucho impacto porque la gente estaba ansiosa por entrar. En 2007, cuando las Creamfields pasaron al Autódromo de Buenos Aires, logramos entrar. Pero todo lo hicimos siempre a pulmón. No era una campaña con apoyo oficial. Se daba la paradoja de que la Sedronar repartía folletos diciendo que la droga era mala, y que el éxtasis podía producir el “parkinsonismo”, un neologismo, una palabra inventada, porque existe la enfermedad de Parkinson pero no el “parkinsonismo”. El éxtasis puede producir temblores. Ese tipo de políticas lo único que quiere es generar temor. La gente venía asustada a preguntarnos si era cierto, pero la pastilla ya se la habían tomado. Nosotros, a contrapelo de esa política oficial, dábamos información: si consumís éxtasis, tenés que tener en cuenta el riesgo de deshidratación, la regla de que menos es más, es decir, para sentir lo que consumiste no hay que consumir en exceso. Cuando la persona más consume, corre riesgo de no producir el efecto deseado, y necesitas más sustancia para sentir lo mismo. De nada sirve tomar una segunda pastilla en el momento. La indicación para no correr riesgo es no pasar de una pastilla, ni mezclar con alcohol, ni con otras sustancias. Hay que ver si la persona tiene antecedentes de hipertensión, de problemas hepáticos, si está embarazada, si está tomando psicofármacos por alguna patología psiquiátrica. Cada persona puede responder distinto a la misma droga y en el mismo ambiente. Eso quien consuma tiene que saberlo. También dábamos información de cómo ayudar a un amigo si no lo veían bien.

–¿En otros países hacen testeo de las pastillas en las mismas fiestas?

–Sí, he visto intervenciones en otros países. En Ibiza, la entidad Control Energy los hace. En Francia, Médicos del Mundo, en una fiesta electrónica que se hace en las afueras de París y que dura tres días. Cuando detectan que no es éxtasis, elaboran un afiche con esa pastilla, si fuera Superman o la que fuera, y empapelan toda la fiesta, alertando sobre el peligro de consumirla y advirtiendo que no la tomen, y tratando de tener un punto de interlocución con el usuario. En el País Vasco, el mismo gobierno instala minilaboratorios en las fiestas electrónicas, que permiten no ya hacer la prueba casera del Test de Marquis –cualquiera que pueda acceder al reactivo la puede hacer en su casa–, sino conocer la composición de las pastillas. Frente a esta evidencia de que hay más metanfetaminas, las composiciones químicas varían, las pastillas se parecen. Los usuarios dejan una puntita de la pastilla, que se raspa. Y vuelven a la media hora.

–¿Cuál es el riesgo de consumir éxtasis?

–Consumido en condiciones controladas, no es una sustancia de alta toxicidad. Como genera mucha empatía, porque facilita la capacidad de ponerse en el lugar del otro, en Alemania hay experiencias de uso controlado para terapias de pareja, y de introspección. Los que consumen cuentan que entran muy en armonía con el que están bailando, además de percibir los colores y la música de un modo más intenso. De ser uno con el todo. Si seguimos demonizando a la pastilla, por más que pongamos un stand sanitario nadie se va a acercar. Cuando nosotros íbamos a las fiestas electrónicas, al principio la gente estaba un poco temerosa de ser denunciada después. Pero en los países que hace tiempo hay políticas de reducción de daño ya está instalada una cultura del cuidado. El gobierno del País Vasco no busca denunciar a nadie, sino responsabilizar a los usuarios, para que la persona que decidió usar una droga, lo haga con el menor riesgo posible. Esa pastilla Superman la pueden detectar inmediatamente. Lo mejor sería que no se consuman drogas ilícitas, pero si las toman, hay que garantizar que no se muera nadie de sobredosis, víctima de su propio desconocimiento. Las personas que toman antirretrovirales corren mucho riesgo si toman estas sustancias.

–Otro de los puntos muy cuestionables es que se obstaculizó en la fiesta de Costa Salguero el acceso al agua, ya sea por el cierre de grifos, porque los baños químicos no tenían agua corriente o porque valía cada botellita más de 80 pesos...

–Siempre tratamos de garantizar dispensers de agua en los stands. Como forma de atraer a la gente. Es una irresponsabilidad de los organizadores de la fiesta que el agua esté cortada. Debería haber normativa que garantice el acceso al agua corriente de forma gratuita. Porque es además una cuestión de salud pública. En otros países en los stands hay botellitas de agua gratuitas. Y chupetines, para que ingieran azúcar. Y evitar la sequedad de la boca. Para hacer ese tipo de intervenciones se necesita un presupuesto.

–¿Cambió el perfil del consumo de drogas en el país?

–Así como se ha diversificado el mercado, también los usuarios que consumen drogas. Antes había un patrón de consumo más rígido. El que consumía opiáceos o cocaína, o combinaba con alguna sustancia. El que consume cocaína es raro que no consuma alcohol. Pero no estaba este perfil que hay ahora, donde el patrón es el policonsumo, mezclar de la manera más creativa posible, buscando un efecto distinto. Ya la población que se inyectaba, accedía al paco, a los solventes. En los escenarios de clase media, como esta fiesta, también el patrón es la mezcla de sustancias. Lo de consumir una pastilla nueva resulta tentador. Nos ha pasado detectar que una pastilla no era éxtasis, y sugerir que no la tomara, y la persona dice que ya pagó, y que de alguna forma le va a pegar. No hay una cultura del cuidado. Está muy facilitado por un escenario donde no se promociona un consumo responsable. Recién ahora se está hablando de que si se consume alcohol no se conduzca. Es una estrategia de reducción de daños. Costaba instalar eso en una estrategia de autocuidado.

–¿Cómo habría que trabajar en la prevención?

–El tema es qué entendemos por prevención. Si entendemos que es evitar que la persona no consuma es válida, pero no es muy pragmática. Sería importante poder hablar con los que no se han drogado nunca desde una mirada muy pragmática. Hay que modificar la cabeza del adulto para estar preparado para escuchar, para que los adolescentes nos cuenten las cosas que pasan, que ven en las fiestas, poder hablar de los riesgos, y si va a consumir una sustancia, que pueda hablar con un profesional, con un equipo de salud.

Página/12 - 19 de abril de 2016

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