"El jardinero fiel": lo que la película omitió

Sonia Shah

"El jardinero fiel", un drama exhuberante y atmosférico, expone en forma sin precedentes temas cruciales que enfrentan la industria farmacéutica occidental y todos los que forman parte de ella. Ubicado mayormente en una Kenia inundada de sol, y basado en un thriller de John Le Carré, la película es una denuncia feroz pero imperfecta de la complicidad de la "Gran Farma" en la enfermedad y la pobreza de África.

La película gira alrededor de la transformación de Justin Quayle, un moderado diplomático de carrera interpretado por Ralph Fiennes. La esposa de Quayle, Tessa, interpretada por Rachel Weisz, ha denunciado una grosera prueba experimental con confiados aldeanos africanos dirigida por una compañía occidental de drogas. Después de que se la encuentra misteriosamente asesinada, a Justin lo contagia la indignación justa de su rebelde esposa.

El argumento no podría ser más oportuno. Según un informe del 16 de mayo publicado en "USA Today", gigantescas empresas farmacéuticas están realizando cada vez más pruebas con drogas fuera de los Estados Unidos y Europa. Actualmente, Merck está haciendo el cincuenta por ciento de los experimentos fuera de los Estados Unidos. Para el 2006 se espera que el setenta por ciento de los experimentos farmacéuticos de Wyeth ocurran en el exterior. En toda América Latina, Europa Oriental, Asia y África los enfermos abundan, y desesperados y confiados en la figura del médico, se tornan presa fácil del rápido proceso de reclutamiento para someterlos a pruebas clínicas. Como lo explicara un ejecutivo de una empresa que se especializa en efectuar pruebas con drogas en Asia, los pacientes de los países en desarrollo están más dispuestos a ser "conejillos de indias".

Tal como lo demuestra la película, los cuerpos sobre los que experimenta la "Gran Farma" pertenecen a personas que raramente se benefician de la investigación que con ellas se realiza. A veces, las nuevas drogas todavía no están permitidas en estos países o tienen precios fuera de su alcance; además, con gran frecuencia, suelen ser poco relevantes para las necesidades médicas específicas de estas comunidades. El noventa por ciento del presupuesto de investigación médica global está destinado a enfermedades que causan sólo el 10 por ciento de las enfermedades que aquejan al mundo. Por lo tanto, mientras quinientos millones de casos de malaria arrasan con los países en desarrollo, los trabajadores pobres de la India, Sudáfrica y otros lugares se desesperan por la clase de cuidados de alta tecnología de la cual disponen casi únicamente a través de la investigación clínica, y se ponen en fila para recibir dosis experimentales de las últimas drogas contra la artritis, las enfermedades cardíacas y la obesidad.

No es de sorprender que los deslices éticos sean notoriamente comunes. Una investigación demostró que de treinta y tres sujetos enrolados en una prueba experimental en Tailandia, los cuales habían firmado formularios declarando su consentimiento informado, treinta de ellos estaban peligrosamente mal informados. La vacuna experimental contra el HIV que estaban por recibir no tenía ningún valor protector conocido, pero según esas personas, los protegería en realidad del virus mortal. "El consentimiento informado es una broma", dijo un investigador industrial en una encuesta anónima auspiciada por la Comisión Consultora Nacional de Bioética.

Pero desafiar estas prácticas no está ni remotamente cerca del blanco y negro que exhibe esta película. Tessa Quayle, la activista martirizada, se pone de pie para protestar en conferencias públicas sacudiendo su melena oscura, o en las fiestas abochorna en alta voz al Ministro de Salud que se escapa corriendo. Eso está bien, pero la realidad es que los activistas no comprometidos -aunque se parezcan a Rachel Weisz- pocas veces disfrutan de esta clase de acceso privilegiado al poder con tan poco esfuerzo. Tessa lo pasa muy bien y también muy mal. Termina pagando con su vida por haber expuesto la prueba fraudulenta; sin embargo, en la vida real, las drogas perjudiciales y las prácticas de investigación no éticas a menudo continúan sin impedimentos a pesar de las montañas de datos e informes que detallan sus defectos.

Como descubrí mientras investigaba un libro sobre el tópico, los protocolos experimentales que estarían considerados antiéticos en Occidente -incluyendo pruebas con placebos en pacientes víctimas del SIDA- se describen con frecuencia en la prensa médica. Cuando los sujetos son asiáticos o africanos pobres nadie pestañea. (Recordemos que los papeles que describen el estudio científico más destacado de este país, el Estudio sobre la Sífilis "Tuskegee", en el cual los médicos estatales le negaron tratamiento a los sifilíticos negros, apareció regularmente en la prensa médica recién después de 1930. Ese estudio no estuvo terminado hasta 1972).

En la película los resultados del experimento son tan peligrosos que deben ser suprimidos por una conspiración internacional de ejecutivos corporativos y autoridades estatales. Ojalá esto fuera así. El problema es que la mayor parte del tiempo las nuevas drogas no son uniformemente mortales y proporcionan datos inequívocos. Más bien, las drogas nuevas sí tienen efecto, no muy bueno, o no para todos, o no sin efectos colaterales o, con mayor frecuencia, no mejores que las drogas más viejas y más seguras. Eso significa que desafiar los experimentos médicos antiéticos requiere más que arrancar unos pocos informes críticos de los tachos de basura oficiales.

Tal vez la mayor desilusión sea que la película nos cuenta demasiado poco acerca del experimento explosivo en sí, a pesar de que todo el argumento gira alrededor de su vileza. Ésta nos cuenta que algunos de los sujetos africanos murieron en el experimento, pero no se revela mucho más. Hay una razón para esta extraña omisión. La mayoría de los espectadores occidentales saltarán fácilmente a la conclusión de que cualquier experimento que haya producido muertes es irredimible, sin importar el estado de los pacientes, el propósito del experimento o la tasa de muertes acaecida por el uso de las terapias tradicionales o por falta de terapia. Y sin embargo, el probar drogas experimentales en seres humanos es un asunto riesgoso sea cual fuere el estado físico o la droga utilizada. Las prácticas de investigación en humanos pueden minimizar los riesgos, que deben ser contrastados con los beneficios potenciales, pero no obstante los riesgos existen. Como lo expresó un investigador de HIV, "aprendemos trepando sobre los cadáveres de seres humanos".

Que la película no dé lugar a esta realidad es más que un problema de exactitud. Nuestro rechazo a reconocer los riesgos del desarrollo de las drogas es la única y gran razón por la cual las importantes compañías de drogas han huido de las actualmente vacías clínicas de pruebas de los Estados Unidos y Europa Occidental, para instalarse en África, Asia, Europa Oriental y América Latina en primer lugar. En promedio, cada estadounidense compra por año más de diez drogas recetadas y no obstante la mayoría es reacia a participar de las pruebas clínicas que hacen posible el desarrollo de nuevas drogas. Cada veinte norteamericanos, menos de uno participa de las pruebas experimentales y la mitad del público americano difama a los sujetos que se prestan a estos experimentos tratándolos de "conejillos de indias", según una encuesta de Harris de junio de 2004.

El resultado lógico de esta actitud "pura ganancia, ningún sufrimiento" hacia las drogas modernas, es que las compañías de medicamentos trasladen la carga de la experimentación lejos de los consumidores occidentales a los pobres del mundo, con todos los dilemas morales, errores éticos y conocidas violaciones que son su consecuencia inevitable. Parafraseando el conmovedor final de la película "El jardinero fiel", disfrutamos los beneficios de la civilización con tanta facilidad porque las vidas de los habitantes del Tercer Mundo se compran por tan poco. Para terminar el ciclo, debemos admitir los riesgos de desarrollar nuevas drogas y decidir juntos cuánto estamos dispuestos a asumirlos y quién pagará el precio.

*Traducción de la nota homónima de , publicada en The Nation, el 30 de agosto de 2005.

Fuente: Saber Como

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