Discursos y políticas de la memoria: consideraciones acerca de la relación entre pasado y presente

Sergio Gradel*
El propósito del texto consistirá en indagar la estructuración de las identidades, acciones y organizaciones colectivas de los discursos de las memorias en la década del noventa en Argentina. Analizaremos como dichos discursos contribuyeron a la conformación de un escenario social alternativo o contrahegemónico, en el orden de pensar una subjetividad social distinta y antagónica a la hegemonía neoliberal de aquel momento. Observaremos cuáles son las potencialidades y los límites de estas políticas de la memoria, además de sus transformaciones históricas, simbólicas y organizativas, para reflexionar sobre el momento actual político y social de nuestra realidad.

[i]La Memoria a contrapelo de la hegemonía neoliberal

Es como si la cuestión de la ideología fuese, hoy, una nueva versión del enigma que la Esfinge propuso a Edipo. En vez de la alternativa “o descifras el enigma o te devoro”, la cuestión de la ideología, moderna Esfinge, nos provoca, irónica: “descíframe en cuanto te devoro”. Leandro Konder[/i]

El presente texto pretende reflexionar acerca del análisis de las distintas construcciones narrativas de la memoria que se fueron constituyendo a lo largo de la década del noventa en Argentina. En primer lugar, para poder llevar a cabo este objetivo, habría que dar cuenta de los obstáculos que presupone la compleja y conflictiva relación que se produce a la hora de revisitar los vínculos entre nuestro pasado y presente(1). Nuestro recorrido argumental hará hincapié en la relación entre los conceptos de memoria y política. Nos interrogaremos si estos discursos y prácticas podrían o no estar ligados a una cultura política en transformación, entendiendo a ésta como una práctica contrahegemónica. Esta práctica intenta reconfigurar los lazos sociales de un sujeto colectivo(2) alterados por el genocidio en nuestro país.

Es debido a la expansión y profundización del modelo neoliberal que implica, tal como dice Atilio Borón (1997), una radical reestructuración de las sociedades por el capital, que en la década del noventa logró extenderse una peculiar imaginación colectiva. Esta última concebía a una nueva organización social a partir de la figura del “capitalismo libre de fricción”. Estas sociedades (según los autores referenciales del neoliberalismo) pasaron a llamarse entonces “sociedades pos-históricas”, precisamente porque estaban ausentes los agentes clásicos de la Historia anterior, y al mismo tiempo, “pos-ideológicas” debido a que ya no existirían velos ideológicos estructurales para el desarrollo tanto de la acción individual como colectiva.

Frente a ese escenario se erigieron resistencias y alternativas que se podrían pensar como partes constitutivas de una política contestataria, en la medida en que enfrentaron a la hegemonía neoliberal, la cual pretendía constituirse como “pensamiento único”(3). Es allí donde cobró relevancia el surgimiento de nuevas identidades, prácticas políticas tendientes a la transformación socio-cultural, que se mezclaron con las ya tradicionales organizaciones políticas. En este sentido podemos decir que en los noventa emergieron rasgos antagónicos en los movimientos sociales que iban cada vez más a profundizar el agotamiento de la hegemonía neoliberal. Entonces, podríamos afirmar que los discursos y las políticas de la memoria tuvieron un rol central en la creación de una práctica de resistencia político-cultural. En un primer momento, muchos de estos discursos de la memoria estuvieron ligados a las intervenciones artísticas constituyendo un “malestar en la cultura”, generando una crítica a la idea de transparencia y de cosificación en torno a una idea de sociedad armónica y sin conflictos. A partir de allí resulta importante rastrear las relaciones entre los discursos de memoria, arte y política como manifestación de los conflictos sociales de ese entonces.

Así, podríamos afirmar como hipótesis que la puesta en escena de los relatos y prácticas de la memoria durante esa década generaron una re-territorialización del conflicto social en medio del desierto neoliberal, y simultáneamente tendieron a producir nuevas redes sociales a través de una práctica que, en tanto cuestionadora del orden existente, se solventaba en una dimensión ético-política.

En paralelo a otras prácticas como el movimiento social por los derechos humanos, el movimiento estudiantil, las asambleas barriales, las fábricas recuperadas, los grupos de intervención de arte callejero, entre tantos otros, que se constituyeron como los interlocutores en la sociedad para pensar los problemas sociales de nuestro tiempo, surgió así, a través de los discursos y las políticas de la memoria una perspectiva de la reapropiación social de lo común. Mediante los discursos de la memoria (medio organizador colectivo territorial, articulador entre organizaciones y modos de construcción social y político) se formularon preguntas que interpelaron al conjunto de la sociedad. Esto permitió que se crearan distintas formas de la auto representación discursiva en cuanto a la configuración de relatos propios, creación de canales alternativos de modos expresión que combinasen formas tradicionales y emergentes de la cultura popular a través de distintos discursos y géneros: literatura, teatro, baile, música, artes visuales, etc.; y que por otro lado generaron la producción de símbolos, la identificación y la memoria grupal a contrapelo de la cultura dominante.

[i]La constitución de los discursos de la memoria en la sociedad pos-dictadura

El mundo de hoy se nos aparece horrible, malvado, sin esperanza. Esta es la tranquila desazón de un hombre que morirá en ese mundo. No obstante, es justamente a eso a lo que me resisto. Y sé que moriré esperanzado. Pero es necesario crear un fundamento para la esperanza. Jean-Paul Sartre[/i]

Durante la década del setenta, en nuestro país, el genocidio fue producto de un proyecto político- económico cuya claridad ideológica y sistematicidad de prácticas de exterminio fueron innegables. Este proyecto se implementó a través de golpes y dictaduras militares que se sucedieron (como en otras regiones del mundo) en algunos países del Cono Sur de América Latina: Brasil, Uruguay, Chile y Argentina. Además, las elites económicas y militares de estos países colaboraron conjuntamente articulando dichas dictaduras en el llamado “Plan Cóndor”(4).

De esta manera, podríamos pensar el concepto de genocidio, según Feierstein,

(...) como una práctica social que utiliza particulares tecnologías de poder para “reorganizar” las relaciones sociales hegemónicas mediante la construcción de una otredad negativa, el hostigamiento, el aislamiento sistemático, el aniquilamiento material y la realización simbólica. (Feierstein, 2007, p. 121)

En el caso de la Argentina, la dictadura sentó las bases para un cambio de época, para la implementación de un nuevo modelo económico y social: el neoliberalismo(5), barriendo por medio de la represión con todo un proyecto de emancipación político-social gestado por las resistencias en las décadas anteriores. De forma similar, el final de la dictadura trajo aparejado el advenimiento y la consolidación de la democracia política, en su mayor parte obtenida por la movilización social que sostuvo en todo momento la vigencia de la denuncia y la lucha por los derechos humanos.

Una parte importante de los discursos y las políticas de la memoria se fueron constituyendo a lo largo de la resistencia del movimiento de los derechos humanos, el cual cobró relevancia en la movilización social de la década del ochenta. Los reclamos más sobresalientes fueron la denuncia por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar y el reclamo por la vuelta a la democracia política. Esta parte de los discursos de la memoria estuvieron muy ligados a la idea de justicia para las víctimas del terrorismo de Estado y castigo a los culpables. De esta manera, se constituyó sobre ese discurso una política de la memoria particular, con una definición de objetivos específica. Sin embargo, las miradas no se agotan en esa política particular, sino que por el contrario hay otras políticas de la memoria que también poseen sus relatos, sus símbolos y sus reclamos.

Por lo tanto, en primer término, podríamos preguntarnos: ¿Qué hacer con nuestra(s) memoria(s)? ¿Qué hacer con nuestro pasado que ilumina nuestro presente? En principio, estaría planteada la tensión entre las distintas construcciones políticas a la hora de producir y realizar los discursos y las políticas de la memoria. A la hora de bucear en las distintas construcciones políticas, podemos encontrar memorias del terror, memorias de las víctimas, memorias que esperan de la justicia una reparación del daño que sufrieron, y entre estas si es una reparación jurídica o de otro tipo. Memorias como industrias culturales que en definitiva licuan sus propios contenidos y generan olvidos. Memorias colectivas, memorias individuales, estéticas de la memoria, memorias contrahegemónicas, memorias oficiales, memorias constituyentes o memorias instituidas, institucionales. Memorias de la propia comunidad o memorias del Estado.

En segundo término, cuando nos referimos a los discursos y a las políticas de la memoria, en la década del noventa, estamos haciendo alusión al surgimiento de identidades, símbolos, y repertorios de acción en los que se condensan nuevos actores ligados a la memoria. El caso de H.I.J.O.S6 es uno de los paradigmas de la lucha contestataria de la década. Esta agrupación se funda en el año 1995 y construye una identidad en torno a la denuncia contra la impunidad del ayer y del hoy. Al mismo tiempo, inaugura la práctica político-cultural del escrache(7). A pesar de que varios organismos de derechos humanos acompañan esta nueva práctica, desde sus inicios hasta la actualidad, es virtud de esta última el interpelar fuertemente a las generaciones más jóvenes. Son ellas quienes expresan su repudio hacia las marcas traumáticas dejadas por el genocidio y hacia las continuidades de la dominación que se mantienen en el presente (abusos de la fuerza policial, casos de gatillo fácil, desapariciones en democracia, etc.).

De esta forma, el escrache puede ser interpretado como un campo de resistencia cultural que desnuda intencionalmente el carácter fetichizante de la cultura y su hegemonización del sentido. Desde esta visión es que las memorias fastidian al poder del orden establecido, debido a que ellas evocan disputas de sentido, valor y poder, abandonando la falsa idea de una “memoria completa”. Las memorias son múltiples como los distintos sujetos que integran la sociedad misma; que el poder dominante tienda homogeneizar buscando imponer su lógica normalizadora y construyendo su poder disciplinario, es un tema a estar alerta en la construcción de procesos de resistencia.

[i]Memorias, política e historia

Hacer época no es intervenir pasivamente en la cronología, sino precipitar el momento. Walter Benjamin[/i]

Cuando hablamos de la historia, se nos (re)presenta en nuestro imaginario social la idea de que la historia es homogénea, única y oficial. De modo que es impensable para ese imaginario ver a la historia como un campo de luchas, de elecciones, de combates, en donde el sujeto intervenga y produzca su propio tiempo de existencia. Por este motivo, nos resultan pertinentes los aportes de Pilar Calveiro (2008) acerca de que la memoria puede adquirir toda su potencialidad de ser un instrumento de resistencia, en tanto y en cuanto la memoria pueda establecer una presencia del pasado en el presente, visibilizando las formas de dominación que se constituyeron en el ayer y continúan siendo hoy.

No obstante, es importante decir que no se trata de una guerra por la representación de la historia, sino de una batalla cuyo campo es la historia misma. A su vez, en esta disputa cobran relevancia los atributos de los discursos y las políticas de la memoria, que son capaces de trazar las asimetrías respecto del poder. Por eso, nos parece central ligar los conceptos de historia, memoria y política, ya que es a través de las memorias entendidas como territorios que se producen intervenciones (formas de práctica política) que los configuran como campos de batalla de las representaciones simbólicas de nuestros pasados en la historia. En este sentido, la historia es un relato institucional de un proyecto político; relaciones de poder instituidas que convalidan el proyecto dominante hacia el pasado pero también en el presente y hacia el futuro.

Llevar a cabo la desnaturalización del sentido común de la historia oficial, nos revelaría la importancia de la concepción de una historia otra. Jameson (1989) nos propone pensar la existencia del inconsciente político de la historia oficial. Este implica otra temporalidad y otro sujeto contrapuestos a la violencia basada en la idea del progreso(8), que anula nuestra historia y la posibilidad de intervención en ella para transformarla.

Uno de los obstáculos más destacados para una mirada crítica de la historia, al decir de Walter Benjamin, es lo que sucede con los momentos invisibles que en ella se encuentran, que no se ven y no se narran, simplemente se los desconoce. De igual modo se desconoce la violencia que los anuló, que los hizo no visibles. El escritor ligado a la Escuela de Frankfurt plantea la necesidad de evidenciar el conflicto, la lucha por la historia, la pregunta acerca de la relación entre visibilidad y no visibilidad(9).

La concepción a contrapelo de la historia de Benjamin nos invita a interpretar los discursos y políticas de la memoria como si fueran una señal de alarma en la normalidad. No se trata de reclamar por un pasado que ya quedó trunco, que es irrecuperable, sino por la violencia que se ejerció e impidió la realización de ese pasado en el presente, y que permite la continuidad de la dominación en él. La violencia que se visibiliza instituye y cosifica una versión de la historia como oficial y reinante. Quisiéramos concluir este párrafo con una cita de las tesis de Walter Benjamin, texto tan hermoso y al mismo tiempo tan contundente:

Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que tambien hoy yacen en la tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura.”... “Jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de la barbarie. (Benjamin, 2007, Tesis VII. p. 28)

Hasta aquí mencionamos el vínculo entre memoria e historia, ahora bien, podríamos agregar que resulta indispensable hablar de la dimensión política que las atraviesa. Los discursos y las políticas de la memoria, como otras expresiones contestatarias de la década de los noventa, se pueden concebir a través de su derrotero político como políticas en movimiento. Acciones colectivas que derrumban los límites de la repetición mediante la in(ter)vención. Creemos que estas experiencias políticas (o por lo menos gran parte de ellas) provocaron en su tiempo la ocasión para una apertura del presente, entendida ésta como una grieta en el tiempo, una brusca expansión del instante que significó un nuevo punto de vista, un ensanchamiento del horizonte político.

Estas prácticas políticas nacieron al calor de una nueva idea de temporalidad, que involucra un encuentro entre el pasado trunco y el presente. Este pasado que aparece en el presente como un relampagueo fugaz, un instante de peligro, y es tarea de nuestro tiempo dar cuenta de este síntoma y poder hacer hablar a este doble silencio. En primer lugar darle voz a ese vacío, “el grito”, y en segundo lugar levantar el silencio violento que pesa sobre esas voces o gritos olvidados y anulados. Por eso podemos ver en estos discursos de la memoria una forma de pensar al tiempo ya no en su linealidad, sino dar a conocer que toda historia de los vencedores se sostiene sobre las voces silenciadas de aquellos que construyeron ese pasado que no fue, por la violencia y el terror que actuó sobre ellas. En ese sentido, pueden ser una herramienta política que ayude al conjunto de la sociedad en la tarea de escuchar aquellas voces y lograr su redención.

Al respecto sería bueno recordar otra cita de Walter Benjamin de su texto “Tesis de la Filosofía de la Historia”:

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas sus alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso. (Benjamin, 2007, Tesis IX, p. 29)

Los relatos de la historia nunca son inocentes, por eso la escucha de lo que tienen para decirnos es primordial para comprender lo que aconteció. Discutir esas diversas narrativas implica actuar políticamente y de alguna manera disputar el poder.


Bibliografía

* Benjamin, Walter. (2007) Sobre el concepto de historia. Tesis y fragmentos, Editorial Piedras de Papel, Buenos Aires.
* Borón, Atilio. (1997) “Réquiem para el neoliberalismo”, en Revista Periferias, Nº 3, Buenos Aires.
* Calveiro, Pilar. (2008) “La memoria como futuro”, en Actuel Marx /Intervenciones, Nº 6, Ediciones LOM, Chile.
* Feierstein, Daniel. (2007) El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, Fondo de Cultura económica, Buenos Aires.
* Jameson, Fredric. (1989) “Sobre la interpretación”, en Documentos de cultura, documentos de barbarie, Visor, Madrid.

Notas
1 Esta relación trae consigo las disputas simbólicas que se ponen en juego en las representaciones que se construyen desde nuestro presente sobre nuestro pasado. Y éstas asimismo, continúan produciendo efectos en nuestra realidad social y política actual.
2 Entendemos a éste como el resultado de conflictivos procesos de subjetivación organizados según un triple orden de relaciones: las que el colectivo establece con los procesos de legitimación del orden político -relaciones de dominación-, las que lo vinculan con el régimen de acumulación vigente -relaciones de producción- y, finalmente, las que hacen a su propia auto representación como unidad de intereses, objetivos y estrategias –relaciones de identificación (Foucault, 1983).
3 Entendido éste en el sentido común como un consenso inevitable, naturalizado, como forma monopólica hegemónica de la política.
4 Nombre con el que se designó, en la década del setenta, a un plan de inteligencia y coordinación entre los servicios de seguridad de los regímenes militares del Cono Sur. El mismo se constituiría en una organización clandestina internacional para la práctica del terrorismo de Estado con la cooperación de los Estados Unidos.
5 Al tener en cuenta las reformas políticas económicas que traería el neoliberalismo como modelo, no podemos dejar de mencionar las transformaciones que ocasionó en la estructura social del país. Se reestructuraron las relaciones entre Estado y mercado modificando el mundo del trabajo y por consiguiente su tradicional vínculo con el proceso de movilización social.
6 Agrupación fundada por hijos de desaparecidos, detenidos-desaparecidos y fusilados en la última dictadura militar Argentina. La sigla H.I.J.O.S significa Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio.
7 El “escrache popular” construido por H.I.J.O.S. y por la “mesa de escrache” es una práctica político-cultural donde se propone al barrio construir entre todos una movilización en repudio a un represor o cómplice de la dictadura que anda suelto por las calles. Dicha práctica denuncia la continuidad de la impunidad vigente e intenta generar lazos colectivos y solidarios. El origen de la palabra “escrache” proviene del lunfardo y significa “sacar a la luz lo que se encuentra oculto”.
8 Refiere a la idea de una temporalidad lineal, homogénea y vacía.
9 El autor refiere a una historia tartamuda, en donde hay que construir la historia entre lo que se dice y lo que se calla, entre las palabras y los silencios. Pensar en una relación de necesidad entre sus monumentos y sus ruinas. Sobre esto podemos enfatizar la importancia de las fuentes orales como parte de la construcción de una historia a contrapelo.

Fuente: "Discursos y políticas de la memoria: consideraciones acerca de la relación entre pasado y presente". La revista del CCC [en línea]. Enero / Agosto 2009, n° 5 / 6. Actualizado: 2009-09-17 [citado 2009-12-23]. Disponible en Internet. ISSN 1851-3263

Gradel, Sergio. Universidad de Buenos Aires (UBA) (Argentina)
Licenciado en Ciencia Política y Doctorando en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y técnicas (CONICET). Investigador del Departamento de Política y Sociedad del Centro Cultural de la Cooperación. segradel@yahoo.com.ar

Noticias relacionadas

Artemio López. Es probable que el tipo de unidad histórica que planteó Cristina Kirchner para el lapso comprendido...
Braulio Moro. Diversos países de América Latina han celebrado comicios recientemente, en un proceso que se...

Compartir en