Cuidado con los maniqueísmos

María Sol García Somoza
En la mañana del 7 de enero pasado, un brutal ataque contra un grupo de periodistas y dibujantes de larga trayectoria, reunidos en las oficinas del conocido semanario satírico Charlie Hebdo ubicadas en el distrito 11 parisino, generó una fuerte conmoción en la sociedad francesa, al mismo tiempo que rápidamente se hizo eco en la prensa internacional y abrió interpretaciones de todo tipo. ¿Qué es lo que estaba sucediendo? ¿Cómo explicamos un ataque de tal violencia “en nombre de una religión”?

Aún es temprano para tener claves precisas de lo que sucedió el miércoles pasado; no obstante, es necesario dar cuenta de algunas cuestiones que suelen mezclarse con facilidad.

Entre las más recurrentes interpretaciones de la prensa y algunos analistas de momento se pueden leer aquellas formulaciones que afirman “la relación directa entre terrorismo e Islam”, encarnados en el estereotipo de “jóvenes musulmanes marginalizados”.

Ideas falsas que no hacen más que aumentar los velos que nos impiden acceder a un análisis crítico, reflexivo y profundo, e ir más allá de los símbolos e imágenes envueltos en estereotipos que algunos sectores y medios de comunicación difunden.

Es necesario salir de las tramposas amalgamas en donde islamismo e Islam se unen equivocadamente en un mismo término. Y frente a esto la comunidad musulmana, a través de sus representantes, se ve en la obligación de justificarse frente a cada ataque. Algo que no depende sólo de una necesidad surgida en el seno de la comunidad misma sino que es consecuencia de las condenas y sospechas a las que queda sistemáticamente expuesta.

En la prensa argentina es notable la confusión que se despliega en estas interpretaciones descontextualizadas, simplistas y que parten de un desconocimiento profundo de las dinámicas socioculturales de la sociedad francesa actual.

Desde los años ’90 hasta el día de ayer, Francia ha conocido varios de estos tipos de ataques producidos por individuos radicalizados. Contrariamente a lo que se dice, estos jóvenes protagonistas no tienen un patrón o perfil común de origen. Hay jóvenes salidos de familias de diferentes estratos sociales, así como de familias católicas, musulmanas e incluso de familias que no practican ni adhieren a una tradición religiosa determinada. Jóvenes que se aíslan de su contexto familiar, de sus amistades, y que encuentran identificaciones en grupos específicos, en donde se dice predicar “un verdadero Islam”.

Jóvenes que buscan un marco de sentido para dar respuesta a “la injusticia social”, “la opresión de los pueblos”, y que son impulsados a salir en búsqueda de una especie de “revolución” (¿tal vez en un sentido conservador?) a la que denominan “Jihad”.

No podemos pensar la religión desde una lógica funcionalista, como si viniese a ser “el consuelo” o “la última opción” que les queda a los sectores vulnerables y excluidos, ni tampoco creer que efectivamente esos crímenes son religiosos. Se pueden atribuir y autoatribuir en nombre de la religión, sin dudas; pero si nos conformamos con eso, lo único que conseguimos es polarizar el debate en términos de religión vs. secularismo, censura vs. libertad de expresión, o –lo que aún es peor– reflotar la peligrosa teoría del choque de civilizaciones.

Estos jóvenes no son simples individuos aislados y manipulados: son el síntoma de una sociedad que encuentra fracturas en su interior, y que es eco de una crisis de sentido más amplia en el marco de un capitalismo globalizado y post-industrializado. Podemos pensarlo en términos del clásico sociólogo francés Emile Durkheim, cuando escribe a fines del siglo XIX y principios del siglo XX sobre los riesgos de una sociedad anómica, una sociedad cuyos lazos sociales se quiebran en su interior.

Las violencias estructural y simbólica que mencionamos aquí, a vuelo de pájaro, deben ser parte del croquis analítico a armar, al que debemos sumar sus múltiples aspectos subjetivos, políticos, educativos, económicos, evitando caer en las diversas hipótesis que se ven formuladas en los medios de comunicación, llevándonos desde teorías conspirativas de atentados de falsa bandera hacia teorías sobre la libertad de expresión y la blasfemia, entre otras.

El debate es largo y queda mucho por analizar aún; pero por sobre todo, como observadores de la realidad, evitemos las argumentaciones que se ensalzan en simples extrapolaciones y que conducen a estigmatizaciones peligrosas que no hacen más que agudizar la fractura social. En este caso, la comunidad musulmana en Francia y en el mundo se ve señalada como el caldo de cultivo de problemáticas sociales que sobrepasan las fronteras de la comunidad per se, y que más bien son problemáticas que pertenecen y atraviesan a la sociedad francesa en todo su conjunto, y no a una comunidad cultural en particular.

Frente al contexto actual, las autoridades y la sociedad francesa aún se ven confrontadas al desafío de encontrar las formas de reunir y atraer en su seno a esas fracciones de jóvenes que buscan nuevos sentidos. Pero, ¿realmente quieren hacerlo? Aún no podemos responder a esta pregunta.

El domingo, Francia salió a la calle para manifestar al mundo la necesidad de verse unida por la defensa de los valores republicanos, pilares fundamentales de la identidad francesa que se posan en la libertad, la igualdad, la fraternidad y sobre todo en la laicidad. Celebramos la manifestación contra el atentado y a favor de la vida y la libertad de prensa. Pero también breguemos por la necesidad de reflexión. Ya sea de un lado y del otro. Queda el esfuerzo de ese colectivo liminal, ese espacio de claroscuros, para no quedar atrapados en esa violentogénica red de praxis discursivas.

Gare aux manichéismes! Appelons à la réflexion!

María Sol García Somoza Socióloga, especialista en estudios de género e Islam. Docente en la Université Paris 8 Vincennes Saint-Denis. Doctorante Université Paris 5 Descartes - UBA.

Página/12 - 12 de enero de 2015

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