Comentarios - ¿Imperio o imperialismo?

[b]Juan Chingo y Gustavo Dunga[/b] [i]Estrategia Internacional - Una polémica con “El largo siglo XX” de Giovanni Arrighi e “Imperio” de Toni Negri y Michael Hardt[/i] 2 de agosto del 2001

Los cambios acaecidos en el sistema capitalista mundial en los últimos treinta años, desde el fin del boom de la posguerra, han llevado a una importante discusión teórica sobre la magnitud y las características de estos y sus consecuencias sobre las perspectivas trazadas por el pensamiento marxista revolucionario. Así, para muchos teóricos contemporáneos, la globalización de la producción capitalista y el mercado mundial, traen aparejados fundamentalmente una nueva situación y un giro histórico significativo. Este es el caso por ejemplo, del teórico del autonomismo, Toni Negri, quien sostiene estas definiciones junto a Michael Hardt en su último libro “Imperio”, al que definen como el nuevo orden político de la globalización. Otros teóricos asociados a la escuela de sociología histórica del sistema mundial, por el contrario, argumentan que desde su inicio el capitalismo siempre ha funcionado como una economía mundial y en consecuencia rechazan la novedad de la globalización como una incomprensión de la historia. Uno de los mejores exponentes de esta escuela es Giovanni Arrighi, que a mediados de los noventa ha publicado el libro “El largo siglo XX” (recientemente editado en español) donde expone estas posturas. Estas teorizaciones cuestionan desde presupuestos opuestos la definición clásica del imperialismo, formulada por Lenin y sostenida por los marxistas revolucionarios a lo largo del siglo que se fue.

La importancia de este debate radica en que los cambios acontecidos obligan a una interpretación de los acontecimientos políticos, económicos y sociales, que revalide o no las categorías utilizadas por el marxismo, como punto de partida, para su interpretación. La discusión actual, recuerda, salvando las distancias, la enorme efervescencia teórica e intelectual, que se dio en el seno del movimiento socialista internacional, e incluso más allá de este, en la transición del capitalismo de libre competencia al imperialismo, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. A la luz de estas nuevas querellas, vuelven a replantearse problemas fundamentales del materialismo histórico y la dialéctica, para poder comprender o interpretar los nuevos desafíos que presenta esta realidad compleja del mundo y el nuevo siglo. Este último fue el método de Lenin que retomó las categorías de la dialéctica para responder a la complejidad de problemas que presentaba la nueva fase del capitalismo, entre ellas la Gran Guerra. No era para Lenin cuestión de repetir escolásticamente las categorías del marxismo, sino de aplicarlas en forma creativa a la nueva realidad, incorporando críticamente aspectos de las elaboraciones desarrollados por sus antagonistas e interlocutores, como Kautsky o Hilferding, e incluso ideólogos liberal burgueses como Hobson, desterrando el carácter reformista que pretendían darle sus autores. Se trataba para Lenin de integrar estos avances en una totalidad que demostrara las potencialidades revolucionarias de la época que se abría.

Las dos visiones con las que polemizaremos tienen el mérito de intentar dar una visión global de la realidad contemporánea. Sin embargo, las limitaciones de su matriz teórica les impide comprender de manera certera, a pesar de los señalamientos y problemas reales sobre los que fundan en muchos casos sus elaboraciones, los cambios producidos en el orden mundial en los últimos 30 años. Por eso antes de desarrollar plenamente nuestra propia visión haremos un análisis crítico de las proposiciones sostenidas por Arrighi y Negri, los que nos permitirá profundizar y comprender mejor el método del marxismo clásico desarrollado en la nueva época por Lenin y Trotsky.

En este artículo intentaremos criticar las dos variantes señaladas anteriormente, que atacan las definiciones sobre el imperialismo, aprehendiendo el método dialéctico materialista para el análisis del sistema capitalista mundial y actualizando la noción del mismo para comprender la escena contemporánea.

El “largo siglo” XX
El objetivo de este libro es comprender cómo la declinación de la hegemonía americana y la crisis de acumulación de los ‘70 (mostrada por ejemplo en la liberación del dólar con respecto al patrón oro establecido en los acuerdos de Bretton Woods, y en la derrota norteamericana en Vietnam) constituyen un punto de inflexión fundamental en la historia del capitalismo mundial. En función de dar cuenta de los cambios contemporáneos, Arrighi sostiene que es necesario ir hacia atrás y situar esta crisis en la larga historia de los ciclos de acumulación capitalista.

Rescatando a Fernand Braudel y su metodología, Arrighi desarrolla un enorme trabajo histórico y analítico que da cuenta de los cuatro ciclos sistémicos de acumulación capitalista, los cuatro “largos siglos” que sitúan al siglo americano después del genovés, el holandés y el británico.

Esta perspectiva histórica lleva a Arrighi a demostrar que la crisis de los años ‘70 no constituye un hecho novedoso. Lo que está sucediendo al capitalismo bajo la hegemonía norteamericana hoy, sucedió un siglo antes bajo la hegemonía británica, a los holandeses anteriormente, y a los genoveses al comienzo de la expansión capitalista. La crisis indica una transición, la cual es un punto común de inflexión en todos los ciclos sistémicos de acumulación, de una primera fase de expansión material, inversión en la producción, a una segunda fase de expansión financiera, incluyendo la especulación. Esta transición hacia una expansión financiera, que para el autor se da a comienzos de los ‘80 en el caso norteamericano, siempre tiene un “carácter otoñal” ( a decir de Braudel), señalando el final de un ciclo sistémico. Indicando el declive de la hegemonía norteamericana sobre el sistema mundial, ya que para Arrighi, el fin de un largo siglo, indica un cambio geográfico del centro del proceso sistémico de acumulación del capital. En sus palabras “Cambios de esta clase han ocurrido en todas las crisis y expansiones financieras que han marcado la transición de un ciclo sistémico de acumulación a otro.”1 Arrighi sostiene que EEUU ha pasado la posta a Japón para dirigir el próximo largo ciclo de acumulación capitalista.

Arrighi:
La negación de la lucha de clases como motor de la historia
La construcción teórica que nos presenta Arrighi, sobre la sucesión de ciclos sistémicos de acumulación, reemplaza la noción marxiana de la lucha de clases como motor de la historia. Como toda teoría cíclica no es la acción humana, la agencia humana, la que determina el curso de la historia, sino las leyes objetivas de la acumulación capitalista. El cambio ocurre como resultado de la acumulación estructural de contradicciones. Es una visión de la historia en donde no hay posibilidad de ruptura y transformación revolucionaria de la sociedad, sino una repetición cíclica -aunque cada vez más complejizada- de las unidades estatales y de la empresa capitalista, la dialéctica estado-capital, que son las únicas agencias de cambio dentro del proceso histórico que percibe Arrighi. El “caos sistémico”, que se genera cuando finaliza el momento de acumulación capitalista y comienza la expansión financiera de la potencia hegemónica, y que genera una exacerbación de la competencia interestatal entre las potencias del centro y de los procesos sociales, siempre se resuelve con el reemplazo de la antigua hegemonía por un nuevo poder estatal y económico emergente. El resultado es un incremento constante del tamaño, la complejidad y el poder de las agencias líderes de la historia capitalista, que Arrighi desarrolla en su libro y que sintetizamos a continuación.

Así, el régimen genovés se basaba en una ciudad-estado de pequeño tamaño y organización simple, que en realidad ostentaba muy poco poder. Su fortaleza devenía de sus extensas redes comerciales y financieras que le permitían tratar en términos de igualdad con la mayoría de los poderosos gobernantes territorialistas europeos, y que fue la base de su simbiosis activa con los gobernantes del reino de la Península Ibérica2.

Las Provincias Unidas eran una organización mucho mayor y más compleja que su antecesor genovés, un tipo híbrido de organización que combinaba ciertos rasgos de la ciudad-estado medievales en trance de desaparición con características de los estados-nación emergentes3.

Posteriormente, como dice Arrighi: “Gran Bretaña no era tan solo un estado–nación totalmente desarrollado y, como tal, una organización mucho mayor y más compleja que las Provincias Unidas en todo momento de su historia; también estaba conquistando un imperio comercial y territorial de dimensiones mundiales que concedería a sus grupos dominantes y a su clase capitalista un dominio sin precedentes sobre los recursos humanos y naturales de todo el mundo.”4

Y por último, siguiendo las palabras del mismo autor: “... los EE.UU. eran ya algo más que un estado-nación totalmente desarrollado. Eran un complejo militar-industrial continental dotado de un poder suficiente para proporcionar protección eficaz a un elevado número de gobiernos subordinados y aliados y para hacer creíbles las amenazas de estrangulamiento económico o de aniquilación militar dirigidas a gobiernos no amigos de cualquier parte del mundo.”5

Sin embargo, a pesar de los interesantes elementos históricos que aporta, esta sucesión de ciclos sistémicos de acumulación cuyo origen y desarrollo está gobernado por un patrón recurrente no puede explicar el movimiento real del modo capitalista de producción. Como toda teoría cíclica simplemente describe una pauta de causas eficientes que no puede descubrir las fuerzas motrices detrás del movimiento; sólo describe una secuencia de eventos en el cual no hay necesidad. De esta manera Arrighi cae en una suerte de empirismo opuesto al materialismo histórico para el cual la fuente del movimiento descansa en la contradicción y sus leyes de desarrollo devienen del proceso de interpenetración de los polos opuestos de la contradicción.

Historia y estructura del mercado mundial capitalista
El resultado de este método que combina una jerarquía cambiante entre el poder estatal y la empresa capitalista, genera una visión sobre la historia y la estructura del mercado mundial capitalista que niega de plano que su desarrollo contempla la existencia de relaciones de producción diferentes. De esta manera confunde lo que es el desenvolvimiento del mercado mundial creado por el capital mercantil, que fue una precondición para el progreso del modo de producción capitalista en los bordes del régimen de producción feudal, situando el origen del mercado mundial capitalista hace 500 años, junto al florecimiento de las ciudades-estado italianas en el Renacimiento6. En segundo lugar no da cuenta que la existencia del mercado mundial sólo puede comprenderse como producto del afianzamiento del modo capitalista de producción como régimen de producción dominante y que su construcción plantea “... un sistema articulado de relaciones de producción capitalistas, semicapitalistas y precapitalistas, vinculadas entre sí por relaciones capitalistas de intercambio y dominadas por el mercado mundial capitalista.”7 El surgimiento del mercado mundial capitalista conteniendo estas características sólo puede encontrarse a partir de la Revolución Industrial situada a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX.

En tercer lugar, asimila la economía capitalista con el intercambio mercantil soslayando que en el capitalismo lo distintivo de su modo de producción es la extracción de plusvalía que surge de la actividad industrial y que es esta la que impulsa la extensión del comercio mundial. En palabras de Marx: “El mercado mundial constituye de por sí la base de este régimen de producción. Por otra parte, la necesidad inmanente a él de producir en escala cada vez mayor contribuye a la expansión constante del mercado mundial, de tal modo que no es el comercio el que revoluciona aquí la industria, sino a la inversa, esta es la que revoluciona el comercio”.8

La conclusión de tal esquema teórico es que no diferencia entre las fases del desarrollo del capitalismo. Si la expansión hacia el exterior es una característica del modo de producción capitalista desde sus inicios, es decir, desde la Revolución Industrial, en la historia del capitalismo en los últimos más de doscientos años, pueden distinguirse dos etapas. Como señala Ernest Mandel: “En la era del capitalismo de libre competencia, la producción directa de plusvalía por la gran industria estaba limitada exclusivamente a Europa occidental y Norteamérica. El proceso de acumulación originaria del capital, sin embargo, se realizaba en muchos otros lugares del mundo al mismo tiempo, aun cuando su ritmo fuera desigual... el capital extranjero, por supuesto, afluyó a los países que empezaban a industrializarse, pero fue incapaz de dominar en ellos los procesos de acumulación”. 9

El mismo autor continúa: “En la era del imperialismo, hubo un cambio radical en toda esta estructura. El proceso de acumulación originaria del capital en las economías previamente no capitalizadas quedó entonces sometido también a la reproducción del gran capital occidental. Desde este momento, la exportación de capital de los países imperialistas, y no el proceso de acumulación originaria de las clases dirigentes locales, determinó el desarrollo económico de lo que más tarde vino a llamarse el ‘tercer mundo’. Este último se vio entonces obligado a complementar las necesidades de la producción capitalista en los países metropolitanos... el proceso de exportación imperialista de capital sofocó, por consiguiente, el desarrollo económico del llamado... ‘tercer mundo’”.10

Es este cambio cualitativo de la estructura de la acumulación capitalista mundial el que Arrighi y su teoría de los ciclos niega. Citando a Fernand Braudel - y discutiendo contra una de las características de la definición clásica del imperialismo, la emergencia del capital financiero ( cuestión que Lenin toma de Hilferding) – sostiene que: “Hilferding contempla el mundo del capital como una serie de posibilidades, dentro de las cuales la variedad financiera, un resultado muy reciente según él la considera, ha tendido a predominar sobre las demás, penetrándolas desde adentro. Es una opinión con la que estaría dispuesto a mostrarme de acuerdo, con la salvedad de que yo entiendo que la pluralidad del capitalismo se remonta tremendamente hacia atrás. El capitalismo financiero no era ningún recién nacido a principios del siglo XX; sostendría incluso que en el pasado, digamos en Génova o Amsterdam... el capital financiero se hallaba ya en condiciones de hacerse con el control y de dominar, durante un tiempo al menos, todas las actividades del mundo empresarial”.11

En esta cita se ve cómo el patrón cíclico de la acumulación capitalista es totalmente equivocado para comprender los cambios de calidad que se generaron en la estructura de este modo de producción. Esta yuxtaposición de épocas procede de la debilidad de los conceptos. ¿Cómo se puede comparar el capital dinero acumulado por los comerciantes de las ciudades-estado italianas o de Holanda, que fue utilizado para otorgar empréstitos a las distintas casas reales de Europa, con el excedente de capital alcanzado (posibilitado por el desarrollo de la gran industria) en los países centrales al fin del siglo XIX, producto de que la concentración y centralización del capital dentro de las fronteras del estado-nación había llegado a un límite? Este excedente de capitales fue la base de la extensión de las fronteras geográficas del capital más importante en su historia12 alcanzando todos los confines del globo. Esta extensión del capital nacional hacia afuera condujo inevitablemente a una precipitada competencia por los recursos, los mercados y el control de las rutas del comercio exterior, que son las bases materiales de la lucha por el reparto del mundo que alcanzó su punto cúlmine en la Primera Gran Guerra. Esta no fue más que una manifestación aguda de que el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas había superado los límites del estado- nación, que el imperialismo agudiza la contradicción que existe entre el crecimiento de las fuerzas de producción de la economía mundial y las fronteras que separan naciones y estados. Manifestación a su vez de la contradicción entre el aumento cualitativo de la socialización de la producción, como era el caso de los monopolios que integraban verticalmente bajo un solo mando distintos segmentos del proceso productivo y la apropiación privada de la riqueza social. Estas contradicciones estructurales inherentes al modo de producción capitalista estallaron a principios de siglo XX en forma abierta, iniciando, de esta manera, una nueva fase del desarrollo capitalista. Esta nueva fase de declinación y agonía no niega las contradicciones del modo de producción capitalista pero le agrega leyes adicionales a su funcionamiento. Arrighi con su teoría de los ciclos no puede comprender esto. Pero fue Karl Marx quien decía que: “Hay leyes especiales que gobiernan el origen, la existencia, el desarrollo y la muerte de un organismo social dado y su reemplazo13”

El nacimiento de esta nueva época había hecho surgir una novedad: la primera revolución proletaria triunfante, la Revolución Rusa de 1917. Es que esta extensión del dominio del capital, creando la poderosa realidad del mercado mundial capitalista, habían hecho madurar las condiciones objetivas que transformaron cualitativamente el carácter de la época, planteando la actualidad de la revolución proletaria. Desde ese entonces, más que nunca, no se puede comprender la dinámica de la acumulación capitalista sin tomar en cuenta la poderosa irrupción revolucionaria del proletariado y las masas oprimidas del mundo. Llegado a este punto es cuando el esquema presentado por Arrighi se choca con la realidad del “largo siglo XX”, siglo que estuvo caracterizado no sólo en los momentos de “caos sistémico”, utilizando su terminología, sino en los momentos de “expansión material” (como fue el boom de la posguerra) por una constante lucha de clases, guerras y revoluciones, que a lo largo del tiempo conmovieron a los países centrales y, permanentemente y sin solución de continuidad, a la periferia.

Siguiendo su propio esquema, Arrighi constata, que “... a lo largo del tiempo los ciclos se han contraído. A medida que nos movemos desde las etapas iniciales a las posteriores del desarrollo capitalista, los regímenes sistémicos de acumulación han invertido menos tiempo en configurarse, desarrollarse y ser sustituidos”.14 Esta aceleración del tiempo histórico es una realidad del mundo contemporáneo. Sin embargo, Arrighi no acierta a comprender la razón fundamental del acortamiento del tiempo histórico: el poder social acumulado por el movimiento obrero y las masas, y la insurrección de los pueblos de las colonias y semicolonias por su liberación. Son estos dos elementos sustanciales que afectan cualitativamente la dinámica del dominio capitalista en el siglo que se fue. Es por eso que en este libro, no es impune dejar de lado, según sus propias palabras “... la lucha de clases y la polarización de la economía mundo en áreas del centro y de la periferia, procesos ambos que han desempeñado una función preeminente en mi concepción original del largo siglo XX”. De este modo, con un enfoque parcial, del cual es conciente, desarticula la unidad dialéctica entre la economía, las relaciones interestatales y la lucha de clases, único punto de partida eficaz para una comprensión cabal del capitalismo contemporáneo, e incluso de la relación entre el poder y el dinero, objetivo que Arrighi persigue en este libro.

Imperio
En este libro Negri y Hardt, sostienen que la globalización ha implicado una declinación de la soberanía que descansaba en el estado-nación y su creciente incapacidad de regular los intercambios económicos y culturales. “La soberanía del estado-nación era la piedra angular de los imperialismos que los poderes europeos construyeron a lo largo de la era moderna. Por ‘Imperio’, sin embargo, nosotros comprendemos algo al mismo tiempo diferente del ‘imperialismo’. Las fronteras definidas por el sistema moderno de naciones estados fueron fundamentales para el colonialismo europeo y su expansión económica: las fronteras territoriales de la nación delimitaban el centro del poder sobre el cual el gobierno era ejercido sobre los territorios extranjeros externos a través de un sistema de canales y barreras que alternativamente facilitaban u obstruían los flujos de producción y circulación. El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de las naciones estados europeos más allá de sus propias fronteras... ”15 Sin embargo, esto no significa el final de la soberanía, sino una nueva forma de la misma, compuesta de una nueva serie de organismos nacionales y supranacionales, unidos bajo una lógica común de gobierno, esto constituiría lo que ellos llaman Imperio. “En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece ningún centro de poder territorial y no se apoya en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de gobierno descentrado y desterritorializado que progresivamente incorpora a todo el reino global dentro de sus abiertas, expansivas fronteras.”16 Para estos autores estas transformaciones en el orden político mundial señalan un pasaje dentro del modo capitalista de producción. Esto ha significado una liquidación de las divisiones espaciales de los ‘mundos’ conocidos en Yalta, Primero (potencias occidentales), Segundo (URSS y Este Europeo) y Tercer Mundo (países semicoloniales), ya que es posible encontrar el Primer Mundo en el Tercero, el Tercero en el Primero y el Segundo ya casi en ningún lugar. Esto ha sido acompañado por una transformación del proceso productivo dominante con el resultado de que el rol del trabajo industrial fabril ha sido reducido y la prioridad ha sido dada al trabajo comunicativo, cooperativo y afectivo. El resultado es la ‘posmodernización’ de la economía global.

Contra los que sitúan la fuente última de autoridad que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los EEUU, ya sea para glorificarlo como líder mundial y única superpotencia o los detractores de la nueva opresión imperialista, la proposición del teórico autonomista y su socio literario sostiene que “Nuestra hipótesis básica, sin embargo, de que una nueva forma de soberanía imperialista ha emergido, contradice ambas visiones. Los EEUU no son, y ciertamente ningún estado-nación puede hoy, formar el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo está acabado. Ninguna nación será el líder mundial en la manera de que las naciones europeas lo fueron.”17

Antonio Negri y Michael Hardt: La sobrevaloración de la lucha de clases.

Si en el caso de G.Arrighi el rol de la estructura está sobredimensionado hasta el punto de negar la agencia humana como motor de las transformaciones sociales, en el caso de Negri y su socio literario, Hardt, el rol de esta última está sobrevaluado. Así polemizando contra el primero en el citado libro - “Imperio”-, plantean que “Lo que nos preocupa más es que en el contexto del argumento cíclico de Arrighi es imposible reconocer una ruptura en el sistema, un giro paradigmático, un evento. En cambio, todo siempre debe retornar, y la historia del capitalismo de esta manera se convierte en un eterno retorno de lo mismo. Al final, tal análisis cíclico enmascara el motor del proceso de crisis y reestructuración. Aún a pesar de que Arrighi ha hecho él mismo un extensivo trabajo de investigación sobre las condiciones y movimientos de la clase obrera a lo largo del mundo, en el contexto de su libro, y bajo el peso de su aparato histórico, parece que la crisis de los ‘70 fue simplemente parte de los ciclos objetivos e inevitables de la acumulación capitalista, más que el resultado de un ataque proletario y anticapitalista tanto en los países dominantes como los subordinados. La acumulación de estas luchas fue el motor de la crisis, y ellas determinan los términos y la naturaleza de la reestructuración capitalista.”18 Estamos de acuerdo con Negri en que la oleada de luchas obreras y populares que atravesó a los países imperialistas, a los estados obreros burocratizados y a los países semicoloniales desde fin de los ‘60 y que abarcó con flujos y reflujos toda la década siguiente, significó un cambio en la relación de fuerzas favorable al movimiento de masas, una etapa donde las clases subalternas estuvieron a la ofensiva frente al imperialismo. Pero plantear que “La acumulación de estas luchas fue el motor de la crisis, y ellas determinan los términos y la naturaleza de la reestructuración capitalista” es ir demasiado lejos. De esta manera absolutiza la lucha de clases haciendo una polarización abstracta con Arrighi que abusa de los elementos estructurales en la elaboración de sus postulados teóricos. Las contradicciones inherentes del modo de producción capitalista, es decir, la relación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, son subvaluadas ya que las crisis son un producto directo del poder del trabajo.

En un plano más general la agencia y la estructura están fuertemente entrelazadas y separar cualquiera de estos términos y darle primacía a uno sobre otro en forma antidialéctica constituye un craso error. Absolutizar las contradicciones estructurales en el modo de producción genera una estructura cerrada en la que no hay posibilidad de transformación revolucionaria mediante la acción humana y por lo tanto se cae en un patrón cíclico, que es lo que ya hemos criticado en Arrighi y la escuela del sistema mundo. Pero hacer lo mismo con la lucha de clases lo lleva a Negri a subvalorar que las contradicciones materiales son el sustrato sobre el que la lucha de clases actúa, y que su papel como motor de la historia, se manifiesta cuando las contradicciones estructurales adquieren un carácter declarado. Son estos los momentos del salto en la evolución histórica. En otras palabras los procesos sociales juegan un rol determinante cuando las contradicciones han madurado. Coincidimos en este sentido con un viejo libro polémico de Perry Anderson cuando decía que: “...según el materialismo histórico, entre los mecanismos de cambio social más fundamentales figuran las contradicciones sistemáticas entre fuerzas y relaciones de producción, y no sólo los conflictos sociales entre clases originados por relaciones de producción antagónicas. Las primeras se superponen a los segundos, porque una de las mayores fuerzas de producción es siempre el trabajo, que a su vez constituye una clase especificada por las relaciones de producción. Sin embargo, no coinciden totalmente. Las crisis de los modos de producción no son idénticas a las confrontaciones entre las clases. Unas y otras pueden fundirse ocasionalmente. El comienzo de las grandes crisis económicas, tanto bajo el feudalismo como el capitalismo, generalmente han cogido desprevenidas a las clases sociales, al derivar de las profundidades estructurales que se hallan debajo del conflicto directo entre aquellas. Por otro lado, la resolución de dichas crisis ha sido no pocas veces el resultado de prolongadas contiendas entre las clases. De hecho, las transformaciones revolucionarias- de un modo de producción a otro- son por lo general el terreno privilegiado de la lucha de clases”.19

En relación con los años ’70, fueron factores económicos como el aumento de la composición orgánica del capital generado durante el boom y la consecuente caída de la tasa de ganancia que comenzó a manifestarse en esos años, factores políticos como la exacerbación de la competencia interimperialista con el surgimiento de potencias emergentes como Japón y Alemania, o en otras palabras una maduración de factores estructurales que permitieron que la irrupción de las clases explotadas a escala mundial produjeran un trastocamiento del orden mundial de posguerra y del equilibrio interestatal, económico y de clases que había permitido el boom y abrieran un periodo de crisis de acumulación del capital. Esta crisis es expresión de esta combinación de factores y no una expresión directa del poder del trabajo.

A su vez este poder del trabajo “determina los términos y la naturaleza de la reestructuración capitalista”. Como dice Negri en su obra: “Las masas rebeladas, sus deseos de liberación, sus experimentos para construir alternativas, y sus instancias de poder constituyente estuvieron todos, en sus mejores momentos, dirigidos hacia la internacionalización y globalización de las relaciones, más allá de las divisiones del mando nacional, colonial e imperialista. En nuestro tiempo este deseo puesto en marcha por las multitudes ha sido dirigido (de un modo extraño y perverso, pero, sin embargo, real) por la construcción del Imperio. Podemos decir, incluso, que la construcción del Imperio y sus redes globales es una respuesta a las diversas luchas contra las modernas máquinas de poder, y, específicamente, a la lucha de clases conducida por los deseos de liberación de la multitud. La multitud llamó al Imperio”.20

Es indudable que el ascenso de masas de los años ‘70, contra los dos pilares del orden de posguerra tendió a romper la división del mundo en tres áreas (países metropolitanos, “la segunda periferia” o los estados obreros deformados y degenerados, y países semicoloniales o el llamado “tercer mundo”) que adquirió por el peso de los aparatos contrarrevolucionarios (socialdemócratas, stalinistas y nacionalistas burgueses) la forma de la lucha de clases durante ese período histórico. La lucha de las masas vietnamitas y el movimiento de solidaridad que se desarrolló en los países centrales, que paralizó la maquinaria militar del imperialismo norteamericano, fue la muestra más elocuente de esto. Es innegable que esta oleada de las masas impulsó al capital a buscar una respuesta que socavara las bases del poder del trabajo que más tarde concretaría en la ofensiva neoliberal y la llamada globalización que la acompaña. Pero plantear que los “términos y la naturaleza de la reestructuración capitalista” fueron un resultado directo de esta acumulación de luchas sin tomar en cuenta el resultado concreto de estos combates es hacer una glorificación de la lucha de clases en sí. Los momentos de la acumulación capitalista están determinados por las distintas etapas y los correspondientes cambios en la relación de fuerzas entre las clases. Durante el “ensayo general” del ’68, pese a la gran intervención de la clase obrera industrial y pese a lo extendido del ascenso, el proletariado no logró resolver la crisis de dirección revolucionaria que arrastraba desde hacía décadas y obtener victorias decisivas sobre el imperialismo. Al no hacerlo permitió la recuperación de las filas imperialistas y permitió el posterior desarrollo de la ofensiva neoliberal. Estas políticas se consolidaron a partir de comienzos de los años ‘80 pero fueron preparadas por la contrarrevolución brejneviana que aplastó la Primavera de Praga del ’68 y los acontecimientos polacos de una década más tarde, el rol de los PC y la socialdemocracia en el desvío de los ascensos tanto en Francia como en Italia como las luchas antidictatoriales en Portugal y España, así como la responsabilidad de los partidos comunistas en el aplastamiento a sangre y fuego del ascenso revolucionario del Cono Sur de Latinoamérica.

Sobre esta relación de fuerzas es que se fueron imponiendo los mecanismos endógenos de la acumulación capitalista tales como la necesidad de contrarrestar la tendencia a la caída de las ganancias buscando nuevas áreas de materias primas baratas, zonas de mano de obra barata y nuevos mercados, la incesante búsqueda de los monopolios de ganancias extraordinarias y la constante revolución tecnológica que ello requiere, la enorme oleada de fusiones y adquisiciones como forma de restringir los mecanismos de la competencia.

Ambos elementos, el desvío y la derrota de la “acumulación de luchas” de los años 70 y la respuesta imperialista a la crisis de acumulación, fueron los que dictaron los términos de la reestructuración capitalista, y no sólo el primer elemento, haciendo abstracción del resultado concreto del combate de clases.

Una teoría ultrasubjetivista de un sujeto misterioso y fantasmal
La subvaloración de las contradicciones estructurales inherentes al modo de producción capitalista y la sobrevaloración del sujeto, se manifiestan en el nuevo esquema teórico que estos autores proponen para definir al “Imperio”, como nueva fase del capitalismo que deja atrás al imperialismo. Estableciendo una ruptura en la unidad dialéctica entre las relaciones de producción y la lucha de clases, plantean una recreación del materialismo que se define por la exorbitancia del sujeto, una teoría subjetivista donde la estructura no pone límites, no condiciona a la agencia humana, más aún la primera es una mera consecuencia de su acción. Esto es lo puede verse claramente en la afirmación del filosofo italiano y su compañero literario, cuando dicen que: “Las teorías de los pasajes hacia y dentro del imperialismo que privilegian la crítica pura de la dinámica del capital corren el riesgo de subestimar el poder del motor realmente eficiente que conduce el desarrollo capitalista desde su núcleo más profundo: Los movimientos y luchas del proletariado... La historia posee una lógica sólo cuando la subjetividad la dirige, sólo cuando (como decía Nietzche) la emergencia de la subjetividad reconfigura causas eficientes y causas finales en el desarrollo de la historia. El poder del proletariado consiste precisamente en esto ... Los viejos análisis del imperialismo no serán suficientes ahora porque finalizan deteniéndose ante el desafío del análisis de la subjetividad, concentrándose en las contradicciones del propio desarrollo del capital. Necesitamos identificar un esquema teórico que instale la subjetividad de los movimientos sociales del proletariado en el centro del escenario de los procesos de globalización y constitución del orden mundial”.21 El balance entre el rol jugado por las contradicciones estructurales y la agencia humana conciente, de resolver las crisis orgánicas, ha cambiado del primero al segundo en el curso de los siglos en los cuales se desarrolla la historia de la humanidad. En la época de la revolución proletaria este factor, el subjetivo, adquiere un peso decisivo. Es que la transformación que implica la revolución socialista constituye el paso más consciente que la humanidad jamás se haya propuesto. La transición del feudalismo al capitalismo, si se quiere, ocupa un lugar intermedio (en el sentido que el control de los medios de producción es previo a la toma del poder político por parte de la burguesía.) comparado con la caída del Imperio Romano y la Revolución Rusa. Sin embargo, a pesar del importante rol de la subjetividad, y su máxima expresión: la organización de las masas en soviets como órganos de poder y dirigidas por un partido revolucionario, los resultados de las transformaciones no pueden interpretarse dándole un valor absoluto a la subjetividad como reconfigurador del mundo. Esta es la visión que tenían los bolcheviques de sí mismos como: “... uno de los factores históricos, su factor ‘consciente’, factor muy importante pero no decisivo. Nunca hemos pecado de subjetivismo histórico. Veíamos el factor decisivo, - sobre la base dada por las fuerzas productivas -, en la lucha de clases, no sólo en escala nacional sino también internacional”.22

En este subjetivismo histórico caen Negri y Hardt cuando afirman que: “La historia posee una lógica sólo cuando la subjetividad la dirige, cuando la subjetividad reconfigura causas eficientes y causas finales en el desarrollo de la historia”. Sin embargo, su subjetivismo es de un tipo distinto al que alude la cita de Trotsky a la que hacemos referencia más arriba. No es un subjetivismo del partido revolucionario. Ni tampoco un subjetivismo que se deriva de la maduración o aprendizaje revolucionario de la clase obrera, o sea, del proceso de constitución de clase en sí en clase para sí, de la conquista de la independencia política de ésta frente a la burguesía que sólo puede realizarse a través de la experiencia de la propia clase y su relación con un partido revolucionario. No es este el caso de Negri y Hardt para los cuales la constitución del sujeto no depende de esta conquista sino que sus condiciones para la liberación están siempre dadas.

Construyendo una lógica de un sujeto irreal (“la multitud”), que no tiene correspondencia con un sujeto determinable empíricamente, disuelven la posición objetiva que ocupan en el modo de producción capitalista las distintas clases sociales subalternas, en particular la centralidad del proletariado como sujeto social de la revolución socialista. Este sujeto fantasmal que construyen, omnipresente y pura potencia, no necesita de programas, de estrategia y táctica y menos que menos de un partido revolucionario para acometer su misión histórica.

De ahí que cuando los autores de “Imperio” se enfrentan con la situación de comienzos de los ’80 y la mayor parte de los ’90, donde se consolida el auge neoliberal, donde el sujeto real se encuentra fragmentado y en retirada, lejos de las “llamas constituyentes” de los años ’70 su matriz teórica se vuelva absolutamente incapaz de explicar la realidad. Esto último puede verse en sus consideraciones sobre por qué EE.UU. pudo continuar su hegemonía durante la crisis. Así plantean que: “la respuesta subyace en gran parte, tal vez paradójicamente, no en el genio de los políticos o capitalistas norteamericanos, sino en el poder y la creatividad del proletariado de EE.UU. ...en los términos del cambio de paradigma del comando capitalista internacional, el proletariado de EE.UU. aparece como la figura más subjetiva que expresa más acabadamente los deseos y necesidades de los trabajadores internacionales o multinacionales. En contra del lugar común que afirma que el proletariado norteamericano es débil por su baja representación partidaria y sindical respecto de Europa y otros lugares, tal vez deberíamos verlo fuerte por esos mismos motivos. El poder de la clase trabajadora reside no en sus instituciones representativas sino en el antagonismo y autonomía de los propios trabajadores... Para comprender la continuación de la hegemonía norteamericana, entonces, no es suficiente citar las relaciones de fuerza que el capitalismo de los Estados Unidos mantiene sobre los capitalistas de otros países. La hegemonía de Estados Unidos está realmente sostenida por el poder antagónico del proletariado de Estados Unidos.” 23 Esta última cita es realmente sorprendente. Si hay algún lugar en los últimos veinte años donde la burguesía pudo resolver a su favor los límites que el poder del trabajo imponían a su acumulación, este lugar fue, precisamente, EE.UU. Durante la ofensiva reaganiana, continuada más tarde en los años ’90, los trabajadores norteamericanos sufrieron un enorme retroceso a través de una combinación de derrotas y el temor frente a la recesión como fue el caso de la crisis de los años 79/82 que implicó un aumento descomunal de la desocupación. El resultado de esto fue una enorme pérdida de conquistas, un brutal retroceso salarial, el aumento desmedido de la jornada de trabajo, elementos todos que permitieron un aumento significativo de la tasa de explotación y de la recuperación de las ganancias, cuestión que explica -junto a la ubicación privilegiada de esta potencia en el sistema financiero internacional- la fortaleza relativa de EE.UU. frente a sus competidores y las bases de la continuidad de su hegemonía. Sin embargo, en el análisis que nos proponen Negri y Hardt esta realidad material es reemplazada por el análisis subjetivista. Así la relación de fuerzas objetiva entre las clases es reemplazada por los “deseos” de los trabajadores. En cuanto al plano sindical y político, es cierto que la representación sindical y partidaria de los trabajadores europeos tiene un carácter reformista o ha sido cooptada por la burguesía. Pero celebrar la debilidad de la organización sindical y la ausencia de la más mínima representación de clase en el sistema político bipartidista norteamericano como una muestra de fortaleza es un sin sentido. El bajo nivel organizacional de la clase obrera norteamericana es un resultado de la feroz oposición de la burguesía norteamericana al más mínimo derecho de organización de los trabajadores por un lado, y al atraso político y conservador de la clase obrera que se derivan de la posición dominante de EE.UU. por el otro.

Como vemos, el autonomismo y su método de análisis ultrasubjetivista, cuyo orígen histórico hay que buscar en la inmediata euforia de las luchas sesentistas y setentistas combinada con el (justificado) disgusto de muchos intelectuales de la izquierda marxista con el estructuralismo y el antihumanismo de Althusser, es totalmente incapaz de comprender el presente.

Un nuevo “ultraimperialismo”
De este nuevo esquema teórico se deduce la constitución del Imperio “como un orden global, una nueva lógica y estructura de gobierno, en breve una nueva forma de soberanía que acompaña a los mercados mundiales y al circuito mundial de la producción” - según palabras de los autores. Llevando su lógica subjetivista hasta el final disuelven en este “orden global” la competencia capitalista y la lucha por la supremacía mundial de los diversos estados capitalistas que bajo nuevas formas complejas siguen caracterizando a la fase imperialista.

Kautsky, a comienzos del siglo XX, analizando la primera “ola de globalización”, preveía un debilitamiento progresivo de las contradicciones imperialistas que debían conducir al “ultraimperialismo”. En este modelo, la fusión internacional del capital ha avanzado tanto que los distintos intereses económicos entre los propietarios internacionales del capital desaparecen. En “Der Imperialismus” aparecido en Die Neue Zeit, el 11 de septiembre de 1914 sostenía: “Así, desde el punto de vista puramente económico no es imposible que el capitalismo sobreviva aún otra fase, la cartelización en política exterior: una fase del ultraimperialismo, contra la cual debemos, desde luego, luchar tan enérgicamente como lo hacemos contra el imperialismo, pero cuyos peligros yacen en otra dirección, no en la carrera armamentística y la amenaza a la paz mundial.”24 Lenin no negaba la posibilidad de una mayor concentración y centralización internacional del capital. Afirmaba que la tendencia “lógica” a largo plazo llevaba al establecimiento de un único consorcio mundial. Pero planteaba que antes que esta conclusión ‘lógica’ se consumara el capitalismo estallaría como consecuencia de la exacerbación de sus contradicciones internas y de la lucha revolucionaria del proletariado y de los pueblos oprimidos del mundo. En el prólogo al libro de Bujarin “El imperialismo y la economía mundial” decía: “No hay duda de que el desarrollo marcha en dirección a un único trust mundial, que devorará todas las empresas y todos los estados sin excepción. Pero por otra parte, el desarrollo marcha en tales circunstancias, con tal ritmo, con tales contradicciones, conflictos y conmociones- no sólo económicas, sino también políticas, nacionales, etc., etc.-, que inexorablemente, antes de que se llegue a un único trust mundial, a la unión mundial ‘ultraimperialista’ - de los capitales financieros nacionales, será inevitable que estalle el imperialismo y el capitalismo se convierta en su contrario.” 25 La clave de la política de Lenin era la perspectiva revolucionaria, pero esta no se desprendía de un acto meramente voluntarista sino de un análisis objetivo de las contradicciones que había alcanzado el desarrollo capitalista. Esto último lo separaba de Kautsky y su “deseo profundamente reaccionario de calmar las contradicciones” ( según sus propias palabras) de lo que se derivaban sus conclusiones profundamente pacifistas.

Negri y Hardt quieren emular la política revolucionaria de Lenin y su lucha por la revolución internacional, como dicen ellos: “hay una alternativa implícita en el trabajo de Lenin: o revolución comunista internacional o Imperio”. Pero le quitan a esta alternativa toda base objetiva para su realización. Si Kautsky, por la vía del economicismo, llega a la teoría del “ultramperialismo” y su negación de las contradicciones, Negri y Hardt por la vía del sujeto llegan al mismo resultado aunque sin compartir explícitamente las conclusiones reformistas del primero. Esto puede verse en la siguiente afirmación: “Los análisis del Estado y del mercado mundial también se vuelven posibles en el Imperio por otra razón: porque en este punto del desarrollo la lucha de clases actúa sin límites en la organización del poder. Habiendo alcanzado el nivel mundial, el desarrollo capitalista se enfrenta directamente con la multitud, sin mediaciones. Por ello la dialéctica, o, en realidad la ciencia del límite y su organización, se evapora. La lucha de clases, empujando al Estado-nación hacia su abolición y avanzando más allá de las barreras alzadas por él, propone la constitución del Imperio como el lugar del análisis y el conflicto. Sin esa barrera, entonces, la situación de lucha es completamente abierta. El capital y el trabajo se oponen de un modo directamente antagónico. Esta es la condición fundamental de toda teoría política del comunismo” 26

Esta negación de la dialéctica tiene enormes consecuencias. Aquí su esquema de la realidad mundial se torna completamente abstracto. Es cierto que la internacionalización de las fuerzas productivas y la consecuente internacionalización del capital y con esto las bases objetivas para la internacionalización de la lucha de clases han avanzado en forma pronunciada desde los últimos cien años comparados con el momento en que Lenin escribió su famoso folleto sobre el imperialismo. La necesidad del internacionalismo proletario que se deriva de estas bases objetivas es hoy más necesaria que nunca. De ahí que compartamos sus criticas a las perspectivas “tercermundistas”, que es uno de los puntos fuertes del nuevo camino que proponen.27

Pero los autores de “Imperio” confunden una tendencia con la realidad presente del capitalismo transformando la tendencia a la internacionalización del capital en un absoluto, mediante el cual, su esquema de interpretación de la realidad se transforma en una abstracción que liquida toda mediación. De esta manera, cometen el mismo error metodológico que Lenin criticaba en Kautsky, aunque a diferencia de este, transforman al “ultraimperialismo” no ya en una posibilidad (en un “sueño” al decir del dirigente bolchevique) sino en una realidad presente. Como decía Lenin: “En este anhelo de volver la espalda a la realidad del imperialismo y de evadirse en un sueño con un “ultraimperialismo” que no se sabe si es o no realizable, no existe ni un ápice de marxismo. Dentro de esta estructura se acepta el marxismo para esta ‘nueva fase del capitalismo’ cuyas posibilidades de realización no son garantizadas ni siquiera por su propio inventor, pero en cambio para la fase actual, ya existente, en lugar de marxismo nos sirven un deseo pequeño burgués, profundamente reaccionario de embotar las contradicciones.” 28 La operación lógica de Negri y Hardt, emparentada con su rechazo a la dialéctica, no permite ver la actual estructuración del sistema mundial y las contradicciones que se derivan de ésta, es decir, las distintas jerarquías de países dentro de la economía-mundo capitalista tanto en el centro como en la periferia, la lucha por la hegemonía entre las distintas potencias centrales, la distinción del mundo entre países opresores y oprimidos y la articulación concreta de la lucha de la clase obrera y los sectores populares de estos últimos con las masas de los países metropolitanos y por lo tanto la necesidad de dotarse de una estrategia y táctica revolucionaria. La consecuencia de esto es un ataque a la teoría leninista del partido revolucionario ya que la necesidad no es atacar el “eslabón débil” de la cadena imperialista, sino que “el centro virtual” del Imperio puede ser atacado desde cualquier punto, tal como dicen a continuación. De ahí que “Desde el punto de vista de la tradición revolucionaria, uno puede objetar que todos los éxitos tácticos de las acciones revolucionarias de los siglos diecinueve y veinte se caracterizaron precisamente por su capacidad para destruir el eslabón más débil de la cadena imperialista, que ese es el ABC de la dialéctica revolucionaria y que hoy día la situación no pareciera ser muy promisoria... enfrentados como estamos a una serie de movimientos sociales intensamente subversivos que atacan los más altos niveles de la organización imperial, ya no sea útil insistir en la vieja distinción entre estrategia y táctica. En la constitución del Imperio ya no hay un “afuera” del poder y, por ello, ya no hay eslabones débiles – si por eslabones débiles queremos decir un punto externo en el cual las articulaciones del poder global son vulnerables. Para lograr importancia, cada lucha debe atacar al corazón del Imperio, a su fortaleza. Este hecho, sin embargo, no prioriza ninguna región geográfica, como si sólo los movimientos sociales de Washington, Ginebra o Tokio pudieran atacar al corazón del Imperio. Por el contrario, la construcción del Imperio, y la globalización de las relaciones económicas y culturales, significan que el centro virtual del Imperio puede ser atacado desde cualquier punto.” 29

Es cierto que la mayor internacionalización del capital ha achicado las distancias entre el centro y la periferia y que los acontecimientos de esta última impactan en mayor medida que en el pasado en el corazón de los países centrales. Pero a pesar de esto, el hecho visible hasta para cualquier observador sensato de la diferente vulnerabilidad de EE.UU o Indonesia, por poner un caso extremo, muestra la validez del concepto “leninista” del eslabón más débil como el articulador de una teoría de la revolución mundial, como un proceso concreto que surge de las contradicciones internas del capitalismo mundial.

Una extraña coincidencia
Ya hemos planteado como el “subjetivismo teórico” de Negri y Hardt hace una polarización abstracta con las posiciones del “estructuralismo teórico” de la escuela de sistema mundial y sus patrones cíclicos en la evolución histórica del capitalismo. Pero sorprendentemente y a pesar de esta diferencia metodológica, Arrighi, en su “Largo siglo XX” arriba al comienzo del siglo XXI a una configuración de la organización del sistema mundial que no difiere sustancialmente del “Imperio” como orden mundial de la “globalización”. Así plantea “El moderno sistema interestatal ha adquirido, por consiguiente, su actual dimensión global mediante hegemonías sucesivas de alcance cada vez más mayor que han reducido en consecuencia la exclusividad de los derechos de soberanía realmente disfrutados por sus estados miembros. Si este proceso continuase, nada excepto un verdadero gobierno mundial tal y como lo contemplaba Roosevelt, satisfaría la condición de que la próxima hegemonía mundial tuviera un alcance territorial y funcional mayor que la precedente... ¿Ha alcanzado el mundo occidental bajo la hegemonía estadounidense un grado de poder mundial tal que se halla a punto de poner fin a la historia capitalista tal y como se ha concretizado en el sistema de expansión del moderno sistema interestatal?... el anverso de este proceso de formación de un gobierno mundial es la crisis de los estados territoriales como instrumentos eficaces de dominio.”30. Y más adelante en la conclusión y tomando en cuenta el hecho de que Japón controla la liquidez mundial pero permanece indefenso en el terreno militar, a diferencia de los EE.UU. que conservan un cuasi monopolio del uso de la violencia se plantea que: “Esta configuración peculiar del poder mundial parece adecuarse excelentemente para formar otra de aquellas ‘alianzas memorables’ entre el poder de las armas y el poder del dinero quien ha impulsado espacio-temporalmente a la economía mundo capitalista desde finales del siglo XV. Todas estas ‘alianzas memorables’, excepto la primera, la íbero-genovesa, fueron alianzas entre grupos gubernamentales y grupos empresariales que pertenecían al mismo Estado: las Provincias Unidas, el Reino Unido, los Estados Unidos...”31

¿Qué diferencia hay entre estas posiciones y la conformación de un “ultraimperialismo” que hemos criticado en Negri? Ambas posiciones se oponen a la caracterización de la fase imperialista desarrollada por Lenin. Es cierto que a principios del siglo XX la concentración internacional del capital “ no tomó la forma de una centralización internacional sino que lanzó a los monopolios imperialistas nacionales a luchar entre sí como antagonistas en el mercado internacional de mercancías, materias primas y capitales.”32 La formación de monopolios estrechamente ligados a su propio estado pugnaron por el control militar y político de amplias zonas geográficas lo que sentó las bases para la lucha despiadada por el reparto del mundo, a veces por medios pacíficos (aranceles, proteccionismo, etc.) y, cuando las contradicciones estallaron, en forma de conflagración imperialista.

Desde ese entonces la centralización internacional del capital ha avanzado en forma pronunciada. Después de la posguerra la expansión de las multinacionales norteamericanas fue la primera gran oleada. La segunda oleada se produjo después de la apertura de la crisis de acumulación de capital de los años ‘70 ya no sólo limitada a las firmas norteamericanas sino a los dos polos de la tríada imperialista: Alemania y Japón. Si el monopolio era una de las características principales en la fórmula de Lenin, su grado ha avanzado significativamente como muestra la creciente transnacionalización de las corporaciones imperialistas. La oleada de fusiones y adquisiciones, cuya escala abarca capitales cada vez más vastos, apunta a quedarse con parte de los mercados de grupos o firmas fusionadas.

El crecimiento de estas corporaciones transnacionales y de las transacciones que se desarrollan dentro de su perímetro y entre las mismas ha significado una mayor integración de la economía mundial. En otras palabras este proceso es la forma en que el capital intenta resolver la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y los límites del estado nacional. Sin embargo, utilizando la visión de Marx con respecto al crédito este proceso ha significado “una abolición del modo capitalista de producción dentro del modo capitalista mismo”, es decir, agravando sus contradicciones a un nivel superior. Esto no ha significado una desaparición del estado sino un cambio de sus funciones económicas; orientado cada vez más a garantizar la reproducción de sus propios grupos transnacionalizados como se demuestra el rol que juega en la firma de tratados comerciales, en la regulación de la competencia de los grupos rivales en las áreas de su dominio, en la promoción de medidas que alienten un crecimiento en la escala de sus grandes grupos, en las negociaciones en los distintos organismos multilaterales como la Organización Mundial del Comercio, donde los distintos estados tratan de defender a sus grupos de interés. Todo esto plantea que la realidad de la economía mundial no puede comprenderse sin tomar en cuenta estos dos aspectos de la realidad entre el nivel de las fuerzas productivas y la supervivencia del estado-nación como una de las principales contradicciones del capitalismo actual. En el mismo sentido la introducción de nuevas tecnologías no ha hecho más que agudizar esta dicotomía. Así el editor en jefe de la revista Foreign Policy en un artículo titulado “Nueva economía, vieja política” plantea que: “ Esta realidad presenta a las compañías de la nueva economía con una paradoja poco confortable: ... las compañías de tecnología favorecen la velocidad, la descentralización, el individualismo, y la indiferencia por la geografía, las fronteras y la soberanía. El multilateralismo involucra un proceso de decisión lento, objetivos no claros y una hipersensibilidad sobre cualquier erosión real o simbólica de la soberanía nacional.”33 La visión de una corporación “sin estado”, no tiene asidero en la realidad.

Dialéctica del siglo XX
El siglo XX ha sido, tomando una frase prestada del libro de Eric Hobsbawn, la “época de los extremos”. El crac del ’29 y las dos guerras mundiales mostraron el carácter convulsivo y violento que alcanzaron las contradicciones inherentes al desarrollo del capitalismo. A su vez la época revolucionaria abierta a partir del triunfo de la Revolución Rusa mostró la enorme fuerza social y la maduración del proletariado como sujeto transformador de la realidad mundial. De ahí la tendencia a unilateralizar cualquiera de estos dos aspectos ya sea las tendencias estructurales, ya sea las tendencias de la lucha de clases en el análisis de la dinámica real del desarrollo capitalista. Tomar uno de estos aspectos separando la relación dialéctica entre ellos y darle un valor sin límites impide una comprensión científica de la realidad.

Es aquí donde la dialéctica materialista muestra su superioridad. En ese sentido el concepto de Trotsky de “equilibrio capitalista”, permite analizar en forma dinámica la totalidad del sistema mundial, al respecto señalaba que “el equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibro, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En la esfera económica estas constantes rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms. En la esfera de las relaciones entre clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock outs, en lucha revolucionaria. En la esfera de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o bien más solapadamente, la guerra de tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo posee entonces un equilibrio dinámico, el cual está siempre en proceso de ruptura permanente.”34

Es este método el que le permite definir que el estallido de la Primera Guerra Mundial, manifestación de la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y su constreñimiento en las relaciones de producción capitalistas y en las fronteras del estado nacional, significaron una ruptura de las bases del equilibrio capitalista y la consiguiente apertura de una época revolucionaria.35 En esta época se agudiza la interacción entre el elemento objetivo y subjetivo, convirtiéndose en ciertos momentos difíciles de distinguirlos en la operación de la economía. Tal es así que luego de la completa desarticulación del comercio mundial después del crac del ’29 y la entrada de la economía mundial en una década de depresión y estancamiento y luego del fracaso de los procesos revolucionarios que se desarrollaron en los años treinta por la traición del stalinismo y la socialdemocracia, y por la responsabilidad histórica que le cupo a ambos por el ascenso del nazismo, Trotsky podría decir que “la crisis de la humanidad es la crisis de su dirección revolucionaria”. Era el atraso de la revolución proletaria –no como consecuencia de la falta de heroísmo y combatividad del proletariado sino como producto de su elemento más subjetivo: el carácter contrarrevolucionario de su dirección- lo que explicaba la sobrevida del capitalismo en descomposición.

En otras palabras no se produjo el derrocamiento revolucionario del capitalismo ya que el “absceso oportunista”, tal como definía Lenin a la socialdemocracia, fue infinitamente más fuerte y sobre todo con el stalinismo tomó formas completamente impensables como las que se verían luego de la Segunda Guerra Mundial, en donde este último pasó a jugar el rol de garante del statu quo mundial, conocido como “orden de Yalta”.

Así, la derrota del fascismo a manos de la Rusia soviética represtigió al stalinismo, que utilizó su fuerza renovada para liquidar la revolución europea y pactar con EE.UU. un nuevo statu quo mundial. Se dio así la contradictoria situación de que la fortaleza del estado obrero degenerado ruso fue utilizada para consolidar la hegemonía norteamericana, bajo la que se asentó el boom económico.

El “desarrollo parcial” de fuerzas productivas en los países capitalistas avanzados no puede explicarse sin dar cuenta de los factores extraeconómicos que permitieron su emergencia: el desvío de la revolución europea garantizada por el stalinismo (con el desplazamiento de la revolución proletaria al mundo colonial y semicolonial), la destrucción previa de fuerzas productivas ocurrida en la guerra, el debilitamiento extremo de los imperialismos competidores a EE.UU. (que le dieron un liderazgo indiscutido por décadas en el campo imperialista) y los bajos niveles salariales previos producto del fascismo. Tampoco hubiese podido sostenerse sin el incremento cualitativo de la acción política y económica de los estados imperialistas (que introdujeron reformas sociales y fortalecieron los mecanismos de cooptación de las burocracias obreras por el temor a la revolución), los mecanismos de inflación monetaria permanente y la inflación del crédito; y el rol jugado por la industria armamentista como “mercado de reemplazo” frente a la sobrecapitalización de los monopolios. El mismo “compromiso” de Yalta expresó el resultado contradictorio de la guerra, ya que fue a cambio de resignarse ante nuevas conquistas del movimiento de masas (nuevos estados obreros deformados en “oriente” y conquistas sociales en “occidente”) y a la cooptación de las burocracias obreras (stalinistas y socialdemócratas) como garantes del orden mundial que se logró imponer un orden de dominio imperialista.

Sin embargo, el desarrollo parcial de las fuerzas productivas ocurrido en las metrópolis imperialistas durante el “boom” (el crecimiento de la productividad del trabajo fue más intenso en los ’50 y ’60 en los principales países imperialistas que en cualquier período previo) no alteró el carácter general de la época de “crisis, guerras y revoluciones”. Así, con estas particularidades el nuevo “equilibrio” sellado en gran parte en los acuerdos de Yalta y Potsdam tampoco pudo evitar que el capitalismo imperialista perdiera como su campo de acción la tercera parte del planeta entre los años 1948/49, lo que en última instancia expresaba tanto el hecho de que la URSS había sobrevivido como que el capitalismo (falto de fuerzas internas propias), se había visto obligado a negociar con la dirección stalinista de la Unión Soviética. Con estas particularidades y estos límites, un nuevo equilibrio capitalista fue establecido y, aunque con varias décadas de atraso en relación con la previsión de Trotsky, la economía norteamericana logró un nuevo gran impulso a través de la reconstrucción de la Europa desvastada. Por otra parte y en contraste con la expansión capitalista del siglo XIX, el proletariado en la segunda posguerra estaba ya desarrollado en el mundo colonial y semicolonial, en el que se vivieron múltiples convulsiones revolucionarias (y contrarrevolucionarias) que acecharon constantemente la relativa estabilidad en los centros imperialistas, siendo nuevamente clave el papel del stalinismo para impedir la ruptura del statu quo. El boom de la segunda posguerra, en este contexto, lejos estuvo de probar la fortaleza orgánica del capitalismo. Necesitó no sólo de dos guerras mundiales de destrucción masiva sino del pacto establecido con el stalinismo que fue condición del nuevo equilibrio logrado.

El capitalismo de las ultimas décadas
La respuesta del capital a la crisis de acumulación de los años ’70, década dur

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