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Fuente: http://www.nodo50.org/cdc/GeneralIntellect.htm [b]Algunas notas a propósito del 'General intellect' [/b]

1. En los westerns, cuando el protagonista tiene que hacer frente a un dilema de lo más concreto, cita a menudo un pasaje del Antiguo Testamento. Las palabras de los Salmos o del libro de Ezequiel, sacadas de su contexto, entran con toda naturalidad en el cuadro contingente en el que son pronunciadas. Las preocupaciones filológicas no se tienen muy en cuenta cuando suenan los disparos o cuando se persigue a la injusticia. La cita bíblica forma un cortocircuito con una urgencia práctica. Así leímos y citamos el «Fragmento sobre las máquinas» de Karl Marx desde el principio de los años sesenta (texto sacado de los Grundrisse der Kritik de Politischen Ökonomie, 1857-1858). Para orientarnos como podíamos frente a la cualidad inédita de las huelgas obreras, a algunos comportamientos de la juventud, a la introducción de los robots en las cadenas de montaje y de los ordenadores en las oficinas, a menudo nos reclamamos de aquellas páginas escritas casi sin un respiro en 1858. La historia de las interpretaciones sucesivas del «Fragmento» es una historia de avances y de crisis.

2. Seamos claros: es estúpido considerar que es allí y sólo allí donde se encuentra el «verdadero» Marx. Es tan estúpido como si desdeñaramos la Crítica de la razón pura para no interesarnos más que por el Opus postumum de Kant. No obstante, no podemos negar que este texto contiene una reflexión sobre las tendencias fundamentales del desarrollo capitalista que no encontraremos en ninguna otra parte, y que además suena muy diferente a las habituales majaderías.

¿Qué sostiene Marx en el «Fragmento»? Una tesis muy poco «marxista»: el saber abstracto -el saber científico en primer lugar, pero no sólo- tiende a volverse, en virtud precisamente de su autonomía en relación a la producción, ni más ni menos que la principal fuerza productiva, relegando a una posición marginal al trabajo parcelizado y repetitivo. Se trata del saber objetivado en el capital fijo, que se ha encarnado (o mejor dicho, se ha hecho de hierro) en el sistema automático de las máquinas. Marx recurre a una imagen bastante sugestiva para designar el conjunto de los conocimientos abstractos (de «paradigmas epistemológicos», diríamos hoy), que, al mismo tiempo, constituyen el epicentro de la producción social y organizan todo el contexto de la vida: él habla de general intellect, de un «cerebro general». (Hagamos notar de paso que es posible que esta expresión sea un eco más o menos consciente del Nous poietikos, del intelecto productivo distinto e impasible del que nos habla Aristóteles en el De anima.)

La preeminencia tendencial del saber hace entonces que el tiempo de trabajo no sea ya más que una «base miserable»: ahora, el obrero se sitúa al lado del proceso de producción, al mismo tiempo que es su agente principal. Lo que se llama la ley del valor (el valor de una mercancía que está determinado por el tiempo de trabajo que le es incorporado), que Marx considera el arquitrabe de las relaciones sociales actuales, es sin embargo corroída y rechazada por el propio desarrollo capitalista. El capital no deja por ello, imperturbable, de «medir las gigantescas fuerzas sociales por el rasero del tiempo de trabajo» (atención, Marx dice claramente: el capital; pero nosotros podríamos añadir que el propio movimiento obrero también hace de la centralidad del trabajo asalariado su propia razón de ser).

En este punto Marx avanza una hipótesis de emancipación muy diferente de las que expone en otros textos y que son las más conocidas. En el «Fragmento sobre las máquinas» el origen de la crisis ya no se imputa a las desproporciones inherentes a un modo de producción basado realmente en el tiempo de trabajo concedido por los individuos (por tanto, ya no se imputa a los desequilibrios ligados a la existencia plena e íntegra de la ley del valor, por ejemplo, la caída tendencial de la tasa de beneficio). Por el contrario, es la contradicción desgarradora entre un proceso de producción que se apoya ahora directa y exclusivamente en la ciencia, y una unidad de medida de la riqueza que coincide aún con la cantidad de trabajo incorporado en los productos lo que aparece hoy en primer plano. La ampliación progresiva de esta divergencia conduce, según Marx, al «hundimiento de la producción basada en el valor de cambio» y, por tanto, al comunismo.

3. En los años sesenta, la lectura del «Fragmento» sirvió para desenmascarar la supuesta neutralidad de la ciencia y del saber en general. Permitió mostrar la imposiblidad de disociar técnica y «mando», máquinas y jerarquía, y denunciar las mentiras desvergonzadas de los progresistas y los teóricos de las «relaciones humanas».

En el curso de los años setenta, enarbolamos el «Fragmento» para criticar al socialismo: no sólo a Husak, sino también al socialismo ideal y sus mitologías del trabajo y el Estado. Discernimos en aquellas páginas el índice de la actualidad del comunismo: abolición de la prestación salarial y languidecimiento del Estado. En el hecho de que el trabajo se vuelve una cantidad desdeñable en la producción de las riquezas vislumbramos la posibilidad para los obreros de desembarazarse de su condición de mercancía como fuerza de trabajo. A la afirmación del general intellect parecía corresponderle la formación de una potente subjetividad antagonista.

Hoy, al comienzo de los años 80 , se ha hecho necesaria una interpretación totalmente diferente del «Fragmento»: pues, como el papel de tornasol, cobra hoy otra coloración al contacto con nuestra realidad actual. Lo que salta a la vista, ahora, es la completa realización en los hechos de la evolución tendencial descrita en las célebres páginas de los Grundrisse, sin ningún vuelco, sin embargo, en una perspectiva de emancipación, o siquiera de conflictividad. La contradicción in progress a la que Marx ligaba la hipótesis de una revolución social radical, se ha vuelto componente estable del modo de producción existente. Asimismo, la desproporción entre el papel asumido por el saber objetivado en las máquinas y la importancia decreciente del tiempo de trabajo, que constituía un foco de crisis, ha dado lugar a formas nuevas y sólidas de dominación. El «Fragmento» es más una caja de herramientas para el sociológo que una incitación a la superación de lo existente. Es el último capítulo de una «historia natural» de la sociedad. Describe una realidad empírica que todos tenemos a la vista. Es una mapa topográfico del presente, no una escapada hacia un comunismo que brillara en todo su esplendor.

En esta situación, dos tareas me parecen esenciales. La primera consiste en definir lo que constituye el rasgo característico de un capitalismo basado esencialmente en el general intellect; o al menos dibujar los contornos, la «silueta», del modo de producción que, lejos de sufrir trastornos, encuentra resueltamente su dinámica en la «desproporción cualitativa entre el trabajo (...) y la potencia del proceso de producción que este se contenta con vigilar». Mencionemos aquí a este propósito dos aspectos: a) la salida de la sociedad del trabajo; b) las nuevas abstracciones reales. La segunda tarea, la que es verdaderamente importante, consiste en hallar el hilo conductor de la conflictividad y de la crítica radical en el momento en que el «Fragmento» se ha realizado plenamente como dominación. Allí habrá que abordar el tema de la intelectualidad de masa.

4. La salida de la sociedad del trabajo es la tendencia que ha dominado a las sociedades occidentales en el curso de las dos últimas décadas. La reducción del tiempo de trabajo sometido a mando a una parte virtualmente desdeñable de la vida, la posibilidad de concebir la prestación salarial como uno de los momentos de la existencia y no como trabajos forzados ni como la fuente de una identidad duradera, esa es la mutación de la que somos los actores a menudo inconscientes, y los testigos no siempre dignos de fe.

Como había pronosticado el «Fragmento», el tiempo de fatiga gastado y concedido se ha vuelto un factor productivo marginal. La ciencia, la información, el saber en general, la comunicación lingüística se presentan como el «pilar central» que sostiene la producción y la riqueza, estos, y no ya el tiempo de trabajo. No obstante, este tiempo, o más bien el «robo» de este tiempo continúa valiendo como parámetro eminente del desarrollo y de la riqueza sociales. También la salida de la sociedad del trabajo es el teatro de antinomias feroces y de paradojas desconcertantes.

El tiempo de trabajo es la unidad de medida en vigor, pero ya no es la verdadera unidad. Los movimientos de los años setenta señalaron esta mentira para tratar de sacudirla y abolirla. Quisieron imponer una versión, eminentemente conflictiva, de la tendencia objetiva: reivindicando el derecho al no-trabajo, provocando una migración colectiva, fuera de la fábrica, revelando el carácter parasitario de la actividad bajo el dominio patronal. En el curso de los años ochenta, el sistema establecido ha prevalecido pese a su carácter falaz. Aunque podemos decir, en forma de boutade -de las más serias- que la superación de la sociedad del trabajo se da en las formas prescritas por el sistema social basado en el trabajo asalariado. Este curso de las cosas remite totalmente a lo que escribía Marx a propósito de las sociedades por acciones; asistimos con estas a la superación de la propiedad privada en el terreno mismo de la propiedad privada. También aquí, el desplazamiento es real, pero el terreno en el que se lleva a cabo no lo es menos. Pensar conjuntamente los dos aspectos, sin reducir el primero a una pura virtualidad ni el segundo a una simple «costra» extrínseca, ahí está la dificultad que no podemos evitar.

El tiempo de no-trabajo, que es una riqueza potencial, se presenta en el sistema establecido como una pérdida, una penuria: paro debido tanto a las nuevas inversiones como a su ausencia; «cassa integrazione» de larga duración; reedición de infraestructuras productivas «primitivas» que flanquean a sectores innovadores y dinámicos; reestablecimiento de arcaísmos disciplinarios para controlar a individuos que ya no están sometidos al régimen de la fábrica. En la época del general intellect, toda la fuerza de trabajo ocupada vive permanentemente la condición de «ejército industrial de reserva». Incluso cuando sufre horarios de equipo asesinos y se ve obligada a hacer horas extraordinarias. La descripción empírica de toda la fuerza de trabajo, incluida la que tiene más «garantías», puede hacerse con la ayuda de las categorías utilizadas por Marx para la «superpoblación» fluida (pre-jubilados, turn-over, etc...); latente (allí donde la innovación técnica interviene a intervalos cada vez más cercanos entre sí), estancada (trabajo «subterráneo», precario, etc.).

La cuestión decisiva ya no reside en la contradicción global que descansa sobre las horas de trabajo, pues se trata de una tendencia ya explícita, de un fondo común tanto a las prácticas de dominación como a las eventuales instancias de transformación radical de lo existente.

Tal y como lo ha hecho notar el análisis sociológico del «Fragmento», siempre habrá demasiado tiempo: el envite es la forma que cobrará esa excrecencia. La izquierda política es totalmente inepta para tener un papel en este juego, ya que veía su razón de ser en la permanencia del régimen asalariado, en los conflictos internos a esa articulación de la temporalidad. La salida de la sociedad del trabajo y la posibilidad que de ahí se deriva de una batalla que tenga como envite el tiempo sancionan el final de la izquierda. Es preciso tomar acta de ello, sin complacencia, pero también sin lamentaciones.

5. En la medida en que organiza efectivamente la producción y el «mundo de la vida», el general intellect es una abstracción plena, pero una abstracción real dotada de una operatividad material. Pero, dado que está compuesta de paradigmas, de códigos, de procedimientos formalizados, de axiomas -en resumen, de concreciones objetivas del saber-, el general intellect se distingue muy netamente de las «abstracciones reales» típicas de la modernidad: a saber, las que inspiran el principio de equivalencia.

Mientras que el dinero, el «equivalente general», encarna precisamente por la independencia de su existencia la conmensurabilidad de los productos, de los trabajos, de los sujetos, el general intellect establece por el contrario las premisas analíticas de todas las praxis. Los modelos del saber social no pueden ser asimilados a las diferentes actividades de trabajo, sino que se presentan a sí mismos como «fuerza productiva inmediata». No son unidades de medida, sino que constituyen más bien el presupuesto sin medida con posibilidades operativas heterogéneas. No es un «género» que existe fuera de los «individuos» que forman parte de él, son reglas axiomáticas, cuya validez no depende en absoluto de lo que reflejan. Al no medir, al no representar nada, los códigos y los paradigmas técnico-científicos se manifiestan como principios constructivos.

Esta mutación en la naturaleza de las «abstracciones reales» -mutación según la cual es el saber abstracto más que el intercambio de equivalentes (solo) lo que gobierna las relaciones sociales- implica profundas modificaciones en el plano del ethos. La autonomía irreversible del intelecto abstracto, y por tanto una nueva relación entre «vida» y saber, está en el origen del cinismo contemporáneo.

El principio de equivalencia, que está sin embargo en el fundamento de las jerarquías más intransigentes y de las desigualdades más feroces, garantizaba pese a todo una cierta visibilidad de los lazos sociales, una conmensurabilidad, un sistema de convertibilidades proporcionadas. De tal manera que las aspiraciones a una reciprocidad sin constricciones del reconocimiento, el ideal de una comunicación lingüística universal y transparente se han dirigido hacia él, de un modo evidentemente ideológico y contradictorio. A la inversa, el general intellect, al destruir la conmensurabilidad y las proporciones, da la impresión de volver intransitivos los «mundos vitales», así como las formas de comunicación. No ofrece la unidad de medida que permite la comparación, impide toda representación unitaria del proceso social productivo, trastorna las bases mismas de la representación política. El cinismo de hoy refleja pasivamente esta situación, haciendo de necesidad virtud.

El cinismo revela, en el contexto particular en el que actúa, el papel preponderante que desempeñan determinadas premisas epistemológicas y la ausencia simultánea de equivalencias reales. Bloquea de antemano toda aspiración a una comunicación dialógica transparente. Renuncia de buenas a primeras a la búsqueda de un fundamento intersubjetivo para su praxis, del mismo modo que renuncia también a la reivindicación de un criterio común de evaluación moral. El hundimiento del principio de equivalencia, tan íntimamente ligado al intercambio y la mercancía, se muestra, en el comportamiento del cínico, como el abandono «sin dolor» de las instancias de igualdad. Hasta el punto incluso de que la afirmación de sí mismo se hará precisamente a través de la multiplicación y la fluidificación de las jerarquías y las desigualdades que parece traer consigo el advenimiento de la centralidad del saber en la producción. La adhesión a tal o cual conjunto de reglas convencionales, la reducción al mínimo de la elaboración de los contenidos vitales: tal es la forma que cobra la adaptación reactiva al general intellect. No obstante, en la absoluta negatividad misma del cinismo contemporáneo, en esa adaptación oportunista a una nueva relación entre «Vida» y saber, es preciso captar una especie de aprendizaje de masa de las nuevas condiciones del conflicto.

6. Para reactivar su potencia política, es importante poner en acción una crítica de fondo del «Fragmento». Será esta: Marx ha identificado totalmente el general intellect (o al menos el saber en tanto principal fuerza productiva) con el capital fijo, desdeñando así la parte en la que el propio general intellect se presenta por el contrario como trabajo vivo. Lo que precisamente hoy es el aspecto decisivo.

En efecto, la conexión entre saber y producción no se agota en el sistema de las máquinas, sino que se articula necesariamente a través de los sujetos concretos. Hoy no es difícil ampliar la noción de general intellect mucho más allá del conocimiento que se materializa en el capital fijo, incluyendo también las formas de saber que estructuran las comunicaciones sociales e inervan la actividad del trabajo intelectual de masa. El general intellect comprende a los lenguajes artificiales, las teorías de la información y de sistemas, toda la gama de cualificaciones en materia de comunicación, los saberes locales, los «juegos lingúísticos» informales e incluso determinadas preocupaciones éticas. En los procesos de trabajo contemporáneos, hay constelaciones enteras de conceptos que funcionan por sí mismas como «máquinas» productivas, sin necesidad de un cuerpo mecánico, ni siquiera de una pequeña alma electrónica.

Llamamos intelectualidad de masa al trabajo vivo en tanto articulación determinante del «general intellect». La intelectualidad de masa- en su conjunto, como cuerpo social- es depositaria de los saberes no divisibles de los sujetos vivos, de su cooperación lingüística. Estos saberes no constituyen en modo alguno un residuo, sino una realidad producida precisamente por la afirmación incondicionada del «general intellect» abstracto. Precisamente esta afirmación incondicionada implica que una parte importante de los conocimientos no pueda depositarse en las máquinas, sino que deba manifestarse en la interacción directa de la fuerza de trabajo. Nos vemos frente a una expropiación radical, que sin embargo no puede resolverse nunca en una separación completa y definitiva.

Es un error comprender tan sólo o sobre todo la intelectualidad de masa como un conjunto de funciones: informáticos, investigadores, empleados de la industria cultural, etc. Mediante esta expresión designamos más bien una cualidad y un signo distintivo de toda la fuerza de trabajo social de la época posfordista, es decir, la época en la que la información, la comunicación juegan un papel esencial en cada repliegue del proceso de producción; en pocas palabras, la época en la que se ha puesto a trabajar al lenguaje mismo, en la que éste se ha vuelto trabajo asalariado (tanto que «libertad de lenguaje» significa hoy ni más ni menos que «abolición del trabajo asalariado»). La intelectualidad de masa son los nuevos contratados de la Fiat, escolarizados y ya socializados antes de entrar al taller; los estudiantes que, bloqueando las universidades, ponen en cuestión la forma misma de las fuerzas productivas con una voluntad de experimentación y de construcción; los inmigrantes, para los que la lucha sobre los salarios nunca puede separarse de una confrontación, incluso de fricciones, entre las lenguas, las formas de vida, los modelos éticos.

La intelectualidad de masa se ve en el centro de una paradoja bastante instructiva. Podemos señalar sus principales características en relación a las diferentes funciones en el trabajo, pero ante todo a nivel de los hábitos metropolitanos, de los usos lingüísticos, del consumo cultural. No obstante, precisamente cuando la producción ya no parece ofrecer una identidad se proyecta sobre cualquier aspecto de la experiencia, sometiendo entonces las competencias lingüísticas, las inclinaciones éticas, los matices de la subjetividad. Díficil de describir en términos económico-productivos, la intelectualidad de masa es por esta misma razón (y no a pesar de ella) la componente fundamental de la acumulación capitalista hoy. Experimenta sobre sí misma las formas contradictorias de salida de la sociedad del trabajo y las nuevas abstracciones reales. Su existencia material misma impone una recuperación radical de la crítica de la economía política que pueda dar cuenta de la fusión completa entre cultura y producción, «estructura» y «superestructura». Impone entonces una crítica no económica de la economía política.

Publicado en el nº 10 de «Futur antérieur», 1992/2.

Es bastante probable que haya aquí una errata, y sean los 90 en vez de los 80. (N. de la T.)

«Cassa integrazione» (Caja de integración) es- más bien fue- una institución fundamental, desde varios puntos de vista del Welfare italiano en los años 70. Básicamente garantizaba indefinidamente un subsidio de desempleo igual al salario recibido antes del «licenziamento», hasta que el/la «cassintegrati/e» fuera de nuevo contratad@. En los años 70, con reestructuraciones salvajes y despidos masivos, «Cassa integrazione» sirvió para garantizar la reproducción de cientos de miles de sujetos expulsados de las fábricas. Pero más importante es, precisamente, la cualidad de esa reproducción, es decir, la inteligencia del uso colectivo e individual, más o menos organizado, más o menos estratégico, que de los flujos monetarios de la «Cassa integrazione» llevaron a cabo estos sujetos, que en mayor o menor medida vivían el antagonismo como experiencia cotidiana, para articularlos con toda clase de proyectos atravesados por el rechazo del trabajo, la búsqueda de la autonomía individual y colectiva, la autoorganización y la reconstrucción creativa de las relaciones sociales. En este sentido, se dieron múltiples experiencias de autoorganización productiva, gracias a los flujos de «Cassa integrazione», en los que participaban obrer@s expulsad@s- y en muchos casos, «autoexpulsad@s», montones de gente que huían de la cadena y del trabajo asalariado- de las fábricas «tocadas» por una década de potentísimo antagonismo social autónomo. (N. de la T.)

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