América latina, en busca de soluciones propias

Silvia Bleichmar*

En nuestro continente se está gestando políticamente algo que impone la necesidad de ampliar juicios y construir nuevas categorías.

Que la realidad no es tan ordenada como nos gustaría lo demuestra tanto la historia social como la natural. No se trata de que los seres humanos seamos insaciables en nuestra demanda de orden -especie de neuróticos desaforados que no soportamos ninguna irregularidad-, sino de que todo lo inclasificable deviene amenazante en razón de que nos vemos limitados para controlarlo.

Pero toda clasificación tiene un límite, y está dado porque lo general no engloba, en muchos casos, lo particular, y, en otros, porque el modo con el cual se ordenó el universo que se pretende cercar resulta insuficiente ante la aparición de nuevos fenómenos que ponen en riesgo los parámetros escogidos.

Así ocurrió en el siglo XVIII con la aparición de un bicho desconocido hasta el momento: el ornitorrinco, cuya determinación zoológica llevó más de un siglo. Extraño animal que reúne rasgos de reptil y de mamífero, los científicos se pasaron años negando sus atributos para que pudiera entrar en alguno de los ordenamientos vigentes. Un animal no podía, al mismo tiempo, poner huevos y alimentar a su cría con leche procedente de glándulas mamarias, de manera que algunos expertos de la época negaban los huevos, y otros, la existencia de la leche y el parto.

Cuando la teoría de la evolución de Darwin hizo aceptable la idea de la mezcla de caracteres, el ornitorrinco cargó con la idea del primitivismo: siendo un mamífero, indudablemente, era sin embargo un tipo degradado, que cargaba con la marca reptiliana, lo cual daba cuenta de su primitivismo.

Tuvieron que pasar dos siglos para que se entendiera al ornitorrinco en todo su esplendor: se trataba de un animal dotado, bajo los términos de la selección natural, de una solución extraordinaria para las condiciones de vida que le habían tocado: un mamífero en los ríos no podía sino tener un hocico semejante a un pico de pato capaz de capturar peces, y al mismo tiempo un pelaje largo para protegerse del frío. Se trataba, como dijo el brillante teórico de la evolución Stephen J. Gould, de una solución brillante para la vida mamiferiana en ríos, y no de una reliquia primitiva de un mundo desaparecido. "Viejo no significa extremadamente conservador en el mundo darwinista", afirmó.

La enseñanza de las ciencias naturales viene hoy a permitirnos tolerar este momento extraño y apasionante en la historia de nuestro continente. Inclasificables desde las viejas categorías, los movimientos políticos y sociales del siglo XXI abren tanta esperanza como interrogantes.

¿Se trata, por ejemplo, de un arcaísmo, este retorno del indigenismo? ¿Es realmente un intento de vuelta a los antiguos imperios despóticos indígenas, teñido de xenofobia invertida y de revanchismo desplazado hacia el futuro o, simplemente, estamos ante la recuperación de un símbolo que intenta reinstalar la idea de que los gobiernos no pueden instituirse con desprecio de las mayorías, y que la postergación que éstas sufren no es destino histórico inevitable ante la derrota sufrida quinientos años ha de haber sido conquistadas?

Si el retorno al indigenismo implicara una "vuelta a la naturaleza", una reivindicación de la cría de llamas como símbolo de la riqueza nacional, la producción de pullóveres -o chompas- como modelo de industrialización, indudablemente estaríamos ante un símbolo de arcaísmo, semejante a lo que los naturalistas del siglo XIX consideraron como el reptilismo del ornitorrinco, un elemento remanente de la historia que hoy toma su forma dominante y del cual hay que tener cuidado porque opera de modo pendular en el retroceso del tiempo.

Pero no se trata ya de la apropiación de la tierra para la cría de vicuñas, sino de la recuperación de riquezas que imponen hoy un lugar protagónico en el mundo: gas y petróleo. Y esto de arcaísmo no tiene nada, aun cuando se deba hociquear en un entorno que se ha tornado extremadamente difícil, y en el cual las riquezas naturales ocupan el mismo rol que las niñas hermosas de las familias pobres: no son ya garantía de un buen casamiento, sino que deben ser protegidas de la mirada de los ricos porque su codicia no las convierte en virtud para una vida mejor sino en riesgo de despojo y destrucción futuras.

En un mundo en el cual las urgencias inmediatas de trabajo ponen en riesgo la vida misma del planeta, y en el cual nos vemos obligados a pensar que las necesidades de nuestros vecinos no significan, necesariamente, traiciones ni agachadas, sino búsquedas hociqueantes de supervivencia en una región del planeta en la cual es necesario pescar con la trompa y dar de mamar al mismo tiempo, protegerse con la pelambre y emplear todos los recursos de supervivencia, sin que la inmediatez de la misma nos liquide como especie -o como Nación- a largo plazo, las acciones "inclasificables" de los nuevos gobiernos de América, aquellas de nuestros propios gobernantes, no pueden ser evaluadas con ligereza.

Ellas nos permiten intuir que algo nuevo se está gestando, algo que nos entusiasma y nos impone la necesidad de ampliar nuevos juicios, construir nuevas categorías, para que la zozobra de lo incognoscido no nos paralice, y no nos lleve a rigidizar los rangos clasificatorios.

El desafío consiste en recuperar lo mejor del espíritu del siglo que terminó: la irrenunciable búsqueda de justicia y verdad, aun en el marco de las condiciones más difíciles. Es allí donde debe centrarse la fecundidad del pensamiento crítico, sin perder de vista el rumbo general en el marco de sus vicisitudes cotidianas.

Es este el requisito para que podamos, en un continente que, después de los salvajes noventa intenta de modo inarmónico, balbuceante, con avances y retrocesos, construir un destino menos brutal y remontar una historia de corrupción y saqueo, citar sin temor al traslado la frase de Gould, cuando afirmó: "El ornitorrinco, después de haber sufrido hondazos y flechazos de la atroz fortuna en degradación impuesta por manos humanas, ha lanzado sus brazos (y su pico) contra un mar de preocupaciones y se ha vindicado. Los azotes y los desprecios del tiempo curarán. El agravio del opresor, la injuria del hombre orgulloso se han invertido por los estudios modernos, empresas de gran fuerza e impulso. El ornitorrinco es una maravilla de adaptación".

Vale decir, en términos de su propia teoría, de superación creativa en la evolución.

*PSICOANALISTA

Fuente: Clarin

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